Lo mas curioso es que en un país en el que se consumen grandes cantidades de meat (termino genérico que en general se usa para referirse a la carne de vaca y no así a la carne de pollo o de cerdo que suele especificarse), la leche se vende por galones y el queso se funde ubicuamente en platos de pasta, pizza, comida mexicana, hamburguesa y chili beans no parece que falten muchas proteínas en la dieta, de hecho, si acaso, es la adicción a las proteínas parte del problema. Sin embargo, el americano esta dispuesto a darlo todo por la proteína, eso si soslayando la ingestión de pescado que es donde se suelen encontrar las proteínas de mayor calidad.
¿Cómo son los americanos? ¿Son tan simples como dicen algunos? ¿Les conocemos tan bien como creemos gracias a las noticias y las películas? ¿En qué se diferencian de los españoles? En American Psique, César García responde a éstas y otras preguntas a través de un análisis pormenorizado de los elementos que conforman la psicología de los habitantes de los Estados Unidos en el siglo XXI.
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domingo, 23 de septiembre de 2012
Proteínas
A los americanos, de todo rango y condición, les gusta medicalizar la realidad. Las madres son expertas en pasar horas realizando consultas por internet acerca de los menores males que sospechan afligen a sus vástagos, una circunstancia que ha hecho de los doctores expertos en el arte de la paciencia y del trato al cliente. Los supermercados se forran vendiendo suplementos vitamínicos que en un alto número de los casos crean más problemas de salud de los que contribuyen a resolver. La ciencia médica inventa sin cesar patologías que sirven para eximir de culpa a los individuos por sus faltas ya se trate de falta de atención o mal comportamiento en las aulas. La esperanza de vida, mientras tanto, continua bajando, siendo este país el único de los industrializados que se encuentra en esta situación con una vida media dos o tres años inferior a la del resto de los miembros de la OCDE a pesar de que el gasto medio per cápita es el doble que el de Dinamarca (segundo país en términos de gasto). Se da la paradoja de que el país se precia de adoptar una perspectiva más científica sobre los males que afligen al hombre es el que obtiene peores resultados en materia de salud.
En este apartado ocupan un capitulo especial las proteínas. Los americanos adoran las proteínas. Son legión los que se comen varias claras de huevo por las mañanas desechando la yema demonizada por su colesterol. Las madres helicóptero (llamadas así las que no dejan a sus hijos ni a sol ni a sombra) se reconcilian constantemente con sus instintos explicando a sus hijos que el alimento que les están recomendando es aquel que contiene las proteínas necesarias para su crecimiento o para no contraer ciertas enfermedades. Últimamente en los food courts, la imprescindible sucesión de puestos de comida multiétnica de los centros comerciales que se caracterizan por compartir una zona en la que el comensal puede sentarse a engullir el plato combinado que acaba de seleccionar, abundan los stands en los que se factura aparte todo aquel alimento que contiene proteínas como si fuera una categoría en si misma y que puede agrupar unos tacos de pollo, unas gambas o unas albóndigas que se añaden a un plato de pasta pagando un par de dólares extra. La proteína aparece así como la categoría alimenticia mas codiciada y que por ello exige un desembolso monetario mayor. No en vano las proteínas han sido la base de dietas tan celebres como la Atkins y numerosos discípulos suyos por la sensación de saciedad que aportan a las personas que tratan de perder peso amen de su importancia para el crecimiento de los niños.
Lo mas curioso es que en un país en el que se consumen grandes cantidades de meat (termino genérico que en general se usa para referirse a la carne de vaca y no así a la carne de pollo o de cerdo que suele especificarse), la leche se vende por galones y el queso se funde ubicuamente en platos de pasta, pizza, comida mexicana, hamburguesa y chili beans no parece que falten muchas proteínas en la dieta, de hecho, si acaso, es la adicción a las proteínas parte del problema. Sin embargo, el americano esta dispuesto a darlo todo por la proteína, eso si soslayando la ingestión de pescado que es donde se suelen encontrar las proteínas de mayor calidad.
Lo mas curioso es que en un país en el que se consumen grandes cantidades de meat (termino genérico que en general se usa para referirse a la carne de vaca y no así a la carne de pollo o de cerdo que suele especificarse), la leche se vende por galones y el queso se funde ubicuamente en platos de pasta, pizza, comida mexicana, hamburguesa y chili beans no parece que falten muchas proteínas en la dieta, de hecho, si acaso, es la adicción a las proteínas parte del problema. Sin embargo, el americano esta dispuesto a darlo todo por la proteína, eso si soslayando la ingestión de pescado que es donde se suelen encontrar las proteínas de mayor calidad.
domingo, 16 de septiembre de 2012
¿Living Eurovegas?
De partida entiendo las reticencias que puede despertar en muchos un proyecto mastodóntico como Eurovegas en pleno secarral manchego. Para empezar, el alma mater del proyecto, Sheldon Adelson que es el magnate de la empresa impulsora del proyecto, Las Vegas Sands, no suscita precisamente simpatía o confianza con esa pinta de sátrapa sin escrúpulos. Sin embargo, como español y madrileño la noticia me ha producido cierta satisfacción, y no tanto por esas siempre exageradas cifras, 260.000 puestos de trabajo, que aparentemente generará la iniciativa.
Creo que de una vez por todas va a poner a Madrid en el mapa de los norteamericanos, una ciudad que últimamente, en buena parte debido a su situación geográfica demasiado escorada y al sur y al buen trabajo realizado por la ciudad condal, siempre ha quedado relegada a una posición secundaria como pariente pobre de Barcelona en la psique americana. Y es que la combinación Euro y Vegas es infalible. El prefijo euro contiene en buena parte todo lo positivo que sigue haciendo Europa atractiva para los norteamericanos como es el saber vivir, comer, las tradiciones, los monumentos, los mercados, la vida ciudadana y ese tipo de cosas. Incluso aunque mucha gente joven emplea peyorativamente la palabra eurotrash para etiquetar la música disco europea como de excesivamente insulsa y mecanizada, el calificativo no está exento de admiración.
Y Las Vegas, que decir de lugar tan absurdo. Junto a Hawaii y Disneyworld completa la triada de lugares a los que todo buen americano debe ir al menos una vez en la vida. En la mente americana, Las Vegas es un rito de paso, un mito que otorga licencia al viajante para mostrarse chabacano, vulgar, vicioso y pecar en compañía de un grupo de antiguos amigos de la facultad o durante una despedida de soltero sin asomo de sentimiento de culpa. No importa que en realidad Las Vegas sea sobre todo un inmenso centro de congresos donde las compañías y las organizaciones celebran todo tipo de eventos y presentaciones (la comparación que se hace a menudo de Las Vegas o Eurovegas con un inmenso puticlub no puede ir mas desencaminada). No se me ocurre monumento, evento o story capaz de crear brand awareness de una ciudad como Madrid o la propia España que pueda superar a Eurovegas. Quizás Eurodisney pudo haberlo superado. Hay que ser realista, al americano medio más que los viejos museos o desgastados monumentos, de los que se cansa a los dos o tres días, sobre todo le fascina como se manifiesta la cultura popular en otras latitudes y pocas cosas son comparables a un remedo de Las Vegas en la planicie manchega. Si, quizás a todos nos gustaría que la región de Madrid fuera conocida por las mismas cosas que la Provenza o la Toscana, pero creedme en la dichosa era de la economía de la atención, en la que ésta se ha convertido en el bien más escaso para empresas, países, ciudades y personas, albergar un remedo europeo de Las Vegas es una jugada ganadora.
sábado, 8 de septiembre de 2012
Las nuevas zapatillas de Lebron James
Aunque suele ponerse a Francia e Italia como los países iconos de la moda, sabemos que no es cierto. No es sino mera hipocresía (o nostalgia) de una élite que sabe que ha perdido el gusto por el gusto. En un mundo que los grandes gurús del periodismo estadounidense como Thomas Friedman o Fared Zakaria se empeñan en denominar de postnorteamericano por la fuerza de las estadísticas más que de la realidad, no deja de sorprenderme que el aspecto de las personas de todas las edades por todo el mundo sea, sin excepción, el de los vilipendiados teenagers de la generación millennial estadounidense. ¿Acaso dictar al resto del mundo como se vista y calza no es una prueba de poder aunque pueda catalogarse de poder suave?
Capítulo aparte en el mundo de la moda merecen las zapatillas deportivas que han desbancado claramente de un tiempo a esta parte como objeto de deseo a los grandes zapateros italianos o a los Blahnik de turno. La informalidad, la juventud y la espontaneidad unidas a la fama, el dinero o la belleza son una combinación insuperable. La culpa de todo ello no tiene nombres y apellidos como siempre gusta buscar pero si una forma de pensar que, con raíces en Norteamérica, desde los primeros tiempos ha gustado de diferenciar a las personas no tanto por sus orígenes sociales sino por sus actos. En un mundo postcool lógicamente tiene sentido que lo cool sea vestir como todo el mundo unas zapatillas Nike o Asics de colores llamativos e imposibles que, al menos aparentemente, nos recuerdan que todos somos personas a los que únicamente diferencian nuestros méritos.
Es la utopía norteamericana que da una vuelta más de rosca con el muy cacareado lanzamiento por Nike de las zapatillas de deporte más caras de la historia. Las nuevas Lebron James que salen al mercado al nada módico precio de 315 dólares. ¿A qué público van destinadas estas nuevas zapatillas? ¿Acaso ha surgido una nueva casta socioeconómica que trata de imponer como estándar de distinción social el calzado de baloncesto? Es verdad que el fenómeno no es del todo nuevo. Llevamos dos o tres décadas en que los raperos llevan creando modas de vestir basadas en el mundo del deporte que han triunfado entre sus numerosos émulos y multitud de adolescentes con problemas de identidad. Pero hay quien dice que este modelo y este precio supone un salto cualitativo y cuantitativo en un periodo de aguda crisis económica.
Mientras tanto, no me cabe duda de que el multimillonario Bill Gates, el actor-director Ben Affleck o el escritor Jonathan Franzen seguirán calzando zapatillas convencionales de 60 pavos, dejando claro lo que hace diferente a las personas y a Norteamérica del resto del mundo.
No se si el nuevo modelo triunfará, pero de momento ha cambiado algunas reglas del marketing norteamericano como los lanzamientos y las colas a medianoche por los problemas de seguridad que pueden generar su alto precio. Sin embargo, parafraseando un dicho español, estoy seguro de que en este país podrá decirse aquello de dime que zapatillas de deporte llevas y te diré quien no eres.
Capítulo aparte en el mundo de la moda merecen las zapatillas deportivas que han desbancado claramente de un tiempo a esta parte como objeto de deseo a los grandes zapateros italianos o a los Blahnik de turno. La informalidad, la juventud y la espontaneidad unidas a la fama, el dinero o la belleza son una combinación insuperable. La culpa de todo ello no tiene nombres y apellidos como siempre gusta buscar pero si una forma de pensar que, con raíces en Norteamérica, desde los primeros tiempos ha gustado de diferenciar a las personas no tanto por sus orígenes sociales sino por sus actos. En un mundo postcool lógicamente tiene sentido que lo cool sea vestir como todo el mundo unas zapatillas Nike o Asics de colores llamativos e imposibles que, al menos aparentemente, nos recuerdan que todos somos personas a los que únicamente diferencian nuestros méritos.
Es la utopía norteamericana que da una vuelta más de rosca con el muy cacareado lanzamiento por Nike de las zapatillas de deporte más caras de la historia. Las nuevas Lebron James que salen al mercado al nada módico precio de 315 dólares. ¿A qué público van destinadas estas nuevas zapatillas? ¿Acaso ha surgido una nueva casta socioeconómica que trata de imponer como estándar de distinción social el calzado de baloncesto? Es verdad que el fenómeno no es del todo nuevo. Llevamos dos o tres décadas en que los raperos llevan creando modas de vestir basadas en el mundo del deporte que han triunfado entre sus numerosos émulos y multitud de adolescentes con problemas de identidad. Pero hay quien dice que este modelo y este precio supone un salto cualitativo y cuantitativo en un periodo de aguda crisis económica.
Mientras tanto, no me cabe duda de que el multimillonario Bill Gates, el actor-director Ben Affleck o el escritor Jonathan Franzen seguirán calzando zapatillas convencionales de 60 pavos, dejando claro lo que hace diferente a las personas y a Norteamérica del resto del mundo.
No se si el nuevo modelo triunfará, pero de momento ha cambiado algunas reglas del marketing norteamericano como los lanzamientos y las colas a medianoche por los problemas de seguridad que pueden generar su alto precio. Sin embargo, parafraseando un dicho español, estoy seguro de que en este país podrá decirse aquello de dime que zapatillas de deporte llevas y te diré quien no eres.
domingo, 2 de septiembre de 2012
¿Qué es lo atractivo de los Estados Unidos?
Haciendo zapping, me tope el otro día con un programa titulado Castellano-leoneses en el mundo, emitido, como no podía ser de otra forma, por Castilla y León Televisión. Ante tan seductora propuesta (el programa es una copia pura y dura, y no pretende disimularlo, de Españoles en el mundo de TVE pero con el valor añadido – que alguien tendrá que explicar algún día – de que los protagonistas sean de Palencia o Salamanca y no de Reus o Getafe), no pude sino permanecer colgado ya que aparecía una mujer de León que contaba acerca de su vida en el estado de Kentucky, donde había vivido nueve anos.
La verdad es que, a tenor de lo visto en pantalla tras la correspondiente selección de la reportera y el productor del programa, no parecía que vivir en el Kentucky rural fuera jauja. El documental, quizás con alguna que otra década de retraso, insistía en todos los tópicos ya conocidos incluyendo la comida de acción de gracias (que se presentaba en su versión mas pesada y grasienta), la vida en el coche ejemplarizada en ver como se podían depositar cheques sin bajarse uno del vehículo, el paisaje semiurbano de los car dealers y una pequeña incursión en el black Friday que es el día de rebajas que sigue al de Acción de Gracias y en el que los bargain hunters (cazadores de gangas) forman colas a la puerta de los centros comerciales que abren durante toda la noche.
Viendo el reportaje, que hacía sentir cierta pena por la protagonista forzada en su vida diaria a consumir comida de poca calidad y a vivir en un lugar exento de distracciones, la verdad es que no parecía que hubiera demasiadas razones para vivir en los Estados Unidos más allá del tamaño de las casas o las sentimentales derivadas del azar que son las que siempre suelen argüirse. Sin embargo era muy obvio que esta mujer no quería regresar a León ni a tiros aunque decía echar mucho de menos a su familia y la cultura del tapeo. Y no era solo porque tuviera un trabajo aparentemente bueno en un college privado.
Lamentablemente en este tipo de reportajes se nos suelen hurtar esas razones, los intangibles del día a día que en muchos casos tienen su reverso negativo en la vida española. En el siglo XXI Estados Unidos sigue siendo el país del mundo donde más gente quiere vivir y no son solo ciudadanos provenientes de países en vías de desarrollo. ¿Por qué? Algún día me gustaría que se contara en este tipo de reportajes en los que lo más importante siempre parece omitirse.
La verdad es que, a tenor de lo visto en pantalla tras la correspondiente selección de la reportera y el productor del programa, no parecía que vivir en el Kentucky rural fuera jauja. El documental, quizás con alguna que otra década de retraso, insistía en todos los tópicos ya conocidos incluyendo la comida de acción de gracias (que se presentaba en su versión mas pesada y grasienta), la vida en el coche ejemplarizada en ver como se podían depositar cheques sin bajarse uno del vehículo, el paisaje semiurbano de los car dealers y una pequeña incursión en el black Friday que es el día de rebajas que sigue al de Acción de Gracias y en el que los bargain hunters (cazadores de gangas) forman colas a la puerta de los centros comerciales que abren durante toda la noche.
Viendo el reportaje, que hacía sentir cierta pena por la protagonista forzada en su vida diaria a consumir comida de poca calidad y a vivir en un lugar exento de distracciones, la verdad es que no parecía que hubiera demasiadas razones para vivir en los Estados Unidos más allá del tamaño de las casas o las sentimentales derivadas del azar que son las que siempre suelen argüirse. Sin embargo era muy obvio que esta mujer no quería regresar a León ni a tiros aunque decía echar mucho de menos a su familia y la cultura del tapeo. Y no era solo porque tuviera un trabajo aparentemente bueno en un college privado.
Lamentablemente en este tipo de reportajes se nos suelen hurtar esas razones, los intangibles del día a día que en muchos casos tienen su reverso negativo en la vida española. En el siglo XXI Estados Unidos sigue siendo el país del mundo donde más gente quiere vivir y no son solo ciudadanos provenientes de países en vías de desarrollo. ¿Por qué? Algún día me gustaría que se contara en este tipo de reportajes en los que lo más importante siempre parece omitirse.