Páginas

sábado, 30 de noviembre de 2013

Más matemáticas, por favor


Tiene razón el Ministerio de Educación en que las matemáticas sean obligatorias en el Bachillerato de Ciencias Sociales. Es una buena rectificación, aunque tardía, de un terrible error cometido en el pasado. En realidad, la decisión se queda corta.
Las matemáticas deberían ser estudiadas hasta el ultimo año de la educación obligatoria ya que pocas profesiones con un mínimo de cualificación se ven exentas de saber hacer una ecuación, una derivada o un logaritmo. ¿En qué departamento de que organización no se lleva algún tipo de contabilidad o se necesita saber procesar una serie de datos con el fin de tomar mejores decisiones? Y poniéndonos extremos, en un país tan puñetero como el nuestro incluso te permiten emigrar en mejores condiciones.
Qué le vamos a hacer, nos ha tocado vivir la época del auge de las capacidades técnicas o lo que los anglosajones llaman hard skills, una expresión en boca de todos y que viene a ser sinónimo de una serie de conocimientos que, como las matemáticas o la computación, pueden enseñarse, definirse y medirse en oposición de las soft skills, como en general son las humanidades o la habilidad para llevarse bien con los demás, que son menos tangibles y más difíciles de medir.
Pero las matemáticas no son solo un recurso técnico sino una herramienta imprescindible para el desarrollo del pensamiento lógico. De hecho, suele haber una correlación positiva entre la destreza con los números y el dominio de las lenguas o de las notas musicales tal y como afirma Charles Murray en su libro A real education.
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que se pensaba que las matemáticas eran un saber especializado, no del todo humanístico, cuyo dominio detraía a la gente de cultivar las humanidades, pero la gente cada vez sabe menos y encima tampoco saben hacer la o con un canuto en materia matemática como demuestran con denuedo los estudios PISA para adolescentes y adultos.
En muchos países, ser buen matemático tiene casi un marchamo patriótico y es sinónimo de inteligencia. Con razón o sin ella, las matemáticas se perciben como enemigas de la memoria, de lo trillado, de lo que puede responderse con una búsqueda de datos en Google, porque lo que puede encontrarse en un buscador en unos pocos segundos, no merece la pena ser aprendido y nadie le va a pagar a uno por saberlo.
No tener muchos matemáticos ha pasado a ser considerado un síntoma de decadencia nacional. De hecho, las denominadas potencias emergentes, como la India o China, no solo tienen una gran población sino un alto número de estudiantes en ciencias exactas.
El poder que confieren las matemáticas lleva incluso a situaciones de discriminación. No en vano, por ejemplo, últimamente abundan en la prensa norteamericana los artículos acerca de la discriminación que sufren los estudiantes asiáticos, equiparada con la que sufrían los judíos en los años 20, para ingresar en las universidades de prestigio entre otras cosas debido a su superioridad manifiesta en el campo de las matemáticas donde arrasan en los exámenes estandarizados de ingreso a la universidad.
La identificación entre habilidad matemática, creatividad e inteligencia es tan completa estos días que existen análisis que demuestran que las posibilidades de publicar en una revista científica, aunque sea de ciencias sociales, es aproximadamente el doble si se incluye cualquier fórmula matemática en el abstract aunque resulte superflua. No es nada raro que esto suceda, tememos y respetamos a partes iguales aquello que no entendemos.
Se avecinan tiempos difíciles para muchos que creen, como todavía sucede a menudo en España, que pueden destacar simplemente a base de clase, intuición y talento natural.

martes, 26 de noviembre de 2013

Puritanismo europeo vs. puritanismo norteamericano


No es descabellado pensar que hay una importante dósis de exhibicionismo en la firma del manifiesto No toques a mi puta (también denominado Manifiesto de los cabrones) por parte de 343 personajes de la cultura y los medios en Francia como respuesta al proyecto de ley del presidente Hollande de multar a las personas que paguen por servicios sexuales.
No es una novedad que a la intelectualidad gala, y a la sociedad francesa en general, le gusta cultivar el libertinismo y la laxitud sexual como seña de identidad, siempre de reojo tratando de liderar el contrapeso europeo a lo que se entiende como preeminencia planetaria de un puritanismo norteamericano que ha terminado imponiéndose en el viejo continente en cuestiones de salud pública. Tampoco resulta excesivamente retorcido pensar que no pocos firmantes del manifiesto consiguen gracias a la repentina notoriedad mediática lograda que la gente se acuerde de su último disco, libro o película.
Sin embargo, dando por descontado lo obvia e ignominiosa que resulta la explotación que sufren las personas que se tienen que prostituir, Beigbeder, uno de los firmantes estrella del manifiesto, tiene su parte de razón cuando denuncia que proponer una ley "para penalizar a los clientes de las prostitutas supone denunciar a personas que se encuentran, nos guste o no, en situación de desamparo y de aislamiento. De lo que nunca se habla es de la miseria sexual".
Un escritor también francés y acaso más libertino que Beigbeder, Michel Houellebecq, reflexionaba en su novela Ampliación del campo de batalla (1994) acerca de un mundo occidental que proclamaba a los cuatro vientos la igualdad de las personas como derecho fundamental, pero que al mismo tiempo elevaba el placer sexual a los altares. Un mundo así, dice Houellebecq, no es un mundo en el que la gente se siente más unida sino que es un mundo en el que la diferencia entre los que tienen y los que no, se magnifica hasta límites insospechados. En ese sentido, las religiones, con su fórmula de café para todos a través de relaciones monógamas, románticas y para toda la vida, habrían ejercido en el pasado un saludable efecto regulatorio igualador en un mercado en el que la competencia es brutal y que se muestra inmisericorde con los más débiles. Su declive habría dejado a éstos más a la intemperie que nunca.
No cabe duda de que la socialdemocracia ha tenido un éxito relativo en lo que se refiere a la distribución de la renta, que es el terreno que en muchos aspectos todavía la definen muchos de nuestros políticos.
Pero en otros aspectos, al haber abrazado como suyos los principios de la contracultura, de la primacía del yo, de la consecución del placer sensorial y material como objetivo modesto pero alcanzable en ausencia de metafísicas imposibles, el progresismo no sólo contribuyó a rejuvenecer y legitimar el capitalismo actual de emociones-sensaciones sino a fomentar otro tipo de desigualdades (como la sexual) que los humanos contemporáneos, en un ambiente sofocante de promesas hedonistas, perciben como tan importantes o más que las económicas.
Y en ese tema, la doctrina progresista (y no sólo progresista ya que el ayuntamiento de Madrid está en ello) sí se lava las manos sobre todo cuando adopta poses puritanas como Hollande.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El nuevo proletariado pobre


La progresiva depauperización de los pobres, valga la redundancia, en el mundo industrializado hace que corran buenos tiempos para la clase media. Al menos en términos relativos, que es como funciona la mentalidad diferenciadora del consumo en el capitalismo. Sin ánimo de banalizar un tema como éste, si como decía el personaje de Woody Allen en Annie Hall la vida está dividida entre lo horrible y lo miserable, entonces, en términos socioeconómicos, bien vale la pena pertenecer a los segundos aunque cada vez nos vaya peor.
Si algo tiene de bueno el guirigay de la emigración es que nos sirve para saber mejor de dónde venimos y adónde vamos. Una de las conclusiones más tristes es que da la sensación de que existe una creciente masa de personas en las sociedades desarrolladas que podrían considerarse un nuevo proletariado pobre, es decir, personas que trabajando cuarenta horas o más a la semana no consiguen salir adelante más que gracias a los subsidios estatales en forma de sanidad y educación gratuita (en Europa) pero que apenas tienen renta disponible para nada más, ni tan siquiera para pagarse imprevistos como un empaste en el dentista. En Estados Unidos se cuantifica que sólo la masa de personas que trabaja en el sector de la comida rápida delante del mostrador recibe alrededor de 7.000 millones de dólares de subsidios gubernamentales para sobrevivir. En España se sigue identificando la pobreza severa con el desempleo, pero se analizan poco en el fondo las condiciones de vida de esta enorme masa de hogares nimileuristas que viven permanentemente gracias a las transferencias familiares incluso en épocas que no son de crisis agudas como en la que estamos.
En Europa, con un Estado del bienestar más basado en ayudas indirectas que en Estados Unidos, sería más difícil de cuantificar cuánto dinero reciben aquellas personas empleadas con salarios bajos, ya no me refiero a los desempleados, pero las cantidades destinadas a combatir la pobreza entre personas con puestos de trabajo probablemente sean incluso más importantes ya que los salarios de mil euros y alrededores, en términos de paridad de poder adquisitivo, no son desgraciadamente patrimonio único español.
Si algo pone de manifiesto leer testimonios, viajar o escuchar las vivencias de otros es que en el mundo desarrollado existe un importante segmento de la población que, a pesar de trabajar, vive con lo puesto, en viviendas minúsculas o compartidas y muy pendiente de las ofertas de los supermercados de descuento. No son sólo inmigrantes sino en muchos casos las víctimas del fracaso escolar que trabajan en el sector servicios (en España desgraciadamente bastantes universitarios) y a las cuales se las da por perdidas. Da igual que vivan en Oslo y ganen 25 dólares a la hora trabajando en un Starbucks o 10 dólares como sucede en muchos lugares de Estados Unidos. El coste de la vida es implacable y se agarra como una lapa a las rentas bajas para limitar su ya limitadísimo poder de compra.
Son los pobres.com, bien vestidos y alimentados como corresponde a una sociedad donde la apariencia es la sustancia y los grandes iconos son compañías como Zara, Ikea o Apple que han sido capaces de edificar mitos en torno a la forma.
Existen en todos los países. Por debajo, uno sólo encuentra los desempleados o, peor, a los irrelevantes, aquellos a los que ni siquiera se contabiliza por carecer de documentación en regla para, siempre potencialmente, trabajar. Como hemos podido comprobar, una de las observaciones que más abundan entre una mayoría de los españoles es la de no te molestes en venir sin contrato de trabajo, lo que en Román paladino significa que el puesto de trabajo está prácticamente vedado para los inmigrantes más necesitados del tercer mundo que en países opulentos como Estados Unidos, Australia o Suiza no tienen casi ni siquiera la posibilidad de ser proletariado pobre.
En España, una mayoría de jóvenes también se libra de pertenecer a este grupo ya que pocos privilegiados entre ellos disfrutan del derecho a trabajar para meramente sobrevivir.
Y es que, como sucedía hace 50 años cuando nuestros antecesores se trasladaban del campo a la ciudad, formar parte del nuevo proletariado pobre se ha convertido casi en un anhelo para muchos.
El mayor problema futuro que se le plantea a una población cada vez más numerosa que trabaja y además necesita de los subsidios para vivir es que cada vez más miembros de la llamada clase media manifiesta en voz alta su hartazgo de tener que pagar cada vez más impuestos por servicios públicos cada vez de peor calidad.
El consenso posterior a la segunda guerra mundial que dio lugar al Estado del bienestar se resquebraja lentamente y nadie parece ser capaz de articular una alternativa en la que todos se sientan cómodos.

viernes, 15 de noviembre de 2013

¿Pueden importarse los rankings de universidades a la americana?


Vaya por delante que pienso que todos hemos enloquecido un poco pensando que los rankings pueden medirlo todo, que la apariencia de objetividad es siempre posible y deseable. Dicho esto, España necesita urgentemente un ranking de universidades. No tenerlo es sintomático de que en realidad no sabemos lo que hace falta para construir una buena (y nueva) universidad.
Los pocos intentos que ha habido hasta la fecha no han funcionado. El más riguroso es quizás el reciente de la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE) que mide los resultados y la producción científica de las universidades públicas españolas. Un empeño voluntarioso pero nada realista al pensar que nada menos que 48 universidades pueden ser consideradas en España como de investigación cuando en todo Estados Unidos la Carnegie Foundation incluye 208 universidades de investigación o con alto componente investigador.
Entre las publicaciones o diarios destaca el del diario El Mundo pero maneja pocos datos. Sólo tiene en cuenta titulaciones o carreras y las explicaciones de los programas parecen más de folleto comercial que otra cosa cuando por ejemplo señala que en el programa de comunicación audiovisual de la Universidad Camilo José Cela "los estudiantes realizan prácticas desde el primer día complementándose a la perfección con la teoría que se imparte en las aulas". Mucha credibilidad no transmite la verdad.
Con todos sus defectos, seguimos mirando fuera para que el espejito mágico nos diga lo guapos o lo feos que somos. Debido a ello, el ranking de la Universidad de Shangai, aunque ampliamente criticado, sigue siendo una vara de medir la irrelevancia o el éxito.
Estados Unidos ha sido el país que más ha impuesto la tendencia de los rankings de universidades que llevan realizándose muchos años. Cuando U.S. News publica todos los meses de septiembre su ranking de universidades es un acontecimiento. Más de mil ochocientas universidades americanas son evaluadas de acuerdo a una serie de criterios, también cuestionados, como son la reputación académica de la institución entre sus pares, los ratios de retención de nuevos estudiantes y graduados, los recursos disponibles, la selección de estudiantes, los ratios de alumnos que acaban graduándose y el porcentaje de alumnos que están dispuesto a donar dinero a su alma mater. Esto último suena extraño, ¿verdad?
El U.S. news report no es tan omnipresente como el ejemplar de la biblia que uno se encuentra en los cajones de la mesilla de todos los hoteles en Estados Unidos, pero se le acerca. Futuros estudiantes y administradores universitarios lo tienen muy en cuenta a la hora de elegir centro o de la toma de decisiones estratégicas.
Es un ranking en el que todo el mundo de alguna manera gana, encuentra un nicho de mercado. Una puede estar incluida entre las mejores 20 universidades estatales del medio oeste por relación calidad precio o entre los 50 mejores liberal art colleges del sur del país. Siempre hay algo a lo que agarrarse. Pero no nos engañemos, los ganadores son los de siempre, principalmente las universidades privadas de la llamada Ivy League junto a Stanford, Berkeley y similares.
Se discute por ejemplo que este ranking no tiene en cuenta el dinero que cuestan o el retorno de la inversion a la hora de encontrar un trabajo de los graduados de una determinada universidad, datos que en Estados Unidos se encuentran accesibles a través de webs como payscale.com. Si así fuera Pennsylvania State University o la Universidad de Colorado, ambas públicas, quedarían muy bien situadas por encima de algunas vacas sagradas. Evidentemente, como bien dice Malcolm Gladwell, que se ha propuesto derribar el mito de las universidades de élite, alguien hizo los rankings para ganarlos y el de U.S. News no es la excepción ya que está repleta de opciones ideológicas que favorecen a aquellos a quienes poco importa si la matrícula son 50.000 o 70.000 dólares al año.
Sin embargos, no tener rankings es todavía peor. En España las universidades no parecen tener datos, y si los tienen se los guardan celosamente, acerca de los salarios que ganan sus graduados, cuantos están en el paro o de cual es el retorno de la inversión para el que decide estudiar en una universidad privada, probablemente bastante bajo en comparación con la pública (a no ser que se trate de determinadas escuelas de negocios).
A nadie le interesa. A los gobiernos para que no se constate una vez más el fracaso de unas políticas que nadie quiere cambiar desde la raíz por su coste político, a los rectores y otros administradores nombrados a dedo por simpatías políticas para que no se les pueda pedir responsabilidades por pretender recibir cantidades ingentes de dinero público para tener las universidades llenas y continuar enviando titulados a las listas del paro o a la emigración.
Un raking, aun con criterios deficientes y manipulables, desvelaría más a las claras a qué juega cada uno.

domingo, 3 de noviembre de 2013

Los troles antiemigrantes


Cada vez que El País se propone continuar informando a los españoles acerca de las posibilidades que ofrece la emigración en distintos países, noto la aparición de más voces discordantes que niegan la mayor, es decir, que emigrar sea inteligente o conveniente.
Lo he notado en particular leyendo los comentarios al final de la noticia que contiene testimonios de españoles que han emigrado a Estados Unidos. Que si no se ofrece la cara B de la emigración, que debe haber multitud de españoles desgraciados por todas partes que no han sido capaces de lograr su parte alícuota del sueño americano (como si en España no los hubiera a mansalva), que si no se encuentra queso o jamón (un problema importantísimo que a uno no le dejar vivir, lo reconozco, aunque más difícil es encontrar bacalao salado), que si no se puede salir a la calle sin que te vuelen la tapa de los sesos, que si te dejan que te desangres en medio de la calle, que si no tienes vacaciones y te acuestas con el ordenador, que si tu cerebro se queda apelmazado por el dólar.
Uno tiene la sensación de que a muchos compatriotas les agradaría más leer historias de perdedores, de fracasados, de náufragos sentimentales y afectivos. No les entra en la cabeza que se pueda ser bastante feliz sin comer calamares fritos o sin la posibilidad de pringar el pan en la salsa de las patatas bravas.
A veces uno siente que a muchos conciudadanos les gusta más leer historias como la de losjóvenes españoles que fueron engañados en Alemania o la visión derrotista de Benjamín Serra en su célebre tuit. Uno siente que les gustaría leer que un emigrante español se desangraba en la calle y nadie le ha atendido, que ha sufrido algún incidente xenófobo, que ha sido robado a punta de pistola o que vive en la pobreza entre cartones en Nueva York y situaciones similares.
No son una mayoría de españoles ni mucho menos quienes piensan así y se regocijan diciendo aquello de ya volverá, pero tampoco son tan pocos.
Les conocemos.
En España, país de nuevos rico-pobres, la emigración tiene algo de estigma, de haber fracasado en un entorno en el que sobreviven los más fuertes, los de siempre. La emigración, incluso cuando es exitosa, se percibe como un premio de consolación como si el apego al terruño fuera siempre la primera opción, lo deseable en cualquier caso. Se ignora que en cualquier grupo humano siempre hay por naturaleza un porcentaje de personas proclives a moverse del sitio y no siempre por necesidad, que son más felices no viviendo en su lugar de origen. Es obvio que no todas las experiencias de personas que han emigrado y que leemos en El País se justifican por un mero móvil económico sino que en muchos casos hay algo más.
A los nuevos troles antiemigración habría que decirles que algún día quizás ellos o sus hijos se beneficien de las ideas y las formas de trabajar que muchos de esos emigrantes han experimentado en otros lugares.
Me gustaría que una segunda revolución, comparable a la que tuvimos hace cincuenta años gracias a la turismo en las costumbres, sucediera gracias a las redes y proyectos surgidos de la emigración en lugares donde el mérito es valorado, donde la racionalidad y la legalidad imperan, y la palabra clientelismo es un término foráneo sin traducción posible en determinados idiomas de raíz no latina.