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lunes, 31 de marzo de 2014

Elogio de la generación milenio


A los miembros de la llamada generación de los millenials o milenio, aquellos que se encuentran entre los 18 y los 29 años, les dan por todos los sitios.
Los profesores les tachan de indolentes, creídos y presuntuosos. Los empresarios de vagos, perezosos y exigentes a los que es imposible motivar para que hagan algo a derechas. Sus padres no dejan de criticarles delante de sus amigos. Los más famosos documentales televisivos en prime time les vapulean por su escasa ética del trabajo. Incluso, en las series de television son casi demoníacamente tratados por los guionistas, véase si no el despreciable personaje de Miriam, la nieta de Ruben Bertomeu en la serie Crematorio.
Curiosamente, en un país como España en el que los cambios históricos y sociales han sido tan pronunciados el concepto de generación ha tenido poco éxito a diferencia, por ejemplo, de Estados Unidos en el que está permanentemente en el candelero atribuir a cada generación una serie de características. Existen no pocas agencias de publicidad, marketing y relaciones públicas centradas en un determinado segmento de edad y no otro.
Sin embargo, un reciente análisis de Pew Research Center, revela algo que algunos no sospechábamos y es que la generación milenio no está tan mal, sobre todo si la comparamos con las generaciones precedentes, los X y los baby-boomers.
Confiados, conectados y abiertos al cambio, así los denomina el estudio y parto de la base, por lo que he podido intuir cuando viajo a España, de que los jóvenes españoles no son demasiado diferentes de los estadounidenses incluso a pesar de la diferencia de expectativas que crea el mercado laboral.
Les gusta tener presencia en la red, hacer cosas con los amigos y se sienten relativamente satisfechos de su situación económica aunque aspiran a más, son menos escépticos que sus padres respecto al papel que el Gobierno debe desempeñar (lo cual es una novedad y equipara más al joven de EEUU al europeo) y, aunque menos religiosos que sus padres, respetan y sienten algún tipo de cercanía a algo que pueda denominarse espiritualidad.
Respetan a sus padres más de lo que sus padres respetaban a sus abuelos y son más partidarios de cuidar de ellos en la vejez que los baby-boomers que fueron los que se inventaron las residencias de ancianos para poder seguir trabajando y ganando pasta.
Políticamente apoyaron a Obama pero poco después se dieron cuenta de que las cosas, en el fondo, no cambiaron tanto en Washington. Su generación engloba el porcentaje más alto de aquellos que se dicen independientes, lo cual significa que no tienen el voto decidido de antemano, con un 50 % del total.
No está mal, sobre todo si los comparamos con ese grupo de solitarios, amargados, pesimistas, egoístas y desconfiados que configuran la Generación X, a la que yo pertenezco.
Tampoco está nada mal si nos referimos a los baby-boomers, aquellos nacidos alrededor de los 50 y que piensan que ellos solitos hicieron la revolución (no en España donde la mayoría estaban arando la tierra o currando 12 horas al día en fábricas), hoy convertidos en una legión de hedonistas y materialistas que mueven los hilos del mundo. Aquellos que se enorgullecen de no cambiar nunca el sentido de sus opiniones y sus votos y de sus ideales vagamente revolucionarios aunque sus vidas indiquen que eligieron el camino contrario.
Decididamente, los jóvenes de hoy día son mucho mejores de lo que se dice por ahí a pesar de la mierda que les ha tocado tragar.

martes, 18 de marzo de 2014

Conversaciones sobre la nada en Twitter


"Todo gira alrededor de crear conversaciones, y los medios sociales permiten estas conversaciones al mismo tiempo que los eventos ocurren", remacha.
Todo esto viene a colación de que el selfie (que palabra más estúpida dicho sea de paso)más retuiteado de la historia fue la que realizó la presentadora Ellen DeGeneres junto a otras estrellas como Meryl Streep, Kevin Spacey, Julia Roberts, Brad Pitt y Angelica Jolie durante la gala de los Oscar con casi 3 millones de tuits.
El éxito de la última ceremonia de los Oscar demuestra que los seudoeventos, siguen gozando de excelente salud desde que inventara el concepto Edward Bernays, el padre de las relaciones públicas, en los años 30.
No hay que olvidar que los Oscar no son sino un acto de relaciones públicas en el que los profesionales del cine de Hollywood se homenajean a sí mismos, algo que en cualquier otra empresa o sector industrial únicamente ocuparía una página de una newsletter o una Intranet.
En la última edición de los Oscars el seudoevento se comió al evento en sí, la importancia del tuit de la foto de las estrellas enviada desde el Samsung Galaxy por la pizpireta Ellen DeGeneres eclipsó claramente los siete Oscars de Gravity y generó mucho más interés y conversaciones. Basta con hacer una búsqueda en Twitter o en Facebook.
En realidad, partimos de la base de que el concepto de conversación se ha devaluado mucho. Si entendemos por conversación la primera acepción del diccionario de la Real Academia que la define como "la acción y efecto de hablar familiarmente una o varias personas con otra u otras", lo que se dice conversaciones en las redes sociales hay pocas.
Las redes sociales son el reino de la cursilería, los jaleos, los exabruptos, el trazo grueso, la gente no escribe pensamientos sino meras palabras, bullet points, dedica epítetos como reacción generalmente a la difusión de imágenes de las vidas privadas de los individuos o de las estrellas. "Fantastic", "beautiful", "terrific", "felicidades", "maravilloso" y otras expresiones parecidas son el eje de las conversaciones que nutren Facebook, Instagram y Twitter.
Lo importante es enaltecer al otro en espera de una actitud de reciprocidad, no herir sentimientos, ser positivo, atreverse a mostrar lo que en un encuentro cara a cara resultaría cursi o excesivamente ternurista a través de un like que, por otro lado, no conlleva ningún tipo de compromiso.
En Twitter, donde siempre hay que estar simplificando lo que queremos decir porque no queda espacio, domina el brochazo, el trazo grueso, conversaciones sobre la nada en las que el único beneficiario de las mismas a la postre es siempre el mismo: el Samsung Galaxy,auténtico vencedor de la gala de los Oscar, en una bella demostración de product placement

martes, 11 de marzo de 2014

El pádel como metáfora de la decadencia española


Sé que suena de derechas, y que incluso a algunos les puede sugerir una vuelta a las sotanas y al autoflagelamiento, decir que la depresión española se ha debido también a una crisis de valores, a una carencia de ideales generalizada que no iba mucho más allá de meterse una buena comilona entre pecho y espalda a ser posible en un restaurante que al menos tuviera una estrellita Michelín, echar un buen polvo en un hotel con encanto y pagar una hipoteca de un adosado a poder ser en 30 o 35 años.
No deja de ser curioso que la lujuria y la gula (palabras, por cierto, prácticamente proscritas en la actualidad) ahora se hayan transformado en sana gastronomía de masas (a la que se dedica una atención desmesurada) e innumerables blogs y programas eróticos nocturnos.
Lo cierto es que los dos mejores libros que se han escrito sobre la crisis han sido En la orillade Rafael Chirbes y Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina, ambos escritores identificados con la izquierda y que en buena medida propugnan que aquí no ha habido sólo una crisis económica sino una crisis de valores como un caballo que nadie ha querido ver a pesar del goteo diario de hechos y noticias que nos rodeaban. No en vano, los personajes de Chirbes son empresarios de medio pelo que se hartan de comer arroz a banda e ir a los burdeles locales mientras trabajadores rumanos, marroquíes y latinoamericanos engordan su cuenta corriente.
Salvando las distancias, el triunfalista anuncio de la apertura de un club de pádel en Londres a cargo de un dinámico empresario toledano que anuncia la conquista de las islas por este deporte tan popular por nuestros lares y en otros países hermanos como Argentina tiene algo de déjà vu, retrotrae a un pasado reciente que no queda tan lejano como 2006, a esos tiempos en que Enrique Bañuelos gastaba cientos de miles de euros en organizar una paella para 20.000 personas en el neoyorquino Central Park pagando avión, hotel y salario a 50 paelleros y llevando más de 4.000 litros de agua valenciana desde aquí.
Según el despacho de agencia se trata del mayor club de padel del país aunque sólo cuente con cuatro trabajadores, circunstancia que se explica porque en Inglaterra nadie juega al padel.
No deja de ser sintomático que el padel haya logrado una alta popularidad en España durante la década larga de burbuja inmobiliaria. Y no ha sido sólo porque la pista de padel, el gimnasio y el servicio privado de seguridad se convirtieran en el nuevo símbolo de estatus de las clases medias.
Llama la atención el auge del padel, que no deja de ser un subproducto del tenis, en el país que ha disfrutado de la supremacía de este deporte durante los últimos 14 o 15 años. El éxito de la escuela española de tenis se basa en una sólida ética del trabajo, capacidad estratégica y dureza mental adquirida jugando tenis en tierra batida que han tratado de imitar sin éxito otras federaciones como la norteamericana.
Frente al tenis, basado en el derroche físico, la fortaleza mental y la precisión, el padel ofrece todo lo contrario. Mientras que para el tenis lleva meses adquirir la destreza mínima para su disfrute, el padel ofrece gratificación inmediata debido a que el golpeo de la pelota exige menor detreza, el jugador tiene que cubrir menor superficie ya que siempre se juega por parejas y ofrece dos oportunidades de golpear la pelota ya que el jugador puede dejarla pasar y que golpee en la pared, es decir, ofrece segundas oportunidades. En comparación con el tenis individual, el jugador de padel sufre menos presión, liberado de la responsabilidad de asumir los propios errores de uno que además se minimizan al no precisar el saque de demasiada técnica.
A decir verdad, la mayor barrera de entrada en el pádel son los materiales que son mucho más caros que los del tenis y el pago de la pista que también suele doblar el precio del alquiler de una pista de tenis. El filtro social es, por tanto, mayor.
Hoy día, resulta habitual ver chavales jugando al padel que nunca han pisado una pista de tenis ya que les resulta un deporte demasiado cansado y difícil y el padel ofrece diversión inmediata.
Parece ser que la práctica del tenis ha entrado en un declive agudo y se predice que ello puede afectar al relevo generacional de los tenistas profesionales.
El tenis, uno de los pocos deportes y disciplinas en los que España ha desarrollado un modelo propio, envidiado e imitado y en el que las escuelas españolas venden la marca España como las escuelas de cocina francesas han vendido Francia durante centurias, se ha venido abajo debido a la competencia del pádel en los últimos 15 años.
Todavía habrá quien piense que el auge del pádel y el declive del tenis como deporte base en España es una mera anécdota y que lo que está sucediendo es una mera crisis económica que pasará cuando Alemania y Francia empiecen a crecer.

lunes, 3 de marzo de 2014

El New York Times tenía razón aunque de rebote


Vayan por delante varias cosas. Creo que damos demasiada importancia a lo que dice la prensa extranjera sobre nuestro país. Para saber sobre España, lo mejor es siempre leer prensa española incluso a pesar de estar fuertemente ideologizada.
A lo largo de mi vida, he conocido a unos cuantos corresponsales extranjeros. Hay buenos profesionales y conocedores de España, por supuesto. Pero también hay bastantes recién llegados, que no se enteran o no se quieren enterar de lo que pasa, que llevan (o su editor lleva) la historia escrita de antemano. En muchos casos, sobre todo en artículos acerca de la sociedad y menos en lo que se refiere a economía por ejemplo, lo que se escribe sobre España dice más de los prejuicios y clichés de la sociedad en su conjunto o del corresponsal que de la realidad en sí.
En algunos casos, medios de mucho relumbrón mandan un corresponsal que tienen en Londres o Berlín a cubrir algo que pasa en España ya que no tienen aquí la infraestructura, contratan a un becario o a un stringer para que les gestione entrevistas, les diga quién es quién o les reserve la habitación del hotel o del restaurante.
El artículo acaba escribiéndolo y firmándolo un tío que apenas sabe de la realidad española.
Por ello se explica que un alto porcentaje de lo que se escribe sobre la sociedad española para el público norteamericano parte de referentes y estereotipos de sobra conocidos para aquellos que apenas saben sobre España. La idea suele ser arrojar una perspectiva si acaso algo diferente de cosas que ellos piensan que saben de sobra. Por ejemplo, una mujer torera, un japonés que canta flamenco o un nuevo método para cocinar la paella serán siempre historias con gancho. Cualquier hecho que no encaje con esa narrativa, carecerá de interés aunque socialmente tenga mucho más impacto.
Aunque también presumen de rigor, los periodistas americanos no tienen ningún pudor en auto proclamarse story-tellers (contadores de historias) y se dejan llevar a menudo por aquella frase que se atribuye a Mark Twain de: "no dejes que los hechos te estropeen una buena historia."
Hace pocos días, el New York Times volvía a la carga con un artículo que atribuía a la arraigada existencia de la siesta, y lo ilustraba con una foto de un señor sevillano de cincuenta y tantos dormido en el sofá y arropado con una manta a plena luz del día, la mala situación económica española.
El artículo no decía tanto que los españoles sean vagos y perezosos, como que se organizan mal, comen y ven demasiada tele y fútbol a deshoras.
El artículo es burdo y malo. Todos sabemos que las siestas ya no las duerme prácticamente nadie y es más una ruptura para el almuerzo que otra cosa. Las razones de la hecatombe económica sabemos que no han sido esas y se han debido a partes iguales a un elevado estado de corrupción institucional y avaricia y estulticia colectiva propulsado por el crédito barato. Nada tan extraordinario. También ha pasado en otros países aunque con menor intensidad.
Sin embargo, hay que admitir que en lo de los horarios laborales sobre todo, el New York Times tiene razón. En que no tiene sentido, salir de casa a las ocho de la mañana y regresar a las ocho de la tarde, en que la cultura del trabajo sigue siendo muy presencial, en que estos horarios son más injustos con los más débiles que no tienen dinero para comer un menú del día o tiempo para volver a sus casas en la periferia, que estos horarios son el mayor enemigo de la conciliación laboral y familiar.
Que la vida es una coñazo, vamos, si hay que pasarse doce horas fuera de casa por culpa del trabajo. Que no hay tiempo para aprender idiomas, para ir al gimnasio o al supermercado que siempre están a reventar, que no hay ganas de abrir un libro al final del día. Que es un modelo de vida embrutecedor.
Y en eso, que no es necesariamente la tesis del artículo del mitificado periódico norteamericano, el New York Times si tiene razón aunque sea de casualidad.