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lunes, 25 de enero de 2016

Algo que los americanos saben hacer mejor

La charlas TED, ahora en libro


Juan Cabrera

Se puede decir que en España tenemos un déficit grande de elocuencia. Uno oye a un aspirante a presidente de Gobierno en este país y tiende al bostezo. Lo mismo cabe decir de los empresarios cuando salen en televisión o tienen que dar una charla sobre los planes de futuro de su compañía o sobre la justicia en el mundo. Muchos líderes locales no despegan los ojos del papel en que sus asesores han plasmado unas ideas que muchas veces no van más allá de cuatro lugares comunes. Creo que a la élite local le falta poder de seducción, lo que probablemente esté detrás de algunos de los problemas que tiene el país.

En esto, como en otras muchas cosas, los anglosajones nos ganan por goleada. En Estados Unidos, sobre todo, el storytelling y la charla seductora se empieza a cultivar casi desde el parvulario, y eso se nota en los discursos de políticos y hombres de negocios, muchas veces deudores de una ficción asumida por todos. Y si no me creen, comparen los discursos de Rajoy con los de Obama. 

En vivo y en directivo he podido comprobar el poder de seducción que desplegaban políticos tan distintos como Arnold Schwarzenegger o Rudolph Giuliani ante auditorios poco cómplices que al final acababan volcados y riendo a mandíbula batiente con esos dos dirigentes con dotes de showman. Si nos vamos al mundo de los negocio, tampoco aguantamos la comparación. Y si no, enfrenten a Aliertas y Botines con personajes como Steve Jobs, Richard Branson o Steve Ballmer (el de “developers, developers, developers...”).

Una muestra de los poderes de esa elocuencia anglosajona se puede encontrar en la página web de TED, una organización sin ánimo de lucro creada en 1984 con la intención de difundir las mejores ideas de las mejores cabezas pensantes del planeta. En TED.com hay colgados monólogos –que nunca duran más de 18 minutos- de 1.800 personalidades destacadas del mundo de la tecnología, los negocios, la política, los derechos humanos, el periodismo, las artes, la ciencia o el diseño que han hablado prácticamente de todo, y de una manera rigurosa, pero también persuasiva, entretenida y asequible a cualquiera con un mínimo de curiosidad intelectual. Bill Gates, Edward Snowden, Stephen Hawking o Bill Clinton han pasado por TED.  

La novedad ahora es que, desde finales del año pasado, Ediciones Urano está publicando una colección de libritos donde varios de los speakers de TED desarrollan su charla, aunque sin perder la capacidad de síntesis, pues los títulos están pensados para ser leídos de una sentada. Así, casi de una sentada, me leí El arte de la quietud, del periodista de viajes estadounidense Pico Iyer, que nos habla de una de las grandes paradojas de la vida moderna: la necesidad de parar y prestar atención a nuestros sentidos en un mundo donde cada vez estamos más atareados, recibimos más información, viajamos más y también tenemos la sensación de trabajar más.



Pico Iyer nos explica por qué el viaje más fascinante puede ser el de no ir a ninguna parte, recuperando el famoso pensamiento de Pascal:"Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación". Además de Pascal, por las páginas del librito de Iyer pasan algunos de los que han encontrado la verdadera riqueza en el autoconocimiento que promete la quietud, como Marcel Proust, Emily Dickinson, Leonard Cohen o Phillipe Starck.   

En fin, que promete la colección de Urano con varias de las mejores charlas que se pueden encontrar en la estimulante página de web de TED. Hace poco apareció Las matemáticas del amor, donde la científica británica Hanna Fry intenta demostrar que dar con nuestra media naranja tiene que ver con los números. Recientemente también Urano ha publicado una librito de Marc Kushner donde nos propone un viaje por cien edificios de todo el mundo con el fin de que luego seamos capaces de exigir una arquitectura en nuestras ciudades que mejore nuestro bienestar y nuestra salud.


Y para los próximos meses están previstos títulos tan sugerentes como¿Por qué trabajamos? En busca de sentido, del psicólogo Barry Schwartz; ¿Cómo viviremos en Marte?, del divulgador tecnológico Stephen Petranek: El futuro de las grandes ideas. En busca del próximo Jefferson, Darwin o Marx, de David Rothkopf, editor de la revista Foreign Policy; o Desde tu intestino. La gran influencia de los diminutos microbios, de Rob Knight, profesor de la Universidad de la California. En fin, unas buenas pildoritas de divulgación, elocuencia y entretenimiento con el sello TED.


jueves, 21 de enero de 2016

Un mundo sin españoles

Hay una tipología de españoles a los que les gustaría un mundo sin españoles. La de los que quieren aprender inglés de verdad, del bueno. Ver películas americanas sin subtítulos, leer libros sin que cueste trabajo y tener que recurrir al diccionario constantemente, enterarse del 95 por ciento en una conversación telefónica.

Son los que estudiaron inglés cuando existía la EGB en clases de 35 alumnos con profesores de Moratalaz. Fueron seis o siete años a academias privadas. Pasaron algunos meses de agosto en Londres o el sur de Inglaterra. Nunca dominaron del todo la lengua de Shakespeare. Sigue siendo su asignatura pendiente.

Otros, con menos recursos económicos no pudieron ni eso. Los más valientes se fueron a hacer camas o servir mesas a las islas británicas. Aprendieron el inglés de los restaurantes, ese working English que hablan los inmigrantes luchando siempre por no pasar demasiado tiempo con otros españoles.

Ahora, muchos de esa generación tienen hijos y piensan que no quieren repetir errores pasados. Conozco unos cuantos. No quieren que sus hijos vayan a Irlanda y se acaben trayendo una novia de otro pueblo de la periferia de Madrid o de Barcelona. En teoría el mundo se ha ensanchado y las posibilidades son mayores. Ya no es sólo Londres y Dublín sino Canadá, Australia e incluso Nueva Zelanda. Parece posible vivir en un sitio en el que no hay españoles.

Se paga mucho por ello. Un campamento de verano remoto en la costa del Pacífico de los Estados Unidos. Se paga incluso por trabajar. Mil dólares al mes en Australia pagando clases de inglés para poder trabajar de limpiador y ganar 1.600. Todo para estar lo más lejos posible. En un mundo sin españoles.

Hay que reconocer que hasta ahora la cosa no es que haya funcionado muy bien. El inglés en España, un país que acoge a 70 millones de turistas al año, se sigue hablando poco y mal. Seguimos esperando tener un presidente del gobierno que hable inglés pero es que el nivel de bastantes recepcionistas de hotel, cuadros altos e intermedios de nuestras empresas no es mucho mejor.

Y, sin embargo, no será por falta de horas y dinero empleado en el intento. Todos conocemos gente que lleva de una manera u otra estudiando ingles toda su vida y apenas lo chapurrea y entiende. El clásico nivel medio-alto que muchos todavía escriben en sus curricula.

Lo curioso es que en muchos casos es la derecha considerada tradicional española la parte de la sociedad que no sólo más busca ese mundo ideal sin españoles sino que más ha renunciado a cualquier adscripción española de la educación. Los que no se plantean enviar a sus hijos a una universidad que no sea extranjera o los matriculan en cualquier liceo extranjero de su ciudad.

Y no es sólo por la cosa del idioma.



jueves, 14 de enero de 2016

Diplomacia uniilingüe

Un chiste popular en los Estados Unidos es aquel que dice "¿Cómo se denomina a alguien que habla tres idiomas? Trilingue. ¿Y dos idiomas? Bilingue. ¿Y un idioma? Americano”.

Se lo he oído decir indistintamente a americanos que hablan otros idiomas pero también a otros que solo hablan inglés. Pero no me imaginaba que encajaría tan bien con el perfil del embajador de Estados Unidos en España, James Costos.

Por eso me resultó tan decepcionante la intervención de James Costos ante las cámaras del programa Masterchef Junior de TVE. Lo que podría haber sido una eficaz acción de relaciones públicas para demostrar el buen rollo de las relaciones hispano-norteamericanas y la cercanía del embajador que ha decidido abrir las puertas de un edificio que a veces parece más un fortín que una embajada, acabó convirtiéndose en un evento frío, exhibicionista y protocolario.

Fue fascinante ver la intervención de Costos. A pesar de que sus intervenciones fueron relativamente cortas, tanto James Costos como su pareja fueron incapaces de articular una sóla palabra en español enfrente de una audiencia de varios millones de españoles.

Supongamos, que es mucho suponer aunque menos en el caso de los norteamericanos, que uno no tiene que hablar el idioma del país del que es nombrado embajador.

Sin embargo, no resultaría extravagante pensar que un embajador al menos toma clases de la lengua del país de acogida en el que lleva, por cierto, más de dos años. Y, si se diera el caso de que ni siquiera sus obligaciones le permitieran tomar clases, lo cual resulta dudoso, por lo menos uno puede hacer el esfuerzo de aprenderse tres o cuatro frases para la ocasión como hacen algunos cantantes o deportistas (al poco después vi un mensaje de navidad en español de Paul McCartney, el cual sospecho que no sabía español en los años ochenta, felicitando las fiestas a los españoles).

Pero no, el principal y sorprendente mensaje del embajador en Estados Unidos, que principalmente aprovechó la ocasión para comunicar a los españoles que también hay americanos sofisticados que comen saludable y que su primera dama está muy preocupado por ello, fue íntegramente en inglés con subtítulos.

El resultado fue como suele pasar en estas ocasiones la impresión que el embajador norteamericano ha abierto las puertas de “su casa” no porque piense que es importante reforzar los lazos con los españoles sino más bien para vender un concepto y hacerle un poco la pelota a la Primera Dama Michelle Obama, quien ha hecho su causa particular el combatir la obesidad juvenil con conceptos como la comida orgánica o el ejercicio.

Ciertamente con Obama han cambiado ciertos modales, pero no tanto uno de los rasgos del excepcionalismo norteamericano más reprobables. Buena parte de las élites económicas y políticas, aunque en público digan lo contrario, siguen pensando que aprender otro idioma que no sea el inglés es una pérdida de tiempo y la vida es corta.



jueves, 7 de enero de 2016

Una visita a la librería de Amazon en Seattle

Nos las prometíamos muy felices toda la familia yendo a visitar la nueva y única librería que Amazon tiene en todo el mundo. Situada en el distrito universitario de Seattle, la ciudad en la que la compañía tiene su sede. Casi como si se tratara de una atracción de feria.

Las expectativas acerca de todo lo que pone en marcha Amazon, aunque a veces los efectos colaterales sean indeseables, eran altas. De la misma forma que se piensa que la empresa de Bezos va a cambiar el modelo de negocio del periodismo tras la compra del Washington Post y la inversión masiva en tecnología, otros muchos han pensado que el hecho de que haya abierto una librería física podría marcar un antes y un después en el mundo de las librerías.

La visita se quedó en algo ramplón, decepcionante, y no anticipa un futuro muy halagador al concepto de librería.

Para empezar, aunque en el distrito universitario de Seattle, la verdad es que la librería donde de verdad está ubicada es en un mall al aire libre, una especie de Las Rozas Village. El ambiente era de centro comercial, de alguien que se compra un libro de cocina después de haberse comprado unos calzoncillos o unas bragas en Banana Republic y después se va a tomar un café al Starbucks de al lado.

El local es convencional, tirando a pequeño y con una selección escueta de libros que en su mayoría no se exponen de canto sino en horizontal. Bien es cierto que sigue teniendo el rango de librería seria ya que mantiene más o menos las secciones tradicionales (sociología, filosofía, etc.) y buenos títulos a pesar de todo. Predomina, sin embargo, la novedad y siempre dando protagonismo a los libros que más  éxito tienen de ventas y de crítica en Amazon.com. Todos ellos vienen acompañados de sus correspondientes valoraciones de los lectores no bajando ninguno de ellos de las cuatro estrellas. La tienda da un gran protagonismo, no obstante, a toda la gama de lectores y tabletas electrónicas de Amazon que están por todas partes.




¿Qué cosas la distinguen de una librería convencional? Pocas, la verdad. Quizás que no se puede pagar en metálico y que los precios son algo más bajos que lo que marcan las carátulas. Pero todo lo demás resulta familiar: espacio más que estrecho para tratarse de una librería de gran compañía americana,y sobre todo que el gran protagonista es Amazon.com y no la librería en sí que se antoja un mero y limitado recordatorio del universo ilimitado de la marca que te despacha unas cuchillas de afeitar o una serie de televisión inglesa. Se echan mucho de menos los sofas y el espacio para leer que uno encontraba en la fenecida cadena de librerías Borders.

La librería, sin embargo, estaba llena y no precisamente de universitarios sino de gente que portaba grandes bolsas de cartón de cadenas de ropa. Familias con niños pequeños, adolescentes, jóvenes. Desde luego, sospecho que la mayoría no tenía mayores razones para estar allí más allá de eso que los marketinianos llaman “vivir la marca”.

Queda la duda de saber si la idea de poner una librería de Amazon es más un ejemplo de Responsibilidad Social Corporativa motivado por el sentimiento de culpa de haber decapitado unas cuantas librerías o un ejemplo de la necesidad que tienen las empresas virtuales, por muy exitosas que éstas sean, de corporeizarse para demostrarnos que hay un mundo más allá de los algoritmos y los teleoperadores robotizados.

Veremos.