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viernes, 22 de julio de 2016

La superioridad anglosajona

La modernidad ha sido anglosajona. La revolución industrial, el capitalismo, el auge del producto interior bruto, la victoria real y moral en las dos últimas guerras mundiales, los grandes inventos, las grandes modas, la cultura pop, las puntocom, la venta por internet o el inglés como lengua de comunicación indiscutida han tenido como protagonistas a Gran Bretaña y, por encima de todo, a los Estados Unidos de América.

 La conciencia del ciudadano medio (y no tan medio) que nace, crece y se desarrolla en cualquiera de estas sociedades es que vive en un país que se erige en una especie de modelo que es un punto de llegada para otras sociedades que, desde su perspectiva, inevitablemente suelen tener mayores problemas económicos y politicos.

¿Son sólo, como dice Garton Ash, los blancos menos educados y víctimas del proceso de globalización los que apoyan el Brexit y a Donald Trump?

Quizás por acción, pero por omisión son muchos más. Si en el caso del Brexit, la defensa de la UE ha sido tibia en muchos casos por los opositores, en Estados Unidos las élites y las clases mejores educadas contribuyen a asentar el mito de la superioridad americana.

La idea de que América es “más y mejor” que el resto se encuentra firmemente asentada en profesionales y progres que viven en San Francisco, Seattle, Nueva York y que trabajan como abogados, médicos, en universidades o start ups.

Ellos también piensan en el fondo que el sistema sanitario norteamericano es el mejor de los posibles a pesar de sus imperfecciones y, sin ningún genero de dudas aunque lo digan con la boca pequeña por corrección política, no les gustaría tener un sistema que llaman socializado y que requeriría aun de más impuestos.

También piensan que su sistema educativo y universitario, aunque carísimo y tremendamente desigual, es el mejor posible sobre todo cuando ven que las élites del resto del mundo luchan a codazos para mandar a sus hijos a éstas.

Se dan cuenta de que todos los grandes modelos de negocio que han arrasado en los últimos 15-20 años son de matriz norteamericana. Los Amazon, Google, Facebook, Apple, Microsoft y un sinfin de etcéteras. A estas alturas, quien les va a discutir la superioridad empresarial.

Aunque muchos de ellos viajen a menudo fuera del país, tampoco se diferencian tanto de los “blue collar” en sentirse a gusto en un ecosistema cultural donde el 98 por ciento de la cultura que consumen se produce en inglés. A día de hoy, por ejemplo, es imposible ver una serie tan exitosa como Borgen en Estados Unidos. A escritores europeos relevantes como Cees Noteboom o Michel Houellebecq apenas los conocen incluso aquellos a quienes interesa la literatura.

Por supuesto, una ínfima parte de ellos es capaz ni tan siquiera de chapurrear una lengua que no sea el inglés.

Les gusta el individualismo (sólo en ingles la palabra yo se escribe con mayúscula [I]) y consideran positivo, a pesar del respeto que sienten hacia otras culturas, que el resto del mundo se mueva en esa dirección.

Es cierto que las élites norteamericanas  en muchos casos nos resultan progresistas, simpáticas e inevitablemente cool pero en su imaginario mental una cierta idea de superioridad anglosajona, en la que predomina la idea de que fuera no podrán encontrarse modelos para resolver sus grandes problemas, sigue estando presente.

Oponerse a Trump, que pinta a una América en decadencia pero también perdonavidas a la que el mundo le debe todo, sería más fácil con otro marco de referencia en el que los Estados Unidos de América no sean el ecosistema por excelencia.


Bajo estas premisas, hay riesgo real en los Estados Unidos de un Brexit pero a lo bestia.

jueves, 14 de julio de 2016

3,33

Tres minutos y treinta y tres segundos, segundo arriba, segundo abajo, fue el tiempo que dedicó Obama a cada uno de los miembtos de la oposición española en su última visita.

Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Albert Rivera decidieron que valía la pena que su chófer, acompañado de su servicio de seguridad, les trasladara a la base aérea de Torrejón para departir durante tres minutos con el ya saliente presidente norteamericano.

Apenas el tiempo imprescindible para saludarse, mostrar las condolencias por los sucesos de Dallas y manifestar voluntad de colaboración en el futuro (incluso Pablo Iglesias, a quien suponemos que las bases americanas no hacen demasiado gracia). Todo ello con las banderas de los respectivos países de fondo. La estadounidense al lado de los politicos españoles y la española en el lado de Obama.

Todo ello, imaginamos, que tras pasar exhaustivos controles de seguridad y quizás una relativa humillación ya que los miembros de la seguridad norteamericana han sido entrenados para no fiarse absolutamente de nadie.

Después, una espera de dos días para que el departamento de estado difundiera las fotos de los politicos españoles con el que dicen hombre más poderoso del mundo.

Misión cumplida. Sánchez, Rivera e Iglesias dieron imagen de estadista durante tres minutos y treinta y tres segundos. Obama lució como líder mundial dialogante, siempre concernido por conocer todos los puntos de vista de los lugares que visita y no fiarse solamente de la version de Rajoy, con quien pasó bastante más tiempo.

Se agradece que los politicos españoles traten de no ser Zapatero. Pero, quizás no hubiera estado mal que se hubieran puesto de acuerdo para negociar una reunión de mayor metraje y mejor calidad. Si, y hasta “amenazar” con no asistir al encuentro.

Hay que creérselo más, ser quizás menos humildes.

En eso los americanos son maestros.


lunes, 4 de julio de 2016

Por favor, un poco de excelencia en la retransmisión de partidos de fútbol

Siempre se ha dicho que una de las diferencias entre el periodismo de los países latinos y el de los países anglosajones recae en el tipo de relación que se da entre los hechos y la opinión.

Mientras que la escuela norteamericana estaría obsesionada con una separación exquisita entre hechos y opinión, los periodistas y las audiencias de los países del norte del Mediterráneo y de Sudamérica piensan que lo que añade la sal y pimienta es la mezcla de ambas.

Según los manuales académicos de comunicación internacional el periodismo latino sería opinativo, emocional, algo manipulador y carente de rigor en algunos aspectos. A cambio, los lectores de estos países disfrutarían de un modelo más pluralista y vibrante en el que cada uno encuentra un medio con el que compartir una ideología o visión del mundo.

La verdad es que la fuerza de los muy opinativos canales de noticias Fox News y MSNBC indica que al menos parte de la información que reciben los norteamericanos se ha “latinizado”.

Por eso me sigue sorprendiendo tanto que la calidad de los comentarios en las retransmisiones deportivas televisivas sigan siendo tan pobre en España y se trate al espectador como si fuera un mero hincha sin juicio critico. Para algo bueno y distintivo que tiene nuestro periodismo, usémoslo.

En el país de la opinión, del comentario, de la observación, resulta que en un partido de fútbol, los comentaristas apenas comentan más para contarnos lo que ya vemos y animar al equipo español de turno que si pierde siempre será porque el rival ha sido excepcional y no porque los jugadores hayan rendido poco, estado desacertados o el planteamiento táctico haya sido pobre.

La retransmisión del último Italia-España en Telecinco fue un perfecto ejemplo. Ni una crítica al técnico que dio la sensación de no haber preparado el partido, ni un solo comentario mínimamente alusivo al bajo rendimiento de muchos jugadores. Todo eran loas para el equipo italiano cuyas principales estrellas eran el portero y tres defensas.

En un mundo en el que todos los ciclos se acortan y el presente lo es todo, al entrenador español se le seguían dando las gracias cuatro años después de ganar el último título y después de fracasar en los últimos dos grandes torneos en las primeras rondas.

La apologia del “ser de los nuestros” como sucede en la política y tantos ámbitos de la sociedad. El desprecio a la rendición de cuentas para no sacrificar una relación personal.

Y todo ello pasa en uno de los pocos ámbitos en el que los españoles exigen excelencia como es el mundo del fútbol. Un mundo darwinista a más no poder en el que el que vale, vale y el juicio critico de los técnicos de los equipos y los aficionados es afilado.

Los dos mejores jugadores del mundo, Messi y Ronaldo, no parece que sean las mejores personas pero prima su rendimiento en el campo.

Otro gallo cantaría a este país si, como dice Pérez-Reverte, en otros ámbitos de la sociedad hubiera tanto afán de excelencia como en el deporte.

MIentras tanto, llama la atención que quizás el país con un fútbol profesional más potente, sigue teniendo unas retransmisiones televisivas bastante peores que, por ejemplo, ESPN en los Estados Unidos.


Por favor, traten al espectador de fútbol como un adulto, que esto es importante, no como la política.