Consejos American Psique: febrero 2014

domingo, 23 de febrero de 2014

Unilingües y orgullosos


Los Estados Unidos han traspasado muchas barreras que se creían imposibles. Pese a lo que se diga, es, sin lugar a dudas, la sociedad terrestre en la que el origen étnico de las personas importa menos y no sólo porque tenga un presidente de color, lo cual hasta cierto punto podría resultar anecdótico.
Queda, sin embargo, una importante barrera por traspasar y esa es el lograr que la gente piense que el aprendizaje de las lenguas extranjeras es importante. Cuando digo aprendizaje, me refiero a saber una lengua de verdad y no a esa idea de que por haber estudiado dos años en High School español y haber aprendido 200 palabras ya sabes algo. Los americanos, tan 'autoexigentes' con respecto a otras cuestiones, son lo más autocomplaciente del mundo cuando se trata de vender a otros su (escaso) conocimiento de lenguas extranjeras.
Viene esto al caso de la reciente polémica levantada en torno al anuncio de tinte multicultural que Coca-Cola emitió durante la retransmisión de la Super Bowl. El anuncio en cuestión incluye personas de distintos grupos étnicos en distintos escenarios americanos teniendo como leitmotiv la famosa canción America, the beautiful cantada en inglés, español y árabe.

Un conocido excongresista del Tea Party, Allen West, incluso se tomó la molestia de escribir algo durante el partido en su blog para mostrar su desagrado. "De repente las palabras dejaron de estar en inglés y comenzaron a estar en otros idiomas que no reconocía. Si no podemos sentirnos orgullosos de que en nuestro país se cante America, the beautiful en inglés durante un anuncio de la Super Bowl, por una compañía tan americana como Coca Cola, entonces estamos en caída libre" escribió.
La cantidad de tuits al respecto ha sido ingente, a favor y en contra, unos avergonzados de que América pierda sus raíces y otros orgullosos de un país cada vez más multicultural.
Pero por encima de anécdotas, lo cierto es que este caso confirma una vez una asignatura pendiente de la sociedad americana. Estados Unidos sigue siendo el único país del mundo en el que hay una abrumadora mayoría de personas que se sienten felices y orgullosas de hablar un solo idioma, el suyo, el inglés. Ha sido así durante generaciones. Suecos que se avergonzaban de hablarlo en público, italianos que se sentían excluidos y un sinfín de ejemplos abundan en el pasado.
Hoy día, la presión ambiental en las escuelas es fortísima para que el inglés sea el único idioma de comunicación, el afán por encajar hace que los niños que hablan una segunda lengua (muchos de ellos de origen mexicano) se avergüenzan de hacerlo como si ello supusiera un defecto que les aleja de la normalidad predominante y no una riqueza.
Y no nos engañemos, incluso los americanos más educados, esos que no se sienten necesariamente orgullosos de su unilingüismo o que apuestan por una América multicultural, piensan que en el fondo aprender una lengua extranjera es un lujo que no pueden permitirse y que todavía en el siglo XXI uno puede considerarse una persona culta sin hablar otras lenguas.
Conozco innumerables ejemplos de norteamericanos de mente abierta que han vivido bastantes años en otros países y son incapaces de chapurrear unas pocas palabras. Ya no digamos de leer un libro en otra lengua que no sea el inglés.
Esta y no otra es la verdadera asignatura pendiente del multiculturalismo americano.

domingo, 16 de febrero de 2014

Una universidad española demasiado española


En una era tan cambiante, uno de los pocos consuelos que les quedan a aquellos que experimentan el paso del tiempo como pérdida es echar un vistazo a la universidad española. No conozco mejor paliativo para combatir la melancolía por hacernos mayores.

Por circunstancias que no vienen al caso, hace poco estuve consultando la configuración de los numerosos departamentos de la facultad en la que obtuve la licenciatura hace ya 20 años.

Me llamaron la atención dos cosas.

La primera fue que los nombres de los profesores no habían cambiado tanto como uno pensaría tras un lapso tan largo de tiempo. A decir verdad, ya había tenido un anticipo de que el tiempo se había detenido la última vez que me tomé un café en el bar de la facultad. Uno reconocía sin dificultad, a pesar de las dos décadas transcurridas, las caras de los camareros que casi en su totalidad habían sido capaces de mantener sus puestos de trabajo realizando las mismas labores.

En lo que se refiere al profesorado pasaba lo mismo. Es verdad que había ausencias, muchas de las cuáles se debían a que algunos de ellos se han jubilado y otras, desafortunadamente, debidas a su fallecimiento, pero en un alto porcentaje eran los mismos apellidos que dos décadas antes. Las novedades en bastantes casos consistían en encontrar nombres de compañeros que desde que se graduaron han permanecido más o menos a la teta de tal o cual departamento y han logrado finalmente el sueño de ser profesores titulares, contratado doctores o cualquiera de las innumerables categorías laborales inventadas por el ministerio para dificultar la consecución de un salario decente.

La segunda fue que hasta un 95 por ciento los nombres y apellidos de profesores que figuraban son de origen español con todas sus variants regionales. Se que no es muy popular lo que voy a decir, pero no es de recibo que no haya apenas profesores extranjeros en la universidad española. Que todos se apelliden García, Fernández, Arroyo o Blanco. Es algo de lo que pocas veces se habla porque no resulta popular en un ambiente tan proteccionista y en el que los criterios para optar a plazas siempre favorecen a aquellos que residen físicamente en el territorio nacional y que previamente han impartido clase en facultades españolas. Por mucho estudiante europeo que venga a través de las becas Erasmus, la universidad española es de un provincianismo atroz y no es de recibo que apenas se contrate gente de fuera, que conoce sistemas educativos distintos y se ha curtido en algunos casos gestionando y resolviendo problemas que aquí tenemos ahora.

He pensado en que prototípica de la experiencia contraria es la historia de Sayta Nadella, el nuevo CEO de Microsoft. Realiza su licenciatura en la India, su país natal, y se marcha a Estados Unidos a realizar un master en computación y más tarde un MBA. Se queda a trabajar en el país de acogida y acaba como Consejero Delegado de la empresa más importante del mundo. Evidentemente, no todos los chinos, indios, africanos y europeos que realizan estudios de posgrado en Estados Unidos consiguen lo que Nadella ha logrado, pero no son excepciones los muchos que montan empresas o ponen en marcha proyectos empresariales ambiciosos.

España no es ni nunca será, para bien y para mal, Estados Unidos pero no estaría mal plantearse que si aquí faltan emprendedores igual deberíamos pensar en como importarlos. Y uno de los caminos para ello pasa por replantearse una universidad más abierta con procesos de contratación más modernos.

A pesar de lo que nos creemos, para muchos buenos profesores que hay por el mundo España podría resultar un país atractivo en el que enseñar y trabajar.

sábado, 8 de febrero de 2014

La vuelta del esencialismo


Vivimos malos tiempos para afirmar la libertad del individuo frente al entorno. Para que no se nos catalogue en función de una geografía y una historia después de todo cambiante y de la que no somos responsables.
La crisis económica y la abrupta división que ha creado entre los países del norte y países del sur ha resucitado viejos fantasmas. Como por ejemplo el de un norte industrioso, organizado, educado y el de un sur vago, perezoso, ignorante, atrasado. Los estereotipos y las etiquetas se hacen fuertes.
Las explicaciones esencialistas que ya se creían superadas vuelven al tapete. Para no pocos, la crisis actual de los países de la Europa del sur hundiría sus raíces en la contrarreforma que ahogó el desarrollo de la ciencia y la libre expresión del pensamiento en la Europa mediterránea. Facebook, la secularización y los vuelos low cost nunca serán suficiente para librarse de tantos siglos de catolicismo y pan y circo. Como en el pasado, vuelve incluso a enaltecerse el consumo de mantequilla como ingrediente saludable, que alcanza niveles históricos máximos de consumo en Estados Unidos.
De la misma forma, en un ámbito estrictamente español, Cataluña sigue siendo descrita (también por no pocos mesetarios, algo que saben muy bien los nacionalistas catalanes como buenos españoles que son), como esa entidad europea pata negra, según la muy acomplejada expresión de César Molinas, norteña, educada e industriosa frente a un resto de la cosa que más vale no calificar. Una percepción curiosa que desmiente tanto el dato estadístico como perceptual. Da igual que esta desarrollada y europea región española disfrute de un confortable 23 % de paro, el nivel educativo de sus escolares, según confirma año tras año el informe PISA estén a la cola no de Europa sino de España, y la corrupción sea rampante e imbrique amplísimas células del tejido social. Esa imagen europea de Cataluña tampoco se corresponde mucho con el hecho de que los sombreros mejicanos sean el souvenir más popular en Las Ramblas o de que Coppola, cuando estuvo de turismo gastronómico por Barcelona, dijera que Barcelona le recordaba mucho más a Napoles que a Milán.
El esencialismo defiende, como diría Platón, que la esencia siempre precede a la existencia y las circunstancias son meras anécdotas. Nada o poco cambia. Todo es permanente.
Esta forma de pensar que últimamente se manifiesta bastante en los medios de comunicación, en algún autodenominado científico social y en la vida cotidiana es determinista, estatista y difícilmente se corresponde con un mundo en constante transformación y que dispone de la capacidad de generar datos que demuestran que la realidad es cada vez más contradictoria.
Hasta Geert Hofstede, el antropólogo holandés que demostró empíricamente a través de 100.000 entrevistas realizadas a empleados de IBM en 64 países del mundo que el comportamiento de los individuos en el puesto de trabajo se debía en su mayor parte a factores relacionados con la cultura, reconoce que las culturas evolucionan y, de hecho, los resultados de hace 40 años difieren bastante de los actuales. Por ejemplo, una constante es que se tiende hacia una convergencia cultural. Por ejemplo, los chinos son ahora mucho más individualistas y los americanos trabajan mucho más en equipo que en el pasado.
Seguir hablando de ética protestante o de la industriosidad catalana frente a la del resto de España, por mucha cita que valga sin esgrimir datos empíricos actualizados, cuando la realidad es tan compleja y cambiante no es muy diferente a tachar al homosexual de afeminado o al negro de bailón.
No hay nada escrito. Como dice Garicano, ha bastado promulgar una ley antitabaco para que los indisciplinados y caóticos españoles dejaran de fumar en los espacios públicos. Sin más.
Lo que demuestra, por ejemplo, la realidad de un país como Estados Unidos, con instituciones sólidas que funcionan relativamente bien, es que el colombiano, el indio, el español, el ruso y el etíope suelen ser industriosos y dar bastante buen resultado.
Como todos, los americanos basan su concepción de la realidad en estereotipos, pero a diferencia de muchos europeos y españoles si piensan que la foto fija de los estereotipos nacionales pueden cambiar especialmente si sucede bajo cielo americano.
Dejemos que la gente, los individuos mejor dicho, sean lo que quieran o lo que puedan.