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martes, 6 de septiembre de 2011

Aeropuertos

Aunque es lugar común decir que todos los aeropuertos son iguales como ejemplo de la uniformización creada por la globalización, habría mucho que discutir acerca de ello. Uno sabe que está en América desde que pisa sus aeropuertos y accede al control de pasaportes. El olor a la moqueta, la humedad que se respira en muchos de ellos durante la temporada estival atravesando el finger y las sensaciones olfativas de los puestos de comida rápida son típicamente americanos. También lo son la enorme cantidad de personas con Smart Phones, portátiles y Kindles que utilizan los aeropuertos como oficinas móviles mientras ingieren un café o refresco en vaso de plástico. El trato carcelario que se dispensa a los recién llegados por parte de los vigilantes de seguridad y funcionarios de aduanas constituye también otro rasgo de identidad que al visitante provoca cierta irritación pero también, una vez pasado, otorga un mayor valor relativo a pisar suelo americano.

Mirando a las pantallas de cualquier aeropuerto medio americano uno se explica la insularidad que muchos norteamericanos sienten respecto al mundo. Uno ve los cientos de destinos en el mismo país conectados a sólo unas horas a pesar de la distancia donde la gente hace turismo, negocios y visita a la familia. También entiende que a pesar de ser el país más rico del mundo nadie eche de menos la existencia de trenes de alta velocidad, un asunto (el de recorrer grandes distancias entre ciudades en un corto espacio de tiempo) que ya resolvieron hace mucho gracias a una tupida red de aeropuertos que abarca hasta pueblos bastante remotos como el mío, Ellensburg.

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