Hace algunos meses asistí a la presentación que la responsable del Centro para Estudios en Español, un organismo dependiente de la embajada de España en Estados Unidos, realizó a un grupo de estudiantes universitarios norteamericanos de mi universidad para explicarles las actividades del centro en la promoción del español. Cuando, en un momento determinado de la charla, la presentadora -sin duda una persona eficiente, simpática y preparada- se vió en la tesitura de explicar como era la vida en España con el fin de motivar a los estudiantes para alistarse como profesores de inglés en escuelas españolas, no dudó en recurrir a una retórica que cuando menos resulta discutible en boca de un diplomático. Por ejemplo, para ilustrar la buena calidad de la vida diaria en España se refirió a la todavía extendida costumbre de la siesta a mediodía después del trabajo, a la existencia de múltiples puentes en el calendario o a la costumbre del aperitivo (alcohol incluido) antes de comer. Sin ánimo de sermonear, falta de ética del trabajo e indolencia no parecen necesariamente las mejores cualidades que proyectar para un país que se pretende moderno en un entorno universitario. Esta experiencia me recordó lo mal que los españoles explicamos España a las audiencias extranjeras y que particularmente en Estados Unidos tenemos un problema serio de imagen.
Quizás valga la pena fijarse en lo que están haciendo los propios norteamericanos para mejorar su imagen en el exterior, un asunto particularmente importante en este país particularmente después del 11-S. Por razones obvias, en Estados Unidos no existe la necesidad de campañas para potenciar la imagen de sus empresas en el exterior como si existe en España. Sin embargo, si existe el concepto de public diplomacy en lo que se refiere a la proyección exterior de la imagen de los Estados Unidos. Este se basa en la creencia de que los norteamericanos de cualquier tipo y condición necesitan explicar al resto de los países cual es su visión del mundo y sus valores, acerca de los cuáles existe una clara unanimidad de que son la democracia, el individualismo y la libertad.
Puede discutirse si la diplomacia pública norteamericana, principalmente centrada en la acción del Departamento de Estado, ha fracasado durante los últimos años en explicar la realidad norteamericana al resto del mundo. Existen indicios de que ha sido así. Lo que no todo el mundo sabe es que se llevan años tomando las medidas correctoras para que ello no sea así en un futuro. La idea de que las empresas y los individuos norteamericanos tienen el deber y el privilegio de ser embajadores de su país lleva tiempo cobrando fuerza no sólo en círculos universitarios sino en la sociedad en su conjunto. El hecho de que la percepción que el resto del mundo tiene de Estados Unidos no debe forjarse únicamente desde las altas esferas de la diplomacia sino como un lobby ciudadano en el que todo individuo es un potencial portavoz de los valores que representa su país. A ello se refirió también el presidente Obama en su último viaje a Europa cuando dijo que America estaba cambiando.
Pero, en lo que se refiere a España, ¿tenemos los españoles un mensaje que transmitir? ¿Sabemos cuáles son nuestros valores?
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