Páginas

lunes, 21 de noviembre de 2011

Dos almas

La pasada semana estuve en Nueva Orleans con motivo de un congreso académico. No tengo empacho en confesar que, cuando acudo a congresos, trato de pasar la menor cantidad de tiempo posible en las salas de reuniones de los hoteles una vez que he cumplido con mis obligaciones. Una de las cosas que más me gusta hacer cuando visito nuevos sitios es tomar alguna buena línea de transporte público en superficie y hacerme el trayecto de ida y vuelta. Nueva Orleans tiene una línea de tranvía que es ideal para este propósito ya que te lleva del evocador pero algo cargante (se ha transformado en un parque jurásico por la fuerza del turismo) French Quarter a otras zonas menos transitadas pero también atractivas que te dan una idea más exacta de como vive la gente.

En concreto la línea Royal St. Charles termina en un barrio de casas coloniales de diversas influencias en medio de un paisaje selvático. Las hay típicas del sur con porche y columnas doricas a la entrada, victorianas, más afrancesadas, alguna italianizante, de estilo cape cod.., pero lo que más llama la atención es, dentro de la variedad, el inmenso respeto que todas ellas, sin distinción, manifiestan a seguir los cánones tradicionales arquitectónicos de los distintos estilos. Lo mismo sucede con las múltiples iglesias en su mayoría de estilo gótico de las distintas confesiones cristianas que, relucientes e impolutas como si se hubieran terminado de construir ayer mismo, se suceden a lo largo de la ruta. Si a ello le unimos que el viaje se realiza en un tranvía de época, con sillones de madera y de frenada algo más que brusca, uno podría sentir que se encuentra a finales del siglo XIX en una de las épocas doradas de la ciudad. Los únicos elementos que perturban este paisaje evocador sureño son los SUVs (Sport Utility Vehicles o 4 x 4 en la jerga española) y una gran cantidad de mujeres que hacen jogging embutidas en atuendo sexy de atleta futurista o que pasean con un café de la mano mientras sujetan al perro.

En medio de este panorama, no pude evitar pensar en la conferencia que Jorge (o George) Santayana, un americano nacido en Madrid, dio en Berkeley en 1911. En este discurso, titulado The genteel tradition in American philosophy (en George Santayana La filosofía en América [J. Alcoriza y A. Lastra, eds.], Biblioteca Nueva, Madrid, 2006, pp. 123-157), Santayana se refiere a los dos almas del carácter americano y su relación con la arquitectura. El escritor español habla de “la voluntad americana que habita en un rascacielos” y de “el intelecto americano que habita en una mansión colonial”. En otras palabras, la psique americana estaría para Santayana escindida, por un lado, entre la herencia del calvinismo y la tradición europea y, por otro, en la búsqueda del éxito en los negocios, la industria y el deporte. Santayana diagnosticó que se impondría este segunda alma, algo que, en contra de lo que parecía, no ha pasado del todo. A menudo se nos olvida que los americanos no son sólo grandes empresarios o innovadores, sino que también poseen ese otro alma que les impulsa, entre otras cosas, a seguir viviendo en casas de época o a creer que la vida no se puede explicar sin recurrir a lo trascendente. Cuando uno se topa con esa idea tan de cartón piedra de lo que es ser moderno que ha sido tan común en las actitudes, el pensamiento y las formas de tantos que hemos habitado la piel de toro durante estas últimas décadas, se me ocurre que no estaría mal tener dos almas.

2 comentarios:

  1. Creo que hice ese mismo recorrido en una de mis convenciones de Microsoft celebradas en Nueva Orleans y ciertamente es evocador. Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Gracias Juan. Solo puedo decir que han sido las mejores tres horas que he pasado viajando en mucho tiempo.

    ResponderEliminar