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domingo, 8 de julio de 2012

Fans y aficionados

El deporte profesional ocupa en España un espacio mucho más relevante en la vida pública que en los Estados Unidos. Al establecer un primer contacto con una persona desconocida los españoles, sobre todo los hombres, solemos preguntarnos primeramente por el equipo de fútbol del que somos aficionados mientras que en América la pregunta inevitable a las primeras de cambio es a que nos dedicamos. La afición al deporte adquiere rango de identidad entre nosotros mientras que en los Estados Unidos suele ser la profesión (how are you doing?).

Es verdad que superficialmente, atendiendo al número de cadenas de televisión dedicadas a retransmitir eventos deportivos no parece que fuera así. Los paquetes de cable convencionales de la televisión americana contienen una media de 15 canales dedicados al deporte amen de un número infinito e indeterminado en la modalidad pay per view. Sin embargo, en América el deporte profesional se ve, por supuesto, pero en realidad se habla poco de él o está lejos de considerarse un sentimiento, de generar afectos u odios o de constituir un modo de vida. No hay prensa deportiva, los telediarios apenas hablan de deporte si no es a título testimonial, los programas deportivos de radio no tienen ni la milésima parte de influencia que en España y las tertulias son inexistentes. Hablar de deportes apenas se limita al previo o al post de las retransmisiones o quizás a determinados blogs y chats.



Para el fan americano el deporte profesional es, sobre todo, un espectáculo que uno contempla con delectación más que con emoción, en el que prima la cantidad (los partidos de la NBA o de fútbol americano se alargan en ocasiones hasta casi las 4 horas) y cuyas consecuencias del resultado tienden a olvidarse pasados unos minutos. La fidelidad a unos colores, e incluso a una modalidad deportiva, está tan condicionada por las decisiones empresariales como personales. Uno puede aficionarse de repente al soccer (fútbol) si la ciudad en la que vive tiene una nueva franquicia o ésta ha sido potenciada y desengancharse del basket si esa franquicia ha sido comprada por otra ciudad. El nuevo fan comenzara a vivir los colores, a utilizar bufandas, portar camisetas con la imagen del principal sponsor siguiendo pautas de comportamiento importadas de Europa y, muy particularmente, del fútbol inglés. Incluso, ocasionalmente, algunos fans simularán un comportamiento fanático que, en realidad, no sienten. Después de todo, al aficionado español el fan americano le resulta superficial, falto de compromiso, sin raíces, incapaz de tomar las calles si algún día la franquicia que dice adorar es tomada por otra ciudad.

El verdadero aficionado es capaz de llorar, reír, odiar, amar y pintarse la cara por su equipo y no digamos por la selección. Entiende el deporte como la única guerra que puede permitirse siendo persona, una sublimación de la belicosidad en la era del pacifismo a ultranza. El aficionado cambiará de esposa, de casa, de trabajo o se hará budista o ateo con muchísima más facilidad que de equipo de fútbol, lo único que es para siempre. El fan americano, en cambio, cambia con la misma facilidad de equipo o de interés deportivo que de ciudad o de esposa. No hace distinciones.

El fan se nos antoja insincero, el aficionado auténtico. El fan es carente de sustancia, el aficionado lleno de carácter. El aficionado es español y europeo, el fan es americano. El aficionado son los tiffosi, los hooligans, los hinchas, el fan no encuentra, en cambio, correlato verbal. El aficionado es puro, local, el fan es una mezcla, un sucedáneo, un subproducto. El aficionado es infantil e inmaduro, el fan sabe a que se esta de verdad jugando. Los aficionados hombres de letras europeos y sudamericanos tratan de intelectualizar los sentimientos que provoca el deporte, mientras que los hombres de letras norteamericanos (una expresión que en América hace mucho tiempo que dejo de emplearse) los ignoran. Los aficionados somos estúpidos y lo sabemos, los fans son sabios pero no se han dado cuenta.

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