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viernes, 26 de julio de 2013

Buscar trabajo

A lo largo del año, cuando hablamos por Skype los sábados por la mañana, mis padres me preguntan invariablemente por el estado de la economía norteamericana y sobre todo por la tasa de paro. Cuando les digo que en todo el país es del  siete y medio por ciento y en el estado de Washington ronda el siete, se siguen sorprendiendo aunque ya se lo haya dicho muchas veces. Experimentan lo que yo llamo una especie de delectación masoquista, muy española, una mezcla de complejo de inferioridad ancestral típico de la gente de su generación y de sentirse afortunados porque su hijo se haya librado de la plaga del desempleo.

Podría entrar en detalles, en tecnicismos, pero prefiero ahorrar crueldades innecesarias. Podría contarles que los políticos de la gran potencia siguen considerando que un nivel de paro semejante se considera intolerable, que los economistas andan preocupados porque el desempleo estructural en Norteamérica después de la crisis vaya a pasar del 4,5 al 6 por ciento, que se habla de una generación perdida que percibirá de por vida salarios inferiores a los de sus padres e incluso de que ir a la universidad ya no aporta un adecuado retorno de la inversión a las familias y eso a pesar de que un universitario, alrededor del 35 por ciento de los jóvenes estadounidenses, gana alrededor de un 150 por ciento más de salario que el que no lo es.

Sin embargo, lo que más me sigue llamando la atención de la situación española no es tanto el porcentaje de desempleo, que mucha gente olvida que 20 años  atrás alcanzo cotas relativamente similares, sino las condiciones casi humillantes en que la gente tiene que buscar trabajo.
El otro día, mientras esperaba en una tienda de Movistar a que me atendieran, veo a un chico de unos 20 años entregar un currículo casi con desidia. Llevaba un taco de ellos y se notaba que estaba realizando un reparto industrial por todas las tiendas del centro comercial. Me sorprendió la naturalidad con que entregaba aquel folio con una foto por membrete. Le pregunté a la dependiente que me atendía si Movistar requería fotos en los currículos y me miró con asombro.

En realidad, mi ingenuidad no tiene límites ya que hacía solo unos meses que me había encontrado un anuncio de una universidad privada española, que se dice católica para más señas,  que buscaba profesorado internacional en el extranjero y que también exigía foto, al parecer una característica de gran relevancia en la docencia. Recuerdo que, indignado, envié un correo electrónico a la persona que figuraba como contacto señalando que esa es una práctica que en Estados Unidos y otros países se considera gravemente discriminatoria. Tengo que decir que no me sorprendió demasiado que no contestara mi correo ni me diera las gracias.

Me vienen a la cabeza imágenes de una nueva España negra, silenciosa, asumida por el común de los mortales. Recuerdo el caso de la todavía prestigiosa cadena de supermercados Sánchez Romero cuyos evaluadores de recursos humanos juzgaban hace no tanto el color de la piel de los candidatos en función de su proporción de “café o leche”. Aparte de una reprimenda mediática, lo cierto es que la sociedad española no castigó (si, a veces el castigo es una buena cosa) demasiado la reputación de Sánchez Romero que sigue vendiendo con éxito su imagen de supermercado Premium.

También  me vienen a la memoria recuerdos un poco más gozosos. Cuando disfrutaba leyendo las desventuras de Henri Chinaski, aquel alter ego bukowskiano, en aquel Los Angeles de los años 50. Recuerdo que lo que más me sorprendía de aquel personaje no era tanto que siendo feo, pobre y falto de higiene se acostara continuamente con mujeres o que tuviera la energía para escribir hasta altas horas de la madrugada después de una larga jornada de trabajo físico en compañía de un transistor y bebiendo continuamente. No, lo que más me sorprendía era la vitalidad del mercado de trabajo norteamericano donde Chinaski encontraba un trabajo tras otro en fábricas de bombillas, de pepinillos o de tuercas (llegue a contar más de 50 trabajos en la novela Factotum). Aquel mundo en que ningún supervisor explotador te pedía currículo con foto o tenía en cuenta tu edad.

Para muchos debe ser curioso que el país del susodicho capitalismo salvaje nos dé lecciones de civismo a la hora de buscar trabajo. Las empresas equivalentes a Telefónica o a la Universidad Católica de Murcia en Estados Unidos se habrían buscado un lío que les hubiera costado unos cuantos millones de dólares además de una caída considerable de su reputación. 

Debería hacernos pensar que un mercado laboral como el norteamericano que visto desde aquí resulta casi salvaje, desregulado, en el que existe  un tipo  de contrato prácticamente único, indemnizaciones por despido bajas o casi inexistentes sea, aunque tampoco ideal, en muchos sentidos más humano y amable con el que busca trabajo.

También que las sucesivas reformas laborales españolas se limiten siempre a regular las modalidades contractuales o las indemnizaciones por despido y no otros aspectos capitales como la discriminación por el físico o la edad en un país de servicios como España en que una gran cantidad de trabajos son de cara al público.

Si, debería hacernos pensar.


A todos.

viernes, 19 de julio de 2013

No es país para viejos

La leyenda de que América no es país para viejos está extendida desde hace mucho tiempo antes de que los Coen hicieran su película. Los propios americanos están convencidos de ello (los estereotipos siempre los cimentan los habitantes de los propios países), de que Estados Unidos es un país en el que los mayores viven segregados en comunidades de jubilados, llevan vidas solitarias y pocos les escuchan. También es cierto que al mismo tiempo piensan que no hay otro lugar como su país para ser joven y sacarle el meollo a la vida gracias a la fuerza de su cultura popular, y a las oportunidades que ofrece su economía y el mercado de trabajo para aquellos mas educados.

Nosotros nos consolamos pensando que España es un buen país para los mayores gracias a nuestro sistema de salud, el clima, la sociabilidad y la relativa fuerza de la que todavía goza la familia. En realidad, esa idea puede que tenga que ver con que en España pensamos que somos jóvenes durante más tiempo. Y no me refiero a que en España la esperanza de vida sea cuatro años mayor que en Estados Unidos. El otro día me entere de que para el ahora llamado Ministerio de Economía y Competitividad, el encargado de otorgar las becas de investigación, un joven investigador es aquel con menos de 40 años.

Mucho me temo que al redactar el pliego de los criterios de concesión de las cada vez más escasas e improbables becas los funcionarios de turno no estaban pensando en los 40 como The new thirties según les gusta a los americanos actuales denominar a esa fase de la vida con el optimismo que siempre les caracteriza.

En realidad la decisión de los miembros del ministerio de alargar la juventud al ecuador de la vida media se debe más bien a que en España nos gusta identificar una vida precaria con ser joven. Para los funcionarios del ministerio cobrar bajos salarios, saber que tu futuro pende de un hilo, que no vas a poder comprarte una casa o sacar adelante una familia son factores que le hacen sentirse a uno joven. En España estar jodido a uno le hace sentirse joven porque siempre parece que lo mejor está por llegar.

En cambio en América, lugar en el que la palabra muerte esta proscrita casi incluso en las iglesias, ser joven no suele  depender de la edad biológica. Al americano le gusta pensar que uno es joven mientras tiene proyectos o al menos perspectivas de hacer algo. Para el americano hay profundamente excéntrico en el dolce far niente, en tomarse un mes  de vacaciones para no hacer nada, en irse de viaje sin el ordenador, no digamos en decir que eres un ni-ni aunque lo seas.

A los 40 años se espera de uno que haya tenido varios fracasos profesionales para después ser contratado por una start-up, que se haya divorciado al menos una vez, que se haya mudado de iglesia o esté pensando en hacerlo de nuevo, que se haya cambiado de ciudad al menos 3 o 4 veces y que haya perdido y vuelto a ganar algún dinero en el mercado de valores.

Los mayores siguen siendo jóvenes cuando señoras de 75 años te ofrecen muestras de comida en los supermercados para complementar sus pensiones, colaboran en un banco de comida para inmigrantes o huyen del frio marchándose durante 4 meses a Arizona en tu motor home.

Si en España ser joven es fundamentalmente esperar, en América es hacer aunque lo de menos sea lo que uno haga.

viernes, 12 de julio de 2013

El riesgo necesario

En Ellensburg los aficionados al tenis no suelen quedar para jugar con una persona determinada. No hace falta conocer a nadie, basta con presentarse a las doce en las canchas de tenis de la universidad que se encuentran a disposición todo el día. Si aparecen ocho personas, se montan dos partidos de dobles. Si aparecen siete, en la otra cancha dos juegan contra uno. Si aparecen cinco, la figura del que sobra se va rotando en el dobles a cada juego. Al principio era frustrante, yo quería saber con quién iba a jugar a tal hora al día siguiente, pero nadie se comprometía. Todo el mundo me decía que hiciera acto de aparición y no me dejarían tirado. De hecho, así es.  Perder el respeto a la incertidumbre, al riesgo aunque sea mínimo y medido es más fácil cuando uno sabe que se da la cooperación entre las personas como entre este grupo de jubilados, profesores de universidad y profesionales que se reúnen a jugar al tenis todos los días sin un plan concreto. Fuera del “negocio del tenis” la relación personal entre nosotros es casi inexistente.

La capacidad de los americanos para copar con el riesgo es, por otro lado, conocida e incluso medida. A finales de los 90, el antropólogo holandés Geert Hofstede entrevistó a los 100.000 empleados de IBM en más de 90 países y llego a la conclusión de que uno de los aspectos que más diferencia a las sociedades es su capacidad para tolerar las situaciones ambiguas. En general, los Estados Unidos y otras sociedades de países fríos salían ganando en este aspecto debido, según otros antropólogos, a que en estas latitudes las dificultades promueven mayormente el espíritu cooperativo entre las personas. Es verdad que hay otros países con alta tolerancia al riesgo, pero son en su mayoría países en vías de desarrollo cuyos ciudadanos viven en situaciones de penuria.

Las sociedades del sur de Europa, entre ellas la española, se caracterizaban por lo contrario, por un afán inveterado por establecer reglamentaciones y códigos que eliminen la ambigüedad. Y ello incluye las relaciones profesionales y personales. De hecho en el mundo empresarial español he escuchado a los managers a veces referirse a tal o cual persona no conocida del todo y preguntar: “¿y ese de dónde sale?” cuando lo que estaban tratando de saber es el nivel social o la ideología política del candidato a un puesto de trabajo para, en caso de que no fuera la previsible, limitar su acceso a la empresa o al grupo.

Es curioso que esta tolerancia a la incertidumbre y al riesgo se combine con aspectos que parecen opuestos como es la tendencia de los americanos a planificarlo todo incluso en su vida familiar y  personal. He conocido gente que planifica las vacaciones con casi un año de antelación, tiene fondos disponibles para aprovecharse de las rebajas de la ropa de invierno en mitad de la canícula y en cuanto te descuidas hay siempre alguien que cuando hay una reunión familiar dibuja un chart con las actividades previstas casi al minuto para el día o la semana. La palabra comité para casi cualquier cosa es el pan de cada día cuando se reúne un grupo de personas.

Los americanos creen en el riesgo, palabra que en esta sociedad tiene una connotación menos negativa que en la nuestra y sin la que les parece que a la vida le falta algo de sal y pimienta. Esta querencia por el riesgo se manifiesta en muchas facetas: la querencia a empezar un negocio aunque se haya fracasado antes, a deshacer y rehacer relaciones, a invertir en el mercado de valores, a ponerse a estudiar una carrera con 45 años y dar un giro completo a la vida o a cambiar de ciudad y amigos.

Supongo que la permeabilidad de los grupos y la idea de que siempre uno puede encontrarse gente lista para ayudar o cooperar en el proyecto que corresponda tiene algo que ver con ello.

jueves, 4 de julio de 2013

La beca vista como incentivo

Estados Unidos es el país de las becas. La cantidad de ayudas ofrecidas por instituciones públicas y privadas es casi inagotable. Lógicamente, como cualquier beca que se precie, nunca son suficientes para atender toda la demanda.

Comparto con vosotros un artículo que publique en elconfidencial.com en el que, entre otras cosas, explicaba la diferencia entre como en la cultura americana la beca se entiende fundamentalmente como incentivo mientras que en la cultura española es un subsidio y, por lo visto tras la última polémica con respecto a la ley Wert, la opinión publica de España quiere que siga siendo así.

No sé si estaréis de acuerdo con mi punto de vista, pero al menos espero que os interese la diferencia entre la concepcion norteamericana y la nuestra.

http://blogs.elconfidencial.com/espana/tribuna/2013/06/26/becas-subsidios-o-incentivos-11542