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domingo, 29 de septiembre de 2013

¿Qué hace de los Estados Unidos la mejor democracia del mundo?


Ultimamente, me he topado con esta pregunta en dos escenas, una de una serie y otra de una película. En el primer episodio de The Newsroom una estudiante universitaria se la pregunta con todo descaro a la megaestrella del noticiario encarnada por Jeff Daniels. En Thank you for smoking (que supongo que se traduciría en España como Gracias por fumar) se la pregunta su hijo de 12 años a su padre, el lobista de la industria tabaquera interpretado por Aaron Eckhart.

En ambos casos, las respuestas de ambos personajes niegan la mayor, es decir, que Estados Unidos sea el mejor país o la mejor democracia del mundo pero tampoco dicen que país ostenta ese privilegio. Hay algo de cinismo en la forma que ambos personajes responden a la pregunta, particularmente en el lobista que cuestiona que se pueda responder a un asunto así en dos folios como había pedido la profesora de su hijo, pero en todo caso uno no tiene la sensación de que a ambos personajes la pregunta les resulte del todo estúpida o carente de sentido.

La idea de que Estados Unidos ha sido o es el mejor país del mundo sigue presente en la psique americana, entre los más progres y también los más conservadores. A los periodistas españoles les gusta mucho entrevistar a estrellas de Hollywood o escritores que llevan la etiqueta de izquierdistas o contestatarios con preguntas relativas al conservadurismo, la religiosidad, la desigualdad de clases, la cultura de las armas, o el poco arte de los americanos para vivir la vida entre otros temas buscando el titular que halague los prejuicios de muchos lectores en España. A veces lo consiguen, a veces no. Pero lo que no van a conseguir es que George Clooney, Richard Ford o Sean Penn, por citar algunos de ellos, es que digan que los Estados Unidos son un fracaso humano, un lugar invivible o una sociedad enferma.

Todos ellos piensan, en su fuero interno, que la pregunta de por qué los Estados Unidos son el mejor país del mundo no carece del todo de sentido.

Aunque por pudor no lo digan.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Comida socialdemócrata

Mi nueva entrada en el Huffington Post acerca de por qué los Estados Unidos siempre acaban perdiendo en las comparaciones en cuestiones de comida.

http://www.huffingtonpost.es/cesar-garcia/comida-socialdemocrata_1_b_3957496.html

martes, 17 de septiembre de 2013

Un país raro

Mi última entrada en el Huffington Post sobre las impresiones que deja el proceso para adquirir la ciudadanía estadounidense:

http://www.huffingtonpost.es/cesar-garcia/un-pais-rare_b_3926291.html?utm_hp_ref=spain

jueves, 12 de septiembre de 2013

Relaciones cínicas con el estado


Parece que no ha sorprendido ni preocupado demasiado la reciente información, proveniente de un estudio del BBVA, de que los españoles son los europeos que mas esperan del estado. Yo me atrevería a afirmar que incluso hay un cierto orgullo en ello, al fin y al cabo el orgullo en un estado justiciero constituye un síntoma de europeidad, aunque todos sepamos que nuestro estado del bienestar, que no el estado en su totalidad, es relativamente raquítico en comparación con otros países de nuestro entorno quedando únicamente la educación gratuita y la sanidad universal como ultimas líneas rojas.

Curiosamente tienden a ser los países del sur de Europa mas estatistas que los del norte, en los que el estado ofrece más prestaciones sociales pero tiene un menor intervencionismo en la vida pública.  No en vano los regímenes fascistas arraigaron durante más tiempo en estos países con toda la carga simbólica de los estados autárquicos. En realidad, hay algo de resquicio fascista y teocrático en esta creencia casi ciega en las cosas que el estado es capaz de resolver.

Sin embargo, la relación de los españoles con el estado es mucho mas compleja de lo que parece. En este sentido, siempre me ha sorprendido la hipocresía de los españoles, a los que por un lado les gusta que el estado mande (en el estudio del BBVA había mucha gente que decía que el estado debía controlar los precios), pero por otro demuestran un considerable afán por batir al sistema declarando menos de lo que ganan u olvidándose de hacer facturas. Y eso no sólo ahora, sino también en los años de las vacas gordas.

Este afán por no pagar impuestos no se debe tanto, en contra de lo que se dice, a que la presión fiscal sea excesiva sino sobre todo a la desconfianza antropológica del español con respecto al uso que los gobernantes hacen del estado. No puede olvidarse que en España el estado moderno, y no, no me refiero al estado-nación sino a la institución como autoridad imparcial, surge desde sus comienzos desprovisto de legitimidad. La concepción que los españoles tienen del estado es la de un ente irracional siempre al servicio de intereses privados (ya sea partidos políticos, empresas, sindicatos o cualquier tipo de oligarquía). Por lo cual se da la paradoja de que por un lado el estado tendría una vertiente justiciera de apoyar al débil pero por otro se percibe como un instrumento de abuso de poder por parte de quienes lo detentan. El resultado es que como ciudadanos sentimos que el estado nos protege pero como contribuyentes vemos al estado como poco menos que un ladrón.

Y es que en el fondo los descreídos americanos en el rol del estado creen más en su naturaleza justiciera que nosotros. Un estado quizás más pequeño, menos entrometido en la vida privada de los ciudadanos y, por ello mismo, dotado de una mayor legitimidad.  Un ejemplo claro de esta actitud lo encontramos a la hora de pagar impuestos. No descubro nada si digo que los americanos sienten aversión por esta palabra. Pues bien, a pesar de ello, el americano de a pie paga sus impuestos escrupulosamente. No recuerdo una única vez que un vendedor o un proveedor no me haya dado una factura o me haya preguntado si quiere que pague una parte en A y otra en B. Nadie lo hace porque la duda ofende y dejaría a uno en evidencia.

Con el estado pasa un poco como con las religiones, que crecen, se desarrollan y fortalecen cuando no se imponen y se deja a la gente a su libre albedrio. Quizás por eso los países donde los estados son mas pequeños, que no necesariamente menos fuertes ya que la sombra del gobierno federal norteamericano es alargada, también son más respetados.

viernes, 6 de septiembre de 2013

Pero, ¿existe la marca España en Estados Unidos?


No voy a negar que la reputación es un factor importante en el desarrollo de los países. Tal y como dice Simon Anholt en su libro Lugares: identidad, imagen y reputación (2009), uno de los gurús del concepto de la marca país, aquellos países con una reputación positiva "encuentran que todo aquello que ellos o sus ciudadanos desean hacer en la escena global resulta más fácil: su marca les antecede, abre puertas, crea confianza y respeto, e incrementa la expectativa de calidad, competencia e integridad".
Sin embargo, lo de la marca España es un bulo. No en vano, el propio Anholt, en el mismo libro, niega la existencia de algo digno de ser llamado marca país porque sobre todo requiere de buenas acciones y cambios: "Las imágenes nacionales no son creadas mediante la comunicación y no pueden ser alteradas mediante las comunicaciones". Dicho en Román paladino, para tener una buena imagen, lo más importante es hacer las cosas bien y punto.
Los impulsores de la Marca España asumen que el país tiene una imagen peor de lo que se merece y que hay muchas cosas que fuera no se saben que merece la pena que sean contadas. Pretenden que España deje de proyectar únicamente la imagen de ser un país cálido, fuerte en el turismo y con gente simpática y apasionada, y presente alguno de los rasgos de los países denominados fríos como una cierta eficiencia producto de una buena educación y creatividad de sus gentes. La meta sería parecerse un poco más a Francia y a California, cunas del hedonismo moderno pero al mismo tiempo con una aureola de calidad técnica y científica.
Habría que preguntarse si la imagen del país no se corresponde con su situación real. Después de todo, la reputación de España en distintos estudios suele destacar por su buen clima y la calidad de vida probablemente superior a su nivel económico. En contra, España tiene una imagen de país relativamente ineficiente en comparación con los países centrales de Europa, con pocas empresas importantes y donde no resulta fácil hacer negocios.
¿Es esto mentira? Yo diría que no si tenemos en cuenta que España no tiene ninguna universidad entre las doscientas primeras en ninguno de los rankings que cuentan o que la mayor parte de nuestro producto interior bruto (una vez desmontado el bulo de la construcción) se debe al turismo y a la fabricación de automóviles de marcas extranjeras. Es verdad que hay algunas empresas españolas líderes en ciertos sectores como la banca, el textil, las energías alternativas o las telecomunicaciones, pero hay que decir que ni sus nombres ni sus imágenes corporativas transmiten ningún rasgo de españolidad.
Sirva como botón de muestra. En la misma zona del piso primero de uno de los centros comerciales más importantes y céntricos de San Francisco se concentran Zara, Mango, Tous y Camper, pero el que no sea un fan de la moda, hace poco hice un sondeo informal, sigue creyéndose que son firmas italianas, francesas o anglosajonas ya que la españolidad solo aparece en letra muy pequeña por la obligatoriedad de revelar el registro legal.
En realidad, con 28 empresas entre las 2.000 más grandes del mundo y 3 entre las 100 primeras según Forbes, España no está tan mal. Por compararnos con un país vecino con el que siempre tenemos cierto complejo de inferioridad en estas cuestiones, tenemos prácticamente las mismas empresas en la lista que Italia (que solo tiene una entre las cien primeras y de capital público) que es un país con mayor población. La diferencia en términos reputación es esa segunda y decisiva línea de pequeñas y medianas empresas que en Italia exportan cafeteras, maquinaria especializada y alimentos con la impronta "Made in Italy" mientras que en España nos encontramos con que relativamente pocas Pymes exportan de verdad. Y eso a pesar de las crisis políticas del país transalpino, para que luego se diga que la política es importante para los negocios.
Quien piense que la acción de un Gobierno puede crear marca es un iluso. La marca España hoy es un gol de Messi o el papel de Guardiola en el Bayern de Munich. Hace más por la imagen de eficiencia de España ganar un mundial de fútbol o un triunfo de Nadal en Roland Garros que todos los Camper del mundo que nadie sabe de donde son. Marca España es una película como El laberinto del fauno (aunque sea una coproducción con México) que gana 5 Óscar técnicos o el estudio de la Universidad de Barcelona, testado entre Españoles y reproducido por todos los medios del mundo, acerca de las bondades de la dieta mediterránea. Marca España es el programa de cocina española de José Andrés en el canal público norteamericano.
Marca España es hacer las cosas muy bien.