Es indudable que la profesión periodística ha perdido parte del aura que tenía en el pasado. Al menos en Estados Unidos, las aulas de periodismo se vacían poco a poco y los programas cada vez más precisan de respiración asistida. Les empieza a pasar un poco como a las actividades culturales, que en una mayoría de los casos son deficitarias por antonomasia.
Los futuros periodistas del pasado se pasan en masa a las relaciones públicas, la comunicación corporativa o a lo que eufemísticamente se llama creación de contenidos que igual sirve para designar a quien escribe sobre hoteles en la página web de Expedia que a quien se dedica a escribir tuits bajo el nombre de algún famoso.
Y es que leer el periódico de papel comienza a generar problemas de imagen a algunos. Conozco profesores de periodismo que se cuidan muy mucho de que sus alumnos, que en general consumen poca información que no tenga que ver con el deporte o la industria del entretenimiento, les vean leer un periódico de papel, para no parecer dinosaurios.
Incluso los que le denuestan por cómo Amazon se está adueñando de la industria editorial, miran a Jeff Bezos con esperanza, o al menos con curiosidad para cambiar este estado de cosas. Me cuentan que el editor de The Washington Post, después mantener algunos encuentros con él, manifiesta algunas discrepancias, por decirlo suavemente. No es el caso de los que trabajan en el área tecnológica del periódico en el cual Bezos está realizando ingentes inversiones con la intención de vender servicios a otras empresas informativas. Algo importante se está cociendo.
Lo que sí parece claro es que el modelo de consumo informativo, todavía vigente en plataformas digitales y diarios impresos, de tener que pagar una cantidad fija por una información o entretenimiento que no se consume, va a periclitar. O así lo espero. Yo mismo me doy de alta y de baja varias veces durante la temporada del servicio de televisión por cable que me obliga a pagar 70 dólares al mes por decenas de canales que ni veo ni me interesan.
Sin embargo, nadie puede negar que el periodismo debe seguir siendo una de las piezas angulares tanto de la sociedad (la famosa frase de Jefferson de "prefiero unos periódicos sin gobierno a un Gobierno sin periódicos" sigue más vigente que nunca) de intereses cada vez más fragmentados por mucha red social que valga.
La sociedad civil actual es probablemente más poderosa que nunca en la historia pero se trata de un poder tan diluido que hace difícil el que los cambios se materialicen como de alguna manera atestigua el llamado movimiento 15-M. La gente se siente cada vez menos representada por los partidos percibidos como oligarquías, lo que se dice en Internet tiene importancia y puede servir para arrejuntarse en la plaza pública pero hay una excesiva atomización de las fuentes que impide articular alternativas concretas.
En España, los medios de comunicación siempre han estado demasiado polarizados como para desempeñar el papel de watchdog (perros guardianes) de los desmanes del poder con la credibilidad de la sociedad en su conjunto como sucede en los países anglosajones. Sin embargo, sí son eficaces a la hora de surtir de argumentos a las redes sociales y mantener vivo el sentimiento de ciudadanía, de interés por el bien común. La SER durante el 11-M o la COPE en lo relativo a la negociación del Gobierno con ETA contribuyeron a despertar a una adormecida ciudadanía aunque a costa, eso sí, de una fuerte subida de la tensión social.
Sin embargo, lo cierto es que las empresas informativas cada vez hacen más méritos para que se les tome menos en serio. Sería interesante que algún estudiante de doctorado de alguna facultad de ciencias de la información española realizará algún estudio cuantitativo acerca del incremento del número de noticias, blogs y reportajes fotográficos en las webs de los diarios antaño denominado serios que tienen como eje noticioso determinados argumentos como por ejemplo el denominado lookism o valoración de las personas en función de su aspecto físico, las confidencias sexuales, los álbumes de fotos de famosos, el sibaritismo gastronómico o la apología de determinado estilo de vida basado en la adquisición de productos para forjar una determinada identidad.
También habría que hablar algún día de cómo se concilia la defensa del interés público y, en teoría, de los intereses de los más necesitados y al mismo tiempo la promoción a marchamartillo, no necesariamente en las páginas de publicidad, de hoteles rurales de 300 euros la noche o de eau de colognes a 90 euros.
Hay evidencias de que incluso antes de internet, el mundo del periodismo ya no se estaba tomando demasiado en serio el periodismo.
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