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jueves, 24 de julio de 2014

La universidad del futuro


Según TheEconomist el futuro de la universidad será online o no será. En su último número describe una institución que se verá obligada a dar un vuelco en los próximos años si no quiere perecer por falta de respuesta a la demanda social.

Los articulistas se basan en que la educación superior apenas ha cambiado en los tres últimos siglos un modelo fundamentalmente consistente en que un grupo de estudiantes atiendan las charlas del profesor a una hora determinada en un lugar fijo y más tarde sean examinados.

Vaticinan que los MOOCS, massive open online courses o cursos online en abierto, se convertirán en el método estándar de enseñanza en el futuro para una mayoría de estudiantes. Según esta teoría, que tiene algo de ciencia ficción aunque haya MOOCS desde hace años, las grandes estrellas del conocimiento aprenderán técnicas de comunicación con el fin de que sus lectures puedan ser filmadas y difundidas a una gran cantidad de estudiantes que pagarán precios mucho más bajos por su educación. Los mediocres, que es como denominan a una inmensa mayoría de docentes que no enseñan en las denominadas universidades de la Ivy League, perecerán al igual que sus mediocres universidades.  Sólo sobrevivirán las universidades de élite en las que su alto coste se ve compensado por el capital social que proporcionan los contactos y el contacto con estas superestrellas del conocimiento que, aunque no lo dicen, serán las que filmen sus clases que todo el mundo se esforzará por ver.

El resultado final, dicen, será positivo ya que más estudiantes podrán estudiar en los países desarrollados como en vías de desarrollo expuestos a las clases de los mejores docentes a un coste inferior al que muchos pagan actualmente por estudiar en estos centros, según ellos, de baja calidad.

Sin embargo, reconocen, la transición no va a ser fácil principalmente debido a que las clases masivas online plantean muchos interrogantes. Para una buena cantidad de estudiantes, las carreras online constituyen un desafío y hay un alto porcentaje de ellos que no las concluyen por falta de motivación o incluso de calidad de la docencia a través de este canal o tampoco se sabe muy bien como se realizarán los exámenes a tanta gente tan dispersa sin que haya algunos que suplanten su identidad, por citar dos de los mayores problemas. Se nos dice que tendrán que evolucionar mucho la técnica para impartir estos cursos pero que no hay duda, siempre según ellos, de que será posible.

En realidad, la experiencia actual demuestra a muchos docentes que para un elevado número de estudiantes, la mayoría de ellos que han crecido con las nuevas tecnologías, las clases online son indeseadas y prefieren el formato presencial a no ser que se lo impidan obligaciones profesionales u otras derivadas de la lejanía geográfica. Muchos de ellos carecen simplemente de la motivación y la fuerza de voluntad para hacerlo todo por su cuenta. Los formatos híbridos son la respuesta y proliferan cada vez más, pero no dejan de ser un sucedáneo de lo que había antes.

Si se cumpliera la improbable profecía de The economist, la sociedad, sería cada vez más dual. Un mundo en el que los titulados de las universidades de élite y las escuelas de negocios seguirán dirigiendo la sociedad y ocupando los puestos de responsabilidad. Sí, habrá un pequeño grupo de estudiantes de mérito que lograrán meterse en ese codiciado grupo merced a su aprovechamiento de los MOOCS, pero no serán muchos. Los MOOCS nunca van a crear el capital social imprescindible para romper ciertas barreras sociales todavía existentes.

El conocimiento, después de todo, como nos demuestra la escena del bar de la película Elindomable Will Hunting, lleva siendo accesible desde la invención de la imprenta al menos en lo que concierne a materias de humanidades como la historia o la filosofía. Ahora lo es en muchas más ramas del conocimiento, de hecho cuantos no se atreven a desafiar a sus doctores en sus diagnósticos realizando búsquedas en Google. Quizás todo consista, como confiesa el pijo sabelotodo de la película, en que el titulado de Harvard gracias a su título se comerá cuando tenga 50 años unas patatas fritas servidas por aquel que quizás sepa más que él, Will Hunting, pero que no tuvo la oportunidad de estudiar en Harvard sino quizás de presenciar algunas lectures por internet de los grandes nombres. Habrá tantos como él que será inevitable que bastantes de ellos tengan que dedicarse a servir patatas fritas y cerveza.

The Economist no está solo. Cada vez son más los autodenominados gurús de la educación que parece sentirse bastante cómodos con esta hipótesis de dos tipos de universidades, las online para una mayoría y las del tipo Ivy League o escuelas de negocios para una élite.  Es un tema, no cabe duda, demasiado extenso para agotarlo en una entrada de blog, pero si transmite que hay una visión, o quizás convendría decir deseo, de una parte las clases dirigentes de apuntalar desde sus cimientos una sociedad cada vez más dual.

sábado, 19 de julio de 2014

Lloret o Torremolinos, esa es la cuestión


Cuando se vive fuera de España, uno encuentra más raras una buena cantidad de costumbres que se dan por hechas.
Una de ellas, es la caña que se da a los intelectuales y no me refiero con ello a eso que se llama vagamente la cultura y que consiste exclusivamente en criticar la subida del IVA a las entradas de cine o la reducción de las subvenciones a los artistas. Me refiero a los intelectuales de verdad como Mario Vargas Llosa, Jon Juaristi o Félix de Azúa. A los que escriben y firman manifiestos recordando lo obvio, es decir, que el peso de la ley debe caer sobre aquellos que violan la legalidad constitucional. Que anunciar un referendum ilegal para segregar un territorio debe ser penado por la ley ya que está prohibido.
Sin embargo, uno lee los comentarios a las noticias publicadas en Internet y no se les deja de dar cera incluso a cargo muchas veces de personas que en el fondo están de acuerdo con ellos pero que anteponen el sectarismo ideológico a cualquier otra consideración. Pero bueno, los intelectuales independientes siempre lo han tenido difícil en España.
No se si llamarlo surrealismo -España es cuna de buenos surrealistas-, o dificultad para descifrar la realidad, pero al que pasa poco tiempo en España como yo la estulticia le desborda. Uno va a la Costa Brava y absolutamente nada en el ambiente le recuerda que se encuentre en otro sitio que no sea la España más estereotípica. Calles encaladas, olor a ajo en las calles, tiendas de recuerdos por doquier con sevillanas, toallas con toros a tamaño gigante, coches mal aparcados en las aceras, escasez de librerías, feismo en las afueras de los pueblos, desorden urbanístico, Mercadonas, chiringuitos con mesas y sillas de plástico, tretas de todo tipo para cobrarte de más en los restaurantes y, sobre todo, un montón de gente trabajando y visitando lugares que hablan, parecen y se comportan como españoles.
Solamente hay una cosa que indica a simple vista que se encuentra en una parte de España que conlleva matices: la abundancia de banderas estrelladas en balcones, muchas acompañadas con leyendas en inglés como eso de "A new Catalan state in Europe" y cosas así, en glorietas, en promontorios, torres de castillos, islotes solitarios y todo aquel lugar que se destaque en el horizonte. No en vano, los independentistas catalanes saben que si no lo hicieran, pocos de esos turistas alemanes, escandinavos, franceses o rusos apenas perdería cinco minutos en una estancia de una semana hablando de identidades y diferenciando mínimamente los pueblos de la Costa Brava de los pueblos blancos malagueños que para muchos turistas extranjeros son parte de la misma narrativa.
Y que no se engañen. La lengua, aunque el castellano se hable más que el catalán en esta zona, tampoco les haría dudar mucho ya que se hablan modalidades dialectales parecidas en otras partes de España y en muchos de sus países de origen conviven distintos idiomas, algo que a muchos españoles (y sobre todo catalanes) se les olvida.
También resulta raro que a los ciudadanos nacidos en otras partes de España que viven y trabajan en Cataluña no parezca importarles mucho este desafío por ahora simbólico ya que, como varios de ellos me aseguraron, todavía piensan increíblemente que los independentistas son cuatro o que no llegará la sangre al río.
No se han dado cuenta de que el aquí Cataluña, ahí España (el único mensaje que transmiten esas banderas estrelladas) podrá resultar muy básico pero es tremendamente efectivo.
La verdad es que en la Costa Brava las banderas estrelladas, con ese aire entre caribeño y pop (aunque tenga la desgracia de compartir el rojo y el amarillo con la bandera de España), son el único resquicio de una identidad catalana diferenciada del resto de España. Sin embargo, a pesar de lo trabajada y orquestada que está, resulta bastante endeble desde el punto de vista del turista que viene buscando sol y playa.
Y eso que l'estat se lo pone fácil ya que pasa a tope de hacer cumplir la legalidad y que ondeen dos o tres banderas españolas en los edificios oficiales de cada municipio.
Si no, la mayoría de los turistas no se enterarían de si están en Lloret o Torremolinos.

miércoles, 9 de julio de 2014

Demasiado dar las gracias tampoco es bueno


España,  y no importa en cual de las Españas se encuentre uno, es un país en el que se da poco las gracias, se dice poco por favor o lo siento. Somos poco efusivos. Ni siquiera se dice “te amo” en el idioma español, que suena la mar de cursi sino “te quiero” que tiene un claro matiz posesivo.

Los anglosajones, en cambio, dan mucho las gracias y dicen demasiado por favor en comparación con nosotros. Un americano pasa a dos metros de ti y se excusa. En la calle Serrano de Madrid, considerada lo más de lo más por algunos, uno se choca con alguien y no es infrecuente que ambos sigan andando sin cruzar palabra como sin más.

Por eso, en un país en el que se dan tan poco las gracias, me ha sorprendido la reacción de prestigiosos periodistas deportivos a la temprana y penosísima eliminación de España en el mundial. No les ha faltado tiempo para empezar a dar las gracias a Del Bosque y al resto de jugadores por los éxitos del pasado, como si no se les hubiera homenajeado lo suficiente, hubieran sido aclamados por la multitud en repetidas ocasiones, otorgado marquesados, recibidos por las más altas instancias de la nación y, aunque pueda sonar cínico, pagado sustanciosas primas. No han escaseado los halagos, merecidos en su mayor parte, en estos últimos años. Basta hacer una somera búsqueda en Google.

No se entiende este reacción casi gremialista, véase sinoel increíble artículo de Relaño como botón de muestra, ante una actuación tan penosa. O el de Javier Marías, para el que los triunfos pasados justifican el crédito de por vida. Se puede perder, por supuesto, pero dando otra sensación. Sin embargo, cuando los errores en las decisiones técnicas han sido tan evidentes empezando por la baja forma de muchos jugadores a los que el cuerpo técnico ha llevado más por lo que aportaron en el pasado que por lo que podían deparar en el futuro, la escasa motivación de los jugadores o el anquilosamiento del sistema de juego, hay que ejercer la crítica y dejar de dar tanto las gracias. Ahí está el ejemplo de la alabada Italia, cuyo entrenador, Cesare Prandelli, anunció su dimisión minutos después de quedar eliminada de una manera muchísimo más digna que la de la selección española.

Se ha agradecido tener una persona como Vicente Del Bosque en el banquillo todos estos años. Un hombre educado, respetuoso y sereno en un país en el que estas cualidades no abundan tanto. Sin embargo, también se agradecería vivir en un país en el que la crítica no se revista tanto de emoción, del es uno de los nuestros y las cosas se vean con un poco de objetividad aunque sea para criticar a un buen tipo como Del Bosque al que la federación, y buena parte de la prensa, sigue considerando el mejor entrenador posible a pesar de que está hipotecado afectivamente por todos los sitios para renovar el equipo. Hasta el propio Del Bosque debe estar sorprendido de tanto agradecimiento después de errores tan colosales.

Para entender la forma de pensar en una determinada cultura, resulta útil pensar en como se dicen, o se dejan decir, las cosas en su idioma. En ese sentido, se echan de menos en la lengua castellana palabras, como la inglesa accountability, que hagan referencia a la “obligación o predisposición a aceptar la responsabilidad por las acciones de uno” (según la definición del diccionario Webster).

No las busquen, aunque pueda haber expresiones (que no palabras) parecidas como “asumir responsabilidades”, no es lo mismo.  Cuando alguien es accountable y no responde a las expectativas pasan cosas, cuando uno asume responsabilidades, pide perdón y tira para adelante.

martes, 1 de julio de 2014

Café a 3 euros para pagar la universidad


Starbucks tiene el dudoso mérito de haber convencido a bastante gente que es lícito pagar 3 euros por un café servido en vaso de papel y por el que tienes aguardar una cola para recogerlo. Hay que decirlo todo, claro. En su haber, también hay que decir que el café es siempre correcto y los establecimientos están limpios, son cómodos, la música es decente y puedes estar el tiempo que quieras sin que ningún camarero te de la brasa cada cinco minutos para que consumas más.

Quizás hay que aguantar algunas americanadas de los baristas como eso de “que tengas un buen día” que suena tan raro dicho en español pero no parece un detalle tan importante.

Pero ante el anuncio que acaba de realizar en Estados Unidos de que pagará los estudios universitarios a todos aquellos de sus 135.000 empleados que lo deseen, sólo cabe quitarse el sombrero. Es verdad que tiene algo de truco, ya que los estudios tienen que ser realizados online y en Arizona State University (ASU), que, sin embargo, es una buena universidad. En todo caso, la empresa se compromete a pagar íntegramente los dos últimos años de licenciatura (que cuestan 10.000 dólares cada uno) y los dos primeros en alrededor de un 60 por ciento a través de becas y préstamos concedidos por Starbucks y la propia universidad.

Todo empleado que trabaje más de 20 horas con la compañía es apto para recibir las ayudas y sólo se requiere que mantenga su empleo durante el tiempo que duren sus estudios sin ningún compromiso posterior.

No es nada extraño que las compañías paguen los estudios de sus empleados en Estados Unidos pero suele tratarse empleos cualificados. La novedad es que es la primera vez que una iniciativa de este tipo afecta a la franja de empleos considerados de baja cualificación. No hay que olvidar que Starbucks es la cadena de hostelería con más establecimientos del mundo (si, más que McDonalds) y que en Estados Unidos sus empleados ganan el salario mínimo aunque tienen algunos beneficios más que en otras cadenas de comida rápida.

La iniciativa ha sido destacada en toda la prensa americana, tiene que ver con asociarse con uno de los valores supremos para el progreso, la educación, y la claudicación que la mayoría de los estados americanos han realizado en lo que se refiere a la educación superior donde han reducido sustancialmente la aportación pública que ha caído en algunos estados a un testimonial 15 por ciento del coste total de la matrícula.

Se que en España, donde la desconfianza (muchas veces con razón) hacia las empresas es secular, esta iniciativa se verá con mucho más cinismo (somos más cínicos en general, para que vamos a engañarnos) que en la sociedad americana donde los ciudadanos no se avergüenzan de mostrar aprecio a las corporaciones que lo hacen bien. Convendría, sin embargo, tenerla en cuenta sobre todo porque el vaciamiento de las responsabilidades del estado se está produciendo en numerosos ámbitos y alguien tendrá que cubrirlo.

Nike ha promovido el patriotismo español sin sentir vergüenza, Burger King hizo lo mismo con los valores familiares, ¿se atreverá alguien con la educación y la universidad en plan masivo y no a través de los consabidos planes de becas que siempre son para cuatro como hacen la Caixa o el Banco de Santander?