Esta es la expresión que más se oye en las competiciones
deportivas infantiles a lo largo y ancho de Norteamérica. Especialmente los
sábados por la mañana que es cuando el fútbol se convierte en el centro de la
vida.
El good job que
literalmente significa buen trabajo puede
oirse unas 150 o 200 veces por partido, partidos que suelen durar alrededor de
los 50 minutos. Lo dice el padre, la madre, los abuelos y los entrenadores, por
supuesto, ya que si no serían seriamente cuestionados.
Da lo mismo que el niño o la niña no acierte a pegar a la
pelota, la de para atrás, la mande a tomar vientos de un patadón o al portero
se le escurra entre las manos. Es la intención, el derroche de energía, aunque
sea mínimo, lo que cuenta.
Pero nadie se engaña, incluso los niños saben que se trata de
una representación colectiva.
Los chavales parecen futbolistas con sus trajes pagados por
patrocinadores, sus botas de fútbol reglamentarias, sus espinilleras aunque los
partidos sean de guante blanco, su cantimplora de agua en las rotaciones y sus
barritas energéticas durante o después de los partidos. Muchos de ellos
recibirán una medalla o un trofeo cuando termine la competición.
Los padres no pierden la ocasión de mostrar públicamente el
amor que sienten por sus hijos a los que animan, toman fotos y filman las
evoluciones sin tregua.
Es la cultura del refuerzo positivo, de la autoestima en la
que el orgullo personal no se basa tanto en el aprecio del mérito como en la
generación de autoconfianza. A los niños se les enseña que uno es especial si
se siente especial y le hacen sentir especial, no necesariamente porque haga
cosas especiales. Y este movimiento, yo diría mundial, a juzgar por las cosas
que veo cuando voy a España ha tenido su matriz en Estados Unidos, para que
luego digan que el imperio americano está declinando en cuanto a ideas.
Estados Unidos no ha dejado de ser el país más meritocrático
del mundo. Sin embargo, hoy día esta meritocracia se combina con una cultura
paralela que sugiere que el mérito más importante de todos, el que le puede
hacer a uno la vida más fácil cuando se haga mayor, es sentir que lo que hace tiene mérito, es importante
aunque no lo sea. Es el mérito que tiene sentirse meritorio, especial, sabiendo
prescindir convenientemente de la sustancia, algo que no está al alcance de
todos ya que en cualquier momento nos da un bajón y empezamos a vernos como lo
que somos, seres normales.
En este nuevo mundo, contar los goles a favor o en contra, ganar
al contrario, está proscrito a pesar de que los padres compiten entre ellos a
todas horas por demostrar a los otros que sus hijos viven las mejores
experiencias, van al mejor colegio, tienen las mejores vacaciones y llevan las
mejores mochilas.
Si yo fuera un niño estaría confuso. Demasiados mensajes
mezclados.
A veces pienso que los padres estarían mucho major quietos y
callados.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEn España, por lo que me cuentan, este refuerzo positivo en el fútbol se mezcla muchas veces con el insulto al árbitro y alguna que otra procacidad dirigida al contrario. Más confusión todavía para la chiquillada. Como dices, los padres, en estos ambientes, mejor quietos y callados. Yo intento aplicarme el cuento.
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