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martes, 23 de diciembre de 2014

Las grandes corporaciones y los valores tradicionales


En la era del consumo conspicuo, del cinismo, el sarcasmo o como mínimo la ironía hacia todo y todos, resulta contraproducente que sean las grandes firmas corporaciones las que defienden los valores de siempre.
¿Quién les va a creer? A ellos que defienden estructuras y modelos de vida líquidos, flexibles, maleables, nos vienen ahora con lo tradicional, lo estable, lo de siempre, la familia, los hijos, en fin.
A los que abogan por los contratos por horas, las deslocalizaciones, la moda rápida, los muebles de usar y tirar, pantallas invisibles, salarios variables, horarios discontinuos y un sinfín de circunstancias que generan modos de vivir que convierten a las personas en entidades desestructuradas, sin un marco afectivo, de expectativas o espacio-temporal demasiado estables.
No descubro nada, esto que estoy diciendo ya lo han dicho muchas veces mejor Zygmunt Baumann o Richard Sennet.
Si el turrón Almendro te sigue recordando todas las navidades que cuando te comes un cachito del preciado dulce sientes la navidad, la fraternidad o la familia, no te queda más remedio que reirte. Si Nike, te dice que ser español ya no es una excusa, sino una responsabilidad, la verdad es que sientes un punto de embarazo por lo grandilocuente y demodée del mensaje, aunque lo digan Rafa Nadal o Pau Gasol. Si Burger King escenifica lo que es una reunión de padres e hijos en uno de sus restaurantes de comida rápida, sentados en esas sillas y mesas de esos materiales que uno nunca acaba de tomarse en serio, comiendo en cajitas y bebiendo en vasos de plástico, parece incluso más difícil que antes creer en la importancia de la familia frente a otros fetiches como el trabajo, el ocio o el consumo.
Si Ikea te invita a que no gastes tanta pasta en juguetes sino que pases más tiempo con tus hijos jugando a lo que sea en lugar de surfear la web todas las noches a la búsqueda de gangas en Internet, ver una serie de HBO, husmear y presumir en Facebook o seguir contestando e-mails que siempre pueden esperar para mañana, entonces piensas que IKEA es esa multinacional sueca que ofrece salarios de hambre en Rumania, que fabrica muebles perecederos de aglomerado, responsable de que hayas pasado algunos infernales sábados por la tarde de gentío y ruido, de sus infames perritos calientes que te han obligado a recurrir a la sal de frutas más de una vez, de tediosas tardes en las que se ponen a prueba tus nervios intentando descifrar el maremagnum de tuercas y tornillos para armar las estructuras de sus literas. ¿Qué legitimidad tienen ellos, los suecos, para hablar de familias fuertes?
Si, es cierto que lo de ser suecos tiene algunas cosas buenas, que no pagan malos sueldos para lo que se lleva, que sus muebles ponen a tu alcance una cierta belleza de los objetos cotidianos que incluso el filósofo Javier Gomá ha ensalzado en uno dee sus últimos ensayos.
Ikea será culpable de muchas cosas pero no de que no pases tiempo con tus hijos y ni tan siquiera de realizar costosas campañas publicitarias para recordártelo y, de paso, vender un poquito más en su campaña de navidad.
Olvidate del iPhone y del Galaxy por un momento, no atiendas a los reclamos de Amazon.es que te acosan mientras lees El País, boicotea Facebook donde nunca pasa nada aunque parezca que pasan cosas todo el tiempo.
Juega un poco con ella a las cuatro en raya, al ajedrez o a Yatzee. Pregúntale, y sobre todo escucha, que tal le ha ido el partido o que problema tiene con su amigo Lucas.
Aunque lo diga Ikea.
O incluso yo que también tengo que predicar con el ejemplo.
Feliz navidad a todos.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Pablo Iglesias tiene razón


Coincido con el aluvión de críticas que recibió la entrevista de Sergio Martín y su grupo de tertulianos a Pablo Iglesias en el Canal 24 horas. Y no porque la entrevista fuera mala como dicen algunos, sino porque parece que las entrevistas tipo dóberman últimamente sólo se reservan para Pablo Iglesias. A este paso le acabarán convirtiendo en un mártir, y con razón.
Dos de las mejores entrevistas de carácter político que he visto en los últimos años en una televisión española han sido la de Ana Pastor y ésta (peor que la primera). Curiosamente, el entrevistado ha sido el mismo, Pablo Iglesias. Ambas entrevistas en las que el o los entrevistadores se lanzan al cuello del entrevistado, sin medir demasiado las palabras, sin estar pendientes de si manifestarse de una u otra forma puede cerrarles puertas de su futuro profesional.
Contra lo que suele ser habitual, a los entrevistadores no les bastaba la primera respuesta de argumentario preparada por el entrevistado cuando entrevistan a políticos de los partidos tradicionales, que bien aleccionados en las sesiones de formación de portavoces están siempre tratando de colocar el mensajito positivo de turno una y otra vez -pregunten lo que les pregunten-, sino que seguían mordiendo a la presa hasta que les daba una respuesta más o menos concreta.
El problema del escrutinio al que se le está sometiendo a Pablo Iglesias en estas entrevistas -que sirven para alimentar la sociedad del espectáculo al tiempo que para que los partidos rivales ajusten cuentan al intruso de turno- es que el líder de Podemos tiene razón.
Es difícil cuestionar sus mensajes clave: la existencia de un sistema político corrupto y finiquitado que necesita de una refundación, la falta de soluciones a un desempleo crónico que excluye a amplias capas de la población y acentúa las desigualdades, la falta de oportunidades y la sensación de que esa idea tan bonita del ascensor social ha pasado a la historia y hemos vuelto al caciquismo de siempre.
La ventaja de Podemos es que, como decía un amigo mexicano mío que vivía en Madrid hablando de su situación, es que no tiene historia como partido de gobierno y sus miembros han podido ser más o menos virtuosos, aunque sólo sea por la falta de oportunidades. Por mucha punta que trate de sacársele al caso Errejón, no deja de ser una corruptela más en un mundo, el del circuito universitario, donde este tipo de ejemplos son habituales debido a unas reglas del juego bastante perversas.
Podemos y Pablo Iglesias seguirán haciéndose fuertes porque enfrente no hay nada. Bueno, hay personas, sedes, edificios, logotipos, pero no ideas. Por eso Podemos crece en lugares donde no tiene ni sedes ni apenas estructura.
Me incluyo en un grupo cada vez más numeroso, por lo que acierto a intuir, de ciudadanos que votaremos con la nariz tapada a uno de los dos partidos de siempre para que no gane Podemos aun sabiendo que, por mucho trazo grueso que utilice en sus críticas y por muchas inquietantes utopías que plantee, Pablo Iglesias tiene razón.

martes, 9 de diciembre de 2014

Cómo se contrata en la universidad americana


La excesiva regulación produce monstruos, sobre todo en la universidad española. Goza de buena prensa esta palabra en España, regulación, porque hay quien la identifica con justicia social. Craso error cuando a lo que nos referimos es al acceso de los más capaces a las plazas de profesorado universitario.
Seguimos a vuelta con la endogamia cuando en otros países se han implantado desde hace décadas procedimientos que han erradicado el problema con garantías. De hecho, este es un tema del que en la universidad norteamericana nadie habla como ya no se habla del tifus o la cólera que, al menos en occidente, afortunadamente pasaron a mejor vida hace mucho tiempo.

En este tema más es menos. En Estados Unidos no hay ninguna agencia gubernamental de evaluación del profesorado que habilite a nadie para enseñar. Ni falta que hace. Son los propios centros los que se aseguran de que contratan a los más capaces por la cuenta que les tiene. Ayuda que hay competencia entre universidades y suficientes incentivos salariales y profesionales para fomentar la movilidad. Pero sobre todo que la información fluye y hay transparencia en los procesos de contratación.
¿Cómo se logra eso? Con sistemas de contrataciones libres y descentralizados por centros en los que las barreras son mínimas y la publicidad a la hora de anunciar las plazas es máxima. Visto desde aquí, eso de que salga una plaza y solo se presente una persona como leí que sucedió en la Universidad de Málaga, suena a broma.
Las universidades norteamericanas anuncian las plazas de profesores a través de una serie de canales (chronicle.com, higheredjobs.com, etc.) que todos aquellos profesores que buscan trabajo conocen. Aparecen plazas diariamente. Generalmente, y generalizo un poco valga la redundancia, las universidades exigen una documentación inicial nada engorrosa que acredite que uno está capacitado para enseñar (syllabus, evaluaciones de alumnos, una exposición de la filosofía del profesor en el aula, etc.), un CV, publicaciones y un listado de referencias.
A los candidatos seleccionados se les realiza una entrevista por teléfono y a los finalistas se les invita a una entrevista en el campus. Durante el par de días que duran las entrevistas, los candidatos se entrevistan con el comité de búsqueda (formado normalmente por otros profesores del departamento en el que se va a trabajar), el decano, estudiantes, miembros de otros departamentos, etc.
A los candidatos se les exige que impartan una clase a un grupo de alumnos y que presenten su agenda investigadora a profesores del mismo y otros departamentos. Importa mucho el perfil personal, que encaje bien con el resto de miembros del departamento.
Finalmente el comité de búsqueda realiza una recomendación que ha de ser rubricada por el decano. Al final del proceso, un mínimo de 25-30 personas dará algún tipo de feedback sobre el candidato.
Siempre me ha chocado el contraste entre el sistema anglosajón y la hiperburocratización de órganos como la ANECA (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación) con esos nombres tan pomposos y esos delirios de grandeza. Preparar la documentación para la ANECA exige una serie trámites casi vejatorios de los candidatos que se pasan la vida asistiendo a seminarios para que les den 10 puntitos por aquí y 5 por allá, o pidiendo cartas cuando acuden a un congreso internacional para demostrar que estuvieron allí haciendo una presentación bajo la mirada perpleja de los organizadores que insisten una y otra vez que para qué hace falta la carta si ya se ve en el libreto que su nombre aparece, junto a la sesión y el título del artículo.
En lugar de dedicarse a enseñar e investigar, el candidato a ser habilitado por la ANECA pasa gran parte de su tiempo aprendiéndose la jerga, por ejemplo la diferencia entre una copia certificada, compulsada o conformada, o clasificando originales y fotocopias de cada conferencia, reunión o seminario en el que ha estado. Cualquier olvido, cabo suelto o campo sin rellenar puede dejarle a uno fuera de juego hasta la próxima convocatoria.
Eso cuando el candidato no trata de averiguar que miembros evaluarán su dossier con el fin de contactar a alguien de su círculo que pudiera conocerlos para tener más pegada. Tampoco es infrecuente que haya gente que recurra a la agencia autonómica de turno para que le acredite, si tiene mejores contactos, si ha fracasado con la agencia nacional.
¿Y al final para qué? No será mejor ver a un candidato en acción enseñando una clase que meramente leer las clases que ha enseñado en un papel, eso sí, debidamente sellado y conformado por la institución de turno? Uno, después de todo, puede pasarse toda la vida dando clase y seguir siendo un manta.
¿No será mejor que las personas que seleccionen a los candidatos sean especialistas en su campo de conocimiento que no, como sucede en la ANECA, gente de otras áreas a veces con una reputación como investigadores que deja mucho que desear y que se escudan en el anonimato para tomar decisiones con más frecuencia de lo deseable son arbitrarias?
Qué el sistema está inventado, hombre. Copiémoslo.

martes, 2 de diciembre de 2014

La toma de decisiones en la universidad de Estados Unidos


Contra lo que pueda parecer, el caso Errejón no sugiere necesariamente que los españoles estén hechos de una fibra moral peor que otros o que éste sea un país de corruptos por naturaleza.
Más bien lleva a la reflexión acerca de las expectativas de una cultura organizativa determinada y de la falta de contrapesos en las instituciones a la hora de tomar decisiones que suelen estar excesivamente concentradas en pocas personas. Es un problema de procesos, especialmente en la universidad donde la opacidad es notable.
Pero antes de llegar a ese tema, me ha llamado mucho la atención el énfasis que se ha puesto en el incumplimiento por parte deErrejón de los aspectos presenciales que incluye el contrato, básicamente desarrollar la actividad de 8 a 4 de la tarde en Málaga.
Digo yo que lo importante que debería figurar en un contrato es que el becado cumpla los objetivos investigadores ateniéndose a unos parámetros determinados y, en ningún caso, si la actividad la desarrolla en un lugar u otro. ¿Y si el candidato decidiera trabajar de 12 a 8 de la tarde porque debido a ser un profesional solicitado debido a su prestigio el investigador ejecuta trabajos para otras organizaciones? Fuera de España es habitual conceder a los investigadores un alto nivel de flexibilidad en parte porque su figura se equipara a la de un consultor que maneja distintos proyectos al mismo tiempo. Es curioso que en el mundo anglosajón la expresión showing up, hacer acto de presencia, haya adquirido un matiz derogatorio, de anticualla, en el mundo laboral mientras que en España siga estando cotizada.
Pero la parte más relevante del caso Errejón es de que forma pone de manifiesto la existencia de una cultura dominante en la que los procesos de toma de decisiones se llevan a cabo por pocas personas y tienden al ocultismo.
Casos similares abundan por lo visto. Un buen amigo, que trabaja en la universidad española, me decía que es imposible que el caso Errejón afecte a la reputación de Podemos por una razón fundamental, y es que este tipo de estratagemas para colocar a amigos en los departamentos u otorgarles becas esta a la orden del día.
¿Cómo es posible que una sola persona sea responsable de adjudicar una beca concedida por una institución pública por muy público que sea el concurso? Lo mínimo sería que hubiera un comité adjudicatario compuesto por investigadores de distintas instituciones e incluso procedencia geográfica.
La archiconocida endogamia universitaria española, materializada en el hecho de que más del 90 por ciento de los candidatos contratados por oposición formaban parte de los respectivos departamentos, se debe a que los tribunales son confeccionados por un miembro del departamento, es decir, de casa que suele incluir en la comisión “a gente de los suyos” en lugar de a otros miembros que garanticen la igualdad de oportunidades de los candidatos como establece la ley.
El resultado es que las decisiones de contratación, a pesar de todos los esfuerzos realizados para implantar procesos de acreditación pública y sexenios de investigación, acaban siendo tomadas por 4 o 5 personas sin apenas exposición al público. La ley dice una cosa, pero en la práctica los decanos y rectores no se atreven a hacer cumplirla por miedo a los grupos de interés.
En contraste, me pongo a contar la cantidad de personas que tienen acceso a un candidato en las, si otra vez las dichosas universidades anglosajonas dando lecciones, y me salen más de treinta personas que han entrevistado al candidato directamente (los miembros del comité de búsqueda), asistido a una presentación de su agenda investigadora o han asistido a una de sus clases. Esta lista de personas incluye profesores de todos los niveles y otros departamentos, secretarias o decanos. No todas ellas tienen voto, pero si la capacidad de influenciar a los miembros del comite de búsqueda.
No es una idea nueva ni mucho menos, la superioridad de la masa/grupo (the wisdom of thecrowds) en lo que se refiere a la toma de decisiones. No sólo produce decisiones de mejor calidad sino que, sobre todo, son más limpias.

lunes, 24 de noviembre de 2014

Universidad pública sin dinero público


Por mucho que se empecinen los políticos de turno en negarlo, la universidad pública del futuro tendrá cada vez menos dinero público. Y no, aunque cueste digerirlo, no se trata sólo de que los ingresos estatales vayan a crecer poco debido a la atonía económica durante al menos otra década.
Aunque el fenómeno Podemos pueda indicar que nos movemos en sentido contrario, lo cierto es que hay una parte cada vez más numerosa de la clase media que se confiesa saturada de impuestos y manifiesta en voz alta su hartazgo de tener que pagar cada vez más tasas por servicios públicos de peor calidad.
El pasado verano conversaba con unos amigos, uno de cuyos hijos estudia en la Universidad Complutense, que se mostraban indignados por la subida de tasas. A mí la queja me chocó algo, ya que son personas de muy buena situación económica a los que unos cientos de euros al año no les afectan apenas nada, y se lo dije. Uno de ellos me contestó que "para la mierda que era" los mil cuatrocientos o mil quinientos euros de matrícula anual le parecían una barbaridad. No supe qué pensar después de esta conversación, que empezaba a ponerse tensa, pero tuve la inquietante sensación de que esta persona se conformaba con una universidad cutre -aunque yo no comparto la opinión de que la Universidad Complutense lo sea- a la posibilidad de tener una de mejor calidad pagando más (lo cual es únicamente una hipótesis optimista, ya que la universidad necesita más reformas que dinero, aunque también lo segundo).
Lo cierto es que el consenso posterior a la segunda guerra mundial que dio lugar al Estado del bienestar se resquebraja lentamente y no parece haber otra alternativas que una bajada de expectativas respecto a lo que el Estado puede ofrecer.
La universidad pública parece que puede ser una de las víctimas de este nuevo escenario. De hecho, es una de las pocas predicciones que comparto con el informe WISE financiado por la Fundación Qatar acerca de la universidad del futuro. Se tenderá a modelos privados; o a lo sumo, mixtos. El que quiera estudios superiores, que se los pague; al menos en parte, vaticinan los expertos.
Sigo pensando que en Europa, entre otras cosas por tradición -que es un factor que cuenta mucho-, iremos a rebufo de esta tendencia, pero iremos. No sé si llegaremos a lo que ha sucedido en los Estados Unidos, donde la media de lo que el estudiante paga en una universidad pública es del 47 por ciento, con estados en los que el dinero público sólo cubre el 15 por ciento de la matrícula, como sucede en Washington -incluso menos en Oregón-, pero la tendencia no se va a invertir.
Preveo una lucha encarnizada por cada estudiante que se va a convertir en rey y señor. Una lucha en la que las universidades públicas, hasta ahora con una clientela cautiva, también se verán involucradas. Tarde o temprano, la gestión se profesionalizará y dejará de ser política, como sucede todavía.
Todo será válido con tal de atraer estudiantes y dinero: se montarán institutos y fundaciones de todo tipo para atraer dinero privado, carreras más cortas, carreras más individualizadas, más programas online o a distancia. Algunas permitirán que se establezcan franquicias de ropa o restauración en los campus, otras alquilarán sus instalaciones los fines de semana para rodar una película o un programa de televisión, y habrá las que incluso permitirán que se asienten centros comerciales en los campus. Habrá también académicos que puede que pasen la mayor parte de su tiempo como consultores de empresas privadas cediendo un porcentaje de los beneficios a la institución.
Es discutible si una universidad puede considerarse pública si sólo recibe un 20 por ciento de aportación estatal, pero todo es relativo, sobre todo si se compara con las que no reciban nada.
La experiencia universitaria que existía en otros tiempos, con tardes largas en las que uno leía cuanto libro caía en sus manos o se iba a la filmoteca o a un conferencia, pasará a la historia si es que no ha pasado ya. La abulia estudiantil será un lujo reservado a unos cuantos que puedan permitirse no trabajar mientras completan los estudios.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Los jóvenes españoles necesitan mentores


Al contrario de lo que piensan algunos extranjeros que me he encontrado, los jóvenes españoles no se van de España porque vivan mal, porque sus condiciones materiales sean indignas o deshonrosas. No sueñan, como otros que he visto, con supermercados llenos de cosas, con que sus hijos vayan al colegio o tengan un seguro de salud. Ni siquiera con dinero para salir el fin de semana e incluso para hacerse un viajecillo en Ryanair. Todo eso muchos lo siguen teniendo incluso en circunstancias difíciles.
Conozco profesores de universidades americanas que viajan a Madrid pensando que se van a encontrar legiones de jóvenes tapados con cartones durmiendo en las bocas de metro, multitudes de personas pidiendo en la calle y autobuses destartalados circulando por las calles. El mundo de las percepciones es, sin embargo, tozudo. Cuando vuelven, a pesar de que la realidad es la que es, describen más mendigos y gente sin hogar rastreando en las papeleras de los que sin duda vieron. Encontraron lo que buscaron.
Ese no es el problema español, aunque la idea de mendicidad esté profundamente arraigada desde tiempos inmemoriales. Los jóvenes españoles pueden ser un poco pasivos, y se que generalizo profundamente (yo fui uno de ellos), almidonados, ingenuos a veces, pero por lo que veo son en general mentalmente más equilibrados y afectivamente más maduros que muchos de los que me he encontrado por el mundo. Sienten empatía por otros, son sociables y capaces de tener una conversación con un adulto. Cínicos cuando tienen que serlo e ingenuos cuando no. No está mal para empezar y los universitarios están bastante mejor preparados de lo que se dice.
¿Qué les falta? ¿Donde está la malesse? Necesitan tener un proyecto vital, algo que en España siempre ha sido complicado más allá de la mera supervivencia (llámese pisito, coche, mes de vacaciones). Ahora ni eso. Por eso se van. Fallan las condiciones materiales pero también culturales.
La sociedad americana es la más eficiente que conozco en aquello de dotar a los individuos (y a cualquier organización) de una misión en la vida, de metas y objetivos. Se inculca la idea de producto (outcome), de tener metas y objetivos, cuanto más tangibles mejor. Suena algo primitivo, puede verse como una forma de eludir hacerse las preguntas fundamentales de la vida ya que la consecución de metas tangibles suele dejarnos siempre insatisfechos, pero es una necesidad incuestionable la de tener metas concretas en la vida.
En la universidad española todavía se escucha mucho eso de que uno no está allí para ser un profesional de nada (“esto no es FP”), sino para formarse, adquirir unas destrezas intelectuales y toda esa serie de vaguedades que no conducen demasiado allá ni hacen necesariamente a la universidad mejor. Sin embargo, se deja a los jóvenes demasiado a su suerte.
Aunque la sociedad americana no es el modelo en muchas cosas, no es mentira del todo que esté cuajada de individuos solitarios (los americanos tienen como media uno o dos amigos a lo largo de su vida) que pasan su vida cambiando de ciudades en busca del dólar extra, los americanos si lo han hecho bien en cuanto a dotar al individuo de una misión en la vida, algo que la mayoría de la gente necesita y que suele construirse alrededor del mundo del trabajo.
En la escuela, la universidad, la atención al individuo es constante. Se busca orientarlo a potenciar sus capacidades en aquello que sobresale. Sorprende, en contraste con España, la existencia de la figura del mentor (mentor), un vocablo que en España apenas se usa y que suena a otro siglo pero que tiene como función no dejar al individuo abandonado a su suerte en el mundo académico o profesional.

En el mundo profesional o académico norteamericano se entiende que convertirse en mentor de alguien o en un mentee, es decir, una persona que sigue el consejo o la guía de otro, no es producto del azar o la coincidencia de haber conocido a alguien determinado con un carisma especial. En empresas y universidades hay procedimientos claramente delimitados para que los profesores más expertos guíen a los más jovenes, los profesionales más veteranos a los recién llegados y los docentes a sus alumnos fuera del aula. Es, sin más, una obligación del que sabe más, del más curtido, instruir en la toma de decisiones al que sabe menos, al más inexperto.

Por supuesto, como todo en la vida hay mentores mejores y peores, pero la buena disposición, tanto para el consejo como para el aprendizaje, suele estar presente en ambas partes. Para muchos americanos, compartir su conocimiento y tiempo con otros es parte de la noción de servicio a los demás que se espera de cualquier persona con responsabilidades, con independencia de sus creencias religiosas, éticas o morales.

Recuperemos la figura del mentor. Nuestros jóvenes necesitan gente que les ayude a tomar decisiones.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Una relación ambigua

La relación de los norteamericanos con la obesidad es, como mínimo, ambigua en una sociedad que todavía rinde culto a cierta forma de eugenesia.

http://mic.com/articles/104030/here-s-what-it-feels-like-to-be-fat-in-public-in-america?utm_source=huffingtonpost.com&utm_medium=referral&utm_campaign=pubexchange


martes, 11 de noviembre de 2014

Las lentejas de mamá: 6 reflexiones sobre la emigración


Vaya por delante que a cualquier joven español de veintitantos le aconsejo emigrar y pensando en no volver en X años o quizás nunca a no ser de vacaciones o por compromisos familiares. Difícil papeleta aunque si puede ser a los Estados Unidos pues mejor.
Sin embargo, entiendo a Raúl G. Serra cuando dice que echa de menos las lentejas de su madre desde su peripecia londinense. Todo el mundo tiene derecho a echar de menos a su familia, los recuerdos y las sensaciones con los que ha crecido. No veo ese toque siciliano o machista que algunos comentaristas de su blog han querido ver.
Las lentejas son sólo una metáfora. Hay mucha gente, los otros emigrantes, que aprovechan para sacar pecho y decir “haz como yo”, “mira que bien me ha ido a mí”, cada vez que oyen una queja. Me parece una actitud arrogante y ventajista basada en una aceptación del darwinismo ahora que las cosas les van bien a ellos.
Londres puede ser el paraíso o un pequeño infierno si te has ido a buscar la vida con un nivel de inglés precario trabajando en un restaurante o hacienda camas en un hotel. La soledad puede ser acuciante y comerse un filete como el que describe Raúl puede convertirse en un sueño de Carpanta cuando tienes que contar cada penique.
Sin embargo, me hago en voz alta una serie de reflexiones que quizás pueden ayudar a algunos.
1. Adaptarse a una sociedad nueva en la que uno tiene asignado un nuevo papel, inmigrante en el sector servicios, lleva tiempo y un esfuerzo suplementario motivado por el hecho de saber que a dos horas de avión te esperan unas lentejas y una cama con el embozo bien hecho. Hay que aguantar el envite (véase si no mi Carta abierta a Benja Serra) si o sí.
2. Hay que olvidarse de ese pensamiento tan español de “trabajar en lo mío”. Muchas veces “lo mío” puede ser un rollo patatero y nos perdemos oportunidades en otros campos más interesantes y mejor remunerados. En el mundo anglosajón tienen bastante claro que pasar por la universidad habilita para muchas cosas con un mínimo de formación complementaria y una buena actitud. La biografía no te marca necesariamente a los 30 años como aquí.
3. Si tienes ideas, “empezar una startup”, España no es un buen país. Hay aversión generalizada al riesgo. Por simplificar, los únicos que prestan dinero son los bancos tradicionales que son lo más conservador que existe. Sólo te van a apoyar si ya tienes dinero o credenciales. En casi cualquier otro sitio del mundo desarrollado, Londres por supuesto, lo tendrás más fácil si tienes buenas ideas.
4. Aunque lo parezca, no es lo mismo vivir fuera un año que cinco. En términos de madurez emocional, aporta más vivir diez años en un sitio que haber visitado 57 países en fines de semana. Uno madura mucho más, endurece la piel y relativiza muchas de las inevitables adversidades de la vida.
6. Para ser fuerte en casa, ayuda mucho serlo primero fuera. No siempre, porque España es un país muy desagradecido, se abren puertas pero es más sencillo si te has labrado fuera una reputación. Lo único que pasa es que luego no quieres volver.
7. Por último, porque la lista sería interminable para un post, aunque el subjetivismo y la sentimentalidad están de moda en esta era del yo, no te dejes llevar por ellas. Confronta tus sentimientos y sensaciones. Si vienes en verano de vacaciones, te darás cuenta de que las cosas cambian poco, de que no te estás perdiendo nada.
Recordarás que los pisos de Atocha están mal aislados y hace un frío que pela en invierno, que los filetes de las casas de comida de Tirso de Molina son correosos, que el olor a fritanga se queda en tu ropa y que el vino de los menús es pendenciero a más no poder. Te darás cuenta de que tus amigos están melancólicos los domingos por la tarde pensando, los que lo tengan, en el trabajo que les espera el lunes por la mañana.
Si después de hacerse estas reflexiones uno quiere volver, pues que vuelva. Queda avisado.