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miércoles, 25 de noviembre de 2015

Elogio de la desilusión

A proposito de la lectura de Biografía del silencio de Pablo D'Ors

Mi llegada a Biografía del silencio de Pablo D´ors no puede ser más antitética con lo que el propio autor proclama en el libro. Leo una entrevista con D´ors en El Mundo e inmediatamente voy a Amazon y compro la versión electrónica del mismo (por cierto al ridículo precio de $4,90). Sucumbo al deseo compulsivo y a la gratificación inmediata que es una de las cosas que, implícitamente D´Ors rechaza en su libro.

Bien podría haberse llamado Elogio de la desilusión en lugar de Biografía del silencio este libro acerca de las posibilidades que ofrece meditar para llevar una vida plena. Escrito con una prosa cercana y asequible propone sumergirse, que no refugiarse, en el silencio y en la autoconsciencia como forma de acceder a la realidad.

El libro tiene muchas virtudes pero, en un mundo lleno de falsas promesas, una de las principales sea demostrar que un libro puede ser de autoayuda, aunque el autor probablemente se rebelara con razón contra el uso de esta terminología, sin caer en la indignidad. Para empezar, al contrario que los tradicionales libros de autoayuda, el autor niega la mayor que no es otra que el hecho de que los problemas que nos plantea la vida tengan solución como sugieren la mayoría de los vendedores del Balsamo de Fierabrás. Vivir va a seguir consistiendo en sentir que uno no ha desarrollado todo su potencial en la vida, que nuestras mujeres o maridos no nos entienden, que nuestros hijos nos decepcionan o que envejecer es un fastidio. Y eso está bien.






Aparte, o como forma de ajustar las expectativas vitales, Pablo D’ Ors sugiere la meditación, que no es nada más ni nada menos que sentarse en un banco o un cojín en una habitación vacía y en silencio, tal vez a la luz de una vela, durante tiempo indeterminado para observarse a uno mismo. La meditación bien hecha lleva a la persona a aceptar los beneficios que reportan los infortunios como forma eliminarlos ya que su imposible solución no constituye un desafío.

El autor, nieto del filósofo Pablo D’Ors, sacerdote y recientemente elegido por el Papa miembro del Consejo Pontificio de Cultura del Vaticano, se desnuda para contarnos su experiencia en el mundo de la meditación. Aunque no reniega de su condición de cristiano, curiosamente el libro utiliza un lenguaje más zen que bíblico, cosa que fastidia a algunos. Lo realiza con seguridad pero sin arrogancia, con certezas pero admitiendo numerosas dudas, manifestando su gozo pero sin desmentir la existencia de aguas procelosas en el intento. De hecho, uno de sus presupuestos es que lograr la absoluta consciencia de ser es casi imposible y solo se manifiesta, lo admite a título personal, en escasas ocasiones. Pese a todo apuesta por seguir intentándolo en lugar de conformarse con las migajas que nos ofrece la vida del hacer.

En un mundo dominado por la cantidad, D´Ors apuesta con valentía por la calidad, con frecuencia por lo mínimo. A mí, que nunca he meditado, me cautiva el pensamiento a contracorriente de D´Ors que, confirma mis sospechas, cuestionando los lugares communes de la época que nos ha tocado vivir. Niega la importancia per se de vivir nuevas experiencias, de viajar, de estar siempre en movimiento, involucrados en nuevos proyectos, planificando el futuro. La meditación propone lo contrario, que el tesoro principal sea haya en no huir de uno mismo en el presente, estar en una habitación vacía (si, quizás la dichosa habitación vacía a la que se refería Pascal), en disfrutar del silencio, de la quietud, del existir en estado puro. El que prueba mucho, el que está en muchos sitios, el que cambia un montón no sólo no vive sino que se aleja de si mismo y de la vida.


Todo ello, D´Ors lo cuenta con sinceridad, sin amaneramientos y en un lenguaje transparente como el silencio, al que uno escucha de forma distinta cuando acaba la lectura de la obra.

viernes, 20 de noviembre de 2015

América sigue molando

Digamos lo que digamos. Aunque nos encontremos en una era de transición en la que lo antiguo no ha terminado de desaparecer y lo nuevo no ha terminado de consolidar su hegemonía, hay cosas que no cambian.

América sigue molando a la gente.

En la piel de toro, las tradiciones religiosas o incluso las celebraciones del patriotismo constitucional se transforman en puentes infinitos y son reemplazadas por festividades surgidas del imaginario cinematográfico cuando no del más obvio consumismo pasados los años del consumo irónico.

Halloween se muestra claramente bastante más sólido, y por supuesto más divertido, que la festividad de todos los santos para la gente menor de treinta e incluso cuarenta años.

Thanksgiving siempre ha gustado. Quién no recuerda con delectación a Michael Caine trinchando el pavo en esa casa de Manhattan acogedora y bien caldeada en la película Hanna y sus hermanas. Viéndola casi se paladeaba el pavo aunque en la realidad su carne sea bastante insulsa y se enfríe con facilidad.

Mientras las fiestas navideñas se secularizan y no dejan de ser poco más que una ocasión para meterse una comilona pagada por la empresa entre pecho y espalda, irse a esquiar o tomarse unas vacaciones en Cabo de Gata, a los Americanos el Día de acción de gracias que todavía sigue siendo una festividad seria.

En España, en general se imitan los modos de vida y costumbres norteamericanas con bastante impudicia. En un país en el que la venta por catálogo fue siempre considerada algo exótico, hoy día SEUR se forra mandando sobres a las casas con mercancías. Se pasó en un periquete de que la ropa interior oliera a humo después de una noche de farra en cualquier local de Malasaña, a ver a los fumadores casi como enfermos.

La campaña comercial con motivo del Black Friday, el viernes posterior al jueves de acción de gracias, supera todos los precedentes. No solo Amazon sino el comercio español al completo se ha puesto de acuerdo en montar un día de rebajas el día 27 de noviembre. Aunque en España sea un día laborable, aunque la gente haya dormido bien, aunque no haya resaca y aunque no haga tanto frío y uno salga a la calle y, a diferencia de la mayoría de los pueblos y pequeñas ciudades norteamericanas, tenga gente con la que reunirse y cosas que hacer.


América sigue molando, reconozcámoslo.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Los republicanos, amantes de la derrota

La verdad es que oyendo en el último debate a los candidatos republicanos, todavía ocho, era difícil no acordarse de los líderes de los nacionalismos periféricos españoles, siempre amantes de la derrota, propensos a enaltecer un pasado idealizado que nunca existió, causado por un enemigo exterior y que les sirve de motivación para mantener a la parroquia alerta.

Todos ellos, sin excepción, hablaban de pérdidas. De la derrota económica de las empresas norteamericanas frente a las empresas de las potencias emergentes. De la fuga masiva de puestos de trabajo al mundo en desarrollo. Del fracaso de la educación universitaria que gracias a ellos reverdecerá los laureles. Del hundimiento de la clase media. De la pérdida de influencia de los Estados Unidos en los asuntos internacionales.

Es curioso, porque para el resto del mundo no ha habido periodo de la historia reciente en que las compañías americanas sean más hegemónicas en el mundo. Todas las grandes empresas de la nueva economía (Apple, Microsoft, Google, Amazon, etc, etc.) son americanas, globales y compiten ferozmente entre ellas. Son los ejemplos que se ponen en el resto del mundo de lo que hay que hacer en términos de, esa palabra que va a desgastarse de tanto usarla a diestro y siniestro, innovación.

Los Estados Unidos tienen, ahora sí, un paro del 5 por ciento, un dato que, en cierto modo, redime al país de tantas carencias como tiene en su estilo de vida y es la envidia del mundo desarrollado y subdesarrollado. Sus universidades siguen siendo la referencia en el mundo, tanto a nivel científico como en términos de marketing y oropel. A la clase media ni siquiera le ha hecho falta subirse la cultura low cost, más propia de europeos empobrecidos. El ejército y los estadistas americanos siguen protagonizando las grandes trifulcas internacionales.

En realidad, los grandes fracasos de los americanos como civilización es de lo que los candidatos republicanos se sentían verdaderamente orgullosos ya que rehusaron hablar de ello porque se supone que está bien: el poder inatacable de los grandes grupos de influencia para cambiar leyes que no funcionan como la falta de control de la posesión de armas de fuego; o el hecho de que todo el sistema de salud, por mucha reforma que haya hecho Obama, esté en manos privadas y muchas de sus decisiones se tomen únicamente por ánimo de lucre. Algo de responsabilidad tendrá en que la vida media de un norteamericano sea de 78 años, unos 5 años menos que la de un europeo. Parece que lo importante sigue siendo que uno no tenga que compartir habitación en los hospitales privados de los Estados Unidos. Pues muy bien.

Se sienten orgullosos de las taras del sistema porque son ejemplos del excepcionalismo americano, esa expresión que a bastante gente todavía gusta en este país y que incluye en el paquete nunca mirar como otros países han resuelto con bastante solvencia esos problemas.

Es curioso, convierten la victoria en derrota y la derrota en victoria. Son unos fenómenos porque consiguen hacerlo y que, quizás por la fuerza de la costumbre, pase desapercibido.

Sabemos que los demócratas no son perfectos, que hacen y dicen muchas ridiculeces.



Pero a cualquier europeo cabal, ya sea socialdemócrata, liberal o conservador, le resulta francamente 

difícil simpatizar con el discurso de los republicanos.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Amazon ha entendido el momento

Amazon recibe palos por todos los sitios a pesar de que cada vez tiene más fieles. O quizás por eso. Se le acusa de prácticas laborales seudoesclavistas, de no pagar impuestos y  de haber pulverizado las librerías, entre otras lindezas.

Su líder, Jeff Bezos, tampoco concita las simpatías que otros como Bill Gates. Aparece como excesivamente frío, cerebral y se le acusa de falta de generosidad a diferencia de otros multimillonarios filántropos.

Sin embargo, la mayoría de los que critican a Amazon por todas estas razones son los mismos que compran en Amazon hasta maquinillas de afeitar y no aportan ni un euro de más ni un minuta extra de su tiempo a que esas librerías que tanto dicen adorar puedan sobrevivir.

En cierto modo, la relación con Amazon es un termómetro de la hipocresía para mucha gente.

Su ultimo movimiento estratégico, la apertura de una megalibrería en Seattle, no contribuye a aclarar las cosas. ¿Qué pretende Amazon con ello? ¿Un revival de los años 80 y 90? ¿De esos años en que los Borders y los Barnes and Noble, unos extinguidos y los otros en extinción, florecían como setas con sus flamantes cafés y confortables sillones?

Parece poco probable que vea un nicho de negocio en ello. Más bien parece un gesto de cariño (interesado quizás pero cariño al fin y al cabo) a su ciudad natal o quizás una acción más de responsabilidad social corporativa producto del remordimiento por haberse cargado un buen número de librerías en un país en el que el precio fijo del libro no existe.

Atlantic Monthly la denominaba “catedral laica”, un título que en una de las ciudades menos religiosas de Estados Unidos y donde la idea de la plaza pública es inexistente, empieza a ostentar cualquier lugar en el que la gente se reuna por espacio de una hora o más.

La nueva librería ha sido, en cualquier caso, bien recibida por todo el mundo y a nadie se le ha ocurrido acusar a Amazon de ser el asesino que tiene la gentileza de pagar los gastos del entierro. Más bien los artículos se han centrado en resaltar la iniciativa como un esfuerzo de la empresa por construir comunidad (building community), uno de los bienes más preciados en un país en el que la gente apenas se reune de forma casual o comparte el espacio público para algo que no tenga que ver con el deporte o la restauración.

En una sociedad opulenta hasta cierto punto saturada de empresas y fundaciones centradas en el respeto y cuidado del medio ambiente o en la promoción de estilos de vida saludables, no quedan tantos propósitos relevantes hoy día para que las compañías puedan destacar.

Sólo el principal y la verdadera gasolina de la existencia. Hacer que los individuos pasen más tiempo con otros de su propia especie. Un fenómeno en extinción en esta parte del mundo.

Hasta este extremo hemos llegado pero Bezos y Amazon lo han entendido.