Lo cierto es que la afición al fútbol puede interpretarse como una metáfora de lo que se viene cociendo en América durante los últimos años. Una metáfora de la lenta erosión que se viene produciendo en los valores de lo que se dio en llamar el excepcionalismo americano, es decir, el hecho de que Estados Unidos fuera la única nación en la historia brotada directamente de una revolución basada desde el principio en la igualdad, el individualismo y los principios de libertad económica. Si solía citarse la falta de interés por el fútbol como un rasgo más de la singularidad del carácter americano, eso ya no puede decirse. Aunque parezca lo contrario, la influencia que el resto del mundo ejerce sobre Estados Unidos nunca ha sido mayor.
La potencia del fútbol base en Estados Unidos es extraordinaria, tanto que en España yo no veo en la actualidad nada remotamente parecido. Un par de datos indicativos acerca de la importancia social que está adquiriendo el fútbol los ofrece la Asociación de Fabricantes de Material Deportivo: 15 millones de americanos juegan al fútbol regularmente lo que le convierte en el tercer deporte en importancia en número de practicantes por detrás del baloncesto (26 millones) y el béisbol (16 millones). Esta progresión seguirá en aumento ya que entre las chicas es el deporte más popular en las escuelas con un crecimiento del 226 por ciento en los últimos 20 años. Personalmente he podido comprobar esta explosión en Ellensburg. Por ejemplo, los sábados por la mañana durante los meses de otoño en Ellensburg no hay literalmente ni un solo niño, ni niña, que no acuda a jugar el torneo local en uno de los 12 campos de hierba que componen unas instalaciones impresionantes.
La afición por el fútbol ha dado lugar a extraños compañeros de cama. Por un lado, nos encontramos con la inmigración latina (sobre todo mejicana) y, por otro, con un numeroso segmento de la población, no sólo, pero en un importante porcentaje, integrado por personas de nivel socioeconómico alto que vive en zonas urbanas. Los primeros, practican el fútbol cuando sus duros horarios laborales se lo permiten y siguen la liga mejicana en los canales hispanos; los segundos apuntan a sus hijos a equipos de fútbol de las federaciones locales y siguen la liga inglesa con fruición. La guerra cultural del fútbol está servida. Si el fútbol acaba triunfando en América, como parecen empeñados los latinos y los snobs, ¿qué es lo que le queda al excepcionalismo americano?
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