Existe un gran optimismo en España en lo que se refiere a la pujanza del español en Estados Unidos, país que parecería destinado a convertirse en el centro de gravedad de la cultura en español en el próximo siglo. Aunque algunas razones de peso permiten sostener esa argumentación, lo cierto es que hay numerosos factores que apuntan en la dirección contraria, es decir, hacia una paulatina decadencia de la importancia de la lengua española en este país. Me permito apuntar tres de ellos: los patrones de integración de los hispanos en la sociedad norteamericana, la disminución del flujo migratorio y, sobre todo, la falta de prestigio del español.
Un dato a tener en cuenta es que el número de hispanos no se corresponde con el de hablantes del español que es de 31 millones de habitantes, un 25 por ciento menos que el total de la población de origen latino. Es relativamente sencillo comprobar la incomodidad y dificultad que sienten las segundas generaciones de hispanos al hablar un español que en la mayoría de las ocasiones han aprendido casi exclusivamente en casa y distan mucho de escribir correctamente. En el caso de la tercera generación, siguiendo la tradición integradora de otros grupos étnicos en Estados Unidos, el español se ha convertido en una reliquia del pasado. La excepción a esta tendencia podemos encontrarlas en aquellas zonas donde los hispanos forman una mayoría relativa como California o Texas, cuya población hispana supone aproximadamente la mitad de todo el país, convertidas en autenticas comunidades bilingües aunque bien es cierto que los segmentos más dinámicos de la misma tienden rápidamente a adoptar el inglés como primera lengua tanto en estas zonas como en el resto del país.