Medianoche volvió a decepcionarme más si cabe que estas otras películas porque mis expectativas eran mayores. Sin tomar una mínima distancia con el personaje protagonista, Allen se dedica, fotograma tras fotograma, a fotografiar París con descaro publicitario, un hecho que constrasta notablemente con la escasez de planos que dedicó, por ejemplo, a Barcelona en Vicky Cristina Barcelona. Sarkozy se sentirá sin duda satisfecho. Vuelven, como no, a aparecer esos personajes de la clase media alta norteamericana a los que Allen se siente tan cómodo criticando sus vidas aparentemente colmadas en lo profesional y lo material pero perpetuamente infelices. Todos ellos, incluido el propio director, tienen algo en común con el resto de los americanos que no pertenecen a este mundo: la idealización de Francia como el reverso de lo que representa América (y lo que le falta) en el mundo occidental. Las razones para ello son muchas: la aureola de sofisticación en las costumbres, de que París sigue siendo la capital mundial del arte aunque sólo sea por su pasado, de que Francia sigue siendo la cuna del lujo y del buen comer, del bon vivre, en suma. Todas ellas son percepciones que elevan a Francia a la enésima potencia en la mentalidad norteamericana con un resquicio de infantilismo. Francia, y París en concreto, no es un país para la psique norteamericana sino un estado mental. Cuando en los medios de comunicación se menciona la postura que adoptan otros países occidentales respecto a una decisión norteamericana primero se menciona a Francia, cuando se habla de las enfermedades cardiovasculares que afectan a los norteamericanos se cita the French paradox como ejemplo de lo contrario, cuando se elige a un foráneo para saber como América es o ha sido vista desde fuera se escoge una cita de Alexis de Tocqueville o de Bernard Henry-Levy, si se ha de preferir un acento extranjero se elige el francés, e incluso a una preparación tan cotidiana en el mundo como las patatas fritas se las llama French fries. Francia, junto a la Toscana italiana por razones distintas de las que hablaremos algún día, es el compendio perfecto, como diría Simon Anholt, el gurú del country branding, de país caliente y frío al mismo tiempo. Rico, cultivado, eficiente y con voz propia en los asuntos importantes por un lado; y, por otro, un país de ocio y voluptuoso. La versión americana de Francia se llamaría California, algo que Steve Jobs y otros entendieron perfectamente cuando empezaron a incluir en sus productos la frase designed in California.
¿Cómo son los americanos? ¿Son tan simples como dicen algunos? ¿Les conocemos tan bien como creemos gracias a las noticias y las películas? ¿En qué se diferencian de los españoles? En American Psique, César García responde a éstas y otras preguntas a través de un análisis pormenorizado de los elementos que conforman la psicología de los habitantes de los Estados Unidos en el siglo XXI.
lunes, 31 de octubre de 2011
Americanos en París
El otro día estuve viendo Medianoche en París, la última película de Woody Allen. Tengo que decir que aunque, como tantos de mi generación, cuando tenía veintitantos idolatré a este cineasta neoyorquino, últimamente le había perdido un poco la pista. Ver sus cinco últimas películas, recuperadas en DVD un poco a destiempo, me confirmó en mis presunciones de que éstas, hechas deprisa y corriendo, apenas contienen nada nuevo que no fuera expresado con infinitamente más frescura 20 o 30 años atrás. Sin embargo, esta película venía precedida de mejores críticas y, sorprendentemente, de un cierto éxito de taquilla en Estados Unidos donde se ha proyectado incluso en pantallas de lo que se denomina small town America.
Medianoche volvió a decepcionarme más si cabe que estas otras películas porque mis expectativas eran mayores. Sin tomar una mínima distancia con el personaje protagonista, Allen se dedica, fotograma tras fotograma, a fotografiar París con descaro publicitario, un hecho que constrasta notablemente con la escasez de planos que dedicó, por ejemplo, a Barcelona en Vicky Cristina Barcelona. Sarkozy se sentirá sin duda satisfecho. Vuelven, como no, a aparecer esos personajes de la clase media alta norteamericana a los que Allen se siente tan cómodo criticando sus vidas aparentemente colmadas en lo profesional y lo material pero perpetuamente infelices. Todos ellos, incluido el propio director, tienen algo en común con el resto de los americanos que no pertenecen a este mundo: la idealización de Francia como el reverso de lo que representa América (y lo que le falta) en el mundo occidental. Las razones para ello son muchas: la aureola de sofisticación en las costumbres, de que París sigue siendo la capital mundial del arte aunque sólo sea por su pasado, de que Francia sigue siendo la cuna del lujo y del buen comer, del bon vivre, en suma. Todas ellas son percepciones que elevan a Francia a la enésima potencia en la mentalidad norteamericana con un resquicio de infantilismo. Francia, y París en concreto, no es un país para la psique norteamericana sino un estado mental. Cuando en los medios de comunicación se menciona la postura que adoptan otros países occidentales respecto a una decisión norteamericana primero se menciona a Francia, cuando se habla de las enfermedades cardiovasculares que afectan a los norteamericanos se cita the French paradox como ejemplo de lo contrario, cuando se elige a un foráneo para saber como América es o ha sido vista desde fuera se escoge una cita de Alexis de Tocqueville o de Bernard Henry-Levy, si se ha de preferir un acento extranjero se elige el francés, e incluso a una preparación tan cotidiana en el mundo como las patatas fritas se las llama French fries. Francia, junto a la Toscana italiana por razones distintas de las que hablaremos algún día, es el compendio perfecto, como diría Simon Anholt, el gurú del country branding, de país caliente y frío al mismo tiempo. Rico, cultivado, eficiente y con voz propia en los asuntos importantes por un lado; y, por otro, un país de ocio y voluptuoso. La versión americana de Francia se llamaría California, algo que Steve Jobs y otros entendieron perfectamente cuando empezaron a incluir en sus productos la frase designed in California.
Medianoche volvió a decepcionarme más si cabe que estas otras películas porque mis expectativas eran mayores. Sin tomar una mínima distancia con el personaje protagonista, Allen se dedica, fotograma tras fotograma, a fotografiar París con descaro publicitario, un hecho que constrasta notablemente con la escasez de planos que dedicó, por ejemplo, a Barcelona en Vicky Cristina Barcelona. Sarkozy se sentirá sin duda satisfecho. Vuelven, como no, a aparecer esos personajes de la clase media alta norteamericana a los que Allen se siente tan cómodo criticando sus vidas aparentemente colmadas en lo profesional y lo material pero perpetuamente infelices. Todos ellos, incluido el propio director, tienen algo en común con el resto de los americanos que no pertenecen a este mundo: la idealización de Francia como el reverso de lo que representa América (y lo que le falta) en el mundo occidental. Las razones para ello son muchas: la aureola de sofisticación en las costumbres, de que París sigue siendo la capital mundial del arte aunque sólo sea por su pasado, de que Francia sigue siendo la cuna del lujo y del buen comer, del bon vivre, en suma. Todas ellas son percepciones que elevan a Francia a la enésima potencia en la mentalidad norteamericana con un resquicio de infantilismo. Francia, y París en concreto, no es un país para la psique norteamericana sino un estado mental. Cuando en los medios de comunicación se menciona la postura que adoptan otros países occidentales respecto a una decisión norteamericana primero se menciona a Francia, cuando se habla de las enfermedades cardiovasculares que afectan a los norteamericanos se cita the French paradox como ejemplo de lo contrario, cuando se elige a un foráneo para saber como América es o ha sido vista desde fuera se escoge una cita de Alexis de Tocqueville o de Bernard Henry-Levy, si se ha de preferir un acento extranjero se elige el francés, e incluso a una preparación tan cotidiana en el mundo como las patatas fritas se las llama French fries. Francia, junto a la Toscana italiana por razones distintas de las que hablaremos algún día, es el compendio perfecto, como diría Simon Anholt, el gurú del country branding, de país caliente y frío al mismo tiempo. Rico, cultivado, eficiente y con voz propia en los asuntos importantes por un lado; y, por otro, un país de ocio y voluptuoso. La versión americana de Francia se llamaría California, algo que Steve Jobs y otros entendieron perfectamente cuando empezaron a incluir en sus productos la frase designed in California.
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A mí la película me gustó, me pareció un regreso, al menos parcial, al Woody Allen que me gustaba. Y Owen Wilson hace muy bien de Woody Allen...:-) Claro que esto no me impide ver, ahora que lo señalas, que, efectivamente, tiene esa carga de idealización de Francia al parecer tan generalizada por ahí. No dejes de comentar lo de la Toscana, por favor, que es otra zona tan manida en el imaginario cinematográfico...
ResponderEliminarCreo que soy de los pocos a los que no ha gustado la película y no solamente por una idealización en mi opinión simplona de París, sino sobre todo por la autocomplacencia de que hace gala el autor con respecto a unos hábitos de vida inaccesible al común de los mortales que hace que no sienta la más mínima empatía por ninguno de los personajes. Tomo nota de tu sugerencia acerca de la Toscana, la otra parte de Europa que con frecuencia no les deja ver el todo. Para que te hagas una idea, cada vez que la industria alimentaria introduce un nuevo producto con aceite de oliva lleva el gentilicio Tuscan delante del sustantivo. Cuando hablamos de potenciar la marca país, lo cierto es que italianos y franceses nos llevan una inmensa ventaja principalmente porque en su momento supieron construir una narrativa.
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