Pero quizás el factor más importante se refiere a la falta de prestigio de la que goza nuestra lengua y el desconocimiento de la cultura que en su globalidad pudiéramos llamar hispana en Estados Unidos. No me estoy refiriendo al desprestigio que he mencionado anteriormente, derivado del estatus socioeconómico de sus hablantes, sino a la falta de interés con que se enseña la lengua española en las universidades. Por supuesto no estoy hablando de los departamentos de español de las grandes universidades norteamericanas donde nuestro idioma ha gozado de reconocimiento desde hace muchas décadas en los estudios de posgrado, sino a un segundo nivel de universidades estatales y privadas donde entre los numerosos motivos que los estudiantes esgrimen para tomar cursos de español figuran el hecho de que si aprenden español no tendrán que empezar desde cero porque ya tomaron algunos cursos en high school o un cierto buenismo que identifica aprender español con tener un gesto de solidaridad con algunas de las capas más débiles de la sociedad. Es muy raro encontrarse un estudiante universitario de español en una universidad estatal que estudie nuestra lengua porque piense que hay una literatura, cine, arte, ciencia, una cultura en suma, que valga la pena. Esta circunstancia es relativamente fácil de percibir cuando se comparan las opiniones de los estudiantes de español con las de estudiantes de otras lenguas cómo el francés o incluso el ruso. En numerosas ocasiones el español se aprende de una manera mecánica, totalmente desgajado de la cultura de los países que lo hablan. Quizás sea, como ya advirtió Ramiro de Maeztu hace casi un siglo en su visita a Middlebury College, porque muchos de los profesores no son nativos de países hispanohablantes. En cualquier caso se echa de menos cierta pasión que estudiantes de otras lenguas más minoritarias sienten hacia sus lenguas y culturas de adopción.
Mucho me temo que el futuro del español en Estados Unidos dependa de eso. De la capacidad que tengamos no sólo los españoles sino el resto de hispanohablantes de promocionar y prestigiar la cultura expresada en español, pero sobre todo de generar ciencia y conocimiento en nuestra lengua. El Instituto Cervantes es útil pero al fin y al cabo una gota de agua en el oceano, sería incluso más deseable que hubiera grandes universidades en los países de habla hispana donde se produjera investigación de calidad o colegios, como ya existen liceos franceses o alemanes, donde pudiera recibirse enseñanza en español, algo que ni siquiera ocurre en ninguna de las grandes ciudades estadounidenses.
Un ejemplo representativo. Hace poco el célebre columnista del New york Times, Nicholas Kristoff, invitaba a la élite neoyorkina estadounidense a aprender español en lugar de mandarín “a pesar de no tener tanto prestigio” pero sí por razones de eficacia y practicidad. Os aseguro que la opinión de Kristoff no es excepcional.
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