Los americanos tienen una cierta fama de ruidosos fuera de los Estados Unidos. Esta faceta puede que a los españoles, más ruidosos todavía, nos pase desapercibida, pero no así a otros europeos o, por ejemplo, a los japoneses. La imagen de un grupo de americanos en pantalones cortos o vestidos con ropas deportivas caminando por París o Berlín y hablando a todo volumen se ha convertido en un cliché para mucha gente, incluidos los propios americanos cuando tratan de reirse de si mismos.
La imagen de país ruidoso tambien la proyecta la industria del entretenimiento. Antaño la música de break-dance por las calles y hoy el hip-hop, el rumor de los coches en Nueva York (la ciudad que nunca duerme), el estruendo de las bandas de música en los partidos de béisbol y fútbol americano, los incesantes cánticos de las tropas durante los entrenamientos que hemos visto en las películas sobre la guerra del Vietnam. Sin embargo, si hay una faceta que vertebra la vida americana es el silencio. No precisamente el silencio interior que tendemos a asociar al ascetismo cristiano o a las religiones que vienen del Oriente, producto de la inacción antesala de la meditación, sino el silencio dictado por la ubicación en un espacio determinado. Es el silencio del suburbio, del barrio residencial, de la ciudad pequeña, de las calles permanentemente vacías por las que amplios vehículos se deslizan sigilosamente a paso de tortuga a cualquier hora del día para cumplir una ley que en la mayoría de los casos les impide circular a una velocidad mayor de 20 o 25 kilómetros por hora. El silencio del orden a ultranza de barrios de casas perfectamente alineadas y césped cortado con rigurosidad milimétrica, del paseo por un campus universitario un domingo por la tarde, de un sport bar inundado de pantallas todas ellas con el volumen bajado. El silencio que solo corta el agitarse por la ventisca de una bandera de barras y estrellas atada a un mástil en una casa particular o un edificio público.
Si alguien quiere experimentar la angustia de este tipo de silencio, aunque de forma vicaria, no tiene mas que leerse alguno de los cuentos de Raymond Carver o Richard Ford y compartir las vivencias de esos personajes solitarios, obsesivos y hasta cierto punto tambien banales.
Existe otro tipo de silencio que es el de las montañas, los parques naturales, los lagos, un día de caza o de pesca, el de las decenas de kilómetros conduciendo sin toparse con un coche o una gasolinera en una carretera secundaria. Es el silencio que uno encuentra viendo Las aventuras de Jeremias Johnson, algunas fases de Brokeback Mountain o algunas road movies ya olvidadas como Paris Texas.
Por último existe el silencio de las conversaciones. Cuando uno dice algo abrupto, una expresión considerada innecesaria o que puede ser motivo de conflicto, una referencia a otras tierras, otro país, otras gentes, entonces también muchas veces se produce el silencio.
¿Cómo son los americanos? ¿Son tan simples como dicen algunos? ¿Les conocemos tan bien como creemos gracias a las noticias y las películas? ¿En qué se diferencian de los españoles? En American Psique, César García responde a éstas y otras preguntas a través de un análisis pormenorizado de los elementos que conforman la psicología de los habitantes de los Estados Unidos en el siglo XXI.
domingo, 27 de noviembre de 2011
El silencio
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