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lunes, 9 de enero de 2012

El mito de Italia

Los mitos son indestructibles, inmortales y siempre tienen razón. Por algo son mitos. En cuestión de culturas, Italia, junto a Francia, es un gran mito en Norteamérica. Da lo mismo que haya tenido a Berlusconi (del que por cierto el americano de a pie apenas se ha enterado de que existió), de que ahora tengo un gobierno de tecnócratas o de que su economía se esté yendo a pique. Italia es siempre Italia para el americano. La existencia del mito no tiene tanto que ver con un hecho turístico si bien es cierto que el doble de americanos (2 millones al año) visitan el país transalpino en comparación con España (un millón), siendo España un receptor global mayor de turistas.

Si cuesta encontrar huellas españolas en la vida cotidiana de los americanos, la presencia de lo italiano es constante. Una presencia apabullante que a primera vista comienza con la aplastante presencia de restaurantes italianos, pizzerías, cafeterías y heladerías (nunca he escuchado tanto la palabra gelato como aquí) o recetas de inspiración italiana o con ingredientes considerados italianos en las revistas y programas de televisión. El español no familiarizado con esta adoración de lo italiano puede acabar algo traumatizado y con cierto sentimiento de inferioridad ya que muchas de las señas de identidad españolas en lo culinario han sido literalmente taken over por los italianos. En líneas generales, por citar sólo unos cuantos ejemplos, para un americano medio el jamón serrano es prosciutto, la paella un tipo de risotto, la tortilla puede pasar por una fritatta y el chorizo puede confundirse perfectamente por un tipo más de salami. El perejil (Italian Parsley), las ciruelas (Italian plums), el brócoli, las judías blancas (canellini beans), los calabacines (zucchini), todo lleva el sello de Italia, el país de los grandes ingredientes. La imposición del lenguaje transforman al español en una especie de italiano sin el encanto del mismo, una especie de quiero y no puedo, quizás un mero wannabe con pocas señas de identidad que no sean el idioma por la fuerza de los números, el sol y las casas enjalbegadas de cal y de tejas rojas. El flamenco y los toros quedarían casi para un público semi-especializado. El auge de la nueva cocina española, los Adrià y compañía estarían reservados a una élite.

El mito de Italia también lo encontramos perenne en el mundo del lujo, de la publicidad de las revistas femeninas y lifestyle, un mundo, a pesar de la informalidad americana en el vestir, altamente reverenciado. Zara y Mango pueden ser más importantes que Armani y Prada desde un punto de vista numérico, pero no dejan de ser pret-a-porter y además tienen un nombre que suena más italiano que español.

La alta cultura italiana, empezando por el renacimiento, forma indiscutiblemente del canon americano (y yo diría occidental) mucho más que la española. Michelangelo siempre será más conocido que Velazquez, Leonardo que Goya, Boticelli que el Greco, Picasso con las dos eses pasará fácilmente por italiano o francés.

Podría seguir y no parar. Hace años, cuando aún vivía en Madrid, conocí a un profesor de historia español que había enseñado en Estados Unidos casado con una bostoniana. Le había solicitado su voluminosa tesis doctoral para utilizarla como referencia bibliográfica en la mía propia. Había vivido y aún pasaba temporadas en los Estados Unidos. Me empezó a hablar de cómo los italianos habían usurpado la presencia española en este país logrando que Colón en inglés se dijera Columbus en base al hipotético origen italiano del almirante, logrando que el día del descubrimiento de América se celebraran desfiles de ítaloamericanos y lo de la hispanidad les sonara casi a chino (aquí todavía se denomina Columbus Day). Este profesor-doctor era, y espero que lo siga siendo ya que tenía una salud delicada, un noble de buena planta y yo creo que con una hidalguía muy española me confesó que odiaba la pasta, cuya popularidad se debía al instinto comercial de los italianos. A mí entonces, ajeno a este tipo de preocupaciones, me chocaron sus comentarios pero sospecho que albergaba algo de razón.

Como dice mi amigo Antonio Núñez en su libro¡Será mejor que lo cuentes!, el mito no es verdad ni mentira, es simplemente ejemplar. Los mitos narran falsedades para revelarnos grandes verdades. Nos guste más o menos, de lo que no cabe duda es de que Italia es un mito en todo el mundo pero en el caso de los americanos si cabe más.

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