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domingo, 18 de marzo de 2012

Clases y resentimiento

Una de las características de la sociedad norteamericana es su apego a lo que se denomina el ideal de la middle class. Un porcentaje ligeramente inferior a la mitad de los americanos se considera clase media, aunque este número haya ido menguando en las últimas décadas. Antaño, según Charles Murray (ver entrada anterior de este blog), era aproximadamente un 80 por ciento la cantidad de americanos que se veían parte de este grupo que incluía a gente bastante rica y a otros bastante modestos pero que compartían los mismos valores de clase.

Aunque el número de los estadounidenses autodenominados de clase media haya descendido estos últimos años sobre todo como producto de la crisis económica, la mitad de la población sigue siendo una cantidad notable. De hecho, a los norteamericanos les gusta imaginar que, de alguna manera, los Estados Unidos son una sociedad sin clases. La convicción de que uno puede tratar de tu a tu al poderoso, que mañana puede ser uno mismo, sigue teniendo vigencia. A los alumnos norteamericanos se les anima a desafiar a la autoridad (to challenge authority es una expresión sumamente habitual en las aulas de los campus universitarios) y en cualquier organización norteamericana es habitual que el personal de menor categoría laboral tenga acceso a los altos mandos. También contribuye a ello el que la envidia sea un sentimiento poco extendido entre los norteamericanos que raramente experimentan odio o malos deseos a aquellos coronados por el éxito profesional o económico.

Estos pensamientos me vienen a la cabeza cuando leo sobre la polémica levantada por la última campaña publicitaria de Loewe para acercarse a un público más joven en la que aparecen un grupo de hombres y mujeres que supuestamente “representan a un amplio sector de la juventud española.” Aunque en estas polémicas hay siempre un algo artificiosamente publicitario (y una falsedad estadística ya que, segun un estudio norteamericano que ha llegado a mis manos recientemente, el número de twitteros es inferior al 5 por ciento de todos los internautas y la mayoría de los mensajes de Twitter se concentran en un 3 por ciento de ese ya reducido porcentaje), lo cierto es que el tema haya gozado de tanto éxito en las agendas de los periódicos e intuyo de las radios, me evoca la diferente relación que tenemos los españoles con el concepto de clase, que en nuestro caso tiene una clara reminiscencia socialista o marxista salpicada por siglos de catolicismo que han forjado la idea de que hay siempre algo pecaminoso en el rico o aquel que ha tenido la vida demasiado fácil.


En España tenemos tan interiorizado el resentimiento de clase que incluso los ricos tienen que avergonzarse de serlo, al menos públicamente, para sentirse cómodos en su piel. Tengo lo suficientemente reciente como la mujer de Amancio Ortega y otros multimillonarios españoles se manifestaban hace meses en favor del movimiento 15-M. Leyendo los comentarios a la noticia, me he encontrado perlas como ésta que no son sino un botón de muestra de entre varias decenas de frases parecidas:

“Pues nada, una buena manifa y a impedir el acceso a las tiendas de Loewe. Y a partir de ahora, se pasa la consigna de insultar e increpar a cualquier persona que luzca algo de Loewe en la calle. Hay que boicotear a esta tienda de fachas y a sus clientes.”

Siento curiosidad por ponerles un día de estos los comerciales a mis estudiantes de comunicación, muchos de los cuales provienen de familias relativamente modestas, para que me digan lo que piensan. Estoy seguro de que acabaremos hablando de diferencias culturales, como siempre.

Yo mismo sufrí el otro día en mis propias carnes la incomprensión de mis alumnos que, con cara de escepticismo, no acababan de comprar una de mis reflexiones en una clase sobre crisis management (gestión de crisis). Se trataba de un caso real sucedido hace cuatro años en uno de los aviones de Southwest Airlines, uno de cuyos empleados había prohibido a una estudiante que viajaba de San Diego a Tucson para ver al médico subirse al avión debido a que su atuendo demasiado sexy hería la sensibilidad de algunos pasajeros. La chica acudió a un conocido talk-show televisivo a denunciar lo sucedido pero Southwest Airlines decidió no enviar a ningún representante. Analizamos los pros y contras de la estrategia de la aerolínea.

 

Mi opinión es que hizo lo correcto para no alimentar la polémica ante lo que era, después de todo, un incidente menor. Como tercera o cuarta derivada, dije que era más que probable que los responsables de comunicación de la compañía hubieran sopesado factores como el hecho de que era probable que muchos televidentes no iban a sentir simpatía por aquella adinerada familia de San Diego que tiene los suficientes recursos para pagar vuelos a Arizona a su hija para ver al ginecólogo y cuyo padre abogado debía ganar un muy holgado salario de más de varios cientos de miles de dólares. Añadí, para mas inri, que Kyle Ebert, la chica protagonista de la historia, utilizó la publicidad generada por el caso para posar, seis meses más tarde, en la revista Playboy. Creo, a juzgar por las expresiones de sus caras, que muchos de mis estudiantes no entendieron mi idea. Debieron pensar que sonaba demasiado resentida, acaso demasiado española.

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