Una de las cosas que más me gustan de los científicos sociales norteamericanos es que se refieren con frecuencia a los temas fundamentales de la vida que, como todo el mundo sabe, son tres o cuatro: la muerte, Dios, el amor y la felicidad, en el orden que a uno más le guste. Especialmente este último, la felicidad, tiene una larga tradición ya que la propia constitución americana habla del derecho a la felicidad. Y es que mientras en España, andamos todos a ver si algún día podría bajarse el paro al 15 por ciento o angustiados por si podrán garantizarse las prestaciones sociales en un futuro, los americanos, a pesar de su fama de pragmáticos, nos dan constantemente lecciones de idealismo y van al meollo del asunto.
Lo hacen los economistas, que para eso han desarrollado índices que miden el grado de felicidad, los políticos, los antropólogos y también los historiadores. Eso es lo que hace Charles Murray en su libro Coming apart: The state of white America 1960-2010 (que literalmente se traduciría como Desintegración: El estado de la América blanca 1960-2010) que, más allá de un diagnóstico acerca de la bifurcación de la sociedad americana en dos clases diferenciadas en sus valores – la upper middle class, rica, culta, cosmopolita y segregada en barrios de élite y la lower middle class, cada vez más pobre, peor educada y condenada a vivir en barrios marginales – y que apenas se cruzan en sus vidas cotidianas o se preocupan unos de otros. El libro es un alegato para recuperar las señas de identidad que han hecho de los norteamericanos gente feliz en el pasado.
Lo hacen los economistas, que para eso han desarrollado índices que miden el grado de felicidad, los políticos, los antropólogos y también los historiadores. Eso es lo que hace Charles Murray en su libro Coming apart: The state of white America 1960-2010 (que literalmente se traduciría como Desintegración: El estado de la América blanca 1960-2010) que, más allá de un diagnóstico acerca de la bifurcación de la sociedad americana en dos clases diferenciadas en sus valores – la upper middle class, rica, culta, cosmopolita y segregada en barrios de élite y la lower middle class, cada vez más pobre, peor educada y condenada a vivir en barrios marginales – y que apenas se cruzan en sus vidas cotidianas o se preocupan unos de otros. El libro es un alegato para recuperar las señas de identidad que han hecho de los norteamericanos gente feliz en el pasado.
Murray, que no tiene por qué saber nada de los programas de vacaciones del Inserso, del Injuve y otros organismos parecidos, ejemplifica esta actitud europea en los puentes, el mes de vacaciones y la jornada de 35 horas. Para Murray, la alternativa norteamericana al síndrome europeo es dotar a la vida de un significado trascendente lo cual implica pasarla haciendo cosas importantes como por ejemplo tener una familia, mantenerse a uno mismo sin ayuda del estado, ser un buen amigo y un buen vecino y dar lo máximo en el trabajo. En eso consiste el proyecto americano que para el historiador corre riesgo de desmoronamiento.
Ideas simples pero con profundas implicaciones. Vale la pena reflexionar sobre ello.
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