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domingo, 4 de marzo de 2012

Los Oscar y la grandeur perdida de los franceses

Sabido es que Francia, a pesar de las apariencias de eterno rival, siempre juega en terreno propio en los Estados Unidos. Sus agudos hombres de negocios siempre lo han sabido y ello les ha servido para lograr grandes beneficios económicos vendiendo moda, perfumes, comida, abriendo sucursales de sus restaurantes Michelin tres estrellas en Nueva York y exportando películas con el reclamo del refinamiento y la sofisticación que se le atribuye a todo lo francés. Que le pregunten a cualquier viticultor español lo que cuesta vender vino por encima de un cierto precio en Estados Unidos, precios que muchos americanos sólo están dispuestos a pagar por los caldos franceses y californianos.

Y es que a pesar de los desaires, o quizás por ellos mismos, la psique americana ha construido una mitología de Francia como contrapoder de su propio país en el mundo occidental. Aquella idea de llamar “freedom fries” a las “French fries” no fue sino un ejemplo de lo contrario que quería parecer, un paradójico reconocimiento de inferioridad de quien es, y se sabe, mucho más fuerte. Casi diría que, como sucede con ciertos amores fatales, cuanto más desplantes les hacen los franceses, los americanos más les quieren. Los bien escenografiados desacuerdos de Francia en cuestiones de política internacional son magnificados casi como si Francia pudiera tratar de igual a igual al coloso americano y como si la opinión de Francia en estos asuntos en realidad importara algo. Pero esta tendencia abarca todos los órdenes de la vida. Los americanos se lamentan de sus males leyendo el libro bringing up bebe con envidia acerca de las buenas maneras de los niños franceses que ellos son incapaces de instaurar o sus dietas hedonistas y milagrosas en el bestseller Why French women don’t get fat (por que las mujeres francesas no engordan).

A diferencia de los españoles, los franceses conocen perfectamente la psique americana que aspira en aquello que se aleja del mundo de los negocios y de la ciencia, a ser como ellos. Fuera del trabajo, al americano le gustaría comer, hablar, comportarse y hacer el amor como un francés. Por decirlo gráficamente, les tienen bien cogida la medida como esos equipos modestos que siempre vencen a los grandes. Por eso me sorprendieron tanto las declaraciones de los políticos franceses tratando de apuntarse el éxito de The Artist en la última entrega de los Oscar.


Para Sarkozy, los cinco Oscar conseguidos por la película mostraron “a los Estados Unidos que se hacen cosas maravillosas en Francia.” Por su parte, Hollande, líder del Partido Socialista francés, consideró “que los Oscar a la música y el vestuario muestran también la diversidad de talentos movilizados para el proyecto.” Incluso, Marine Le Pen, la ultranacionalista líder del Frente Nacional, dijo que los galardones suponían “una gran victoria del cine francés.”

La verdad es que este tipo de manifestaciones en España no me hubieran extrañado. Estamos acostumbrados a que cualquier mínimo triunfo de cualquier español en Estados Unidos se considere una pica en Flandes. Somos un país pequeño y lo asumimos. Me sorprendió que los franceses hayan caído en la trampa de enaltecer al pelotón de jubilados que compone al menos el 50 por ciento de los votantes la academia de Hollywood como aquellos que fijan el estándar de lo que se considera excelente. No he visto la película y tengo la impresión de que probablemente sea excelente de verdad, lo que me ha sorprendido es que la tradicional e inteligente táctica francesa de ignorar o infravalorar la opinión de los americanos en lo que se refiere a la cultura – aunque hay una relativamente nueva generación de escritores franceses, capitaneados por Frédéric Beigbeder, que se caracterizan por lo contrario—, y que tan buenos resultados de imagen le producen en este país para mantener el posicionamiento de país top del prestigio, ha dado un vuelco. Los franceses parecían españoles – incluido el inglés de circunstancias en la recogida de premios – y eso se lleva mal con la idea de grandeur. Aunque por suerte para ellos, por lo que he podido percibir a mi alrededor, los americanos no se han enterado.

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