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jueves, 21 de febrero de 2013

La otra comida rápida


El otro sábado sucumbí como todo hijo de vecino a ir de compras a un mall en las cercanías de Seattle. A media mañana, el cansancio y el estrés empezaron a acumularse cuando los niños empezaban a estar hambrientos y hartos del ejercicio de correr alrededor de mercancía mientras sus padres miraban y se probaban cosas. La solución más rápida fue entrar en Chipotle, una cadena de restaurantes de la empresa propietaria de MC Donalds. El lugar estaba atestado de familias con padres que tuvieron sus hijos avanzada la treintena, con pinta en su mayoría profesionales o lo que antiguamente se llamaban yuppies.

Chipotle ofrece una versión simplificada de la comida mejicana adaptada al gusto de los estadounidenses que consiste básicamente en mezclar arroz, judías (o frijoles), hojas de ensalada y algún tipo de carne de res, pollo o cerdo a la brasa aderezado con algunas especias y hierbas como cilantro envuelto o no en una tortilla (mejicana, se entiende). La comida sabe fresca y natural, lo cual no es poco en un sitio de esas características. Además de ser barata, un dato a tener en cuenta cuando hay que dar de comer a cuatro personas.




Pero lo más llamativo de Chipotle no es el ambiente ni la comida. Son los letreros.  Simples, en letra grande y que me recuerdan tanto a los textos de los libros para niños de 3 o 4 años. Unos letreros cuya simpleza refleja la escasez de opciones disponibles (apenas 20 o 25 pero iguales en el 75 por ciento de los ingredientes). La antítesis perfecta de las hamburguesas con seis salsas diferentes en la composición que sirven en las cadenas de hamburguesas o de las aproximadamente 19.000 combinaciones de café que uno puede encontrar en los Starbucks.

Chipotle es el equivalente en el mundo de la comida rápida a los diseños de Apple, las pantallas blancas de Google o la ropa laboral de Carhartt.

El menos es más también se impone en aquellos áreas que muchos consideran vulgares.

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