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lunes, 24 de noviembre de 2014

Universidad pública sin dinero público


Por mucho que se empecinen los políticos de turno en negarlo, la universidad pública del futuro tendrá cada vez menos dinero público. Y no, aunque cueste digerirlo, no se trata sólo de que los ingresos estatales vayan a crecer poco debido a la atonía económica durante al menos otra década.
Aunque el fenómeno Podemos pueda indicar que nos movemos en sentido contrario, lo cierto es que hay una parte cada vez más numerosa de la clase media que se confiesa saturada de impuestos y manifiesta en voz alta su hartazgo de tener que pagar cada vez más tasas por servicios públicos de peor calidad.
El pasado verano conversaba con unos amigos, uno de cuyos hijos estudia en la Universidad Complutense, que se mostraban indignados por la subida de tasas. A mí la queja me chocó algo, ya que son personas de muy buena situación económica a los que unos cientos de euros al año no les afectan apenas nada, y se lo dije. Uno de ellos me contestó que "para la mierda que era" los mil cuatrocientos o mil quinientos euros de matrícula anual le parecían una barbaridad. No supe qué pensar después de esta conversación, que empezaba a ponerse tensa, pero tuve la inquietante sensación de que esta persona se conformaba con una universidad cutre -aunque yo no comparto la opinión de que la Universidad Complutense lo sea- a la posibilidad de tener una de mejor calidad pagando más (lo cual es únicamente una hipótesis optimista, ya que la universidad necesita más reformas que dinero, aunque también lo segundo).
Lo cierto es que el consenso posterior a la segunda guerra mundial que dio lugar al Estado del bienestar se resquebraja lentamente y no parece haber otra alternativas que una bajada de expectativas respecto a lo que el Estado puede ofrecer.
La universidad pública parece que puede ser una de las víctimas de este nuevo escenario. De hecho, es una de las pocas predicciones que comparto con el informe WISE financiado por la Fundación Qatar acerca de la universidad del futuro. Se tenderá a modelos privados; o a lo sumo, mixtos. El que quiera estudios superiores, que se los pague; al menos en parte, vaticinan los expertos.
Sigo pensando que en Europa, entre otras cosas por tradición -que es un factor que cuenta mucho-, iremos a rebufo de esta tendencia, pero iremos. No sé si llegaremos a lo que ha sucedido en los Estados Unidos, donde la media de lo que el estudiante paga en una universidad pública es del 47 por ciento, con estados en los que el dinero público sólo cubre el 15 por ciento de la matrícula, como sucede en Washington -incluso menos en Oregón-, pero la tendencia no se va a invertir.
Preveo una lucha encarnizada por cada estudiante que se va a convertir en rey y señor. Una lucha en la que las universidades públicas, hasta ahora con una clientela cautiva, también se verán involucradas. Tarde o temprano, la gestión se profesionalizará y dejará de ser política, como sucede todavía.
Todo será válido con tal de atraer estudiantes y dinero: se montarán institutos y fundaciones de todo tipo para atraer dinero privado, carreras más cortas, carreras más individualizadas, más programas online o a distancia. Algunas permitirán que se establezcan franquicias de ropa o restauración en los campus, otras alquilarán sus instalaciones los fines de semana para rodar una película o un programa de televisión, y habrá las que incluso permitirán que se asienten centros comerciales en los campus. Habrá también académicos que puede que pasen la mayor parte de su tiempo como consultores de empresas privadas cediendo un porcentaje de los beneficios a la institución.
Es discutible si una universidad puede considerarse pública si sólo recibe un 20 por ciento de aportación estatal, pero todo es relativo, sobre todo si se compara con las que no reciban nada.
La experiencia universitaria que existía en otros tiempos, con tardes largas en las que uno leía cuanto libro caía en sus manos o se iba a la filmoteca o a un conferencia, pasará a la historia si es que no ha pasado ya. La abulia estudiantil será un lujo reservado a unos cuantos que puedan permitirse no trabajar mientras completan los estudios.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Los jóvenes españoles necesitan mentores


Al contrario de lo que piensan algunos extranjeros que me he encontrado, los jóvenes españoles no se van de España porque vivan mal, porque sus condiciones materiales sean indignas o deshonrosas. No sueñan, como otros que he visto, con supermercados llenos de cosas, con que sus hijos vayan al colegio o tengan un seguro de salud. Ni siquiera con dinero para salir el fin de semana e incluso para hacerse un viajecillo en Ryanair. Todo eso muchos lo siguen teniendo incluso en circunstancias difíciles.
Conozco profesores de universidades americanas que viajan a Madrid pensando que se van a encontrar legiones de jóvenes tapados con cartones durmiendo en las bocas de metro, multitudes de personas pidiendo en la calle y autobuses destartalados circulando por las calles. El mundo de las percepciones es, sin embargo, tozudo. Cuando vuelven, a pesar de que la realidad es la que es, describen más mendigos y gente sin hogar rastreando en las papeleras de los que sin duda vieron. Encontraron lo que buscaron.
Ese no es el problema español, aunque la idea de mendicidad esté profundamente arraigada desde tiempos inmemoriales. Los jóvenes españoles pueden ser un poco pasivos, y se que generalizo profundamente (yo fui uno de ellos), almidonados, ingenuos a veces, pero por lo que veo son en general mentalmente más equilibrados y afectivamente más maduros que muchos de los que me he encontrado por el mundo. Sienten empatía por otros, son sociables y capaces de tener una conversación con un adulto. Cínicos cuando tienen que serlo e ingenuos cuando no. No está mal para empezar y los universitarios están bastante mejor preparados de lo que se dice.
¿Qué les falta? ¿Donde está la malesse? Necesitan tener un proyecto vital, algo que en España siempre ha sido complicado más allá de la mera supervivencia (llámese pisito, coche, mes de vacaciones). Ahora ni eso. Por eso se van. Fallan las condiciones materiales pero también culturales.
La sociedad americana es la más eficiente que conozco en aquello de dotar a los individuos (y a cualquier organización) de una misión en la vida, de metas y objetivos. Se inculca la idea de producto (outcome), de tener metas y objetivos, cuanto más tangibles mejor. Suena algo primitivo, puede verse como una forma de eludir hacerse las preguntas fundamentales de la vida ya que la consecución de metas tangibles suele dejarnos siempre insatisfechos, pero es una necesidad incuestionable la de tener metas concretas en la vida.
En la universidad española todavía se escucha mucho eso de que uno no está allí para ser un profesional de nada (“esto no es FP”), sino para formarse, adquirir unas destrezas intelectuales y toda esa serie de vaguedades que no conducen demasiado allá ni hacen necesariamente a la universidad mejor. Sin embargo, se deja a los jóvenes demasiado a su suerte.
Aunque la sociedad americana no es el modelo en muchas cosas, no es mentira del todo que esté cuajada de individuos solitarios (los americanos tienen como media uno o dos amigos a lo largo de su vida) que pasan su vida cambiando de ciudades en busca del dólar extra, los americanos si lo han hecho bien en cuanto a dotar al individuo de una misión en la vida, algo que la mayoría de la gente necesita y que suele construirse alrededor del mundo del trabajo.
En la escuela, la universidad, la atención al individuo es constante. Se busca orientarlo a potenciar sus capacidades en aquello que sobresale. Sorprende, en contraste con España, la existencia de la figura del mentor (mentor), un vocablo que en España apenas se usa y que suena a otro siglo pero que tiene como función no dejar al individuo abandonado a su suerte en el mundo académico o profesional.

En el mundo profesional o académico norteamericano se entiende que convertirse en mentor de alguien o en un mentee, es decir, una persona que sigue el consejo o la guía de otro, no es producto del azar o la coincidencia de haber conocido a alguien determinado con un carisma especial. En empresas y universidades hay procedimientos claramente delimitados para que los profesores más expertos guíen a los más jovenes, los profesionales más veteranos a los recién llegados y los docentes a sus alumnos fuera del aula. Es, sin más, una obligación del que sabe más, del más curtido, instruir en la toma de decisiones al que sabe menos, al más inexperto.

Por supuesto, como todo en la vida hay mentores mejores y peores, pero la buena disposición, tanto para el consejo como para el aprendizaje, suele estar presente en ambas partes. Para muchos americanos, compartir su conocimiento y tiempo con otros es parte de la noción de servicio a los demás que se espera de cualquier persona con responsabilidades, con independencia de sus creencias religiosas, éticas o morales.

Recuperemos la figura del mentor. Nuestros jóvenes necesitan gente que les ayude a tomar decisiones.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Una relación ambigua

La relación de los norteamericanos con la obesidad es, como mínimo, ambigua en una sociedad que todavía rinde culto a cierta forma de eugenesia.

http://mic.com/articles/104030/here-s-what-it-feels-like-to-be-fat-in-public-in-america?utm_source=huffingtonpost.com&utm_medium=referral&utm_campaign=pubexchange


martes, 11 de noviembre de 2014

Las lentejas de mamá: 6 reflexiones sobre la emigración


Vaya por delante que a cualquier joven español de veintitantos le aconsejo emigrar y pensando en no volver en X años o quizás nunca a no ser de vacaciones o por compromisos familiares. Difícil papeleta aunque si puede ser a los Estados Unidos pues mejor.
Sin embargo, entiendo a Raúl G. Serra cuando dice que echa de menos las lentejas de su madre desde su peripecia londinense. Todo el mundo tiene derecho a echar de menos a su familia, los recuerdos y las sensaciones con los que ha crecido. No veo ese toque siciliano o machista que algunos comentaristas de su blog han querido ver.
Las lentejas son sólo una metáfora. Hay mucha gente, los otros emigrantes, que aprovechan para sacar pecho y decir “haz como yo”, “mira que bien me ha ido a mí”, cada vez que oyen una queja. Me parece una actitud arrogante y ventajista basada en una aceptación del darwinismo ahora que las cosas les van bien a ellos.
Londres puede ser el paraíso o un pequeño infierno si te has ido a buscar la vida con un nivel de inglés precario trabajando en un restaurante o hacienda camas en un hotel. La soledad puede ser acuciante y comerse un filete como el que describe Raúl puede convertirse en un sueño de Carpanta cuando tienes que contar cada penique.
Sin embargo, me hago en voz alta una serie de reflexiones que quizás pueden ayudar a algunos.
1. Adaptarse a una sociedad nueva en la que uno tiene asignado un nuevo papel, inmigrante en el sector servicios, lleva tiempo y un esfuerzo suplementario motivado por el hecho de saber que a dos horas de avión te esperan unas lentejas y una cama con el embozo bien hecho. Hay que aguantar el envite (véase si no mi Carta abierta a Benja Serra) si o sí.
2. Hay que olvidarse de ese pensamiento tan español de “trabajar en lo mío”. Muchas veces “lo mío” puede ser un rollo patatero y nos perdemos oportunidades en otros campos más interesantes y mejor remunerados. En el mundo anglosajón tienen bastante claro que pasar por la universidad habilita para muchas cosas con un mínimo de formación complementaria y una buena actitud. La biografía no te marca necesariamente a los 30 años como aquí.
3. Si tienes ideas, “empezar una startup”, España no es un buen país. Hay aversión generalizada al riesgo. Por simplificar, los únicos que prestan dinero son los bancos tradicionales que son lo más conservador que existe. Sólo te van a apoyar si ya tienes dinero o credenciales. En casi cualquier otro sitio del mundo desarrollado, Londres por supuesto, lo tendrás más fácil si tienes buenas ideas.
4. Aunque lo parezca, no es lo mismo vivir fuera un año que cinco. En términos de madurez emocional, aporta más vivir diez años en un sitio que haber visitado 57 países en fines de semana. Uno madura mucho más, endurece la piel y relativiza muchas de las inevitables adversidades de la vida.
6. Para ser fuerte en casa, ayuda mucho serlo primero fuera. No siempre, porque España es un país muy desagradecido, se abren puertas pero es más sencillo si te has labrado fuera una reputación. Lo único que pasa es que luego no quieres volver.
7. Por último, porque la lista sería interminable para un post, aunque el subjetivismo y la sentimentalidad están de moda en esta era del yo, no te dejes llevar por ellas. Confronta tus sentimientos y sensaciones. Si vienes en verano de vacaciones, te darás cuenta de que las cosas cambian poco, de que no te estás perdiendo nada.
Recordarás que los pisos de Atocha están mal aislados y hace un frío que pela en invierno, que los filetes de las casas de comida de Tirso de Molina son correosos, que el olor a fritanga se queda en tu ropa y que el vino de los menús es pendenciero a más no poder. Te darás cuenta de que tus amigos están melancólicos los domingos por la tarde pensando, los que lo tengan, en el trabajo que les espera el lunes por la mañana.
Si después de hacerse estas reflexiones uno quiere volver, pues que vuelva. Queda avisado.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Un futuro sin profesores


Uno lee las conclusiones de la encuesta realizada a 645 expertos en educación de los cinco continentes por la Cumbre Mundial para laInnovación en la Educación (WISE, por sus siglas en inglés), una iniciativa de la Fundación Qatar sobre innovación y colaboración en el ámbito de la educación, y tiene sensaciones contradictorias.

Por una parte, el informe habla de cambios muy profundos hacia 2030 en un terreno, la educación, en el que las cosas han cambiado muy poco en los últimos 300 años. Pero, al mismo tiempo, bastantes de los cambios de los que habla ya llevan aquí algún tiempo y tienen poco de futuristas (asumiendo que 2030 sea un horizonte temporal suficiente).

Entre otras muchas cosas, el informe habla de que las escuelas se convertirán en entornos interactivos en el que el profesor perderá un peso que será ganado por los alumnos que trabajarán en redes colaborativas en las que el profesor, en cierto modo, será un mero facilitador.

El informe también describe un entorno en el que nuevas técnicas de enseñanza y procesos creativos innovadores, los cuáles nunca se termina de definir, se impondrán a la clase magistral de siempre y que las plataformas online arrinconarán de una vez por todas los libros de texto. Los expertos entrevistados se decantan por dar más importancia a las habilidades personales e interpersonales en perjuicio del conocimiento meramente académico que cada vez sera más individualizado.

Según John Mahaffie, a quien la fundación presenta como un futurista de profesión que da clases en American University, el rol del profesor ha quedado obsoleto. En palabras suyas, el profesor “debería ser como un bibliotecario: un bibliotecario no es necesariamente un experto que sepa el contenido de cada libro, sabe donde hallar cada contenido, como puedes encontrarlo y si está disponible. Lo mismo sucede con los profesores: deben escuchar las necesidades de los estudiantes, intereses y metas y decidir como pueden lograrlos”.

Con todos mis respetos, no se si es una gran comparación. Si fuera sólo por esa razón, los bibliotecarios hoy día serían bastante prescindibles gracias al desarrollo y facilidad de acceso a las bases de datos. Por no hablar de lo vacías que están bastantes de las bibliotecas universitarias que he visitado últimamente. Digo yo que el valor del profesor radica en su capacidad para interpretar, relacionar, relativizar, priorizar y explicar conocimiento además de motivar y, sí, guiar al alumno.

Quizás el problema es que este tipo de estudios son diseñados y comentados por gente como Mahaffie o el propio Noam Chomsky, reputado linguista y profesor durante décadas en el MIT, que únicamente dan clases a estudiantes de posgrado en universidades de élite. Quizás este tipo de estudiantes solo necesite un facilitador y pueda apañárselas solo pero una mayoría de estudiantes sigue prefiriendo la escuela presencial, el contacto con profesores y, sí, algún tipo de clase magistral o utilizando el método socrático.

Lo veo a diario. En general, por experiencia puedo decir que los cursos híbridos, online y todas sus variantes intermedias no satisfacen a una, yo diría, mayoría de estudiantes a pesar de que siempre se citan sesudos estudios que dicen que el aprovechamiento de las clases online es incluso mayor. Lo cierto es que una mayoría de estudiantes eligen vivir en un campus, entre otras cosas, para evitar las clases online y en los casos en que una sección se ofrece sólamente a través de esta modalidad, hay quejas como muchos de ellos confiesan en sus evaluaciones o en privado.

Algo parecido sucede con aquellos profesores que rehuyen las clases magistrales en su totalidad. Numerosos estudiantes escriben que quieren que el profesor enseñe, “que tenga más presencia”, en palabras de algunos de ellos, y que no se limite a mandarles trabajos, ponerles documentales, pedirles presentaciones y a realizar meros comentarios acerca de las mismas.

¿Libro electrónico o de papel? Los dos. ¿Petróleo, energía eólica o biomasa? Probablemente el energy mix necesita un poco de cada cosa. Si a estas alturas no entendemos que muchas encuestas solo sirven para generar polémicas artificiales y dar titulares, mal vamos.

Los que verdaderamente saben el rol que debe desempeñar el profesor son los estudiantes. No los futuristas ni, mucho me temo, los expertos.