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miércoles, 30 de diciembre de 2015

Una visión desengañada de América

Saga de librazos la tri/tetra-logía americana de Richard Ford. Una visión cariñosa, distante y crítica a la vez de la América contemporánea. Para leerla de corrido y darse el placer de disfrutar del escepticismo, amargura y sentido del humor de su protagonista, Frank Bascombe.

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/12/21/babelia/1450719247_928575.html


sábado, 26 de diciembre de 2015

A los profesores que los evalúen los centros, no el ministerio

Alegra ver el interés que ha despertado, incluso antes de su finalización, El libro blanco de la función docente del que está a cargo el filósofo José Antonio Marina.   

Estaría bien que fuera el punto de partida de un Pacto de Estado sobre Educación que durara al menos una década, tiempo necesario para acometer muchas de las reformas que hacen falta.

Habla de cosas importantes como la necesidad de evaluar a los profesores y de incentivar a los mejores. Aunque también produce cierto sonrojo explicar a los colegas extranjeros que asuntos tan obvios están todavía sujetos a debate en nuestro país.

Cuando uno empieza una reforma, suponiendo que sea así, desde casi los cimientos uno tiene que asumir que tiene que correr un poco más para no quedarse excesivamente rezagado respecto a los países punteros que, mal que le pese a algunos siguen avanzando, sino que ofrece la oportunidad de aprender de sus errores.

Una de las cuestiones candentes se refiere a como se evalúa al profesorado. Jose Antonio Marina habla de una suerte de inspectores, se supone que campeones en el arte de enseñar, que irían recorriendo los colegios y universidades españoles analizando los portafolios de alumnos y filmando y analizando clases. Suena bien, pero, ¿de donde saldrían tantos inspectores como harían falta? ¿Hay acaso miles de expertos en España expertos en docencia? ¿Quién pagaría por su trabajo? Ni siquiera queda claro que tal número sería suficiente.

Evaluar al profesorado no es un lujo, es imprescindible. La cuestión es cómo. En muchos países, como Estados Unidos, cada vez son más las voces autorizadas que cuestionan el status quo. Es decir, en gran número de centros y universidades la evaluación se basa en la nota que los alumnos ponen a los profesores, un método fácil y en apariencia empírico, pero poco riguroso. Este sistema ha generado entre otros males la inflación de notas (si, la A actual es la B pasada y la B es la C) y una cierta perspectiva a privilegiar el entretenimiento sobre la sustancia. Artículos recientes como el de Stark yFreishtart de la Universidad de Berkeley hace que muchas universidades se estén replanteando las cosas.

Surge una visión más holística del problema. Los comentarios de los alumnos pueden (o no) ser interesante pero es interesante que los mejores docentes de cada centro vean a sus compañeros en acción, quizás que los estudiantes debatan en un focus group que funciona o no en la clase, fijarse en los resultados que los alumnos de una clase obtienen en otras clases de nivel superior y un sinfin de etcéteras.

No hay recetas fáciles, desde luego, pero hay que felicitarse de que en España, con varias décadas de retraso, el debate se haya iniciado.

Me preocupa una cierta obsesión centralizadora de Marina, pensando que debe ser una agencia gubernamental la que resuelva el problema con miles de inspectores.

En eso, creo que la lógica del mercado se muestra más eficiente. Creemos un ambiente real de competencia entre centros y universidades, que la gente elija, que los centros sean las principales entidades concernidas por su reputación, que la cercanía geográfica no sea el primer criterio para hacer los centros atractivos y que haya movilidad estudiantil, que el dinero ya no haya sido adjudicado de antemano por el ministerio de turno. Que la gente pueda y en la práctica elija el centro.

Sólo de esa manera, si a los centros les va la vida en ello, evaluarán ellos mismos a los profesores como es debido. Ello no excluye que se recurra a agencias de evaluación externas. Pero, en mucho países, como Estados Unidos, se ha comprobado que las agencias de evaluación son privadas, muchas veces entidades sin ánimo de lucro, y funcionan mejor, menos sujetas a intereses politicos y partidistas. Evaluar una universidad no debe ser muy distinto a otorgar una certificación de calidad a una empresa. De hecho, este tipo de evaluaciones por agencias externas ya se dan en las escuelas de negocios con buenos resultados.

Si no, la cosa funcionará a trancas y barrancas, entre otras cosas porque el estado no va a disponer en muchísimo tiempo de ese cuerpo de funcionarios tan ejemplar ni probablemente de la partida presupuestaria para pagarlos.


viernes, 18 de diciembre de 2015

Los debates no deben estar sujetos a debate

Hillary Clinton (previsiblemente) o el candidato republicano que resulte vencedor en las primarias habrán tenido que participar en al menos 10 debates televisados para lograr ser presidentes de los Estados Unidos de América. En el caso de Hillary Clinton, previsible ganadora, el número de debates será menor que en el caso republicano ya que sólo concurre con otros dos candidatos. En el caso del candidato republicano el número de debates llegará hasta los dieciséis.

Estos debates se habrán celebrado por espacio de unos 15 meses en televisiones privadas y universidades de todo el país. De hecho, las fechas, los lugares y las distintas cadenas de televisión que retransmitirán el resto de los debates que se celebrarán durante las primarias de ambos partidos y de los dos candidatos presidenciales ya están decididas desde hace meses. Hay un calendario.

Es decir, el candidato republicano habrá tenido aproximadamente un debate al mes con luz y taquígrafos. Excepto los debates por la presidencia, 4 debates cara a cara entre el candidato republicano y el demócrata, el resto de los debates son siempre entre más de dos candidatos. En el caso republicano hay debates a 8 ya que compite un número de candidatos muy elevado en las primarias.

En España, Mariano Rajoy logrará ser reelegido presidente del gobierno apareciendo en un sólo debate en la televisión pública.

En realidad, aunque ha habido críticas, apenas ha influido en la campaña el que no haya comparecido en varios debates llegando incluso a enviar al número 2 a uno de ellos a pesar de que no había ninguna razón que lo justificara.

Participar en un debate electoral en España se sigue considerando un regalo, casi un lujo. Si no, solo hay que escuchar a las cadenas o medios que los organizan. La conclusión de esos debates siempre suele ser la misma. No ha ganado fulanito o menganito ya que los comentaristas de distintas tendencias nunca se ponen de acuerdo, sino que ha ganado la democracia gracias a la Sexta, El País, TVE o quien corresponda. Los verdaderos ganadores  son las empresas de medios de comunicación gracias a su generosidad con la ciudadanía.

En las campañas americanas, por supuesto, a ninguna cadena o periodista se les ocurre echarse flores por organizar un debate. Resultaría ridículo. Se habla de los candidatos, que ya se cuidan de presentarse porque si no sus carreras políticas podrían darse por acabadas.

En España, un país en el que el cumplimiento de la ley siempre se considera relativo, cumplir la ley es suficiente para ciertas cosas, como ser presidente del gobierno. Y la ley no obliga a debatir. Y la ciudadanía y los medios tampoco es que sean muy incisivos.

Y que conste que los debates no son la panacea de la democracia, ni entrevistas de trabajo a los futuros presidentes del gobierno como dicen algunos, ya que las coerciones de tiempos o de turnos apenas hacen posible discutir propuestas o ideas. Y eso no sucede en las entrevistas de trabajo.


Sin embargo, la existencia y asistencia a debates no debería estar sujeto a ningún tipo de discusión ni a la posibilidad de eludirlos.

domingo, 13 de diciembre de 2015

Cuidado con el antiamericanismo light

Buena reflexión dominical de Moisés Naim:

El antiamericanismo light da coartadas a gente indeseable y el mundo todavía necesita, le guste o no, una cierta intervención de Estados Unidos en los asuntos mundiales.

Vale la pena leerlo.

http://internacional.elpais.com/internacional/2015/12/12/actualidad/1449944357_419766.html


jueves, 10 de diciembre de 2015

El prestigio de ser pobre en política

Es interesante como en España se considera una buena credencial, toda una garantía, que la gente que se dedica a la política tenga poco patrimonio y, a ser posible, haya ganado poco dinero en su vida profesional.

En la entrevista que Bertín Osborne hizo a Pedro Sánchez en su programa, Sánchez, que al igual que su consorte proceden de familias bien acomodadas, se hartó de repetir que había estado en el paro hacía poco.

Cuando el ayuntamiento de Madrid ha publicado las declaraciones de bienes y actividades de sus concejales hace pocos días, varios de ellos, como Guillermo Zapata y Nacho Murgui, se enorgullecían de su escaso patrimonio y no tener ni cuenta corriente. Prueba de su inocencia, dirán algunos.

La política americana es muy distinta. La credencial de cualquier político que se presente a nivel local o nacional es haber tenido éxito en el sector privado. Resulta complicado labrarse una reputación si uno ha cobrado siempre del estado o no ha ejercido una actividad profesional.

En España se critica con frecuencia el que uno tenga que ser millonario para presentarse a presidente de los Estados Unidos por el alto coste que conlleva. Y tienen cierta razón. Pero de lo que no se habla es que haber tenido éxito en los negocios y una independencia financiera se considera la prueba del algodón de que alguien está capacitado, tiene la vida solucionada y no ha llegado a la política para medrar. No es nada infrecuente el caso de gente que se dedica a la política ocho o diez años y vuelve a los negocios. Hay una cierta idea de que la política es un servicio.

Alguien con escaso patrimonio, que no haya hecho nada destacable en el mundo privado tiene muy pocas posibilidades de dedicarse a la política americana de alto nivel, que se supone es un coto reservado a los mejores, como por ejemplo Hillary Clinton, Mitt Romney o el detestable Donald Trump. Resultaría inconcebible un concejal de Chicago diciendo que no tiene cuenta corriente y crearía sospechas acerca de su capacitación profesional. Todo político norteamericano que se precie puede esgrimir un success story que le otorga una cierta credibilidad de partida.

En España, un candidato a la presidencia del gobierno se siente, sin embargo, cómodo diciendo que hace poco tiempo estaba en el paro o presumiendo de haber sido un buen opositor como Mariano Rajoy.

Puede que algunos lo consideren darwinista, pero a mi me gusta que se dediquen a la política gente de mérito y que estén muy bien pagados. Gente que si no se dedicara a la política, fueran excelentes empresarios o profesionales.

No hay otra manera. Si se quiere atraer al mundo de la política a los mejores, el problema de fondo al fin y al cabo, nadie debería tener que avergonzarse de tener dinero y patrimonio siempre que haya sido ganado honradamente. Si no, seguiremos condenados a que nuestros gobernantes sean opositores o gente de aparato.





miércoles, 2 de diciembre de 2015

El nacionalismo tal vez no se cura viajando

Se oye y lee mucho en España esa frase de “el nacionalismo se cura viajando”, “ese no ha salido de su pueblo”, “tiene la barretina calada hasta las cejas y les obstruye las ideas” y cosas parecidas.

Suele utilizarse cuando se quiere poner en su sitio a los nacionalistas periféricos que creen que las pequeñas cosas hacen grandes diferencias y se sienten, en el fondo y a menudo en la forma, mejores, superiores.

No estaría mal que el nacionalismo o chovinismo se curara yendo a veranear a Almería o al Valle del Jerte pero todos sabemos que no es así.  En muchos casos, la gente utiliza sus viajes o acceso a otras realidades para ensalzar las diferencias, sentirse a gusto consigo mismos.

En las universidades estadounidenses ha ganado terreno con fuerza en estos últimos años la importancia de viajar a países extranjeros como parte de la experiencia universitaria. Hay incluso programas que hacen obligatorio tener una experiencia en otros países para poder graduarse.

No seré yo el que lleve la contraria en este terreno ya que uno de los puntos débiles de los americanos es su tendencia a verse como miembros del ecosistema por excelencia, lo cual les exime en buena parte de aprender lenguas extranjeras, ver películas de otras cinematografías o traducir otras literaturas.

El problema que he observado es que estas experiencias “overseas” con frecuencia acaban en degenerando en un sentimiento de condescendencia. Vale, tu país es un desastre, no funcionan las infraestructuras, la gente no tiene dinero y las casas son pequeñas y contrahechas. Sin embargo, la gente es estupenda, no como esos paisanos míos egoístas y materialistas. “Es la gente, estúpido” como viene a decirnos la autora de este reciente artículo publicado en The Atlantic Monthly que con planteamientos similares uno leer en muchos periódicos de las universidades.

Ese es en buena medida el resumen de muchos americanos que me he encontrado acerca de sus experiencias en Colombia, Nicaragua, El Salvador, China o Egipto. Cuando van a Europa es un poco distinto ya que, como dice Vicente Verdú, el viejo continente les parece una especie de tercer mundo elegante. Pero solo hasta cierto punto.

Tienen claro una cosa, a eficiencia y en organización no les gana nadie. Literalmente no les entra en la cabeza. Muy escasas veces se escucha en conversaciones o forums debatir o intentar copiar como sus mayores problemas se han resuelto en otras latitudes. Superándoles en eficacia e incluso en productividad.

La superación de estas cuestiones significa, en bastantes casos, que en unos cuantos lugares del mundo la gente vive con mayor tranquilidad, seguridad y calidad de vida aunque tengan casas más pequeñas. Pongamos que hablo del sistema de salud, el control de las armas, el cuidado de la cadena alimentaria que en América deja bastante que desear o el paupérrimo nivel educativo del americano media.  Pilares todos ellos de lo que constituye tener una buena vida y que algo tienen que ver con la eficacia.


Y de eso, incluso los americanos educados y viajados jamás hablan.