Una de mis alumnas, tratando de excusar el retraso en entregar un paper, me contaba la semana pasada lo ocupada que había estado últimamente debido a un trabajo que le había salido de viernes a domingo participando en la organización de un campeonato de bridge cerca de Seattle. Me contó que uno de los participantes era el propio Gates que había compartido con otros jugadores una de las decenas de mesas con otros jugadores de bridge (que por lo que pude ver en las fotos de tenían un aspecto bastante corriente) en tres jornadas interrumpidas de unas diez o doce horas cada una. Este tipo de campeonatos, en los que las apuestas son de unos pocos dólares, suele tener un horario únicamente interrumpido con una breve pausa para tomar un sándwich. Según me dijo esta estudiante, Gates, que había llegado acompañado de dos discretos guardaespaldas, había quedado eliminado antes de llegar a las rondas finales. Viendo las fotos que, como un paparazzi, había tomado mi estudiante con su cámara digital era ciertamente difícil apercibirse de la presencia de Gates que aparecía algo despeinado y con ropa informal que tenía todo el aspecto de haber sido comprada en alguna tienda del tipo de Gap o Eddie Bauer.
Ese mismo día leí en el Seattle Times que Gates, a través de una empresa energética local, estaba en conversaciones con el gobierno chino y de otros países BRIC para desarrollar una cuarta generación de reactores nucleares mas seguros y eficientes energéticamente.
Hace pocos meses unos amigos me anunciaban que se mudaban a vivir a otro pueblo cercano porque se habían enterado que una de sus escuelas, regentada por jesuitas para mas señas, era una de las mejores del estado de Washington. Luego me entero que la escuela está financiada parcialmente por la Melinda and Bill Gates Foundation y muchos de sus alumnos provienen de familias de bajos ingresos.
También he sabido recientemente que uno de mis alumnos es un chico sudanés que ha podido realizar su sueño de estudiar en Estados Unidos gracias a una generosa beca de dicha fundación.
Y seguro que me dejo en el tintero alguna que otra referencia a la labor empresarial o filantrópica de Gates de la que haya tenido conocimiento estos últimos días por experiencia directa.
Justo la semana pasada también me tropecé en varios medios de comunicación españoles con una foto de un Emilio Botín rodeado de, presuntamente, varios habitantes de favelas a los que el Banco de Santander acaba de conceder microcréditos. El banquero, sonriente, vestía un traje gris marengo de corte clásico rodeado de varios hombres luciendo camisetas con grandes logos del Banco de Santander. La escenografía tenía el aspecto de ser cualquier cosa menos espontánea y uno podía imaginarse los numerosos filtros que había superado antes de ser difundida por el departamento de prensa del banco.
En todos los años que viví en España, feliz coincidencia, no recuerdo haberme tropezado a nivel personal ni una vez con vidas que pudieran ser afectadas por la labor filantrópica de los millonarios españoles (que aunque menos ricos que Gates, también los hay e importantes). Y ello me sugiere que la relación de los españoles con el dinero sigue siendo muy diferente a la de los americanos. Después de todo va a seguir siendo verdad aquella reflexión que hace casi un siglo hacia Ramiro de Maeztu sobre el sentido reverencial del dinero en la vida norteamericana, de acuerdo a la cual para los americanos el cumplimiento de los deberes mundanos (es decir, la prosperidad económica personal no como fin en si mismo sino como una manera de mejorar el mundo) es la única forma de alcanzar la autentica gloria. Una mentalidad que pervive en hombres que no son necesariamente religiosos como es el caso de Bill Gates.
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