A los españoles, tan acostumbrados a dejarnos llevar por el sentido común o la intuición, nos abruma tanto counseling. En primer lugar, porque muchas veces entendemos que no hace falta tanto asesoramiento o consejo para resolver cuestiones que consideramos menores cuando no ya resueltas; en segundo lugar, porque esta palabreja nos hace llevarnos la mano a la cartera.
En Estados Unidos, y no solo en el mundo de la clase media o media alta, proliferan los consejeros. Las universidades, por ejemplo, están repletas de counselors sobre educación sexual, técnicas de estudio, orientación profesional, comunicación intercultural o educación en hábitos saludables, por mencionar unos cuantos ejemplos. Pero en la vida cotidiana me he topado con counselors sobre relaciones de pareja, sobre la mejor manera de jubilarse, la crianza de los niños, como llevar una vida espiritual saludable, o la organización de la fiesta de bodas.
América es, efectivamente, el país de los expertos. Los americanos, como se sabe, han despreciado desde siempre la figura del intelectual de relumbrón entendido como el hombre de letras o del mundo del arte que acude a manifestaciones y da su opinión sobre problemas de cualquier ámbito (preferentemente político). Personalidades como Noam Chomsky o Gore Vidal podrán resultar muy atractivas al otro lado del Atlántico pero no así para una mayoría de sus compatriotas que los miran con el recelo con que se examina a los sabelotodo. En cambio, no sucede lo mismo con aquellos que podríamos denominar expertos, es decir, con los que generalmente acreditados por un sólido curriculum o la realización de un estudio sobre una material determinada, acuden con frecuencia a los platós de televisión o a las emisoras de radio. Profesores de sociología opinan sobre fenómenos relacionados con las celebridades, full professors de economía en universidades de prestigio sobre la mejor manera de salir de la recesión, académicos del campo de la educación suelen acudir a talk-shows a debatir sobre la mejor manera de elevar el listón educativo. Este fenómeno sucede a todos los niveles, local, regional o nacional. En este país el anti-intelectualismo no está reñido, más bien lo contrario, con la búsqueda del third party endorsement del experto, que es casi obsesiva. Cualquier persona de un nivel cultural medio te habla de que tal ordenador obtuvo esta puntuación en tal consumer report o que hay unos investigadores de la universidad de Massachussets que han demostrado que aprender piano es positivo para el desarrollo del cerebro a los cinco años.
¿Existe algún equivalente de los todólogos o tertulianos que comentan a diario los asuntos de actualidad en las emisoras de radio o televisiones de toda España? No del todo, la verdad. Aunque en apariencia los programas informativos de cadenas solo noticias como CNN, MSNBC o FOX podrían resultar equivalentes, lo cierto es que en estos escasean aquellos en que una misma personalidad opina sobre distintos temas. Es cierto que, como sus homónimos españoles, han renunciado a la objetividad que para ellos se basa, en el mejor de los casos, en entrevistar a dos personalidades con opiniones radicalmente divergentes (en otros casos como las más militantes FOX o MSNBC suelen limitarse a invitar a personalidades que comparten la línea editorial del medio). De la misma manera en los periódicos americanos uno no se encuentra una columna diaria de determinados escritores como sucede en España. Las estrellas del columnismo se prodigan menos, en muchos casos unas dos veces por semana, conscientes de que la mera opinión nunca será suficiente si va desprovista de datos.
Un último detalle, la palabra tertulia, una modalidad de la conversación que rehúye la agenda de temas preparada de antemano y donde la limitación temporal es difusa, no existe en inglés. Yo que echo enormemente de menos la existencia de tertulias en mi vida cotidiana donde cualquier discusión parece cronometrada, no lo hago tanto cuando veo la televisión y me ahorro los comentarios superfluos de un montón de gente que carece de autoridad para opinar sobre determinadas cuestiones. Es probablemente más aburrido, pero también más justo.
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