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domingo, 29 de abril de 2012

El cuarto poder

Amazon es una de las empresas bandera de lo que se ha denominado el milagro económico de Seattle de las últimas décadas junto a Microsoft, Boeing, Starbuck’s, Costco y Nordstrom. Raro es el día en que en el Seattle Times, el periódico de cabecera de Seattle y del estado de Washington, no aparece una noticia sobre alguna de estas empresas. Como español y habiendo trabajado en el sector de las relaciones públicas en España, sin embargo, me sorprende la cantidad de veces que estas noticias tienen un carácter negativo.

En este periódico es harto frecuente leer informaciones en portada acerca de la lentitud en los tiempos de entrega de los últimos pedidos a Boeing o de los juicios y litigios en los que Starbuck’s anda metida. La última gota que ha colmado el vaso ha sido la serie de Serie de reportajes sobre Amazon que ha realizado en el último mes. La serie de cuatro reportajes consecutivos, en los que el diario de "la ciudad esmeralda" ha entrevistado a clientes, proveedores, empleados y directivos de la compañía, no deja títere con cabeza. Aunque se subraya la obsesión de Amazon por satisfacer al cliente hasta el último detalle y su afán de innovación, los reportajes ofrecen una cara bastante sombría de una de las empresas más admiradas del mundo. Entre otras lindezas se describen las despiadadas prácticas de almacenaje en la que se obliga a los empleados a trabajar como autómatas, con los supervisores encima de la chepa obligándoles a firmar documentos en los que el empleado afirma que sus lesiones ergonómicas no son derivadas del trabajo. También se incide en la agresiva política de pagos de la empresa hacia las editoriales y las librerías asociadas para que reduzcan sus márgenes al mínimo poniendo en peligro su supervivencia. En otro de estos reportajes se cuestiona la falta de sensibilidad social del gigante .com que apenas ha destinado dinero a obras caritativas durante todos estos años. En favor de la compañía, hay que decir que parece haber dado todo tipo de facilidades a los periodistas para que puedan realizar la información abriendo sus puertas de par en par y dejando que empleados de distintos niveles hablaran con el diario.



Leer este tipo de reportajes me trae a la cabeza un concepto hoy ya casi olvidado que hace alusión a la prensa como el cuarto poder. Un ideal que requiere de una prensa que sea independiente y se comporte como el watchdog (perro guardián) de una opinión pública que requiere de los políticos y los empresarios respuestas directas a la ciudadanía y no a otros poderes fácticos como sucede en España. Una prensa pluralista e independiente económicamente aun con todos los problemas que ha tenido y actualmente tiene para sobrevivir en este país. El modelo norteamericano, en el que suele haber un único periódico de cabecera en las principales ciudades, permite una relativa fortaleza económica del mismo y facilita su pluralismo al tener que servir a un mercado potencial mayor de lectores y, en consecuencia, que responder a las distintas sensibilidades.

A diferencia de España donde abunda la prensa de partido o que sigue una ideología de manual, en la que por obra u omisión uno ya sabe lo que va a leer antes de escribirse, el periodismo norteamericano se caracteriza por una mucha mayor variedad de opiniones en el mismo medio y una separación mayor de lo que es el hecho y la opinión. Aunque con dificultades, su modelo económico, unido a las altas expectativas de una audiencia heterogénea, da como resultado una prensa en general más combativa con todas las facciones. Incluido el mundo de la empresa. Ver al Seattle Times yendo a la yugular de Amazon es como si La Vanguardia atacara a La Caixa o El País al Corte Inglés. ¿Recordáis haber leído alguna vez una noticia negativa de la primera (y única) gran cadena de grandes almacenes española? Yo no, y os invito a que me dejéis en renuncio si así es.

domingo, 22 de abril de 2012

El resto del mundo

La palabra overseas suele aparecer mucho en las conversaciones cuando los americanos se refieren a experiencias o viajes que han realizado por otras partes del mundo. Literalmente, viene a significar ultramar, al otro lado de los mares. Sin embargo, yo he escuchado a gente utilizar este palabra incluso para aludir a países vecinos como México o Canadá. De alguna manera, emplear la palabra overseas pone al mismo nivel al resto del mundo. Da igual que se esté hablando de España, Irlanda, Indonesia o Mozambique, overseas es lo que no es Estados Unidos. Un mundo, en el imaginario norteamericano, menos desarrollado, más colectivista, en el que el individuo suele disponer de menores oportunidades y cualquier problema es más complicado de resolver.

Y es que, aunque han cambiado bastante las cosas en estos últimos años debido al 11-S y a la globalización, la relación mental que el estadounidense tiene con el resto del mundo no ha cambiado tanto y es, quizás, uno de los aspectos menos admirables de la psique americana. A pesar de que la actual crisis económica ha puesto de manifiesto la interdependencia inevitable entre las economías de todos los países, el norteamericano actual sigue habitando en un universo autorreferencial, los Estados Unidos de América, que a lo sumo puede constituir un vago sumario o síntesis de las gentes y las costumbres del resto del mundo. Esta percepción, no sin razón, irrita a muchos extranjeros dentro y fuera del país que perciben que el flujo de ideas y discusiones es siempre unidireccional. Mientras que a la gente que procede de overseas nos debe llamar la atención, por nuestro propio interés, la política o la cultura popular de los norteamericanos, éstos tienden a soslayar sin ambages todo lo que acontece en el resto del mundo que, desde aquí, siempre tiene un aura algo folklórico, de referencia breve, de curiosidad para dar en a la conversación una impresión de universalidad.




Las razones de esta asimetría son históricas, ya que efectivamente Estados Unidos ha sido hasta hace poco, y en muchos sentidos todavía lo es, autosuficiente en muchos aspectos empezando porque cuenta con un autentico mercado interior (no como el europeo que suele ser un simulacro), de 300 millones de personas, y culturales, ya que la mayoría de los inmigrantes que han llegado a este país han tendido a olvidarse rápidamente de sus países de origen. No es escaso en absoluto, el número de americanos de primera generación o incluso nacidos en otro país que no vuelven a sus lugares de origen en toda su vida. La situación no tiene visos de cambiar y, al contrario de lo que se dice, no se resuelve porque los norteamericanos viajen más. El nacionalismo, si es que se le puede llamar así, no se cura viajando. El contacto directo con otra cultura durante un periodo limitado de tiempo lo único que hace es poner más de manifiesto las diferencias entre la cultura de uno y el resto. He conocido numerosos norteamericanos que han viajado pero eso no significa que su interés por el resto del mundo haya aumentado sustancialmente. La inmensa mayoría siguen siendo monolingües y, en su mayor parte, ignoran aspectos muy básicos de otros países. Este es el quid de la cuestión en mi opinión. El día que el norteamericano aprenda segundos idiomas de verdad, cambiará su percepción del resto del mundo. Tener unas nociones de una segunda lengua no es suficiente como sucede hasta ahora. De hecho numerosos americanos que he conocido (en lo cual se diferencian de los españoles menos de lo que creemos) son muy poco rigurosos cuando declaran saber un segundo idioma, lo que suele querer significar que tienen nociones sólidas pero nada más. Aunque claro, si el resto de sus compatriotas no habla idiomas, eso, en comparación, parece mucho.

El otro cambio que tendría que suceder, y no bromeo en absoluto, seria que el soccer (futbol) triunfara algún día en los Estados Unidos como espectáculo de masas. El día que los principales deportes americanos, el béisbol y el futbol americano, dejen de ser autóctonos habrán cambiado muchas cosas. He observado en numerosos ocasiones como los estudiantes extranjeros, da lo mismo si son japoneses o de Arabia Saudí, construyen buena parte de su identidad en los campus americanos alrededor del fútbol. El futbol es, para ellos, lo que no es América y tienen en común sus países. En un ámbito europeo, es innegable que en muchos sentidos el fútbol ha reforzado más la identidad del viejo continente que las instituciones de Bruselas. Hablar con un británico, por muy antieuropeo que sea, de fútbol es sentir cercanía y familiaridad. Por eso, todos aquellos que deseamos que los americanos cambien uno de los aspectos de su psique menos atractivos, queremos que su selección de soccer haga algo importante en la próxima copa del mundo.

domingo, 15 de abril de 2012

La conspiración de la prensa anglosajona

Desde al menos la generación del 98, el español se caracteriza por una inseguridad enfermiza acerca de las opiniones y comentarios surgidos fuera de España sobre la consideración externa que merecen sus usos y costumbres. Una de las secciones no oficiales de los periódicos y medios de comunicación españoles es aquella que se refiere a lo que sale publicado en la prensa extranjera sobre España, y muy especialmente en la llamada anglosajona. Por eso, cada vez que un periódico norteamericano, lo que equivale a decir que ha salido algo publicado en The New York Times (NYT) o The Wall Street Journal (WSJ), publica una noticia negativa sobre España nos rasgamos las vestiduras. Chateros y tertulianos hablan rápidamente de una conspiración de la prensa anglosajona para desprestigiar a España. Y vaya por adelantado que los norteamericanos no se ven como anglosajones, aunque hablen inglés, un término bastante ausente de la vida americana y que solo utilizan los extranjeros cuando quieren meter en el mismo saco a británicos y norteamericanos.




Una de las últimas reacciones de indignación la ha producido un artículo aparecido en el NYT acerca del auge de la prostitución en España. Para ello, la periodista se ha desplazado a un burdel situado en la provincia de Girona en la frontera con Francia al que también acuden habitualmente numerosos clientes franceses. Una de las novedades informativas del artículo es apuntar la existencia de una nueva tendencia en la juventud española a sustituir la tradicional salida a la discoteca por las relaciones sexuales de pago. No es necesariamente el tipo de enfoque habitual cuando se habla del tema referido a países del tercer mundo en el que sus habitantes, como el caso de las jineteras cubanas, se ven obligados a prostituirse con extranjeros por carecer de otras alternativas de vida. Curiosamente, aunque España es uno de los grandes focos de la crisis económica mundial estos días, el artículo se preocupa de aclarar que prácticamente, a diferencia de hace 20 o 30 años, ya no quedan prostitutas españolas. El artículo destaca la impunidad con que la actividad de la prostitución se desarrolla en España gracias a la vista gorda de las autoridades amparadas en que lo ilegal no es la prostitución en si, sino el proxenetismo lo cual favorece las mafias. Si algo, la información tiene un marchamo moral (también se incluye el dato de que el 39 por ciento de los hombres españoles afirma haber estado con prostitutas que es el porcentaje más alto de toda Europa), el de una sociedad y un estado sin valores que no tiene ningún problema en considerar a las personas como mercancía. De hecho, la conclusión que cualquier lector “anglosajón” no necesariamente familiarizado con nuestro país sacaría es que la piel de toro se ha convertido en una especie de Las Vegas o Tijuana a lo grande. Y esta es una afirmación que duele a muchos españoles que, como último refugio tranquilizador, siguen pensando que sociedades como la española tienen una superioridad moral inherente sobre la norteamericana que, para muchos de ellos, sigue representando conceptos tan obsoletos como el del capitalismo salvaje.

Pero, a mi entender, también hay otro problema importante de pedagogía, de no entender cómo funciona el periodismo en el caso de las corresponsalías porque si lo hiciéramos no lo sobrevaloraríamos tanto. Cuando vivía en Madrid conocí a varios corresponsales que escribían para estos medios. Aunque algunos de ellos tenían un retainer fee, es decir, un salario fijo que suplementaban con otro variable en función de lo que escribían, también abundaban los colaboradores y los parachute journalists (literalmente periodistas paracaidistas), o sea los corresponsales de estos medios en París y Londres que aterrizaban en Madrid para hacer un reportaje y se piraban acto seguido. En general había dos tipos de perfiles de periodistas. En algunos casos estas personas estaban casadas con españoles y conocían hasta cierto punto bien nuestro país pero, a veces, aunque estuvieran en desacuerdo, se veían obligadas a escribir sobre determinados temas adoptando un enfoque determinado que el editor de New York consideraba que tenía más garra para el lector norteamericano que, como todo lector cuando se trata de temas extranjeros que no domina, le gusta recurrir a lo conocido. Y era debido a ello que, proporcionalmente, de la cantidad de reportajes que se hacían sobre España seguía habiendo una elevada proporción que tenían que ver con los toros (las mujeres toreras es un tema que les fascinaba), el flamenco y la desaparición de la siesta. O ahora la prostitución como si en realidad fuera algo nuevo. En otros casos, sobre todo en el de muchos de los colaboradores y los parachute journalists, directamente no se trata de escritores que sepan demasiado sobre España y tienden a buscar confirmaciones de aquellos puntos de vista que ya tienen en la cabeza. Por ejemplo, si el tema es el nacionalismo en el País Vasco o Cataluña tenderán a recordar los sempiternos 40 años de franquismo y a adoptar una postura de comprensión con estos movimientos sin hurgar mucho más de lo necesario en las circunstancias actuales. ¿Complot anglosajón? Para nada porque España no deja de ser un país de segunda fila que genera relativamente poca información aunque sea verdad que existen demasiados prejuicios que es difícil extirpar de la psique americana incluso de los más cultivados.

Para terminar dos recomendaciones. La primera es que si queremos saber lo que pasa en España, leamos la prensa española que está mucho mejor informada a pesar de los partidismos y demos el crédito justo a los corresponsales de medios extranjeros que a menudo son los últimos en enterarse. Nos ahorraremos berrinches y derroches de estulticia. La segunda, ya más referida a la información del NYT, es que no nos vendría mal examinarnos en la cuestión de los valores. La autoestima nacional ha bajado en picado con la recesión pero casi siempre se critican cuestiones relacionadas con la eficiencia pero no relacionadas con los pensamientos y las creencias. Y sé que estas dos recomendaciones entrañan una cierta contradicción.

domingo, 8 de abril de 2012

Dios en la empresa

Uno de los malentendidos más frecuentes que gusta cultivar a los críticos de los Estados Unidos es el de que se trata de una especie de teocracia ubicada en el mundo occidental. Para justificar esta afirmación suelen citar el hecho de que hay algunas escuelas que nieguen la teoría de la evolución o el de que los presidentes finalicen sus alocuciones con un “God bless America” y frases por el estilo. Sin embargo, la verdad es que si por algo se ha caracterizado la historia de este país desde el principio, a diferencia de los europeos, es por la estricta observancia de la separación entre estado y religión. Un rasgo fácil de percibir en la ausencia de festividades que aludan a hechos religiosos o la inexistencia de subvenciones económicas a ninguna de las confesiones que coexisten en este país por numerosa que sea. Gracias a esta inquebrantable separación se explica que hoy día Estados Unidos sea el país occidental más religioso con diferencia.

Sin embargo, un asunto que se suele soslayar con frecuencia es la imbricación y admiración mutua que se profesan el mundo de la empresa y las organizaciones religiosas en este país. En su libro titulado en España “Sonríe o muere: Trampa del pensamiento positivo”, Barbara Ehrenreich habla de como numerosos pastores, sobre todo de las denominadas megaiglesias, han recurrido a la ayuda de consultores de management y gurús para potenciar sus iglesias con una perspectiva muy similar a la que tienen las corporaciones que piensan en términos de nicho de negocio y clientes. Incluso las confesiones más recatadas con este tipo de enfoques, como puede ser la iglesia católica, se permite, en el caso de las parroquias relativamente numerosas, disponer de personal dedicado a las relaciones públicas y al fundraising responsable de pensar y gestionar eventos de interés para los fieles que permitan incrementar la capacidad recaudatoria de la organización. Fruto de esta profesionalización es que existe un importante nicho de profesionales muy calificados dedicados a la comunicación de carácter religioso al igual que existe para la medioambiental, de temas de salud o a las relaciones con los inversores. En los procesos de selección de profesorado que he realizado, no es infrecuente que algunos de los postulantes hayan realizado este tipo de trabajo. Esta identificación también tiene una plasmación externa: los lideres de las megaiglesias disponen de un cuidado argumentario con mensajes motivadores que llegan a los fieles a través de ceremonias televisadas, bestsellers y entrevistas. Muchos de ellos cuidan la imagen, suelen llevar trajes de excelente corte, igual o más que un Consejero Delegado de una gran empresa.

Pero, como he dicho, este es un camino de dos direcciones porque las empresas americanas también han hallado en las iglesias una fuente de inspiración. Tal y como señalaba un artículo publicado en The Economist sobre este tema hace tiempo, los gurús del management reconocen que las iglesias son ejemplares en la manera que tienen de motivar a los empleados y al voluntariado como una manera de mantener los costes bajos y lograr la sostenibilidad mediante el sucesivo reclutamiento por parte de los propios fieles siempre dispuestos a realizar el apostolado. Algunos de sus líderes, como Rick Warren, son invitados a Davos o por el propio presidente Obama a participar en los actos el día de la toma de posesión como presidente.



Sin embargo, como se encarga de recordarnos Ehrenreich, hay una diferencia importante entre las megaiglesias y las corporaciones. Las megaiglesias no despiden a nadie ni echan broncas aunque uno no se presente a los servicios o falle a sus promesas. Siempre hay una segunda, tercera, cuarta, quinta, y así sucesivamente, oportunidad. Su fachada puede parecer la de una empresa – de modo ilustrativo muchas de ellas tienen las sedes en rascacielos – pero por dentro, con todas las matizaciones que uno quiera, reinan el amor y el perdón.

Quizás eso sea la verdadera Responsabilidad Social Corporativa y todo lo demás malos sucedáneos, algo que no está al alcance de Microsoft, de Apple, de Google, de Coca-Cola y de ningún otro employer of choice.

domingo, 1 de abril de 2012

Competitividad

Una gran cantidad de americanos con los que me he encontrado piensa que sus compatriotas son de lo más competitivo. Suena a crítica pero hay un rasgo de orgullo. Siempre me acuerdo de una amiga americana que tenía en España cuyo marido trabajaba en el Banco de Santander que, cuando bromeábamos acerca de la posibilidad de que trabajara para Chase u otro banco top similar en Estados Unidos, no pensaba que su marido daría la talla tan acostumbrado como estaba a la buena vida de, por ejemplo, jugar al golf a media mañana y a los largos almuerzos. Aunque sus intenciones eran buenas, yo creo que pensaba, como un cierto tipo de americano que he conocido, que las empresas españolas como el Santander o Telefónica que han logrado éxito internacional no lo han hecho a base de trabajo y buena gestión sino porque, por razones culturales, sus directivos sabían fumarse en mejor sintonía los puros con los magnates y gobernantes sudamericanos.

Curiosamente la expresión to be competitive no goza, por decirlo de alguna manera, de demasiada buena prensa en muchas facetas de la vida cotidiana. A mi todavía me sorprende el pudor de muchos padres o entrenadores de equipos infantiles que te hacen sentir culpable si confiesas llevar el resultado cuando juega tu hijo, como si fuera algo vulgar y contradijera necesariamente el afán por divertirse. De hecho en las liguillas locales norteamericanas de fútbol de este calibre no se toma nota del resultado. Este reflejo anticompetitivo de los padres que forman parte de la generación X, quizás como reacción al espíritu de sus hippies y posteriormente muy competitivos padres de la generación baby boom, ha llegado incluso al extremo de disociar el mérito del galardón. Da lo mismo si los niños juegan 4, 5 ó 6 partidos y si lo hacen bien o mal, todos ellos acabarán recibiendo un premio o trofeo simplemente por haber jugado un par de partidos. En las escuelas nadie suspende o repite curso, las oportunidades cuando se comete una infracción son múltiples. La eficiencia siempre brotará del refuerzo positivo, de los buenos sentimientos y nunca de la crítica o el correctivo. El odio a la competitividad es tan grande que los entrenadores ni siquiera riñen o critican a los niños cuando no siguen sus órdenes o se relajan demasiado porque no se trata de eso, así es como se entiende que debe ser una infancia feliz.


Cuando uno viene de un país como España en el que abrirse camino profesionalmente es tan complicado, donde parecen que todo está ya pillado y es casi imposible saltarse ciertas barreras sociales, la verdad es que la vida en Estados Unidos causa la impresión de requerir escasa competitividad para que las cosas te vayan medio bien. No puedo evitar pensar que tal o cual persona que aquí ha logrado un nivel profesional o salarial alto en España no se habría comido un colín. No porque no hubieran estado capacitados, sino porque el entorno no se lo habría permitido.

¿Cuando se hacen, entonces, los americanos competitivos? Quizás nunca porque en una mayoría de casos no lo necesitan, si acaso ser competentes. No es más difícil lograr un relativo nivel de éxito profesional en Estados Unidos que en España, si acaso al contrario aunque parece que suene a lo contrario de la meritocracia. En contra de lo que a veces escucho, los americanos no están mejor educados por norma general que un europeo medio, no salen tampoco necesariamente mejor cualificados de lo que constituye el grueso de sus universidades. Si no, no tendrían que importar tantos ingenieros de software de India o China. También ellos se han dormido en los laureles. Por otro lado, a los españoles que he conocido de un cierto nivel educativo les ha ido bien o muy bien en Norteamérica.

La palabra competitividad quizás no sea la adecuada, más bien habría que hablar de ambición o quizás inspiración, de a can do attitude que hace creer a las personas que son dueñas de su destino, que son capaces de llevar a cabo proyectos empresariales o personales y eso incluye endeudarse yendo a la universidad con 45 años para cambiar de profesión o cambiar de estado de residencia porque te han ofrecido un puesto mejor en el que te pagan 10.000 dólares mas al año. Es por eso por lo que el fundador de Tuenti en España ha sido un chico de USC (University of Southern California) sin ningún rasgo muy diferenciador en su currículo (aparte de haber ido a USC, claro). Pero tenía hambre de gloria. Y es por ese espíritu ambicioso, unido a un entorno extremadamente abierto, por lo que Warren Buffet se ha convertido en uno de los hombres más ricos del mundo.


Aunque como él dijo con una franqueza que no me sonó demasiado impostada en una conferencia que dio hace una década en Midland Lutheran College ha sido en parte por la suerte de haber nacido en Estados Unidos y no en la India o China. Concretamente dijo: “Los que estáis en esta habitación tenéis suerte. Teníais una posibilidad de 30 de haber nacido en Estados Unidos. En 1930, cuando yo nací, tenía una posibilidad de 50 de haber nacido en Estados Unidos. Y una de 50 de haber nacido hombre. Y tenía un uno por ciento de probabilidad de haber nacido hombre en Estados Unidos.” Un hombre con suerte.