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domingo, 15 de abril de 2012

La conspiración de la prensa anglosajona

Desde al menos la generación del 98, el español se caracteriza por una inseguridad enfermiza acerca de las opiniones y comentarios surgidos fuera de España sobre la consideración externa que merecen sus usos y costumbres. Una de las secciones no oficiales de los periódicos y medios de comunicación españoles es aquella que se refiere a lo que sale publicado en la prensa extranjera sobre España, y muy especialmente en la llamada anglosajona. Por eso, cada vez que un periódico norteamericano, lo que equivale a decir que ha salido algo publicado en The New York Times (NYT) o The Wall Street Journal (WSJ), publica una noticia negativa sobre España nos rasgamos las vestiduras. Chateros y tertulianos hablan rápidamente de una conspiración de la prensa anglosajona para desprestigiar a España. Y vaya por adelantado que los norteamericanos no se ven como anglosajones, aunque hablen inglés, un término bastante ausente de la vida americana y que solo utilizan los extranjeros cuando quieren meter en el mismo saco a británicos y norteamericanos.




Una de las últimas reacciones de indignación la ha producido un artículo aparecido en el NYT acerca del auge de la prostitución en España. Para ello, la periodista se ha desplazado a un burdel situado en la provincia de Girona en la frontera con Francia al que también acuden habitualmente numerosos clientes franceses. Una de las novedades informativas del artículo es apuntar la existencia de una nueva tendencia en la juventud española a sustituir la tradicional salida a la discoteca por las relaciones sexuales de pago. No es necesariamente el tipo de enfoque habitual cuando se habla del tema referido a países del tercer mundo en el que sus habitantes, como el caso de las jineteras cubanas, se ven obligados a prostituirse con extranjeros por carecer de otras alternativas de vida. Curiosamente, aunque España es uno de los grandes focos de la crisis económica mundial estos días, el artículo se preocupa de aclarar que prácticamente, a diferencia de hace 20 o 30 años, ya no quedan prostitutas españolas. El artículo destaca la impunidad con que la actividad de la prostitución se desarrolla en España gracias a la vista gorda de las autoridades amparadas en que lo ilegal no es la prostitución en si, sino el proxenetismo lo cual favorece las mafias. Si algo, la información tiene un marchamo moral (también se incluye el dato de que el 39 por ciento de los hombres españoles afirma haber estado con prostitutas que es el porcentaje más alto de toda Europa), el de una sociedad y un estado sin valores que no tiene ningún problema en considerar a las personas como mercancía. De hecho, la conclusión que cualquier lector “anglosajón” no necesariamente familiarizado con nuestro país sacaría es que la piel de toro se ha convertido en una especie de Las Vegas o Tijuana a lo grande. Y esta es una afirmación que duele a muchos españoles que, como último refugio tranquilizador, siguen pensando que sociedades como la española tienen una superioridad moral inherente sobre la norteamericana que, para muchos de ellos, sigue representando conceptos tan obsoletos como el del capitalismo salvaje.

Pero, a mi entender, también hay otro problema importante de pedagogía, de no entender cómo funciona el periodismo en el caso de las corresponsalías porque si lo hiciéramos no lo sobrevaloraríamos tanto. Cuando vivía en Madrid conocí a varios corresponsales que escribían para estos medios. Aunque algunos de ellos tenían un retainer fee, es decir, un salario fijo que suplementaban con otro variable en función de lo que escribían, también abundaban los colaboradores y los parachute journalists (literalmente periodistas paracaidistas), o sea los corresponsales de estos medios en París y Londres que aterrizaban en Madrid para hacer un reportaje y se piraban acto seguido. En general había dos tipos de perfiles de periodistas. En algunos casos estas personas estaban casadas con españoles y conocían hasta cierto punto bien nuestro país pero, a veces, aunque estuvieran en desacuerdo, se veían obligadas a escribir sobre determinados temas adoptando un enfoque determinado que el editor de New York consideraba que tenía más garra para el lector norteamericano que, como todo lector cuando se trata de temas extranjeros que no domina, le gusta recurrir a lo conocido. Y era debido a ello que, proporcionalmente, de la cantidad de reportajes que se hacían sobre España seguía habiendo una elevada proporción que tenían que ver con los toros (las mujeres toreras es un tema que les fascinaba), el flamenco y la desaparición de la siesta. O ahora la prostitución como si en realidad fuera algo nuevo. En otros casos, sobre todo en el de muchos de los colaboradores y los parachute journalists, directamente no se trata de escritores que sepan demasiado sobre España y tienden a buscar confirmaciones de aquellos puntos de vista que ya tienen en la cabeza. Por ejemplo, si el tema es el nacionalismo en el País Vasco o Cataluña tenderán a recordar los sempiternos 40 años de franquismo y a adoptar una postura de comprensión con estos movimientos sin hurgar mucho más de lo necesario en las circunstancias actuales. ¿Complot anglosajón? Para nada porque España no deja de ser un país de segunda fila que genera relativamente poca información aunque sea verdad que existen demasiados prejuicios que es difícil extirpar de la psique americana incluso de los más cultivados.

Para terminar dos recomendaciones. La primera es que si queremos saber lo que pasa en España, leamos la prensa española que está mucho mejor informada a pesar de los partidismos y demos el crédito justo a los corresponsales de medios extranjeros que a menudo son los últimos en enterarse. Nos ahorraremos berrinches y derroches de estulticia. La segunda, ya más referida a la información del NYT, es que no nos vendría mal examinarnos en la cuestión de los valores. La autoestima nacional ha bajado en picado con la recesión pero casi siempre se critican cuestiones relacionadas con la eficiencia pero no relacionadas con los pensamientos y las creencias. Y sé que estas dos recomendaciones entrañan una cierta contradicción.

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