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sábado, 16 de junio de 2012

El valor del precio

Decía el poeta Antonio Machado que “todo necio confunde valor y precio”. Parece difcil rebatir la tendencia humana natural a identificar la valía de las cosas con su valor monetario. Pero, especialmente en España, también sucede lo contrario, que cuando no sabemos el precio, no sabemos apreciar el valor de las cosas y eso es un juego en el que los americanos nos sacan mucha ventaja. Un rasgo muy útil en un momento como el actual en el que hace falta hacer mucha pedagogía acerca de casi todo.

La cultura americana establece una identificación clara entre valor y precio. Un bien o un servicio que se obtiene por un precio bajo y ofrece altas prestaciones is a good value. Especialmente en tiempos de campaña (o precampaña electoral para ser más exactos) uno se da de bruces con la realidad sociológica que separa a ambas culturas. En Estados Unidos la preocupación obsesiva es el incremento de la deuda de cara a las próximas generaciones mientras que en España, incluso en un momento de depresión como el actual, lo más importante para una mayoría de los electores es que se mantengan las prestaciones materiales como si fueran derechos inalienables.




Los americanos son conscientes del valor de las cosas porque se les recuerda el precio constantemente. Los ejemplos son numerosos. El seguro medico te envía el coste total de la visita incluso en el caso de que se haga cargo al ciento por ciento del servicio. La construcción de una nueva escuela en tu barrio tiene una translación directa en el housing tax (el impuesto anual equivalente al uno por ciento del valor total de la vivienda) que sufre un incremento instantáneo. El universitario sabe que debe devolver hasta el último céntimo de los préstamos que recibe del gobierno para realizar sus estudios. No por casualidad, la educación y la cobertura médica ocupan siempre las primeras posiciones de las cuestiones que los norteamericanos consideran primordiales.

La importancia de saber el precio verdadero que cuestan las cosas, corriendo el tupido velo de eso que en España se denomina eufemísticamente como gasto social, permea cada detalle de las transacciones diarias. En las tiendas los precios que figuran son siempre antes de impuestos al igual que los individuos hablan de los salarios de sus empleadores aunque luego las deducciones estatales o federales sean importantes.

Yo mismo me di de bruces una vez más con este choque cultural en Seattle el pasado fin de semana. Un trayecto en tranvía que apenas tomaba 7 minutos costaba 2,50 dólares. Para más inri, todas las paradas de la ruta estaban esponsorizadas aunque únicamente consistían en una austera marquesina que apenas debe generar gastos ya que la cultura cívica en esta ciudad es notable. La primera parada la esponsorizaba una empresa de servicios de salud, la segunda Amazon.com, la tercera la Universidad de Washington y la cuarta un centro de investigación sobre el cáncer. Y pese a tenerse que tragar uno el mensaje publicitario en cada parada, el trayecto de 5 minutos eran 2,50 dólares, repito. Pero pensándolo bien el precio me pareció casi barato, ya que en ese trayecto apenas viajábamos 8 o 9 personas en un tranvía de última generación.

Los americanos nos enseñan que hay veces que asociar el precio al valor parece sensato y no nos convierte necesariamente en unos filisteos.

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