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jueves, 25 de septiembre de 2014

Cagarse en las banderas

Resulta obvio recordarlo, pero los que creen más y mejor en sus ideas tienen muchas más posibilidades de lograr que se realicen que los que creen poco. Creer o no creer es una de las claves del éxito de los separatismos en la España actual.
Está claro que cuando el relamidamente cursi Guardiola dice que apoya la independencia y reitera su amor por Cataluña eso refuerza a la nada minoritaria masa de catalanes que apoya la secesión. No sólo por la importancia pública del personaje -un ídolo futbolístico hoy día es prácticamente lo máximo que se puede ser en la vida-, sino por la rotundidad y convencimiento de sus ideas.
En cambio, de la parte de los catalanes o resto de españoles populares que no creen en la conveniencia de los separatismos, uno observa una actitud muy diferente. Los que no callan, se manifiestan con timidez, con frialdad hacia el status quo.Es decir, la unidad de España. Abunda la frialdad, el cinismo, el escepticismo, el descreimiento hacia los símbolos como las banderas y, más en concreto, la bandera española constitucional que habitualmente es puesta a la altura del betún para eliminar cualquier tipo de sospecha.
Así Jordi Évole dirá, y queda de lo más cool, que le asustan por igual "el banderón español de la plaza de Colón y las banderas esteladas que dominan las cimas de las montañas catalanas" (como si fuera comparable una bandera ubicada en un punto concreto a las miles de esteladas que inundan cualquier pueblito catalán). "Mi única bandera es la del Barça", proclama.
Algo parecido pasa con Javier Cercas, catalán de adopción, quien afirma que no es nacinonalista ya que "el nacionalismo es una estafa", para acto seguido aclarar, por si estas afirmaciones pudieran ser sospechosas de rancio nacionalismo español, que en el resto de España "cualquier avance del catalán es percibido como un retroceso de España, y al revés". Otra vez el seudoempate. Para Cercas, la falta de credibilidad del nacionalismo catalán es, en su opinion, que la sociedad catalana es tan corrupta como el resto de España y Pujol supera a Bárcenas.
Karra Elejalde, actor vasco residente en Cataluña, está claro que no comulga demasiado con el separatismo, pero acaba su entrevista diciendo que se "haría unos calzoncillos con todas las banderas del mundo. Para llevarlos cagados".
Por si cupieran dudas, el Gobierno piensa que el problema del separatismo es básicamente que no cumple la ley. Como si eso bastara para convencer a alguien.
No sé, no se trata de animar a los legionarios a desfilar con la cabra portando el Cristo crucificado, llevar una banderita en el reloj u otras horteradas que se han perpetrado en el pasado, pero no estaría mal mostrar un poco más de afecto por la España constitucional y sus símbolos. Si todo lo que se puede decir en defensa de la igualdad de todos los españoles es que me cago en todas las patrias (incluida la mía), que tú eres tan corrupto como yo o no cumples la ley, los nacionalistas periféricos ganan seguro, porque son gente que creen en sus símbolos y en los valores de la nación que dicen representar.
Mientras cualquier manifestación de afecto por lo español, cuando no se hable de deporte o comida, sea percibida como una muestra de facherío, de ser un hortera, un inculto o simplemente poco cool, no hay mucho que hacer.
Cagarse en la bandera es ciertamente una seña de identidad española y un aspecto que nos diferencia bastante de esas naciones con las que nos gusta compararnos y parecernos. Imposible leer unas declaraciones como las de Elejalde en los States.
Los independentistas catalanes lo saben bien y bien que se aprovechan y seguirán aprovechándose de ello.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Una familia americana

Una familia americana



Por Juan Cabrera


Es posible que lo inusual del proyecto que hay detrás de Boyhood haya dejado en segundo plano a la película. Se ha hablado mucho de la tenacidad y del espíritu aventurero de Richard Linkater, de los actores y de su equipo, que durante 12 años han rodado secuencias para construir esta historia de una familia americana. Y es verdad que cuando uno empieza a ver Boyhood no puede evitar pensar que lo que está viendo fue rodado en 2002, poco después de la caída de las torres gemelas, y que ahora esas primeras escenas del protagonista en bicicleta recorriendo el suburbio le llegan como la luz de una estrella lejana que ya ni siquiera existe.

Sin embargo, al rato todo eso queda en segundo plano. Boyhood no es una película “descomunal y sin precedentes”, como nos anuncian enfáticamente los carteles publicitarios, y tampoco es perfecta. Sin embargo, a uno se le queda grabada en la retina, y los interrogantes y ese sosegado y reflexivo existencialismo que destila te acaban acompañando cuando sales del cine, e incluso mucho después. Aunque dura casi tres horas, uno se podría pasar seis, nueve o doce horas siguiendo la peripecia de Mason y su familia, tan fuera de norma en la forma, pero tan común y reconocible en el fondo. Linklater capta con su cámara un buen trozo de vida, inventada, improvisada a ratos, supongo, pero verdadera. Y la enriquece y le da profundidad con el tiempo que no vemos, tan o más protagonista en esta historia que el que sí nos enseña. Y es queBoyhood (o Momentos de una vida, como la han llamado en español) avanza a golpe de inevitable elipsis, para dejar claro que el gran asunto que pone sobre la mesa es la vida, el paso del tiempo y el sinsentido al que nos aboca.  

Casi sin quererlo, y evitando los subrayados, Linklater te regala metáforas donde materializa esa terca verdad, y la huella que va dejando. A los pocos minutos de empezar, Patricia Arquette,que interpreta a la atractiva y abnegada madre de Mason (Ellar Coltrane), pide al chico que le ayude a adecentar la casa de alquiler en la que viven, y que tienen que abandonar para reunirse en Houston con la abuela. Una de las tareas para Mason será borrar las marcas de estatura que ha ido dejando en el marco de la puerta de su habitación, líneas que son testigos mudos del paso de unos años que no hemos visto, pero que ya, sin darnos cuenta, hemos asumido.  

La de Linklater es una película sobre la familia americana y sobre la vida de la gente corriente en aquel país, con sus traslados de casa en casa y de suburbio en suburbio, siempre en busca de mejores oportunidades laborales y del ansiado estatus. También es una historia sobre el matrimonio y el divorcio recurrente como camino para la reinvención, y sobre la vida escolar y sentimental de unos chicos de ahora (o de hace una década, lo mismo da) que se enfrentan con sorprendente estoicismo y lucidez al desorden en que les han instalado sus mayores. Linklater también nos habla del desencantamiento que la madurez trae consigo. En un momento dado, el niño que creció fascinado por las historias de Harry Potter pregunta a su padre dónde ha quedado esa magia en un mundo que se le empieza a hacer incomprensible. Sin aspavientos, Mason intuye que esa magia nunca va a retornar.

Casi al final de la película, uno de los protagonistas se pregunta: ¿y todo esto para qué? La verborrea de los personajes de Linklater (como ya pasaba en su famosa trilogía de amaneceres, atardeceres y anocheceres) y el prosaísmo de las situaciones los pone a salvo de cualquier trascendentalismo pretencioso. Aquí, la búsqueda de sentido es atropellada por la circunstancia del momento: unas facturas que hay que pagar, el inminente traslado a otra ciudad por una separación inesperada de la madre o la entrada en la universidad del joven Mason. Pasar por los rituales que impone cada edad y situación, cumplir con los convencionalismos, madurar, envejecer, o ver cómo los otros van cambiando y también nos van percibiendo de forma diferente, llena de preguntas a Mason y su hermana, y al tiempo les aleja de cualquier certidumbre. Linklater rehúye las respuestas. Sólo el padre ausente, el lenguaraz y contradictorio Ethan Hawke, hace casi siempre de contrapunto, dando lecciones que él mismo desoye o es incapaz de suscribir. Quizá en eso consista la sabiduría: en hacer las preguntas pertinentes y en no fiarnos del todo de las respuestas definitivas.

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NOTA: Se ha dicho que Boyhood tiene un antecedente en Up Series, un documental del británico Michael Apted producido por Granada Television. Yo creo que tiene muy poco que ver, pero agradezco la asociación que muchos han hecho porque me ha acercado a esta joya irrepetible y –ésta sí- monumental del documentalismo británico y mundial. Y es que desde 1964, Apted y su equipo han seguido la pista a 14 niños británicos de muy diversos orígenes, entrevistándoles cada siete años. En principio, el trabajo partió con la idea de demostrar cómo las condiciones sociales y el entorno determinan las posibilidades vitales de cada uno. Hoy, 50 años más tarde, se ha convertido en una obra casi inabarcable, pero desbordante de humanidad y compasión.



sábado, 20 de septiembre de 2014

¿Qué pasa con los antiguos alumnos en la universidad española?


Tengo un amigo que decía que lo que hace falta a la Universidad española es refundarla desde los cimientos, que no quede un ladrillo. Es una solución un poco radical, o quizás no, pero denota un estado de ánimo.

Las grandes reformas necesarias, aunque no haya voluntad de llevarlas a cabo, son bastante conocidas por todos y se habla de ellas continuamente. Sin embargo, hay una serie de detalles menores de los que no se habla y resultan importantes.

Por ejemplo, la importancia de cultivar las relaciones con los antiguos alumnos, algo absoutamente inexistente en la universidad pública española actual y de lo que podemos aprender mucho de las norteamericanas.

En España, cuando una finaliza sus estudios, se diría que sus relaciones con la institución han finalizado para el resto de los días a no ser por las tasas, largos plazos de espera y trámites engorrosos que requieren la obtención de diplomas, títulos y certificaciones en el caso de que uno los necesite.

El capital, mayormente social que económico ya que es dudoso que los antiguos alumnos puedan convertirse en donantes con el concepto de universidad español, que podría tener para la Universidad española mantener las relaciones con sus ex-alumnos es sistemáticamente ignorado. Me lo ha recordado algo que me ha sucedido esta semana. Una estudiante mía fue contratada por una firma importante, aparentemente muy bien remunerado, después de realizar un periodo de prácticas durante el verano.

Uno de sus supervisores era un ex alumno que forma parte de un consejo asesor del college encargado de aportar consejo acerca de la dirección que deben tomar los distintos programas y de asegurarse que su contenido está actualizado y responde a las necesidades empresariales. Es un puesto honorífico y no remunerado pero que es bastante apreciado por las empresas y otorga prestigio a su portador aparte de satisfacción personal.

Gracias a la relación que une a los miembros de este consejo (integrado mayormente por profesionales de alto nivel o empresarios) con la institución, resulta relativamente frecuente que sean invitados a distintas clases para que aporten a los alumnos motivación y experiencia professional de primera mano (por cierto, en los cinco años de licenciatura en la facultad de ciencias de la información no recuerdo un solo guest speaker en ninguna de las clases que, por entonces eran en su inmensa mayoría magistrales). Algunos, como del cual estoy hablando, se ofrecen a proporcionar en sus empresas oportunidades a los mejores estudiantes en las sus propias empresas o en aquellas que trabajan.

Es algo más que una bolsa de trabajo, hay un componente afectivo con la institución y sus estudiantes de alguien que ha tenido éxito y quiere ayudar a otras personas que fueron a su misma universidad a que también les vaya bien. Comparten su tiempo, experiencia y, como en este caso, recursos. Es una cadena que, gracias al trabajo que hace la universidad por informar, premiar el mérito e involucrar a sus antiguos alumnos en sus proyectos,  se va reproduciendo.

Lo primero que esta estudiante me ha pedido es ver si puede disponer de un tiempo en una de mis clases, acompañada de su manager y antiguo alumno de la institución, para compartir sus experiencias con otros estudiantes. Quiere mantener la cadena viva.

Moraleja: La gente es generosa pero hay que darla un poco de cariño.  No es todo cuestión de dinero.

Algo que los rectores y decanos españoles no han comprendido del todo.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Dame reformas, guárdate la pasta


Resulta triste ver lo desnortados que están los partidos politicos españoles en lo que se refiere a la calidad de la educación, que es de verdad el problema de fondo y de forma que tiene España muy por encima de la articulación territorial o incluso el desempleo.

Va a tener razón Luis Garicano en su excelente libro El dilema de España acerca de la falta de calidad de las élites españolas. Aunque las evidencias empíricas son irrefutables acerca de la falta de relación entre gasto y calidad de los resultados, los politicos españoles siguen pensando que decir que incrementarán el gasto en educación, a falta de otras medidas de más alcance, les dará votos.

Es el caso de Pedro Sánchez al decir que si su partidogobierna incrementará el gasto hasta el 7 por ciento del PIB. Bueno, pues muy bien. Si eso es todo, entonces quizás se abaratará el gasto de comedor o la ruta de autocar, pero la educación seguirá siendo la misma. Habrá más becas, pero lo que se aprende y como se aprende en las aulas no variará. Puede que haya un mejor ratio de alumnos por clase, quizás pasemos de 21 a 19, pero ya se ha demostrado por activa y por pasiva que mientras exista un ratio entre 15 y 30 el número no parece tener demasiada importancia (véase David y Goliath de Malcolm Gladwell, libro en el que presenta una serie de estudios científicos al respecto).

Ni una palabra de dar más autonomía a los centros, de eliminar la subvención si los resultados están por debajo de lo esperado, de reciclar a los profesores, de hacer una evaluación continua de los docentes, de  cambiar una cultura educativa memorística por otra que favorezca la resolución de problemas, de acabar con la endogamia en la universidad, de eliminar las barreras burocráticas y salariales para atraer el talento. De eso, cero.

Polonia y Estonia con un gasto per cápita muy inferior figuran a la cabeza del informe PISA que demuestra que a partir de un cierto umbral, pongamos los 10.000 euros por alumno, el dinero no es el problema en la educación.

La propuesta de la Comunidad de Madrid de incluir como obligatoria en la enseñanza secundaria una materia llamada programación no llama tampoco al optimismo. Se arguye, con un papanatismo muy ibérico, que es una iniciativa muy ambiciosa con la que se pretende “situarse a la vanguardia mundial” y que Gran Bretaña es el primer y único país que la ha implantado en su sistema.

Ningún conocimiento viene mal, pero es el problema de los chicos de 16 años que no saben crear webs o aplicaciones de video juegos? A mí, por lo que leo, escucho y al hablar con ellos (y eso que en el informe PISA los chicos madrileños no salen malparados del todo), lo que me da la sensación es que leen poco, que les falta comprensión lectora, que sus conocimientos en matemáticas son deficientes, que su nivel de inglés es bastante bajo a pesar de los colegios llamados bilingues y que, de esto se habla menos porque no lo mide el informe PISA, carecen de iniciativa. Tener unas nociones de programación si acaso puede hacer, si acaso, que algunos se interesen más por las disciplinas que los americanos agrupan bajo el paraguas de las siglas STEM (Science, Technology, Engineering and Mathematics) pero poco más.

En los programas avanzados enseñados en las escuelas norteamericanas se enseña a los chicos pensamiento creative (si, estudian a Edward de Bono con 10 años), teatro,  literatura, se les estimula a detectar problemas y a pensar en inventos que contribuyan a solucionarlos. No se les enseña a programar ni falta que les hace.

No es esto, no es esto, que diría Ortega y Gasset.

domingo, 7 de septiembre de 2014

La inversión de tu vida

España es siempre España. Parece que, como demuestra la incipiente recuperación, podrá seguir a trancas y barrancas siendo lo que lleva siendo muchos años, es decir, un país de servicios apoyado en la demanda interna y en un sector de la construcción que siempre será importante.

Esto se traduce en que a los jóvenes les queda enfrentarse a una situación crónica de paro o precariedad. Las clases dirigentes y con recursos ya lo saben hace bastante y por eso llevan años enviando a sus hijos sobre todo a estudiar a Estados Unidos o a Londres. Cuando uno se encuentra a un subdirector de periódico importante nacional y bien conectado decirte que sus hijos se quedarán fuera después de acabar sus estudios de posgrado en Estados Unidos es que la cosa está chunga de verdad.

El consejo que voy a dar no es para todo el mundo ya que, desgraciadamente, hay muchas familias españolas pasándolo rematadamente mal, pero si puede servir a una clase media todavía no empobrecida del todo con algún ahorro que no sabe donde destinar viendo el depresivo panorama de la vivienda y teniendo en cuenta la alergia al riesgo de invertir en acciones.

A esos padres que tienen unos ahorrillos de 40 o 50.000 euros y están pensando en comprar un apartamento a 50 kilómetros de una gran ciudad, una plaza de garaje o simplemente dejarlos en el banco en un depósito al dos por ciento, les diría que se lo piensen dos veces sobre todo si tienen hijos en la universidad. Les diría que convenzan a sus hijos de estudiar uno o dos años en Estados Unidos un Máster o completar otros estudios de posgrado. Puede ser la inversión de sus vidas ya que les dará la oportunidad de tener un permiso de trabajo legal de hasta 18 meses que muchas veces se convierte en permanente por deseo del empresario. Mientras tanto, no pocas universidades ofrecen a los estudiantes la posibilidad de trabajar y, al menos, sufragar parcialmente los estudios y gastos de estancia.

Qué rendimiento inversor puede superar a realizarse profesionalmente y tener un proyecto personal por esa cantidad? Dudo que ninguno. Y ni siquiera entro en lo económico. Pero no viene mal recordar que España es el país de la OCDE donde la diferencia salarial es menor entre un titulado universitario y una persona que carece de título, alrededor de un 32 por ciento frente a un 172 por ciento en Estados Unidos. Un titulado con un título Master gana en Estados Unidos entre 65.000 y 120.000 dólares de media.

 Es normal que los españoles jóvenes mejor preparados emigren a otros países europeos por cercanía geográfica y porque disfrutan de permiso legal de trabajo y residencia desde el primer día, pero me sigue sorprendiendo que tan pocos consideren los Estados Unidos como destino, una sociedad más acostumbrada a integrar al foráneo en parte porque al no existir un estado del bienestar tan desarrollado los americanos no tienen la impression de que nadie les robe nada del pastel.

Creédme, ningún sitio es jauja pero esta es la inversión más barata que he visto nunca.  

Por eso los ricos españoles llevan haciéndolo muchos años.



martes, 2 de septiembre de 2014

Vidas dependientes


La muerte murió hace tiempo. Dios también. Desde que todos somos posmodernos, pocos piensan que valga la pena hacerse últimas preguntas. Lo sensato e inteligente es no pensar en ello hasta que uno se disuelve en la nada.

De la misma manera, la idea de vejez está en trance de desaparecer. Es verdad que hay residencias de ancianos por doquier, gente muy mayor en silla de ruedas (asistida generalmente por inmigrantes por cierto) en nuestras ciudades pero hacemos como que no los vemos. No sabemos mucho de ese mundo hasta que no le toca a algún familiar cercano o nos hacemos mayores nosotros.

A pesar de la ilusión alimentada por la cultura consumista de que somos seres autónomos, con un amplio “espacio libre” como dice Zygmunt Bauman en su libro Vidas de consumo, solistas, cowboys o cowgirls, ejemplares del género humano independientes y únicos, lo cierto es que en numerosos momentos de la vida nos damos cuenta de que necesitamos a otros, y mucho, y no sólo cuando nos deja la mujer o el marido.

Si todo el mundo se sintiera vulnerable o sintiera vulnerables a sus seres queridos otro gallo cantaría con respecto a una ley de dependencia que se está aplicando a cuentagotas sólo en casos extremísimos. La muerte ha muerto y a la vejez viruelas.

Los viejos que aparecían en un reportaje emitido por la 2 acerca de un proyecto cooperativo de residencias para la tercera edad en Valladolid se quejaban de las residencias tradicionales en las que todos tienen que levantarse y comer a la misma hora, de su estrechez de miras, de su falta de libertad. Estaban felices y orgullosos de vivir en un complejo residencial en el que en lugar de enfermeras en recepción había un portero, entraban y salían cuando querían, llevaban polos de Pedro del Hierro y bebían vino en copazas reglamentarias. Viendo el reportaje la vejez parecía casi divertida, con tanto tiempo libre y comilona.

Pero, claro, el truco estaba en que estas señoras y señores no eran realmente viejos. Era gente de alrededor de los 70 años, dinámicos, de buena salud aparente y con medios económicos. Eran viejos saludables o, incluso mejor, viejos jóvenes.

Se habla mucho, casi con alborozo, de que cada vez hay más personas que llegan a los 85, 90 o incluso 100 años. Se analiza menos en que estado de enormes privaciones físicas y materiales llegan y lo duros que pueden ser esos últimos años que, en el mejor de los casos, exigen numerosas renuncias y sacrificios tanto de los mayores como de las personas que los cuidan. Eso se ve poco. Te lo cuentan, si acaso, o uno lo experimenta cuando le toca.

Dio la casualidad que la misma semana de este publirreportaje de la cadena pública, me encontraba leyendo Elegía, una de las últimas y durísimas novelas de Philip Roth acerca de la vejez y la muerte. Un libro que básicamente es una autobiografía médica de los problemas de salud que ha tenido un hombre con una carrera profesional exitosa pero llena de estancias en hospitales y con una familia deshecha.

Quizás la sombría vision de Roth no es la única posible pero si se aproxima más a la idea de que los hombres somos seres dependientes, de que los últimos años de la vida son importantes, requieren de altas dosis de reflexión y estoicismo y no deben ser censurados en el discurso público como sucede a menudo.

Una sociedad que no tenga en cuenta este aspecto de la vida ha fracasado a fuerza de infantilismo.