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martes, 1 de septiembre de 2015

Hay grandeza en las propinas


La propina no es una dádiva o mera calderilla, como se piensa en España.  Jode pagarlas, a veces, pero lo cierto es que ejemplifica como pocos hechos la importancia que tiene el incentivo en la cultura norteamericana como forma de lograr la excelencia.

Dejar cinco dólares a la persona que te limpia la habitación del hotel, un 20 por ciento extra a los camareros que te han ofrecido un buen servicio o un par de dólares al empleado de la empresa de coches de línea que te carga las maletas es recompensar la actitud, el trabajo bien hecho, la buena predisposición. Se me dirá que es una dedicación interesada o insincera, pero ¿acaso es mejor la desidia o la rudeza que uno se encuentra tan a menudo en el servicio al público en España donde el que sirve siempre da la sensación de estar experimentando un punto de humillación?

La propina, o su sucedáneo corporativo, el salario variable, nos recuerdan que no hay clientes cautivos, que no hay nada escrito, que las ventas pueden bajar, que los comensales pueden no presentarse, que en parte está en nuestra mano que los negocios vayan a más o a menos. Nos recuerdan que la vida es riesgo y también responsabilidad individual. Los americanos lo llevan quizás al extremo y por ello Estados Unidos es el país del mundo en el que si a uno le sonríe la fortuna de tener buena salud y recibir una buena educación podrá gozar de mayor éxito profesional y ganancias materiales. En caso contrario, la vida es otro cantar.

Por eso no doy ningún crédito a las informaciones que hablan de que debido al aumento del salario mínimo en varias ciudades o estados del país, en una horquilla que va de los 8 o 9 dólares hasta los 15 dólares como en Seattle, los restaurantes van a decidir dar un sueldo fijo a los camareros para que no se produzca una diferencia salarial excesiva con los empleados de cocina con quienes no se comparten las propinas o para que los costes al comensal no se disparen.

A los americanos si algo les gusta es marcar las diferencias. En todo. Hasta en los nombres que uno ya no está nunca seguro de cómo se deletrean. Stefanie puede ser fácilmente Stephanie, Stefany o un sinfín de nombres más. Por supuesto, en los salarios siendo frecuente que en las grandes compañías la diferencia entre el mejor y peor pagado sea de 500 a uno.

Recuerdo hace bastantes años que uno de los camareros kurdos que trabajaba conmigo en un restaurante italiano de San Francisco no se cansaba de decir animosamente aquello de “big money tonight for everybody” en su inglés de circunstancias los sábados por la tarde. Era cierto, casi todos los sábados se ganaba bastante dinero sirviendo mesas pero no todos. Quedaba muy claro que el dueño del restaurante ponía la infraestructura y nada más, el seguro médico se lo pagaba cada uno de su salario si quería, y los empleados el trabajo y el carisma.

¿Injusto? ¿Darwinista? Puede ser. También es verdad que el servicio de restauración en Estados Unidos es quizás el más empalagoso que existe. Los camareros tienen demasiada presencia, no se cansan de llenar los vasos de agua llenos de hielo, preguntar si todo va bien y traen el cheque con la cuenta demasiado pronto.

Sin embargo, no puede negarse que hay cierta grandeza en esa aceptación tácita de que la vida es un cúmulo de imprevistos y oportunidades. 

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