Se dicen muchas cosas sobre los millenials y la mayoría negativas. Que si son indolentes, que no
tienen ética del trabajo, que no leen, que tienen la piel muy blanda o que se
lo tienen demasiado creído. No son solo los baby-boomers o los de la generación
X los que les critican, sino que con cierta frecuencias son ellos mismos los
que lo tienen hasta cierto punto asumido.
Para más inri, en Estados
Unidos corre la leyenda de que es la primera generación que no tiene miedo al
socialismo como concepto, el fuerte apoyo que disfruta Bernie Sanders es una
buena muestra de ello, e incluso de que son los primeros americanos de la
historia que desprecian los cereales en el desayuno. Pecados mortales ambos.
Son, sin embargo, no tanto el
futuro como el presente de América. Acaban de superar en número a los durante
tiempo hegemónicos baby-boomers y están empezando a ocupar puestos de
responsabilidad ya que se puede ser millennial y tener 38 años (esta generación engloba a todos
aquellos nacidos entre el 81 y el 97).
El reciente estudio publicado
por Pew Research Center revela una generación más diversa y progresista, rasgo
que básicamente viene a confirmar que el mundo en su mayoría camina en una
única dirección hacia sociedades desacralizadas, escépticas, ecológicas,
individualistas e igualitarias.
Pero más allá de lo que revelan
estos lugares comunes de los medios de comunicación, lo cierto es que la fuerza
numérica de esta generación ya está empezando a cuestionar al menos dos axiomas
que están hacienda la vida casi imposible a mucha gente.
Primero, aquello de “el que el
que quiera ir a la universidad que se lo pague” que tanto gustaba al
contribuyente norteamericano, ya no sirve y quebranta el principio de igualdad
de oportunidades. La educación superior es el equivalente a la secundaria de
hace cincuenta años y, por tanto, la idea de que recibir una educación es una opción más, es un viejo paradigma que ya no sirve. En
pocos países la educación superior es más clasista y tiende más a perpetuar el
status quo que en Estados Unidos.
Segundo, la idea incuestionada de que la eficiencia y la
productividad están reñidas con la calidad de vida. En este sentido, estoy de
acuerdo con el artículo de The Atlantic que vaticina un cambio de la cultura laboral gracias a los valores de los
millennial. No nos engañemos, la sociedad se ha feminizado pero el mundo
laboral se ha endurecido hasta extremos insospechados debido a la fuerza del
dato y la cultura de la rendición de cuentas (accountability) por todo y ante todo . Llamémoslos los
valores baby-boomers que los de la generación X no se sintieron con autoridad
para cuestionar.
El artículo anticipa empresas
eficientes pero más humanas en las que incluso las temidas revisiones anuales (annual reviews) sean sustituidas por
otros métodos que no hagan sentir en los empleados el temido agujero en el
estómago como por ejemplo recibir feedback
con más frecuencia. ¿Valores millenials? Si
queremos poner etiquetas puede valer esa denominación, pero lo importante es
que estaríamos hablando de humanizar el trabajo.
Si los millenial consiguen
estas dos cosas, les sobra el socialismo.