Consejos American Psique: octubre 2011

lunes, 31 de octubre de 2011

Americanos en París

El otro día estuve viendo Medianoche en París, la última película de Woody Allen. Tengo que decir que aunque, como tantos de mi generación, cuando tenía veintitantos idolatré a este cineasta neoyorquino, últimamente le había perdido un poco la pista. Ver sus cinco últimas películas, recuperadas en DVD un poco a destiempo, me confirmó en mis presunciones de que éstas, hechas deprisa y corriendo, apenas contienen nada nuevo que no fuera expresado con infinitamente más frescura 20 o 30 años atrás. Sin embargo, esta película venía precedida de mejores críticas y, sorprendentemente, de un cierto éxito de taquilla en Estados Unidos donde se ha proyectado incluso en pantallas de lo que se denomina small town America.

Medianoche volvió a decepcionarme más si cabe que estas otras películas porque mis expectativas eran mayores. Sin tomar una mínima distancia con el personaje protagonista, Allen se dedica, fotograma tras fotograma, a fotografiar París con descaro publicitario, un hecho que constrasta notablemente con la escasez de planos que dedicó, por ejemplo, a Barcelona en Vicky Cristina Barcelona. Sarkozy se sentirá sin duda satisfecho. Vuelven, como no, a aparecer esos personajes de la clase media alta norteamericana a los que Allen se siente tan cómodo criticando sus vidas aparentemente colmadas en lo profesional y lo material pero perpetuamente infelices. Todos ellos, incluido el propio director, tienen algo en común con el resto de los americanos que no pertenecen a este mundo: la idealización de Francia como el reverso de lo que representa América (y lo que le falta) en el mundo occidental. Las razones para ello son muchas: la aureola de sofisticación en las costumbres, de que París sigue siendo la capital mundial del arte aunque sólo sea por su pasado, de que Francia sigue siendo la cuna del lujo y del buen comer, del bon vivre, en suma. Todas ellas son percepciones que elevan a Francia a la enésima potencia en la mentalidad norteamericana con un resquicio de infantilismo. Francia, y París en concreto, no es un país para la psique norteamericana sino un estado mental. Cuando en los medios de comunicación se menciona la postura que adoptan otros países occidentales respecto a una decisión norteamericana primero se menciona a Francia, cuando se habla de las enfermedades cardiovasculares que afectan a los norteamericanos se cita the French paradox como ejemplo de lo contrario, cuando se elige a un foráneo para saber como América es o ha sido vista desde fuera se escoge una cita de Alexis de Tocqueville o de Bernard Henry-Levy, si se ha de preferir un acento extranjero se elige el francés, e incluso a una preparación tan cotidiana en el mundo como las patatas fritas se las llama French fries. Francia, junto a la Toscana italiana por razones distintas de las que hablaremos algún día, es el compendio perfecto, como diría Simon Anholt, el gurú del country branding, de país caliente y frío al mismo tiempo. Rico, cultivado, eficiente y con voz propia en los asuntos importantes por un lado; y, por otro, un país de ocio y voluptuoso. La versión americana de Francia se llamaría California, algo que Steve Jobs y otros entendieron perfectamente cuando empezaron a incluir en sus productos la frase designed in California.

lunes, 24 de octubre de 2011

Los pantalones cortos de Michael Jackson y la pasión

Mike Jackson es un profesor de física de mediana edad pero que podría perfectamente pasar por un veinteañero. No es solo su rostro imberbe y sus gafas de de empollón la causa de su perpetua apariencia juvenil sino su actitud hacia las cosas. Por ejemplo, su voz potente y su entusiasmo hacia las materias que enseña que le llevan de cuando en cuando a compartir su conocimiento en sesiones demostrativas con chavales de siete anos como mi hijo en las aulas de la universidad. También su vestimenta es acorde con este espíritu. No resulta raro ver a Jackson en las reuniones del senado de la facultad o en una mañana fría de otoño ir a clase en camiseta, pantalones cortos y zapatillas deportivas. Mike Jackson es una persona respetada en el campus y cuya opinión es recabada con frecuencia en reuniones a las que asisten presidentes, provost y otros top executives vestidos con traje y corbata.

También quería hablaros de Ricardo, un primo mío que acaba de encontrar trabajo como uno de los geniuses de Apple en una de sus nuevas tiendas en Madrid. Ricar sigue manteniendo la misma estética heavymetalera de hace 25 años: pelo largo, barba crecida, camisetas negras de Iron Maiden y pantalones estrechos. Desde que comenzó su periplo laboral como técnico de hardware siempre ha sido víctima propiciatoria de ciclos económicos o reestructuraciones misteriosas que le han llevado una inestabilidad laboral permanente. Recientemente, en la sima mas profunda de la recesión, ha logrado ser contratado por Apple tras un largo proceso de selección de 3 o 4 entrevistas (ahora no recuerdo) al que concurrían probablemente miles de candidatos. Me consta que poca gente en su círculo familiar, entre otra razones por la cuestión estética, daba un duro por el. Ricar, fiel a si mismo, ha ido a todas esas entrevistas sin variar un ápice su apariencia lo cual no ha impedido que los responsables del proceso, no se si es una casualidad que fueran un americano y un holandés, hayan considerado que reunía el perfil adecuado para trabajar de cara al público en uno de sus nuevos centros, un perfil que por lo que se de Ricar implica calidad humana, buenos conocimientos técnicos y una enorme pasión por toda la gama de productos de Apple y por estar a la última en todo lo que se refiere a tecnología.

No se por qué, se me ocurre pensar que gente como Mike Jackson o Ricardo lo habrían tenido mas complicado en el mundo corporativo (o educativo) español donde las barreras del clientelismo o la ausencia de meritocracia no son las únicas sino también una cierta obsesión por la apariencias externas que se les hace pasar canutas a mucha gente, por ejemplo a los becarios que tienen que pagarse una buena porción de los 300 o 400 euros que ganan al mes pagándose trajes y camisas de Zara aunque luego les tengan en la oficina metidos en un cubículo sin ver a nadie y obligados a comer de bocadillo todos los días.

Y es que en un mundo abocado irremediablemente a la informalidad, America sigue siendo la avanzadilla en cuanto a la combinación de dedicación en cuerpo y alma al trabajo y relajación en las formas. Por supuesto, lo saben. Una de las cosas que se enseña a los estudiantes de las escuelas de negocios en las clases de comunicación intercultural, en lo que se refiere a la vestimenta, es a esperar en cualquier cultura un nivel de formalidad externa mucho mayor que el habitual en Estados Unidos. Algo que no ha cambiado en el ultimo siglo cuando gente como Ramiro de Maeztu se referían tras su paso por la universidad americana a cómo los profesores alli vestían como obreros y encima se enorgullecían de ello.

A pesar de la cultura del “nurture of love”, la idea de que todos somos especiales sólo por el hecho de existir, que se lleva inculcando desde los años 70 a varias generaciones norteamericanas, lo cierto es que las organizaciones siguen pensando que lo importante no es quiénes somos (lo cual implica como vestimos) sino lo que somos capaces de hacer, una circunstancia que tiene mucho que ver con la idea de pasión. ¿En que consiste la pasión? ¿En mostrarse temperamental e irracional cuando una situación nos desborda como se ha dicho habitualmente? ¿O en disfrutar de lo que uno hace tanto que no podría pasar su vida hacienda otra cosa? Os invito a que vosotros mismos distingais que idea tenemos de este concepto carpetovetónicos y norteamericanos.

lunes, 17 de octubre de 2011

One of us

El idioma inglés tiene dos palabras de uso común que aluden directamente al significado de la voz española confianza. Confidence es la confianza que uno tiene en si mismo mientras que trust se refiere a la confianza que tenemos en los demás. Si en alguna ocasión he hablado de como el sistema educativo norteamericano se caracteriza fundamentalmente por insuflar una buena dosis de confidence a sus ciudadanos, no es menos cierto que América es la tierra en la que ganarse la confianza de los demás, ser one of us, más se valora.

Recientemente me sucedió una anécdota que creo que ilustra bien lo que quiero contaros. El otro día tenía la siempre difícil misión de elegir unas gafas, después de todo una gran responsabilidad ya que es una prenda de vestir que llevas en la cara todos los días durante varios años. Comencé la búsqueda yendo un par de sitios en el pueblo que no tenían exactamente lo que estaba buscando. Hasta aquí normal. Lo que no es tan frecuente, desde una perspectiva española, es que en ambas ópticas me informaran como si se tratara de la cosa más normal del mundo acerca de otros dos sitios, situados digamos en la periferia de Ellensburg, donde podría encontrar otros modelos. Yo no hice la pregunta sino que fue mi mujer, que es a quien siempre se le ocurre preguntar en una tienda por otras tiendas de la competencia donde puede encontrarse mercancía parecida. Inmediatamente me vino a la cabeza una situación similar que me sucedió unos años atrás en el pueblo de Rueda un día que estaba de cata de vinos en compañía de mi mujer, mi hermano y mi cuñada. En uno de los establecimientos se me ocurrió preguntarle a la vendedora por otras bodegas en el centro del pueblo que pudiéramos visitar y ella, por supuesto, no acertó a decirme ninguna sin pensar que parte del atractivo de ir a Rueda es que puedes visitar varias bodegas. A la salida, mi hermano y mi cuñada se rieron de mi ingenuidad al pensar que la muy avispada vendedora iba a darme la dirección de otros competidores.

Este tipo de hechos me hacen pensar que en España seguimos viendo el mundo desde un punto de vista restrictivo, como un juego de suma cero en el que el éxito ajeno en la venta de bienes y servicios o en la consecución de logros profesionales se percibe como detrimento nuestro. Cuando hacemos negocios, en lugar de tratar de ganarnos la confianza de los demás dando a nuestros clientes la mejor información y pensar que lo importante es seguir trabajando duro para ser mejores, tendemos a callarnos. ¿Os imagináis a un ejecutivo español haciendo algo parecido a lo que hacía un ejecutivo de Microsoft, Robert Scobble, en su blog en 2004 cuando decía que el navegador de Internet Explorer no era tan bueno como Firefox, su nuevo competidor entonces, o alabando al Notepad? En su tiempo también fue criticado por gente en Microsoft pero precisamente eso hizo que se convirtiera en una de las voces más escuchadas en la blogosfera.

Este es uno de los ejemplos que Chris Blogan y Julien Smith dan en su muy interesante libro llamado Trust agents, acerca de como las personas y las organizaciones puedan construir relaciones de confianza mediante el uso de Internet. Estados Unidos es el país internetero por excelencia no sólo debido a su superioridad tecnológica y su espíritu emprendedor sino al valor que se le da a la creación de confianza en las relaciones personales y en el mundo de los negocios. Podemos aprender mucho de ellos. En confianza.

lunes, 10 de octubre de 2011

El español (y III)

Pero quizás el factor más importante se refiere a la falta de prestigio de la que goza nuestra lengua y el desconocimiento de la cultura que en su globalidad pudiéramos llamar hispana en Estados Unidos. No me estoy refiriendo al desprestigio que he mencionado anteriormente, derivado del estatus socioeconómico de sus hablantes, sino a la falta de interés con que se enseña la lengua española en las universidades. Por supuesto no estoy hablando de los departamentos de español de las grandes universidades norteamericanas donde nuestro idioma ha gozado de reconocimiento desde hace muchas décadas en los estudios de posgrado, sino a un segundo nivel de universidades estatales y privadas donde entre los numerosos motivos que los estudiantes esgrimen para tomar cursos de español figuran el hecho de que si aprenden español no tendrán que empezar desde cero porque ya tomaron algunos cursos en high school o un cierto buenismo que identifica aprender español con tener un gesto de solidaridad con algunas de las capas más débiles de la sociedad. Es muy raro encontrarse un estudiante universitario de español en una universidad estatal que estudie nuestra lengua porque piense que hay una literatura, cine, arte, ciencia, una cultura en suma, que valga la pena. Esta circunstancia es relativamente fácil de percibir cuando se comparan las opiniones de los estudiantes de español con las de estudiantes de otras lenguas cómo el francés o incluso el ruso. En numerosas ocasiones el español se aprende de una manera mecánica, totalmente desgajado de la cultura de los países que lo hablan. Quizás sea, como ya advirtió Ramiro de Maeztu hace casi un siglo en su visita a Middlebury College, porque muchos de los profesores no son nativos de países hispanohablantes. En cualquier caso se echa de menos cierta pasión que estudiantes de otras lenguas más minoritarias sienten hacia sus lenguas y culturas de adopción.

Mucho me temo que el futuro del español en Estados Unidos dependa de eso. De la capacidad que tengamos no sólo los españoles sino el resto de hispanohablantes de promocionar y prestigiar la cultura expresada en español, pero sobre todo de generar ciencia y conocimiento en nuestra lengua. El Instituto Cervantes es útil pero al fin y al cabo una gota de agua en el oceano, sería incluso más deseable que hubiera grandes universidades en los países de habla hispana donde se produjera investigación de calidad o colegios, como ya existen liceos franceses o alemanes, donde pudiera recibirse enseñanza en español, algo que ni siquiera ocurre en ninguna de las grandes ciudades estadounidenses.

Un ejemplo representativo. Hace poco el célebre columnista del New york Times, Nicholas Kristoff, invitaba a la élite neoyorkina estadounidense a aprender español en lugar de mandarín “a pesar de no tener tanto prestigio” pero sí por razones de eficacia y practicidad. Os aseguro que la opinión de Kristoff no es excepcional.

lunes, 3 de octubre de 2011

El español (II)

Yo mismo soy testigo de primera mano de la timidez y falta de confianza que sienten mis alumnos hispanos de dirigirse a mi en español, algo que por otra parte muy raramente sucede. La primera lengua de un joven universitario estadounidense de origen hispano tiende a ser claramente el inglés por numerosas razones: la educación se recibe íntegramente en inglés, la mayoría de los medios de comunicación de calidad emiten en inglés y el inglés es la lengua de prestigio y de los negocios relevantes en una país donde el español se identifica como una lengua hablada mayoritariamente por las clases subalternas. Nuevamente, me estoy refiriendo naturalmente a Estados Unidos en su globalidad ya que en ciudades como Miami, Nueva York y Los Angeles hay escuelas bilingues y algún periódico en español de calidad pero son la excepción que confirma la regla.

Otro importante factor que hace dudar del futuro del español en este país se deriva del hecho de que no está ni mucho menos garantizado que los niveles de emigración desde Latinoamérica se vayan a mantener en los próximos años. La recesión económica, el despegue económico de algunos países sudamericanos y el endurecimiento de las condiciones de vida para los inmigrantes sin papeles hacen presagiar que la inmigración tenderá a ralentizarse en los próximos años. En medio de la recesión el semanario The Economist publicaba un artículo apuntando una nueva tendencia. El regreso de numerosos mexicanos que han perdido su empleo durante la crisis a su país de origen donde ya estarían enviando sus ahorros para empezar una nueva vida. Si a ello le unimos las crecientes dificultades de los inmigrantes ilegales para atravesar la frontera (mucho mayor que por ejemplo la que encuentran los inmigrantes africanos en las costas del sur de España), el panorama parece indicar que la inmigración procedente de Latinoamérica puede no solo ralentizarse sino decrecer en términos absolutos en los próximos años. El gobierno norteamericano probablemente ofrezca en el futuro mayores facilidades para instalarse a inmigrantes cualificados pero todo indica que la relativa laxitud inmigratoria en lo que respecta a los trabajadores ilegales mantenida durante el gobierno de Bush tiene los días contados. No hay que perder de vista que la contratación de inmigrantes ilegales o la escolarización de sus hijos está comenzando a ser duramente penada o prohibida en numerosos estados.