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lunes, 26 de diciembre de 2011

Expertos

Una palabra que se escucha permanentemente en la vida americana es counselor. Este término, que puede traducirse sin problemas como asesor o consejero, inunda tanto el ámbito tanto personal como profesional.

A los españoles, tan acostumbrados a dejarnos llevar por el sentido común o la intuición, nos abruma tanto counseling. En primer lugar, porque muchas veces entendemos que no hace falta tanto asesoramiento o consejo para resolver cuestiones que consideramos menores cuando no ya resueltas; en segundo lugar, porque esta palabreja nos hace llevarnos la mano a la cartera.

En Estados Unidos, y no solo en el mundo de la clase media o media alta, proliferan los consejeros. Las universidades, por ejemplo, están repletas de counselors sobre educación sexual, técnicas de estudio, orientación profesional, comunicación intercultural o educación en hábitos saludables, por mencionar unos cuantos ejemplos. Pero en la vida cotidiana me he topado con counselors sobre relaciones de pareja, sobre la mejor manera de jubilarse, la crianza de los niños, como llevar una vida espiritual saludable, o la organización de la fiesta de bodas.

América es, efectivamente, el país de los expertos. Los americanos, como se sabe, han despreciado desde siempre la figura del intelectual de relumbrón entendido como el hombre de letras o del mundo del arte que acude a manifestaciones y da su opinión sobre problemas de cualquier ámbito (preferentemente político). Personalidades como Noam Chomsky o Gore Vidal podrán resultar muy atractivas al otro lado del Atlántico pero no así para una mayoría de sus compatriotas que los miran con el recelo con que se examina a los sabelotodo. En cambio, no sucede lo mismo con aquellos que podríamos denominar expertos, es decir, con los que generalmente acreditados por un sólido curriculum o la realización de un estudio sobre una material determinada, acuden con frecuencia a los platós de televisión o a las emisoras de radio. Profesores de sociología opinan sobre fenómenos relacionados con las celebridades, full professors de economía en universidades de prestigio sobre la mejor manera de salir de la recesión, académicos del campo de la educación suelen acudir a talk-shows a debatir sobre la mejor manera de elevar el listón educativo. Este fenómeno sucede a todos los niveles, local, regional o nacional. En este país el anti-intelectualismo no está reñido, más bien lo contrario, con la búsqueda del third party endorsement del experto, que es casi obsesiva. Cualquier persona de un nivel cultural medio te habla de que tal ordenador obtuvo esta puntuación en tal consumer report o que hay unos investigadores de la universidad de Massachussets que han demostrado que aprender piano es positivo para el desarrollo del cerebro a los cinco años.

¿Existe algún equivalente de los todólogos o tertulianos que comentan a diario los asuntos de actualidad en las emisoras de radio o televisiones de toda España? No del todo, la verdad. Aunque en apariencia los programas informativos de cadenas solo noticias como CNN, MSNBC o FOX podrían resultar equivalentes, lo cierto es que en estos escasean aquellos en que una misma personalidad opina sobre distintos temas. Es cierto que, como sus homónimos españoles, han renunciado a la objetividad que para ellos se basa, en el mejor de los casos, en entrevistar a dos personalidades con opiniones radicalmente divergentes (en otros casos como las más militantes FOX o MSNBC suelen limitarse a invitar a personalidades que comparten la línea editorial del medio). De la misma manera en los periódicos americanos uno no se encuentra una columna diaria de determinados escritores como sucede en España. Las estrellas del columnismo se prodigan menos, en muchos casos unas dos veces por semana, conscientes de que la mera opinión nunca será suficiente si va desprovista de datos.

Un último detalle, la palabra tertulia, una modalidad de la conversación que rehúye la agenda de temas preparada de antemano y donde la limitación temporal es difusa, no existe en inglés. Yo que echo enormemente de menos la existencia de tertulias en mi vida cotidiana donde cualquier discusión parece cronometrada, no lo hago tanto cuando veo la televisión y me ahorro los comentarios superfluos de un montón de gente que carece de autoridad para opinar sobre determinadas cuestiones. Es probablemente más aburrido, pero también más justo.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Santa Claus y las happy holidays

No deja de resultarme sorprendente que en la única sociedad occidental en la que el cristianismo sigue teniendo vigor, solo para hacernos una idea alrededor del 45 por ciento de los norteamericanos acuden a misa semanalmente frente a un 12-15 por ciento de españoles, la palabra navidad cada vez se utilice menos por estas fechas. La expresión happy holidays surgió de forma alternativa en los años 70 como una forma explícita de reconocer la neutralidad del estado en material de religión al mismo tiempo que la emergencia de una sociedad cada vez más diversa y multicultural. Desde entonces el término se ha ido imponiendo no sólo en la esfera pública (tanto las instituciones del gobierno como numerosas corporaciones han eliminado la expresión merry Christmas para dirigirse a sus distintas audiencias y la han sustituido por el más aséptico felices vacaciones) sino también en la privada. Sin ir más lejos una mayoría de mis estudiantes, bastantes de ellos de arraigadas convicciones religiosas, se despide de mi deseándome happy holidays el ultimo día de clase o al terminar sus correos electrónicos. Del mismo modo una aplastante cantidad de las tarjetas de felicitación y fotografías que recibimos en casa (una costumbre que se mantiene viva por estos lares) incluyen esta expresión u otras similares como season greetings. En un país donde al menos un 90 por ciento de sus habitantes dicen creer en Dios y de ellos un 95 por ciento se denominan cristianos no deja de sorprenderme este acatamiento de la ley y/o de lo políticamente correcto.

Mientras tanto, en España, país denominado por la propia jerarquía católica como tierra de misión por su elevada indiferencia cuando no directa hostilidad hacia cualquier tentativa de pensamiento cristiano y yo diría que metafísico en general, la expresión feliz navidad apenas ha sufrido erosión en estos últimos años.

Se me ocurre que la definitiva entronización de la figura de Santa Claus como icono de la navidad que tuvo lugar en la campaña publicitaria de Coca-Cola en los periódicos y revistas americanos en 1931 marcó un antes y un después en la consideración de la navidad como un periodo de ocio más que una fiesta religiosa y supuso un antecedente de lo que vendría después en Estados Unidos. A partir del concepto creado por el artista Haddon Sundblom, Santa Claus, que tenía como lejano y vago referente la figura de San Nicolás de Bari, paso a ser un anciano vestido de rojo y blanco (los colores de la corporación), alto (hasta entonces en numerosas interpretaciones se aparecía como un enano o elfo), gordo y bonachón. Santa Claus se transformó rápidamente en un icono global y hoy puede disfrutarse de su presencia por estas fechas en puntos terráqueos tan distantes como Japón, Argentina y Sudáfrica (a quien le interese la historia complete de la invención de este icono le recomiendo visitar la web de Coca-Cola). Santa Claus no venía solo y popularizó rápidamente toda una iconografía navideña de raíces nórdicas como el abeto, las velas, el reno y el copo de nieve que de alguna forma ponían la navidad al alcance de todos los bolsillos, incluso aquellos que no eran cristianos. Soy de la opinión que el concepto moderno de Santa Claus abonó el terreno al pensamiento políticamente correcto estadounidense sobre esta materia al hacer aceptable por todo el mundo que la navidad se entendiera como un periodo de legítimo hedonismo, consumo y disfrute del tiempo libre.

A mi particularmente me enorgullece que España sea uno de los países que conozco donde Santa Claus tiene menos fuerza, aunque para mi gusto (y no soy ningún casticista) empiezan a abundar un poco más de la cuenta en los balcones de las casas españolas los muñequitos del citado personaje. Siempre he pensado, y no creo que sea una mera cuestión de tradición o recuerdos infantiles, que el halo de misterio, sabiduría y universalidad que emanan los tres magos de oriente, los cuales después de todo solo aparecen en un pasaje breve del evangelio de San Mateo, son incomparablemente más interesantes que la figura algo bobalicona de Santa Claus.

Y valga esta reflexión navideña para desearos una feliz navidad o, para el que lo prefiera, happy holidays.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Bill Gates, el poder y la gloria

Últimamente he sabido de Bill Gates por razones ajenas a su labor en Microsoft.

Una de mis alumnas, tratando de excusar el retraso en entregar un paper, me contaba la semana pasada lo ocupada que había estado últimamente debido a un trabajo que le había salido de viernes a domingo participando en la organización de un campeonato de bridge cerca de Seattle. Me contó que uno de los participantes era el propio Gates que había compartido con otros jugadores una de las decenas de mesas con otros jugadores de bridge (que por lo que pude ver en las fotos de tenían un aspecto bastante corriente) en tres jornadas interrumpidas de unas diez o doce horas cada una. Este tipo de campeonatos, en los que las apuestas son de unos pocos dólares, suele tener un horario únicamente interrumpido con una breve pausa para tomar un sándwich. Según me dijo esta estudiante, Gates, que había llegado acompañado de dos discretos guardaespaldas, había quedado eliminado antes de llegar a las rondas finales. Viendo las fotos que, como un paparazzi, había tomado mi estudiante con su cámara digital era ciertamente difícil apercibirse de la presencia de Gates que aparecía algo despeinado y con ropa informal que tenía todo el aspecto de haber sido comprada en alguna tienda del tipo de Gap o Eddie Bauer.

Ese mismo día leí en el Seattle Times que Gates, a través de una empresa energética local, estaba en conversaciones con el gobierno chino y de otros países BRIC para desarrollar una cuarta generación de reactores nucleares mas seguros y eficientes energéticamente.

Hace pocos meses unos amigos me anunciaban que se mudaban a vivir a otro pueblo cercano porque se habían enterado que una de sus escuelas, regentada por jesuitas para mas señas, era una de las mejores del estado de Washington. Luego me entero que la escuela está financiada parcialmente por la Melinda and Bill Gates Foundation y muchos de sus alumnos provienen de familias de bajos ingresos.

También he sabido recientemente que uno de mis alumnos es un chico sudanés que ha podido realizar su sueño de estudiar en Estados Unidos gracias a una generosa beca de dicha fundación.

Y seguro que me dejo en el tintero alguna que otra referencia a la labor empresarial o filantrópica de Gates de la que haya tenido conocimiento estos últimos días por experiencia directa.

Justo la semana pasada también me tropecé en varios medios de comunicación españoles con una foto de un Emilio Botín rodeado de, presuntamente, varios habitantes de favelas a los que el Banco de Santander acaba de conceder microcréditos. El banquero, sonriente, vestía un traje gris marengo de corte clásico rodeado de varios hombres luciendo camisetas con grandes logos del Banco de Santander. La escenografía tenía el aspecto de ser cualquier cosa menos espontánea y uno podía imaginarse los numerosos filtros que había superado antes de ser difundida por el departamento de prensa del banco.

En todos los años que viví en España, feliz coincidencia, no recuerdo haberme tropezado a nivel personal ni una vez con vidas que pudieran ser afectadas por la labor filantrópica de los millonarios españoles (que aunque menos ricos que Gates, también los hay e importantes). Y ello me sugiere que la relación de los españoles con el dinero sigue siendo muy diferente a la de los americanos. Después de todo va a seguir siendo verdad aquella reflexión que hace casi un siglo hacia Ramiro de Maeztu sobre el sentido reverencial del dinero en la vida norteamericana, de acuerdo a la cual para los americanos el cumplimiento de los deberes mundanos (es decir, la prosperidad económica personal no como fin en si mismo sino como una manera de mejorar el mundo) es la única forma de alcanzar la autentica gloria. Una mentalidad que pervive en hombres que no son necesariamente religiosos como es el caso de Bill Gates.

lunes, 5 de diciembre de 2011

El valor de una cara

Estados Unidos es un país de caras. No, no en el sentido español que nos es tan familiar. Sea por los motivos que sea, la gente está obligada a revelar su aspecto para lograr sus metas personales o profesionales. Me explico, en una sociedad en la que la confianza y la transparencia son valores tan preciados, las personas no suelen ocultar su rostro tras una página web o un reclamo publicitario. Siempre me ha llamado la atención esta actitud de desparpajo frente al hermetismo habitual que se da en la sociedad española con respecto a mostrar el rostro. De hecho, no existe una expresión equivalente a “dar la cara” en la jerga norteamericana, supongo que porque no se intuye que haya gente que pueda permitirse no darla. Bueno, hay una excepción, la de los anuncios de ofertas de trabajo. Hace mucho que no hojeo estas depauperadas secciones en los periódicos o webs españolas, pero supongo que seguirá siendo habitual que muchas personas soliciten una fotografía del candidato, algo terminantemente prohibido por la legislación norteamericana y de la mayoría de países civilizados. No me imagino que en este país hubiera podido darse un caso como el de Amancio Ortega, del cual únicamente supimos, por imperativo legal de la CNMV, que aspecto tenía cuando decidió que Inditex empezase a cotizar en bolsa hace unos años.

Para la psique americana es importante acostumbrarse a “dar la cara” desde temprana edad. En las clases de las escuelas infantiles es habitual que aparezcan los nombres de los chicos junto a su retrato a la entrada de las clases, en los supermercados siempre figuran las fotos de quienes trabajan en las diferentes secciones, no hay un sólo anuncio de una agencia inmobiliaria en el que no aparezca la imagen del agente inmobiliario en cuestión con su nombre y apellidos, los chicos que van a hacer la primera comunión aparecen retratados en los tablones de las parroquias, los dentistas y los doctores se anuncian en la prensa con su familia, los estudiantes que optan a liderar las diversas asociaciones universitarias ponen fotos suyas en los tablones, y, como no, los profesores de universidad suelen incluir retratos en las webs de los departamentos (algo que, dicho sea de paso, yo no hago) e incluso en la puerta de su despacho en situaciones informales.

Una de las ventajas de no vivir en España es que uno no tiene que tragarse las aburridísimas campañas electorales. Perdonadme si, ahora que ya se les estará pasando a muchos la resaca electoral, me refiero brevemente al valor indispensable que tiene “dar la cara” en la política norteamericana. Todos las semanas en el farmer’s market, un mercadillo que frutas y verduras que se pone los sábados en el centro del pueblo, soy asaltado varias veces por los diferentes candidatos locales que quieren darse a conocer y discutir personalmente con la gente sus ideas para el pueblo o el condado. En otras ocasiones, estos candidatos a alcalde o como representantes del condado en la capital del estado, Olympia, han tocado el timbre de mi casa. Las discusiones, por una mera economía del tiempo, suelen ser relativamente superficiales pero sirven para transmitir una impresión general del candidato y “quedarnos con sus caras”. Para la psique americana resulta inconcebible incluir una papeleta con nombres en una urna si se trata de alguien a quien no se le ha visto la cara, por eso, entre otras cosas, existe un sistema de listas abiertas. Me pregunto cuantas caras reconoceríais de los candidatos que figuraban en vuestra papeleta de voto.