A pesar de ser un país nuevo, los americanos tienen con la basura una relación especial y más antigua. Enseñaron al resto del mundo las bondades del usar y tirar, de los materiales desechables hechos de papel y plástico que hoy siguen triunfando con McDonalds y Starbucks como estandartes. No en vano Estados Unidos es el paradigma de una era marcada por el carácter efímero de todo que el filósofo Zygmunt Bauman ha bautizado como “modernidad líquida” y que, hablando en plata, viene a querer decir que estamos viviendo una época en que la vida de las organizaciones y las relaciones personales es tan corta como la de los materiales que acaban en la basura o en la papelera. Ahora casi en cualquier parte del mundo encontramos representaciones de esa modernidad líquida, que por cierto tiende a dejar cada vez menos residuos, pero fueron los americanos sus primeros visionarios gracias a una cultura que siempre ha antepuesto la movilidad y el cambio a la rutina y la durabilidad.
No consumir, guardar, comprar a granel y aprovechar los restos comienza a no ser solo caldo de cultivo de los antisistema. Para una avanzadilla de la Norteamérica elegante remplaza en glamour a la sonoridad de las elegantes bolsas de papel de las boutiques de ropa o al atractivo envoltorio de la comida comprada en una tienda de productos gourmet. Poder pagar unas clases de mandarín o de clarinete a los hijos o vivir una puesta de sol en el Trastevere romano con toda la familia comiendo unos bocadillos de prosciutto con tomate comprados en algún puesto callejero puede tener eventualmente más valor que aparcar un BMW y un Mini a la puerta de casa.
Aunque no deja de ser una forma de buscar la distinción como otra cualquiera, no parece una mala alternativa a la vulgaridad que se ha instalado durante tantas décadas en las que los ciudadanos occidentales han buscado la felicidad tratando de forjar una identidad a través de la compra y la utilización de productos. Ya veremos si esta tendencia todavía incipiente en los Estados Unidos lleva a alguna parte o se disuelve como un azucarillo en el próximo ciclo económico.
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