Vivimos malos tiempos para afirmar la libertad del individuo frente al entorno. Para que no se nos catalogue en función de una geografía y una historia después de todo cambiante y de la que no somos responsables.
La crisis económica y la abrupta división que ha creado entre los países del norte y países del sur ha resucitado viejos fantasmas. Como por ejemplo el de un norte industrioso, organizado, educado y el de un sur vago, perezoso, ignorante, atrasado. Los estereotipos y las etiquetas se hacen fuertes.
Las explicaciones esencialistas que ya se creían superadas vuelven al tapete. Para no pocos, la crisis actual de los países de la Europa del sur hundiría sus raíces en la contrarreforma que ahogó el desarrollo de la ciencia y la libre expresión del pensamiento en la Europa mediterránea. Facebook, la secularización y los vuelos low cost nunca serán suficiente para librarse de tantos siglos de catolicismo y pan y circo. Como en el pasado, vuelve incluso a enaltecerse el consumo de mantequilla como ingrediente saludable, que alcanza niveles históricos máximos de consumo en Estados Unidos.
De la misma forma, en un ámbito estrictamente español, Cataluña sigue siendo descrita (también por no pocos mesetarios, algo que saben muy bien los nacionalistas catalanes como buenos españoles que son), como esa entidad europea pata negra, según la muy acomplejada expresión de César Molinas, norteña, educada e industriosa frente a un resto de la cosa que más vale no calificar. Una percepción curiosa que desmiente tanto el dato estadístico como perceptual. Da igual que esta desarrollada y europea región española disfrute de un confortable 23 % de paro, el nivel educativo de sus escolares, según confirma año tras año el informe PISA estén a la cola no de Europa sino de España, y la corrupción sea rampante e imbrique amplísimas células del tejido social. Esa imagen europea de Cataluña tampoco se corresponde mucho con el hecho de que los sombreros mejicanos sean el souvenir más popular en Las Ramblas o de que Coppola, cuando estuvo de turismo gastronómico por Barcelona, dijera que Barcelona le recordaba mucho más a Napoles que a Milán.
El esencialismo defiende, como diría Platón, que la esencia siempre precede a la existencia y las circunstancias son meras anécdotas. Nada o poco cambia. Todo es permanente.
Esta forma de pensar que últimamente se manifiesta bastante en los medios de comunicación, en algún autodenominado científico social y en la vida cotidiana es determinista, estatista y difícilmente se corresponde con un mundo en constante transformación y que dispone de la capacidad de generar datos que demuestran que la realidad es cada vez más contradictoria.
Hasta Geert Hofstede, el antropólogo holandés que demostró empíricamente a través de 100.000 entrevistas realizadas a empleados de IBM en 64 países del mundo que el comportamiento de los individuos en el puesto de trabajo se debía en su mayor parte a factores relacionados con la cultura, reconoce que las culturas evolucionan y, de hecho, los resultados de hace 40 años difieren bastante de los actuales. Por ejemplo, una constante es que se tiende hacia una convergencia cultural. Por ejemplo, los chinos son ahora mucho más individualistas y los americanos trabajan mucho más en equipo que en el pasado.
Seguir hablando de ética protestante o de la industriosidad catalana frente a la del resto de España, por mucha cita que valga sin esgrimir datos empíricos actualizados, cuando la realidad es tan compleja y cambiante no es muy diferente a tachar al homosexual de afeminado o al negro de bailón.
No hay nada escrito. Como dice Garicano, ha bastado promulgar una ley antitabaco para que los indisciplinados y caóticos españoles dejaran de fumar en los espacios públicos. Sin más.
Lo que demuestra, por ejemplo, la realidad de un país como Estados Unidos, con instituciones sólidas que funcionan relativamente bien, es que el colombiano, el indio, el español, el ruso y el etíope suelen ser industriosos y dar bastante buen resultado.
Como todos, los americanos basan su concepción de la realidad en estereotipos, pero a diferencia de muchos europeos y españoles si piensan que la foto fija de los estereotipos nacionales pueden cambiar especialmente si sucede bajo cielo americano.
Dejemos que la gente, los individuos mejor dicho, sean lo que quieran o lo que puedan.
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