El sol y el calor en demasía
provocan melancolía. Albert Camus en sus apuntes sobre Orán apuntaba a la
tristeza que le sugería el sol del Mediterráneo.
Contra lo que transmiten los
anuncios, los folletos y los banners el
verano puede ser una estación melancólica, de desánimo. El dolce
far niente puede transformarse en un ogro que nos deglute. Hay una final
línea entre el reposo reparador y la angustia por llenar 24 horas al día sobre
todo cuando uno tiene a cargo niños o adolescentes que se ahogan en el tedio.
Muchos pasan el tiempo en
pandillas, se mueven en bici o en motocicleta. No se despegan del smart phone y del what’s up. Se levantan tarde y se unen al grupo
ininterrumpidamente excepto para repostar en casa a la hora de la comida y
quizás de la cena. ¿Se sienten bien? No se.
Pasan muchas horas en la
piscina, más tostándose al sol que en el agua. Las conversaciones son livianas
y hay una inequívoca tensión sexual en el ambiente cuando se juntan chicos y
chicas. Un porro por aquí, una cerveza por allá, alguna partida de ping pong si
se tercia. Infinidad de horas muertas jugando a las cartas, viendo deportes,
quizás practicando alguno los más heroicos, leyendo nunca a no ser un libro de
texto por imperativo legal.
Por la noche unas cervezas,
unos porros, el amor o el deseo haciendo de las suyas, también las inevitables
decepciones de aquellos que no han encontrado su sitio todavía. Dormirse tarde,
levantarse tarde y comenzar de nuevo. Así dos, tres meses. Año tras año hasta que se concluyen los
estudios y la juventud de antes, no la de los treintañeros de ahora, expira
definitivamente.
Hemos construido una
mitología en torno al dolce far niente,
al placer de no hacer nada, alrededor de las horas largas en compañía de otros,
de la pandilla. No se, a mi que la he vivido no me convence.
En la era del yo, del I
anglosajón siempre en mayúscula que se ha abierto paso con fuerza en el resto
del mundo occidental y del que no lo era, de las narraciones en primera
persona, del mal gusto internetero, habría que educar en la rebelión.
La rebelión hoy día
probablemente no sean las pancartas, las manis ni Podemos. La rebelión sea
regalar tiempo al que lo necesita, que hay muchos, especialmente viejos pero
también jóvenes, ayudar, hacer compañía
al que se siente sólo, reconstruir lo que una vez saltó por los aires.
¿Puede un chico de 15 o 16 años hacerlo? Creo que sí,
No hay trabajo, es cierto, pero hay mucho que hacer.
¿Necesitan tres meses de vacaciones? No. Hay que hacer
algo. Los llamados campamentos son, en su mayoría, una manera más de dejar
pasar el tiempo.
En la era del reciclaje, de
la sostenibilidad, el tiempo se va a menudo por el desague sin ningún control.
Sobre todo a los más jóvenes. Hay multitud de estudios que demuestran que dar
contribuye a la felicidad personal más que recibir. En lo que se refiere a
educación, se ha progresado mucho en este país con respecto al civismo (aunque
aún muchos nos quejemos), no así en otras áreas como en la idea de servicio a
los demás.
Los americanos lo inventaron
(tienen varias palabras para ello como ministry
o service) pero desafortunadamente se ha convertido en una industria ya que
muchos buscan únicamente utilizarlo para el éxito personal en sus curricula.
Podemos aprender de sus errores, de su resultadismo, a no utilizarlo como una
manera de adelgazar el papel del estado.
Espero que la asignatura
Educación para la ciudadanía vaya sobre eso aunque, por lo que escucho, tengo
mis dudas.
La verdad es que me vas a hacer sentir culpable cuando dedique las horas de la canícula a leer a Montaigne ;)
ResponderEliminarBienvenido al club.
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