He descubierto tarde, muy
tarde quizás, Masterchef. Tanto es así que estoy siguiendo con atención la
repetición de la última temporada en Clan este mes de julio.
No es tanto el aspecto
culinario lo atractivo del programa. No todo es positivo en lo que se refiere a
la obsesión de la época que vivimos por la gastronomía. De la frugalidad por
obligación se ha pasado a la gula por elección en menos que canta un gallo.
Comer bien se sobrevalora, me incluyo ahí, en ausencia de metas e ideales más
elevados pero de más difícil consecución.
El auge de los placeres
inmediatos y frecuentes como el sexo y la comida llenan un vacío, el que antes
correspondía a Dios, la patria, las ideologías o la vida eterna. Para muchos,
esa es la conquista de nuestra época. Tengo dudas.
Sin embargo, si uno contempla
Masterchef a la ligera y sin tomarse demasiado en serio la importancia de ser
cocinero profesional, profesión muy respetable por otro lado, puede llevarse
varias satisfacciones.
La primera de ellas es
recuperar una tradición casi extinguida, que es la de congregar a viejos,
maduros y jóvenes delante del televisor viendo la misma cosa. Tiempo de calidad
en familia, se dice ahora en expresión de manual de autoayuda, a lo que antes
era la norma pero sin pretensiones.
La segunda es que pueden
compartirse lecciones básicas y necesarias con los hijos, o con cualquiera,
acerca de lo que hacer y no hacer en la vida y en el trabajo de algunos de los
concursantes. En particular, me ha impresionado el liderazgo, la calidad
personal y la ética del trabajo de Carlos, el ganador de la última edición.
Los chavales actuales tienen
mucho que aprender de esta persona de apariencia vulgar, poco instruida y con
un enorme talento natural para los fogones. Se me ocurren al menos cinco
cualidades que Carlos tiene y, en general, escasean entre jóvenes y mayores.
1.
Actitud para
asumir críticas y obedecer órdenes sin que su creatividad queda coartada.
Carlos interioriza y procesa todo lo que los jurados le reprochan sin que su
creatividad se vea menoscabada en ningún momento. En lugar de reaccionar
defensivamente, siempre ofrece una sonrisa genuina, que le sale bastante de
dentro. Nunca dice esa cosa tan frecuente de que por seguir órdenes ha tenido
que dejar de hacer algo.
2.
Nunca se le ve
criticando a un compañero con mala intención. Fuera de los fogones siempre
tiene comentarios respetuosos. Dentro de los fogones, cuando ejerce por ejemplo
de capitán de equipo y ve que las cosas no se hacen bien, hace comentarios
firmes pero suaves. Siempre se le ve dando el callo y predicando con el
ejemplo.
3.
Su actitud ante
cada desafío culinario, pongamos la repostería que no es su fuerte, es siempre
positiva sin amilanarse ante las situaciones pero tampoco cayendo en la
arrogancia o la positividad fácil y sin argumentos, que son tan frecuentes. Eso
de “voy a por todas” que se oye en tantos concursantes y que resulta risible y banal
con tanta frecuencia.
4.
Nunca pierde la
compostura. No se le ha visto llorar ni perder los papeles en ningún momento
del concurso. Es esta una cualidad, la de mantener el tipo, que parece estar
cayendo en desuso. En esta era del yo, de la expresión de la emotividad, parece
que el que no lloriquea por cualquier contrariedad, no tiene sentimientos.
5.
Carlos se exige
al máximo. Hay momentos del concurso en que le hubiera bastado bastante menos
para pasar las rondas y, sin embargo, hurga en sus pasiones y busca aportar
valor a todo lo que hace.
Carlos, el chaval de
Talavera, da lecciones de liderazgo, saber hacer y estar a mucho pedante que
hace másteres en Estados Unidos y estudió en el Liceo Francés.