Pero a otro nivel, cada individuo de este país no deja de pensar y trabajar en como serán los próximos meses y años de su vida. El americano, a diferencia de nosotros, renuncia al presente. Las agendas, incluso de las gentes más sencillas o más jóvenes, están repletas de citas inaplazables con un outcome (producto final) siempre en perspectiva. Varios trabajos, cursillos, clases particulares, proyectos domésticos de bricolaje o jardinería, clubs de lectura, actos benéficos para recaudar fondos copan las vidas diarias de millones de americanos para los cuales ponerse a cocinar, leer un libro o reunirse para tomar un café y hablar de los asuntos del día con amistades puede ser considerado un lujo innecesario cuando no una pérdida de tiempo. Las reuniones sociales suelen, a nosotros los meridionales, parecernos cronometradas ya que nunca se extienden mucho más de una hora u hora y media por regla general. Quedar no es nunca solo quedar, sino quedar para alguna actividad en la que la conversación se integra como se puede: un partido de baloncesto, una caminata por el campo o ir a ver una película tras la cual siempre habrá otro evento que apremie. El jubilado americano nunca se imagina pasando los últimos anos sentado en un banco de una plaza con otros de su edad, por el contrario fantasea con proyectos filantrópicos o familiares que le permitirán recobrar el tiempo perdido. El americano tiene, en consecuencia, serios problemas para vivir el presente que siempre entiende como una pasarela hacia el futuro pero no como un fin en si mismo. Para el americano el presente es innecesario, superfluo, despreciable si no está orientado hacia el porvenir. Más que en ningún otro lugar, en América ser contemporáneo, un hombre de su tiempo, es ser un hombre del futuro. En ningún otro país hay una mayor hambre por la novedad y amor por la tecnología. A los americanos les encanta hacer colas por la noche en los centros comerciales para comprarse el último modelo de zapatilla Nike o la ultima versión del iPad. Si intentas ganarte el afecto de un desconocido, no trates de fingir que sabes de futbol americano, sino transmítele tus impresiones sobre determinados gadgets electrónicos y habrá una buena conversación. Porque, a fin de cuentas, lo que interesa es el futuro aunque sea inalcanzable y la tecnología genera esa ilusión de aprehender lo que aun no existe.
¿Cómo son los americanos? ¿Son tan simples como dicen algunos? ¿Les conocemos tan bien como creemos gracias a las noticias y las películas? ¿En qué se diferencian de los españoles? En American Psique, César García responde a éstas y otras preguntas a través de un análisis pormenorizado de los elementos que conforman la psicología de los habitantes de los Estados Unidos en el siglo XXI.
sábado, 26 de mayo de 2012
El futuro de América
Los Estados Unidos son una cultura del becoming mientras que la de los españoles y otros países latinos puede ser considerada como del being. Los americanos se pasan la vida pensando como será el mundo y sus vidas el día de mañana. Nosotros nos centramos más en vivir el presente y mañana Dios dirá. No por casualidad sino debido a esta obsesión por saber que les deparará el futuro (y aunque pueden citarse todos los precedentes que se quiera), la ciencia ficción es un género literario y cinematográfico genuinamente americano. Americanos son los escritores Isaac Asimov, Philip K. Dick y Ray Bradbury así como las películas Blade Runner, Cuando el destino nos alcance o El Planeta de los Simios y muchas otras. También hay una tradición de imaginar el futuro menos literaria y mas científica o pseudocientífica a la que los gurús de todo tipo, sociólogos, economistas y académicos no son ajenos. Alvin Toffler con sus sucesivas olas, Jeremy Rifkin y últimamente, más serio que los dos anteriores, Richard Florida elucubran sobre el futuro que nos aguarda.
Pero a otro nivel, cada individuo de este país no deja de pensar y trabajar en como serán los próximos meses y años de su vida. El americano, a diferencia de nosotros, renuncia al presente. Las agendas, incluso de las gentes más sencillas o más jóvenes, están repletas de citas inaplazables con un outcome (producto final) siempre en perspectiva. Varios trabajos, cursillos, clases particulares, proyectos domésticos de bricolaje o jardinería, clubs de lectura, actos benéficos para recaudar fondos copan las vidas diarias de millones de americanos para los cuales ponerse a cocinar, leer un libro o reunirse para tomar un café y hablar de los asuntos del día con amistades puede ser considerado un lujo innecesario cuando no una pérdida de tiempo. Las reuniones sociales suelen, a nosotros los meridionales, parecernos cronometradas ya que nunca se extienden mucho más de una hora u hora y media por regla general. Quedar no es nunca solo quedar, sino quedar para alguna actividad en la que la conversación se integra como se puede: un partido de baloncesto, una caminata por el campo o ir a ver una película tras la cual siempre habrá otro evento que apremie. El jubilado americano nunca se imagina pasando los últimos anos sentado en un banco de una plaza con otros de su edad, por el contrario fantasea con proyectos filantrópicos o familiares que le permitirán recobrar el tiempo perdido. El americano tiene, en consecuencia, serios problemas para vivir el presente que siempre entiende como una pasarela hacia el futuro pero no como un fin en si mismo. Para el americano el presente es innecesario, superfluo, despreciable si no está orientado hacia el porvenir. Más que en ningún otro lugar, en América ser contemporáneo, un hombre de su tiempo, es ser un hombre del futuro. En ningún otro país hay una mayor hambre por la novedad y amor por la tecnología. A los americanos les encanta hacer colas por la noche en los centros comerciales para comprarse el último modelo de zapatilla Nike o la ultima versión del iPad. Si intentas ganarte el afecto de un desconocido, no trates de fingir que sabes de futbol americano, sino transmítele tus impresiones sobre determinados gadgets electrónicos y habrá una buena conversación. Porque, a fin de cuentas, lo que interesa es el futuro aunque sea inalcanzable y la tecnología genera esa ilusión de aprehender lo que aun no existe.
En su ultimo libro, The great reset, el sociólogo Richard Florida imagina el futuro que le espera a los Estados Unidos tras la tercera gran crisis económica de la historia. Florida imagina un futuro donde todos deberán aprender a ser más creativos. La ética de la identificación por la adquisición de productos comenzara a desfallecer y los símbolos fetiche de la sociedad americana de la era industrial, el coche y la casa en propiedad, perderán parte del prestigio que tenían. Su lugar será ocupado por el consumo de experiencias que enriquezcan a la persona como la educación, los viajes o disponer de mayor tiempo libre con la familia o los amigos. La mayoría de las personas volverán a vivir en régimen de alquiler, mucho más acorde con esta nueva sociedad de la creatividad y el conocimiento en el que la flexibilidad temporal y geográfica será moneda común. Florida imagina un futuro en el que los americanos incorporaran a sus vidas lo mejor de Europa: una relativa frugalidad de un estilo de vida en el que las casas son menos espaciosas y costosas de mantener y el individuo se mueve en entornos de alta densidad de población que favorecen la formación de redes personales y profesionales. De la misma forma, en esta nueva época al americano le gustará hacer más vida de barrio, moverse en transporte público y adoptar el tren de alta velocidad para los trayectos de carácter regional en lugar del avión. Según Florida, el paradigma de la sostenibilidad se convertirá en el nuevo paradigma americano durante las próximas décadas. Ni que decir tiene que, echando la vista atrás, la mayoría de las predicciones que se ha hecho del futuro en el pasado apenas se han visto cumplidas y si no leed El fin del trabajo de Jeremy Rifkin, lo cual no le impide seguir percibiendo jugosos dividendos por sus conferencias. Al fin y al cabo en Norteamérica lo importante no es tanto si uno acierta con sus predicciones sino simplemente el mérito radica en ser capaz de imaginar el futuro.
Pero a otro nivel, cada individuo de este país no deja de pensar y trabajar en como serán los próximos meses y años de su vida. El americano, a diferencia de nosotros, renuncia al presente. Las agendas, incluso de las gentes más sencillas o más jóvenes, están repletas de citas inaplazables con un outcome (producto final) siempre en perspectiva. Varios trabajos, cursillos, clases particulares, proyectos domésticos de bricolaje o jardinería, clubs de lectura, actos benéficos para recaudar fondos copan las vidas diarias de millones de americanos para los cuales ponerse a cocinar, leer un libro o reunirse para tomar un café y hablar de los asuntos del día con amistades puede ser considerado un lujo innecesario cuando no una pérdida de tiempo. Las reuniones sociales suelen, a nosotros los meridionales, parecernos cronometradas ya que nunca se extienden mucho más de una hora u hora y media por regla general. Quedar no es nunca solo quedar, sino quedar para alguna actividad en la que la conversación se integra como se puede: un partido de baloncesto, una caminata por el campo o ir a ver una película tras la cual siempre habrá otro evento que apremie. El jubilado americano nunca se imagina pasando los últimos anos sentado en un banco de una plaza con otros de su edad, por el contrario fantasea con proyectos filantrópicos o familiares que le permitirán recobrar el tiempo perdido. El americano tiene, en consecuencia, serios problemas para vivir el presente que siempre entiende como una pasarela hacia el futuro pero no como un fin en si mismo. Para el americano el presente es innecesario, superfluo, despreciable si no está orientado hacia el porvenir. Más que en ningún otro lugar, en América ser contemporáneo, un hombre de su tiempo, es ser un hombre del futuro. En ningún otro país hay una mayor hambre por la novedad y amor por la tecnología. A los americanos les encanta hacer colas por la noche en los centros comerciales para comprarse el último modelo de zapatilla Nike o la ultima versión del iPad. Si intentas ganarte el afecto de un desconocido, no trates de fingir que sabes de futbol americano, sino transmítele tus impresiones sobre determinados gadgets electrónicos y habrá una buena conversación. Porque, a fin de cuentas, lo que interesa es el futuro aunque sea inalcanzable y la tecnología genera esa ilusión de aprehender lo que aun no existe.
Etiquetas:
american psique,
Futuro,
mentalidad,
psique americana,
tecnologia
domingo, 13 de mayo de 2012
Miedo
El otro día me fijé, tres años después de que mi hijo empezara a ir a esa escuela, en que a la salida del centro hay un cartel que reza “No se permiten pistolas, ni drogas, ni alcohol” (No guns, no drugs, no alcohol). Personalmente, me hizo sentir mucho más intranquilo saber que mi hijo va a una escuela donde hace falta recordar a la gente ese tipo de prohibiciones que si no hubiera visto ningún cartel en absoluto. Sinceramente, hasta ahora lo que más me preocupaba de la escuela de mi hijo era la baja calidad de la comida y quizás de los estándares académicos, pero la visión de aquel cartel me ha persuadido de que debo tener otros motivos de preocupación. Tiendo a pensar que un lugar en el que no se permiten pistolas es precisamente un espacio en el que hay gente que lleva armas de fuego y así sucesivamente con el alcohol y las drogas. ¿Es necesario un cartel como ese a la entrada de un colegio de primaria en el que los niños más mayores tienen 10 años? ¿No genera más alarma que tranquilidad? Los americanos piensan que no, es más, se sienten relativamente cómodos con un cierto nivel de tensión, viviendo en estado de alarma, de que algún peligro inminente puede acaecerles. En la psique americana, la hiperbolización, dramatización o recordatorio de lo obvio forma parte de una estrategia concertada para conjurar el peligro. Una estrategia vieja como la naturaleza, potenciar el miedo para activar los mecanismos de autodefensa, es decir, a más miedo menos peligro, más tranquilidad y más aprecio por lo que uno tiene.
El miedo forma parte del ethos norteamericano como las tartas y los pies de su gastronomía. Vivir en Norteamérica supone acostumbrarte a que mucha gente a tu alrededor asuma como perfectamente posibles que acaezcan en un plazo de tiempo breve hechos y sucesos que tu siempre habías pensado que no pasaban nunca o les sucedían a otros. Te mentalizas de que pueden afectarte terremotos, inundaciones, ciclones, tornados, ataques terroristas, acosadores sexuales de niños, psicópatas y un sin fin de peligros latentes. Y no parece del todo irracional que así sea debido tanto a las catástrofes naturales como a la relativa facilidad para hacerse con un arma de fuego pero sobre todo a los europeos les parece que esa no es forma de vivir, que es antiestético, de mal gusto, inmaduro, una impostura.
Uno de los aspectos más curiosos de la pasión americana por el miedo es que aparece entremezclada por un enorme sentimiento de autoconfianza de los individuos que no ven obstáculos para lograr sus metas personales. El mismo sistema educativo que inculca a niños de 7 años que hay desconocidos que se querrán aprovechar de ellos sexualmente también concede una enorme importancia al refuerzo positivo, al positive thinking, a formular críticas ensalzando lo bueno, de un modo constructivo y optimista que no erosione el ego del individuo. No en vano, en los últimos resultados del informe PISA los estudiantes americanos aparecían como los que más confianza tenían en si mismos aunque sus resultados eran peores que mediocres (lo que significa similares a los de los estudiantes españoles). Aunque los ojos foráneos consideramos con cierta razón esta tendencia como un rasgo autodestructivo y que únicamente acabara trayendo decepción al individuo, lo cierto es que algo tendrá que ver esta obsesión por la autoestima con el alto porcentaje de universitarios, más del 60 por ciento, que piensa en crear sus empresas cuando se gradúe.
Esta combinación de miedo con respecto a los elementos exteriores y confianza en uno mismo es una de las características que mejor define a la psique americana. Un cóctel explosivo que únicamente la presencia de Dios en sus vidas es capaz de reconciliar.
El miedo forma parte del ethos norteamericano como las tartas y los pies de su gastronomía. Vivir en Norteamérica supone acostumbrarte a que mucha gente a tu alrededor asuma como perfectamente posibles que acaezcan en un plazo de tiempo breve hechos y sucesos que tu siempre habías pensado que no pasaban nunca o les sucedían a otros. Te mentalizas de que pueden afectarte terremotos, inundaciones, ciclones, tornados, ataques terroristas, acosadores sexuales de niños, psicópatas y un sin fin de peligros latentes. Y no parece del todo irracional que así sea debido tanto a las catástrofes naturales como a la relativa facilidad para hacerse con un arma de fuego pero sobre todo a los europeos les parece que esa no es forma de vivir, que es antiestético, de mal gusto, inmaduro, una impostura.
Y, aunque sea fastidioso reconocerlo, da resultados. A pesar de los infumables controles de seguridad en los aeropuertos y las aduanas, no puede decirse que la estrategia les haya salido mal del todo en el caso del terrorismo, ya que desde el 11-S no se ha producido un sólo ataque en suelo norteamericano, lo cual no es decir poco en un país tan grande y con tantos intereses en juego. Todos los días se entera uno de sospechosos que han sido detenidos y que estaban preparando una matanza, de individuos de oscuras intenciones merodeando a la salida de los colegios, de que tal o cual edificio desalojado no habría soportado el último huracán. También es cierto que sigue y seguirá habiendo matanzas en las universidades, drogas y alcohol en las escuelas.
Uno de los aspectos más curiosos de la pasión americana por el miedo es que aparece entremezclada por un enorme sentimiento de autoconfianza de los individuos que no ven obstáculos para lograr sus metas personales. El mismo sistema educativo que inculca a niños de 7 años que hay desconocidos que se querrán aprovechar de ellos sexualmente también concede una enorme importancia al refuerzo positivo, al positive thinking, a formular críticas ensalzando lo bueno, de un modo constructivo y optimista que no erosione el ego del individuo. No en vano, en los últimos resultados del informe PISA los estudiantes americanos aparecían como los que más confianza tenían en si mismos aunque sus resultados eran peores que mediocres (lo que significa similares a los de los estudiantes españoles). Aunque los ojos foráneos consideramos con cierta razón esta tendencia como un rasgo autodestructivo y que únicamente acabara trayendo decepción al individuo, lo cierto es que algo tendrá que ver esta obsesión por la autoestima con el alto porcentaje de universitarios, más del 60 por ciento, que piensa en crear sus empresas cuando se gradúe.
Esta combinación de miedo con respecto a los elementos exteriores y confianza en uno mismo es una de las características que mejor define a la psique americana. Un cóctel explosivo que únicamente la presencia de Dios en sus vidas es capaz de reconciliar.
Etiquetas:
american psique,
Carácter,
educación,
emprendedores,
psique americana
domingo, 6 de mayo de 2012
¿Por qué la universidad americana es la mejor del mundo?
Ni los más furibundos detractores de los Estados Unidos discuten la calidad del sistema de educación superior en este país. El respeto y la presencia que la universidad como institución tiene en numerosos ámbitos de la vida se opone, en cierta manera, al intelectualismo del que siempre se ha acusado a la sociedad norteamericana. En el siguiente artículo publicado recientemente en el diario El Mundo realizo una síntesis de algunos de varios de los argumentos explicados más en detalle en American Psique. Pienso que os pueden interesar estas reflexiones sobre la universidad en las que expongo lo que la universidad española puede aprender del modelo americano.
Una de las pruebas irrebatibles que se ha hecho imprescindible a la hora de denunciar la falta de calidad de las universidades españolas es la baja clasificación que obtienen en los rankings internacionales, donde siempre aparecen del puesto 200 para arriba. Aunque la metodología que utilizan estos rankings, basada fundamentalmente en la publicación de artículos en revistas académicas de ciencias y tecnología en detrimento de las humanidades o de otros aspectos relacionados con la enseñanza, pueda ser discutible, son una buena orientación. Llorar y lamentarse, como hace la Comisión Europea, de que estos criterios siempre favorecen a las universidades norteamericanas, no sirve de mucho cuando el resto del mundo los sigue a pies juntillas.
Sin embargo, en esta ocasión, me gustaría hablar de otros aspectos que se suelen dejar de lado acerca de la experiencia universitaria en España y que contribuyen activamente a su desprestigio.
El primero de ellos tiene que ver con el escaso interés que tiene como experiencia vital. Mientras, por ejemplo, en Estados Unidos, ir a la universidad supone un rito de paso, ya que suele implicar abandonar el hogar paterno y enfrentarse a los desafíos de la vida cotidiana (convivencia con otras personas, sexo, alcohol, trabajo, etcétera) en solitario, en España ir a la universidad apenas supone para una mayoría de estudiantes trasladarse a otro barrio y bajarse en otra parada de autobús o estación de Metro. El resto de las constantes vitales, como seguir viviendo en casa de los padres o salir con los mismos amigos, permanecen inalterables. El riesgo en términos monetarios o coste de oportunidad también es mínimo, ya que los alumnos españoles sólo vienen a pagar el 15% de la matrícula (desde ahora el 30%). Un hieratismo que se traslada a una enseñanza que empieza y termina en el aula y fundamentalmente basada en atender a las explicaciones del profesor, realizar exámenes y quizá escribir algún trabajo.
Una situación que difiere sustancialmente con el modelo norteamericano de universidad liberal concebido para que el estudiante se moje, es decir, tenga que afirmar su personalidad a través de la toma de decisiones en numerosos ámbitos: vivir dentro o fuera del campus, trabajar ahora o más tarde para pagar los préstamos que recibe del Estado, pertenecer a determinados clubs y asociaciones, elegir qué cursos y qué profesores, hacer antes el major (licenciatura) o el minor (diplomatura), ambos obligatorios, tomar clases en verano o no, escribir en el periódico de la universidad o no, estudiar cursos a distancia o presenciales, realizar todos los créditos en el campus o en el extranjero, o quizá finalizar su major en otra universidad donde el departamento se adapte mejor a sus características.
Esta capacidad de decidir por parte del universitario también se manifiesta dentro del aula, donde la percepción de la autoridad del profesor no liquida la posibilidad de un intercambio de ideas u opiniones acerca de un determinado tema. El estudiante no siente complejo de recoger el guante de una determinada pregunta del profesor en voz alta y existe en general una buena predisposición a embarcarse en el método socrático de búsqueda de la verdad, algo lejano en la universidad española en la que el estudiante protege su libertad marcando distancias con los profesores.
El escaso entusiasmo que en España suscita la experiencia universitaria se agudiza por la inexistencia de un auténtico mercado universitario y la ausencia de competencia entre los centros, ya que los estudiantes no encuentran ningún motivo para ir a una universidad fuera de su ciudad o región, ya que todas ofrecen más o menos lo mismo. Los campus tienen todos más o menos la misma estética y el marketing y la construcción de marca huelgan por su ausencia al tener una clientela cautiva. No deja de llamarme la atención, en una de las universidades con más estudiantes del mundo como es la Complutense, no ver ni una sola sudadera con su logotipo por las calles o que en la facultad de Ciencias de la Información la librería todavía tenga un formato de ventanilla en el que los estudiantes ni siquiera tienen la oportunidad de tener contacto físico con los libros.
La creación de universidades a la puerta de casa ha promovido el localismo hasta niveles inimaginables hace décadas cuando al menos había universitarios que se desplazaban a Madrid, Barcelona u otras ciudades a ampliar horizontes. Este localismo también es favorecido por la disponibilidad de fondos públicos de carácter regional que hacen que el profesorado se centre en no pocas ocasiones en investigaciones de ámbito muy local como requisito para acceder a los mismos.
En Estados Unidos la competencia se manifiesta en varios aspectos fundamentales: la existencia de un mercado de profesores dispuestos a moverse y que pueden contratarse con la misma libertad con la que una empresa contrata a cualquier tipo de empleado; un mercado de estudiantes que buscan recibir la mejor educación posible; y un mercado de empresas y agencias que, en su mayoría con dinero privado, desarrollan actividades investigadores en campos diversos.
Frente al complejo entramado burocrático que requiere la contratación de profesores en la universidad española, la estadounidense se caracteriza por la libre contratación de docentes. Enviar un currículum y unas publicaciones, pasar una serie de entrevistas y realizar una demostración docente son los requisitos para optar a una plaza de profesor en cualquier universidad. La contratación es al 100% realizada a gusto de los departamentos y el porcentaje de doctores que suelen terminar en la misma universidad en la que realizaron el doctorado es mínimo, justo al contrario de lo que sucede en la universidad española donde la endogamia y las relaciones personales siguen poseyendo un alto valor añadido. Mientras que en España la vida universitaria se asemeja a la de un árbol, es decir, nacer, desarrollarse y morir en el mismo sitio, en Estados Unidos el aperturismo genera una dinámica de competencia entre las universidades por contratar a los mejores profesores y entre profesores por realizar los méritos suficientes para trabajar en los mejores centros.
A título personal puedo acreditar que es más sencillo ser contratado por una universidad americana que por una española (especialmente si es fuera de tu autonomía) debido a las incontables barreras burocráticas. En España es muy difícil llegar a profesor titular -es decir, ganar un salario decente- con menos de 40 años, lo cual hace más fácil ser contratado por una universidad en el estado de Kentucky que, por poner un ejemplo, la Universidad de La Rioja.
La burocracia afecta fundamentalmente a la función pública, donde la política de ascensos y los plazos están fijados de antemano. Me pregunto qué motivación puede tener un profesor titular de universidad si tiene garantizada una plaza de por vida y unos suplementos salariales que se perciben en función de la antigüedad y con independencia de la calidad de las clases o el número de publicaciones. Es, como casi todo en España, una cuestión de dejar que pase el tiempo. Ello sin entrar en el tema del tipo de incentivos que se ofrecen: las promociones una vez que se tiene la plaza suponen 200 o 300 euros mensuales de diferencia. Al no existir mercado por las altas barreras burocráticas se da la circunstancia de que todos los profesores titulares cobran más o menos lo mismo en cualquier universidad. ¿Se imaginan un profesor laureado de la Universidad de Berkeley cobrando igual que otro en la Universidad estatal de West Virginia?
Al igual que sucede en el mundo de la empresa, en el mundo de la educación las universidades americanas tratan de ofrecer los mejores productos, es decir, programas más interesantes y la mayor cantidad y calidad de actividades posibles para captar los mejores estudiantes. Es un fenómeno que se retroalimenta y recíproco, cuanto más prestigio tienen los profesores de los departamentos, atraen mejores estudiantes y viceversa. El resultado es una alta capacidad innovadora y gran flexibilidad para adaptar los programas académicos a las necesidades de los estudiantes y de toda la sociedad.
No en vano, en Norteamérica existen multitud de rankings que establecen el prestigio de cada universidad según un conjunto de parámetros como relación calidad-precio, atención al alumno, la calidad del profesorado e incluso la calidad de vida en el campus. A diferencia de España, los universitarios americanos no saben en qué universidad van a terminar después de acabar high school (bachillerato). Lo normal es solicitar plaza en varias universidades al mismo tiempo teniendo como único criterio la calidad y no necesariamente la cercanía a su domicilio. De hecho, toda aquella familia que puede permitírselo suele enviar a sus hijos a estudiar a universidades fuera del área normal de residencia al entender que favorece el crecimiento individual.
Una experiencia vital más rica y un mercado más abierto redundaría en una mayor diversidad de estudiantes y de profesores que elevaría el nivel académico general. España, gracias al idioma, al clima y a la calidad de vida, podría tener opciones de atraer talento académico como sucede en EEUU, donde no siempre el salario es lo más importante para atraer a los mejores profesores. Pero para ello hay que tener el liderazgo necesario para hacer reformas de verdad y no sólo recortes.
Reflexiones sobre la universidad
Una de las pruebas irrebatibles que se ha hecho imprescindible a la hora de denunciar la falta de calidad de las universidades españolas es la baja clasificación que obtienen en los rankings internacionales, donde siempre aparecen del puesto 200 para arriba. Aunque la metodología que utilizan estos rankings, basada fundamentalmente en la publicación de artículos en revistas académicas de ciencias y tecnología en detrimento de las humanidades o de otros aspectos relacionados con la enseñanza, pueda ser discutible, son una buena orientación. Llorar y lamentarse, como hace la Comisión Europea, de que estos criterios siempre favorecen a las universidades norteamericanas, no sirve de mucho cuando el resto del mundo los sigue a pies juntillas.
Sin embargo, en esta ocasión, me gustaría hablar de otros aspectos que se suelen dejar de lado acerca de la experiencia universitaria en España y que contribuyen activamente a su desprestigio.
Una situación que difiere sustancialmente con el modelo norteamericano de universidad liberal concebido para que el estudiante se moje, es decir, tenga que afirmar su personalidad a través de la toma de decisiones en numerosos ámbitos: vivir dentro o fuera del campus, trabajar ahora o más tarde para pagar los préstamos que recibe del Estado, pertenecer a determinados clubs y asociaciones, elegir qué cursos y qué profesores, hacer antes el major (licenciatura) o el minor (diplomatura), ambos obligatorios, tomar clases en verano o no, escribir en el periódico de la universidad o no, estudiar cursos a distancia o presenciales, realizar todos los créditos en el campus o en el extranjero, o quizá finalizar su major en otra universidad donde el departamento se adapte mejor a sus características.
Esta capacidad de decidir por parte del universitario también se manifiesta dentro del aula, donde la percepción de la autoridad del profesor no liquida la posibilidad de un intercambio de ideas u opiniones acerca de un determinado tema. El estudiante no siente complejo de recoger el guante de una determinada pregunta del profesor en voz alta y existe en general una buena predisposición a embarcarse en el método socrático de búsqueda de la verdad, algo lejano en la universidad española en la que el estudiante protege su libertad marcando distancias con los profesores.
El escaso entusiasmo que en España suscita la experiencia universitaria se agudiza por la inexistencia de un auténtico mercado universitario y la ausencia de competencia entre los centros, ya que los estudiantes no encuentran ningún motivo para ir a una universidad fuera de su ciudad o región, ya que todas ofrecen más o menos lo mismo. Los campus tienen todos más o menos la misma estética y el marketing y la construcción de marca huelgan por su ausencia al tener una clientela cautiva. No deja de llamarme la atención, en una de las universidades con más estudiantes del mundo como es la Complutense, no ver ni una sola sudadera con su logotipo por las calles o que en la facultad de Ciencias de la Información la librería todavía tenga un formato de ventanilla en el que los estudiantes ni siquiera tienen la oportunidad de tener contacto físico con los libros.
La creación de universidades a la puerta de casa ha promovido el localismo hasta niveles inimaginables hace décadas cuando al menos había universitarios que se desplazaban a Madrid, Barcelona u otras ciudades a ampliar horizontes. Este localismo también es favorecido por la disponibilidad de fondos públicos de carácter regional que hacen que el profesorado se centre en no pocas ocasiones en investigaciones de ámbito muy local como requisito para acceder a los mismos.
En Estados Unidos la competencia se manifiesta en varios aspectos fundamentales: la existencia de un mercado de profesores dispuestos a moverse y que pueden contratarse con la misma libertad con la que una empresa contrata a cualquier tipo de empleado; un mercado de estudiantes que buscan recibir la mejor educación posible; y un mercado de empresas y agencias que, en su mayoría con dinero privado, desarrollan actividades investigadores en campos diversos.
Frente al complejo entramado burocrático que requiere la contratación de profesores en la universidad española, la estadounidense se caracteriza por la libre contratación de docentes. Enviar un currículum y unas publicaciones, pasar una serie de entrevistas y realizar una demostración docente son los requisitos para optar a una plaza de profesor en cualquier universidad. La contratación es al 100% realizada a gusto de los departamentos y el porcentaje de doctores que suelen terminar en la misma universidad en la que realizaron el doctorado es mínimo, justo al contrario de lo que sucede en la universidad española donde la endogamia y las relaciones personales siguen poseyendo un alto valor añadido. Mientras que en España la vida universitaria se asemeja a la de un árbol, es decir, nacer, desarrollarse y morir en el mismo sitio, en Estados Unidos el aperturismo genera una dinámica de competencia entre las universidades por contratar a los mejores profesores y entre profesores por realizar los méritos suficientes para trabajar en los mejores centros.
A título personal puedo acreditar que es más sencillo ser contratado por una universidad americana que por una española (especialmente si es fuera de tu autonomía) debido a las incontables barreras burocráticas. En España es muy difícil llegar a profesor titular -es decir, ganar un salario decente- con menos de 40 años, lo cual hace más fácil ser contratado por una universidad en el estado de Kentucky que, por poner un ejemplo, la Universidad de La Rioja.
La burocracia afecta fundamentalmente a la función pública, donde la política de ascensos y los plazos están fijados de antemano. Me pregunto qué motivación puede tener un profesor titular de universidad si tiene garantizada una plaza de por vida y unos suplementos salariales que se perciben en función de la antigüedad y con independencia de la calidad de las clases o el número de publicaciones. Es, como casi todo en España, una cuestión de dejar que pase el tiempo. Ello sin entrar en el tema del tipo de incentivos que se ofrecen: las promociones una vez que se tiene la plaza suponen 200 o 300 euros mensuales de diferencia. Al no existir mercado por las altas barreras burocráticas se da la circunstancia de que todos los profesores titulares cobran más o menos lo mismo en cualquier universidad. ¿Se imaginan un profesor laureado de la Universidad de Berkeley cobrando igual que otro en la Universidad estatal de West Virginia?
Al igual que sucede en el mundo de la empresa, en el mundo de la educación las universidades americanas tratan de ofrecer los mejores productos, es decir, programas más interesantes y la mayor cantidad y calidad de actividades posibles para captar los mejores estudiantes. Es un fenómeno que se retroalimenta y recíproco, cuanto más prestigio tienen los profesores de los departamentos, atraen mejores estudiantes y viceversa. El resultado es una alta capacidad innovadora y gran flexibilidad para adaptar los programas académicos a las necesidades de los estudiantes y de toda la sociedad.
No en vano, en Norteamérica existen multitud de rankings que establecen el prestigio de cada universidad según un conjunto de parámetros como relación calidad-precio, atención al alumno, la calidad del profesorado e incluso la calidad de vida en el campus. A diferencia de España, los universitarios americanos no saben en qué universidad van a terminar después de acabar high school (bachillerato). Lo normal es solicitar plaza en varias universidades al mismo tiempo teniendo como único criterio la calidad y no necesariamente la cercanía a su domicilio. De hecho, toda aquella familia que puede permitírselo suele enviar a sus hijos a estudiar a universidades fuera del área normal de residencia al entender que favorece el crecimiento individual.
Una experiencia vital más rica y un mercado más abierto redundaría en una mayor diversidad de estudiantes y de profesores que elevaría el nivel académico general. España, gracias al idioma, al clima y a la calidad de vida, podría tener opciones de atraer talento académico como sucede en EEUU, donde no siempre el salario es lo más importante para atraer a los mejores profesores. Pero para ello hay que tener el liderazgo necesario para hacer reformas de verdad y no sólo recortes.
Etiquetas:
american psique,
educación,
EEUU,
España,
psique americana,
ritos de paso,
Universidad
Suscribirse a:
Entradas (Atom)