A los miembros de la llamada generación de los millenials o milenio, aquellos que se encuentran entre los 18 y los 29 años, les dan por todos los sitios.
Los profesores les tachan de indolentes, creídos y presuntuosos. Los empresarios de vagos, perezosos y exigentes a los que es imposible motivar para que hagan algo a derechas. Sus padres no dejan de criticarles delante de sus amigos. Los más famosos documentales televisivos en prime time les vapulean por su escasa ética del trabajo. Incluso, en las series de television son casi demoníacamente tratados por los guionistas, véase si no el despreciable personaje de Miriam, la nieta de Ruben Bertomeu en la serie Crematorio.
Curiosamente, en un país como España en el que los cambios históricos y sociales han sido tan pronunciados el concepto de generación ha tenido poco éxito a diferencia, por ejemplo, de Estados Unidos en el que está permanentemente en el candelero atribuir a cada generación una serie de características. Existen no pocas agencias de publicidad, marketing y relaciones públicas centradas en un determinado segmento de edad y no otro.
Sin embargo, un reciente análisis de Pew Research Center, revela algo que algunos no sospechábamos y es que la generación milenio no está tan mal, sobre todo si la comparamos con las generaciones precedentes, los X y los baby-boomers.
Confiados, conectados y abiertos al cambio, así los denomina el estudio y parto de la base, por lo que he podido intuir cuando viajo a España, de que los jóvenes españoles no son demasiado diferentes de los estadounidenses incluso a pesar de la diferencia de expectativas que crea el mercado laboral.
Les gusta tener presencia en la red, hacer cosas con los amigos y se sienten relativamente satisfechos de su situación económica aunque aspiran a más, son menos escépticos que sus padres respecto al papel que el Gobierno debe desempeñar (lo cual es una novedad y equipara más al joven de EEUU al europeo) y, aunque menos religiosos que sus padres, respetan y sienten algún tipo de cercanía a algo que pueda denominarse espiritualidad.
Respetan a sus padres más de lo que sus padres respetaban a sus abuelos y son más partidarios de cuidar de ellos en la vejez que los baby-boomers que fueron los que se inventaron las residencias de ancianos para poder seguir trabajando y ganando pasta.
Políticamente apoyaron a Obama pero poco después se dieron cuenta de que las cosas, en el fondo, no cambiaron tanto en Washington. Su generación engloba el porcentaje más alto de aquellos que se dicen independientes, lo cual significa que no tienen el voto decidido de antemano, con un 50 % del total.
No está mal, sobre todo si los comparamos con ese grupo de solitarios, amargados, pesimistas, egoístas y desconfiados que configuran la Generación X, a la que yo pertenezco.
Tampoco está nada mal si nos referimos a los baby-boomers, aquellos nacidos alrededor de los 50 y que piensan que ellos solitos hicieron la revolución (no en España donde la mayoría estaban arando la tierra o currando 12 horas al día en fábricas), hoy convertidos en una legión de hedonistas y materialistas que mueven los hilos del mundo. Aquellos que se enorgullecen de no cambiar nunca el sentido de sus opiniones y sus votos y de sus ideales vagamente revolucionarios aunque sus vidas indiquen que eligieron el camino contrario.
Decididamente, los jóvenes de hoy día son mucho mejores de lo que se dice por ahí a pesar de la mierda que les ha tocado tragar.