En la era del consumo conspicuo, del cinismo, el sarcasmo o como mínimo la ironía hacia todo y todos, resulta contraproducente que sean las grandes firmas corporaciones las que defienden los valores de siempre.
¿Quién les va a creer? A ellos que defienden estructuras y modelos de vida líquidos, flexibles, maleables, nos vienen ahora con lo tradicional, lo estable, lo de siempre, la familia, los hijos, en fin.
A los que abogan por los contratos por horas, las deslocalizaciones, la moda rápida, los muebles de usar y tirar, pantallas invisibles, salarios variables, horarios discontinuos y un sinfín de circunstancias que generan modos de vivir que convierten a las personas en entidades desestructuradas, sin un marco afectivo, de expectativas o espacio-temporal demasiado estables.
No descubro nada, esto que estoy diciendo ya lo han dicho muchas veces mejor Zygmunt Baumann o Richard Sennet.
Si el turrón Almendro te sigue recordando todas las navidades que cuando te comes un cachito del preciado dulce sientes la navidad, la fraternidad o la familia, no te queda más remedio que reirte. Si Nike, te dice que ser español ya no es una excusa, sino una responsabilidad, la verdad es que sientes un punto de embarazo por lo grandilocuente y demodée del mensaje, aunque lo digan Rafa Nadal o Pau Gasol. Si Burger King escenifica lo que es una reunión de padres e hijos en uno de sus restaurantes de comida rápida, sentados en esas sillas y mesas de esos materiales que uno nunca acaba de tomarse en serio, comiendo en cajitas y bebiendo en vasos de plástico, parece incluso más difícil que antes creer en la importancia de la familia frente a otros fetiches como el trabajo, el ocio o el consumo.
Si Ikea te invita a que no gastes tanta pasta en juguetes sino que pases más tiempo con tus hijos jugando a lo que sea en lugar de surfear la web todas las noches a la búsqueda de gangas en Internet, ver una serie de HBO, husmear y presumir en Facebook o seguir contestando e-mails que siempre pueden esperar para mañana, entonces piensas que IKEA es esa multinacional sueca que ofrece salarios de hambre en Rumania, que fabrica muebles perecederos de aglomerado, responsable de que hayas pasado algunos infernales sábados por la tarde de gentío y ruido, de sus infames perritos calientes que te han obligado a recurrir a la sal de frutas más de una vez, de tediosas tardes en las que se ponen a prueba tus nervios intentando descifrar el maremagnum de tuercas y tornillos para armar las estructuras de sus literas. ¿Qué legitimidad tienen ellos, los suecos, para hablar de familias fuertes?
Si, es cierto que lo de ser suecos tiene algunas cosas buenas, que no pagan malos sueldos para lo que se lleva, que sus muebles ponen a tu alcance una cierta belleza de los objetos cotidianos que incluso el filósofo Javier Gomá ha ensalzado en uno dee sus últimos ensayos.
Ikea será culpable de muchas cosas pero no de que no pases tiempo con tus hijos y ni tan siquiera de realizar costosas campañas publicitarias para recordártelo y, de paso, vender un poquito más en su campaña de navidad.
Olvidate del iPhone y del Galaxy por un momento, no atiendas a los reclamos de Amazon.es que te acosan mientras lees El País, boicotea Facebook donde nunca pasa nada aunque parezca que pasan cosas todo el tiempo.
Juega un poco con ella a las cuatro en raya, al ajedrez o a Yatzee. Pregúntale, y sobre todo escucha, que tal le ha ido el partido o que problema tiene con su amigo Lucas.
Aunque lo diga Ikea.
O incluso yo que también tengo que predicar con el ejemplo.
Feliz navidad a todos.