Consejos American Psique: enero 2015

sábado, 31 de enero de 2015

El caso Monedero no tendría lugar en Estados Unidos


En un país en el que las leyes se cumplen tan poco o a regañadientes llama mucho la atención cómo han planteado los medios de comunicación el debate sobre el caso Monedero. Básicamente, como un incumplimiento de una ley de incompatibilidades que prohíbe, salvo permiso previo del rector de la universidad, a los docentes universitarios realizar trabajos para organizaciones externas.
De repente, animados por el espíritu de caza y captura reinante en torno a Podemospor su obsesiva denuncia de 'la casta', todo el mundo se exhibe como un escrupuloso cumplidor de las leyes. Y está bien que se cumpla la ley pero tampoco estaría mal que nos planteáramos las leyes que tenemos.
¿Es normal que un profesor universitario tenga que pedir permiso al rector para realizar un trabajo de consultoría? No desde luego en las universidades americanas que, hasta que no se demuestre lo contrario, pasan por ser las mejores del mundo y son las que marcan tendencia. No sólo es frecuente que los profesores colaboren con medios de comunicación y otras instituciones en labores de asesoría, sino que son los propios departamentos los que animan a los docentes a involucrarse en la sociedad y utilizar sus experiencias profesionales como parte de sus clases en beneficio de los alumnos.
No es que no tengan que pedir permiso o ganar dinero a escondidas, sino que poder acreditar que se realizan trabajos relacionados con el área de conocimiento, siempre que el profesor cumpla sus obligaciones investigadoras, docentes y de servicio a la universidad (y claro, tributarias), se premia a la hora de las promociones y lograr el codiciado estatus de tenure o el full professorship. Y sin tener que pedir perdón por ello.
Entre otras cosas, porque se sabe que obtener un alto beneficio económico es la única manera de que el verdadero talento recale en la universidad donde los beneficios, especialmente en determinadas actividades, nunca serían comparables al trabajo en la empresa privada. De hecho, es muy frecuente que muchas universidades contraten a los profesores durante nueve meses para que el resto del año éstos puedan dedicarse a otras actividades y aumentar sus ingresos.
Mucho me temo que, al igual que sucede en la política, los mejores nunca se dedicarán a la docencia con unas reglas del juego tan mezquinas que desincentivan a aquellos que tienen iniciativa y espíritu emprendedor. Pero eso es algo que en España, país donde gusta mucho el café para todos, sigue sin entenderse arguyendo que el profesor Monedero ya tiene suficiente con su salario de profesor de ciencias políticas y que es un avaricioso por querer ganar más. Por eso tenemos el sistema universitario que tenemos, donde una figura mundial en su campo gana unos pocos miles de euros más al año que una mediocridad pero con el mismo estatus laboral.
Un tema diferente son las cantidades percibidas por el profesor Monedero. Casi medio millón de euros por un trabajo de consultoría como el que se ha descrito parece un tanto desmesurado. Y eso no es una anécdota cuando proviene de gobiernos como el de Venezuela.

Reflexiones demasiado en caliente acerca de la experiencia de viajar


Viajar se ha convertido en el gran fetiche contemporáneo. A ver quien es el guapo que dice que no le gusta. Pasará por loco, estúpido o las dos cosas a la vez.

Porque si no no se entiende que nuestros codiciados días de vacaciones los pasemos esperando colas interminables para facturar el equipaje, devanándonos los sesos para entender porque las maquinitas no acaban de emitir nuestra tarjeta de embarque, aguantando sin pestañear los habituales retrasos, preguntas impertinentes de funcionarios de seguridad, despojándonos de nuestras ropas y complementos en tiempo récord, sometidos a sobeteos o a radiaciones innecesarias, pagando precios abusivos por un sandwich o una ensalada,  soportando los gritos o malas caras de los auxiliares de vuelo por no seguir las instrucciones correctamente, o resignados a comer alimentos de mala calidad embutidos en incómodos y apretados sillones.

Y por si eso fuera poco, si tenemos un problema o un malentendido antes o después del viaje debemos pasar el purgatorio de esperas interminables al otro lado del teléfono escuchando melodías abominables antes de que nos atienda un operario robotizado.

Si, viajar se ha convertido en un gran suplicio pero lo cierto es que cada vez viajamos más y los que no lo hacen es porque no pueden. La agresiva competencia entre las empresas del sector viajes no ha servido mucho para mejorar la experiencia. De hecho, nos encontramos en caída libre. El tiempo de gestión y tránsito se ha convertido en un mal trago necesario que hay que pagar para sentirnos distintos por unos días.

¿Dice la gente la verdad cuando, a la vuelta, confiesan haber vivido buenas experiencias en sus viajes relámpago a Tailandia, Roma o Estambul? Es verdad que quizás hayamos visto algunas buenas fotos en Facebook o Instagram, el equivalente contemporáneo a las insufribles sesiones de diapositivas conque los familiares y amigos nos castigaban antiguamente, pero la verdad es que uno cada vez tiene más dudas de que la gente disfrute tanto como dice.

La impresión que uno tiene muchas veces es que a la gente le gusta más contarlo que vivirlo. Como sucede a menudo con esos conocidos que han estado en restaurantes con estrellas Michelín hacienda un gran esfuerzo económico e invariablemente te dicen que ha sido una de las mejores comidas de su vida aunque al cabo de dos semanas ya hayan olvidado lo que comieron.

Lo mismo sucede con los viajes, un buen puñado de anécdotas viajeras sabiamente dosificadas se ha covertido en un elemento forjador de nuestra identidad. ¿De qué hablan acaso en las primeras citas la gente que se conoce a través de las webs de contactos o relaciones personales?

Viajar y mostrarlo lo antes posible en las plataformas sociales enaltece nuestro valor como sujetos y objetos gracias al voyeurismo de los demás y al valor de la experiencia y el recuerdo.

Los más ilusos siguen diciendo que el nacionalismo se cura viajando pero no es lo que yo me he encontrado. La mayoría de las veces viajar solo sirve para que el viajero subraye las diferencias entre su lugar de origen y el sitio visitado. Existen grandes nacionalistas que han viajado mucho, que vuelven quejándose de lo sucias que estaban las calles, la contaminación y lo mal que le sentó tal o cual comida.

Y, sin embargo, es cierto que los viajes siguen siendo la mejor forma de despojarse del pesado fardo de la identidad, que es al fin y al cabo el único método de ausentarnos del mundo manteniendo los pies en el suelo.

Viajar es un placer aunque sea un coñazo.



domingo, 25 de enero de 2015

Los ochenta no fueron lo que son


Cada generación trata de apuntalar en el imaginario colectivo sus mitos fundacionales. Los baby-boomers lo lograron con creces haciéndonos creer a todos que lucharon contra Franco, que sentían a flor de piel el espíritu del 68 si es que no estuvieron en Berkeley o en París y que, musicalmente hablando, no hay nada más importante que los Beattles o el concierto en el Calderón de los Rolling Stones.

Ahora que nos vamos poniendo un poco viejos y arañamos algún puesto de responsabilidad, a los de la generación X, es decir, aquellos nacidos entre principios de los 60 y finales de los 70, parece que nos ha dado por reivindicar aquel paraíso perdido que era la EGB, las máquinas de marcianitos, la vida de barriada, un globo, dos globos, tres globos y a la Polla Records, Obus y Barón Rojo.

Un alienígema que aterrizara de repente y tuviera la oportunidad de ver los documentales y algunas series que proliferan por TVE, pensaría que la movida madrileña tuvo una vocación universal y que ha dejado un legado indeleble. Nada más lejos de la realidad, uno ve los documentales y se da cuenta que la movida no era nada más que un afán poner al día, en el mejor de los casos, en lo cultural y los estilos de vida un país tradicional y cutre lleno de gente mucha de la cual todavía había nacido en el campo.

El tiempo, prueba del algodón infalible acerca del valor de todo aquello que tiene pretensions artísticas, se ha mostrado inmisericorde con la mayor parte de la música, la literatura y el cine producido en esa época. Y si no, probad, si tenéis redaños, a escuchar entera una canción de McNamara, de Barón Rojo o volver a ver Laberinto de pasiones.

Es verdad, que había ganas y eso siempre es de agradecer; que hubo quien folló lo que quiso y ganó mucho dinero sin conocimiento o talento y que por primera vez en muchas décadas hubo gente de barrio como Ramoncín, Loquillo y muchos más que saltaron las barreras sociales que habían permanecido cerradas con candado, pero para la mayoría de la gente los ochenta todavía equivalían a poco curro, clases aburridas en las que todavía se toleraba el castigo físico, multitudes que no acababan el bachillerato, hijos que robaban el dinero a sus madres para comprar caballo, hermanos pequeños que jugaban al fútbol en descampados, hermanos mayores que pasaban las largas tardes de invierno bebiendo litronas en un banco en el parque y familias numerosas que se hacinaban en pisos de 65 o 70 metros.

Yo les diría a mis colegas de la generación X que no hay que engañarse, que nuestra generación no tiene mitos fundacionales, ni épica, ni películas de culto que merezcan tal nombre (en Estados Unidos estas son Breakfast Club e incluso La chica de rosa), que estamos a media cocer admirando un mundo, el de la contracultura y el antifranquismo de nuestros mayores que no conocímos, y criticando otro, el de los pequeños de la generación Y, los ordenadores e Internet al que nos hemos enganchado a la fuerza por una cuestión de supervivencia.

La memoria es traicionera y tiende al autoengaño, eso es todo.

sábado, 17 de enero de 2015

Progresismo de élite


San Francisco pasa por ser la cuna del progresismo y de los derechos civiles en Estados Unidos. A un paso de Berkeley, varias de sus principales arterias tienen nombres de famosos activistas como César Chávez o Martin Luther King. En su famoso barrio gay, Castro, acaso el más famoso del mundo y espejo en el que se miran muchos de los demás, hoy día luce una bandera arcoiris de proporciones muy similares a la criticada bandera española de la Plaza de Colón.
Sus habitantes son cosmopolitas, educados, de mentalidad abierta, de multiples orígenes. De hecho, se dice que el área de la bahía de San Francisco es quizás la region más diversa del mundo. Para más inri, el clima es estupendo, tiene una relativamente corta pero rica historia y cada uno de sus barrios puede decirse que tiene personalidad propia.
Sin embargo, en San Francisco, donde una casa de un dormitorio cuesta como media unos 600.000 dólares y alquilar un apartamento similar de 3.000 dólares para arriba, solo un puñado de elegidos puede sostener una familia. Profesores universitarios o de cualquier otro tipo, bomberos, policías con salarios cercanos a los 100.000 dólares viven en una relativa situación de pobreza y se ven obligados a poner millas de por medio o recurrir a pisos de precio semitasado para poder vivir. Por lo visto, la única forma de aguantar con un poco de dignidad los embates de los hipsters de la tecnología que trabajan en Firefox, Google o Twitter.
Qué se le va a hacer, cansados de vivir en suburbios sin personalidad alrededor de San José, se ha puesto de moda entre ellos vivir en la ciudad aunque muchos de ellos paguen 4.000 o 5.000 dólares al mes por un (buen) apartamento.
En una ciudad tan chic, quedan pocos barrios por gentrificar, pero uno de los pocos que quedaban, Mission District o el barrio hispano, sufre estos días un proceso de encarecimiento que está haciendo que las familias mexicanas o salvadoreñas dejen paso a seudojóvenes generalmente pálidos, de barba desaliñada que visten ropa de American Appareil y hacen cola para tomar el brunch en su restaurante favorito. Si hablas con ellos son buenos tipos, relajados, francos, quizás demasiado autoindulgentes y pendientes de proyectar una determinada imagen, pero abiertos de mente y creyentes en algo que se parece a eso que se llama justicia social. El barrio está cambiando de una forma civilizada, elegante, actual, suave, con alguna protesta pero nada extraordinario.
Ambos, los hipster y las familias hispanas que poco a poco se mudan a poblaciones que se encuentran a 40 o 50 millas de allí votan en su mayoría al partido demócrata y tienen valores parecidos en lo que se refiere a los derechos civiles e incluso similares nociones acerca de la justicia social (aunque es indudable que muchas familias hispanas son todavía consideradas como muy tradicionales por los trabajadores de Silicon Valley). Esa comunidad de intereses no evita que unos lleguen y al mismo tiempo los otros se vayan para dejar sitio. Cambio, renovación, como la vida misma.
 En España, debido a la rigidez de la estructuras sociales, los procesos de gentrificación son lentos o no acaban de culminarse nunca. Por fortuna, podría decirse.
Sin embargo, el fenómeno de Podemos demuestra que cada vez hay una sima más grande entre los progresistas que podríamos llamar de primera, que adaptándonos a las coordenadas que impone la precariedad española podríamos decir que son aquellos que tienen un trabajo, una casa en propiedad y un proyecto vital más o menos sólido, y el resto, muchos de ellos jóvenes pero no solo, cansados de esperar y a los que solo mantiene conectados al sistema la cultura del low cost.
Los primeros, cada vez menos, seguirán votando socialista; muchos de los segundos, que lógicamente quieren algo distinto porque piensan con algo de razón que no tienen nada que perder votarán a Podemos.
Demasiadas diferencias, demasiadas expectativas distintas para seguir siendo compañeros de viaje.

sábado, 10 de enero de 2015

¿Cuanto habría que pagar por la universidad?


Esta pregunta no tiene una respuesta fácil aunque en la mayoría de los países desarrollados el estado asume algún tipo de papel. Puede oscilar entre las posiciones de los gobiernos de los estados norteamericanos que asumen aproximadamente un 35 por ciento del presupuesto de las universidades públicas como media (aunque las diferencias son sustanciales, por ejemplo California todavía casi aporta un 50 por ciento a pesar de la crisis y los estados del noroeste que financian apenas un 15 por ciento) y las de los países escandinavos que aportan la totalidad.

En Norteamérica se impone poco a poco entre los políticos que el que quiera una educación universitaria que se la pague ya que los estudiantes son los primeros beneficiados. Un argumento discutible ya que la sociedad en su conjunto se beneficia del trabajo de emprendedores, médicos, físicos o periodistas. Pero al mismo tiempo se entiende si tenemos en cuenta que la diferencia salarial entre un titulado universitario y una persona que carece de título es de un 172 por ciento (en España la media era de un 32 por ciento antes de la crisis y ahora probablemente sea incluso menos).

En los sistemas mixtos como el español y buena parte de los del continente en que los alumnos asumen de un 10 a un 25 por ciento del coste de la matrícula. La idea es que de esta forma se garantiza la igualdad de oportunidades y que la sociedad se enriquece gracias a las contribuciones de los titulados. En la práctica, esta idea puede rebatirse ya que hay gente que tiene problemas para pagar esos mil y pico euros anuales y la contribución a la sociedad es relativa ya que el mercado laboral español no puede absorber a muchos de los jóvenes universitarios que acaban emigrando a otros países. Para más inri, el desprestigio de la universidad pública pone en inferioridad de condiciones laborales a aquellos que no tienen la oportunidad de aprender inglés y estudiar posgrados y masters en universidades extranjeras, generalmente anglosajonas.

Por último, tenemos a los países nórdicos con sus políticas del todo gratis (una política que también se da en algunos países en vías de desarrollo como Argentina) fundamentadas en que el esfuerzo económico debe recaer en la sociedad en su conjunto. Ayuda a sostener este modelo que son países con altos niveles de renta y mercados laborales relativamente sanos.

Siempre me ha gustado el modelo anglosajón según el cual los gobiernos ofrecen préstamos a bajo interés a los estudiantes que los pagan cuando se integran en la fuerza laboral. Conjuga un cierto nivel de igualdad de oportunidades, responsabilidad individual y promueve la meritocracia. En un país como España tiene un serio problema. Con un mercado laboral históricamente tan pobre (hoy en estado comatoso en el que actualmente hay ingenieros de telecomunicaciones que apenas llegan a los mil euros mensuales de salario) parece mucho pedir que se puedan devolver las ayudas. Con este sistema el estado probablemente ingresaría menos que actualmente.

Probablemente el sistema actual sea el menos malo de los posibles considerando las circunstancias. Es barato y ofrece un nivel de calidad aceptable, que no excelente o muy bueno, por mucho que digan. Sirve para salir del paso dignamente como una camisa de Zara o un escritorio de IKEA.

Es cuestionable que funcione en lo que se refiere a la igualdad de oportunidades. Permite matricularse a muchos estudiantes (es verdad que algunas becas más hacen falta para estudiantes de mérito pero también hay quien se queja de los precios de la matrícula y prefiere gastarse cantidades muy superiores en irse de vacaciones) pero otra cuestión es lo que su preparación les permite lograr después.

Quizás una buena lección que podemos aprender es que la mejor universidad pública que cumple su función al final no es la más barata sino la de mayor calidad. La que permite competir en igualdad de condiciones con los que pueden pagarse estudios universitarios de postín en el extranjero a estudiantes de cualquier procedencia gracias al mérito.

Y lograr este tipo de universidad hoy exige muchas reformas pero también dinero en un mercado de profesores cada vez más internacionalizado.