Australia
se ha convertido en una especie de nueva California. Un lugar para elegidos en
el que hay trabajo bien pagado para todos, playa, sol, windsurf, cuerpos
esbeltos y hedonismo a tutiplén. En todo el mundo, incluidos los españoles en el mundo, la gente alucina con Sidney, Melbourne o Brisbane. Pero
también con sitios como Toronto, Seattle o Vancouver, en general las ciudades
anglosajonas del nuevo mundo.
Sus
ciudades se han convertido en arquetípicas del ideal vital en esta época que
nos ha tocado vivir, sitios donde se trabaja duro de 9 a 5 pero luego la gente
se va a la playa, a hacer trekking o a tomarse un cocktail en un bar guai.
Sitios con rascacielos, avenidas anchas, zonas verdes, pocas plazas donde
reunirse, multiculturales, cosmopolitas, donde uno ve más gente guapa que de
costumbre y además un buen número de ellos gana salarios de seis digitos.
Sitios generalmente con mercadillos de comida orgánica, pocos viejos, viejos de
verdad, happy hours por todos los
lados y clubs fashion y con marcha.
Sitios
sin grandes problemas sociales. Lugares en los que te tomas algo en un bar y
conoces a un emprendedor o a un ingeniero de sistemas como quien no quiere la
cosa. Casuales. Andan por los treinta, desenfadados, llevan ropa de American
Appareil, North Face y se sienten protagonistas de esta nueva era. Rehuyen los
compromisos, son promiscuos pero sanos, van al gimnasio o a piscinas cuya agua
está purificada con ozono en lugar de cloro, comen ingredientes vegetarianos
orgánicos y, si acaso, muy de vez en cuando carne de buey kobe criado en
libertad.
Con este
panorama, es lógico que una de las cualidades que más valores la gente, ellos
incluidos, sea la autenticidad. Es normal que sea así porque escasea por
doquier. Sin embargo, la misma gente que dice adorar la autenticidad en la vida
corriente o virtual, los mismos que caen rendidos a un buen blogger que se abre
en canal y demuestra ser uno de nosotros contándonos sus miserias diarias gratis
y sin esperar nada a cambio, no pueden resistirse a adorar a estos apóstoles
del cambio.
Hace poco
escuchaba a una conocida dar consejos a otro conocido que anda por los treinta
y no se come un colín. Sucedió en Seattle, relativamente tarde y tras haber
bebido algo más de la cuenta. Le hablaba de su potencial, y no se refería a que
adelgazara o mejorara su aspecto físico, sino a que se anunciara en webs de
contactos como Match.com y mencionara su trabajo como técnico cualificado en
una conocida empresa del mundo digital. Según ella, las mujeres se rifan a todo
aquel que trabaja en Amazon, Apple, Microsoft o incluso cualquier empresa
desconocida que suena a Start Up. Son los nuevos reyes del mambo por detrás de
los jugadores de fútbol americano, baloncestistas o beisboleros (el último
reducto de épica y heroicidad que queda en estos tiempos tan blandos es el
deporte).
Son los
modelos de referencia a los que todo el mundo quiere parecerse. No los define
tanto su manera de pensar como su expertise
en el mundo digital y su actitud flexible ante la vida. Los que van a salvar
los países, las economías, el mundo con la riqueza y los empleos que generan.
Hay algo inquietante en estas ciudades de plástico y en estos nuevos mesías
que, en el fondo, nadie sabe de que van.
Por eso
me ha gustado que el diario The Times considerara a Palma de Mallorca como la ciudad mejordel mundo para vivir. Es imposible decir que ciudad es la mejor para vivir,
pero estamos de enhorabuena que, por primera vez en bastante tiempo, no se
trate de una ciudad de plástico sino de otra en la que, aparte de algunos
turistas, hay bastantes apartamentos de ladrillo visto, plazas y jubilados que
toman el aire en la calle.
Gente
real, como diría Javier Bardem.