El otro día me encontré a uno de mis estudiantes acompañado de su padre en un barrio de San Francisco, ciudad donde paso las navidades. Fue un encuentro sin nada reseñable salvo por un hecho: el padre resultaba mucho más cool que su hijo. Para que no se me malinterprete, el chaval no pudo ser más educado y cordial de lo que fue, con esa franqueza y efusividad que caracteriza a los chicos americanos. Lo primero que me preguntó y creo que lo único que le importaba, algo sintomático en una generación a la que se supone ensimismada y entontecida por los videojuegos, fue si tenía en mis clases a algunos de sus amigos y si eran buenos estudiantes. Recuerdo que iba vestido con una sudadera de nuestra universidad estatal situada en el centro del estado de Washington y que desde luego nadie conoce por estos lares plagados de chicos que acuden a las universidades de élite.
Recuerdo que su padre contemplaba la escena con cierta distancia pero al mismo tiempo interesado en ver interactuar a su hijo con un profesor. Era un hombre todavía bastante joven, supuse que bien parecido y que exhibía un bien trabajado desaliño que abunda en los reportajes de moda de los suplementos dominicales. Era un hombre cool que en cierto modo no trataba de parecerlo y al que probablemente no se le ha pasado por la cabeza el concepto durante meses. Un hombre que vive en una de las ciudades mejores del mundo en cuyas cercanías se cuecen muchas de las ideas y conceptos que después se convierten en universales y donde hace un tiempo permanentemente primaveral acompañado por su hijo que vive y estudia en un pueblo de la América rural a una distancia mental muy superior a la ya física que les separa y que es únicamente de dos horas en avión.
No es la primera vez que observo este tipo de contraste entre padres e hijos en Estados Unidos en la que teóricamente los hijos llevan las de perder. Una escena que ni se les hubiera pasado por la cabeza a los jóvenes españoles de mi generación para las que los padres llegados de los pueblos en aluvión eran siempre la antítesis de lo cool y a aquello que trataban de evitar parecerse.
Lo más curioso es que para este joven estudiante su padre no tenga nada de cool precisamente porque lo sea demasiado.
Algo ha cambiado.
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