La cultura del buen rollito llegó tarde a España. Fue primero cosa de los primeros hippies durante
el tardofranquismo y más tarde se popularizó durante la transición
especialmente gracias a la movida madrileña. A decir verdad, creo que nunca nos
lo acabamos de creer del todo y si no, no hay más que echar un vistazo a tantos
y tantos lugares de trabajo o al mundo de la política doméstica donde comportarse como un energúmeno suele aceptarse razonablemente bien.
En América la cosa fue siempre un poco diferente. A la herencia de la
tradicional “politeness” inglesa (de la cual, según algún cotilleo que me han contado, muchos directivos del Banco de Santander no se han enterado todavía) hay que sumarle la filosofía cool que tan bien
popularizaron en los años 60 los baby-boomers.
En su muy recomendable libro, The birth
of the cool, Ted Gioia lo explica
muy bien. Desde entonces en América está prohibido enfadarse o pronunciar una
frase altisonante. Las discusiones agrias son escasas por estos lares y uno
tiene que envainársela a menudo si no quiere ganarse una mala reputación. Casi
siempre que uno asiste a una discusión a calzón quitado, escucha algún acento
extranjero. Ser una buena persona, un buen ciudadano en Norteamérica es ante
todo “being nice” (ser majo) con independencia de las acciones. Curioso, porque
en una cultura que se precia de su eficacia, ni las broncas ni los correctivos
severos están a la orden del día. Las decisiones drásticas en el mundo del
trabajo y de las organizaciones por ejemplo despedir a una persona, pocas veces
se toman en caliente y sí, después de de documentaciones y deliberaciones que a
veces pueden resultar exasperantes.
En su libro Gioia, habla del ocaso de la cultura cool. Pone como ejemplo el tono y el lenguaje empleado en los chats
y comentarios que abundan en Internet al final de las noticias. Algo
inimaginable hace décadas en la esfera pública. Tiene razón que siempre hay
gente que amparada por el anonimato aprovecha ese tipo de foros para descargar
la bilis pero se nota que no ha leído los comentarios que se publican overseas o en un lugar que pongamos se
llama España. No es por nada, pero el número de trolls es infinitamente
superior en cualquier periódico español que en The New York Times o el periódico americano más remoto.
Un ejemplo que sirve de botón de muestra. Leo los foros de tenis a
menudo aquí y allá y aunque la noticia no tenga nada que ver con ellos, los
comentarios agresivos contra Nadal (a veces), Verdasco (sobre todo Verdasco) y
López son constantes. Nunca he leído nada semejante sobre los jugadores
norteamericanos y eso que no hay ninguno entre los 20 primeros del ranking ATP.
Quizás la hipocresía no sea un defecto tan malo.
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